A 101 años de Georg Trakl


(Salzburgo, 1887- Carcovia, 1914). Poeta y dramaturgo. A los diecinueve años fundó en su ciudad natal el grupo literario Minerva y publicó: Barrabás y María Magdalena. En 1910 obtuvo el título de Magister en Farmacia y posteriormente participó en la Primera Guerra en el departamento de enfermería. En 1913, en la importante revista expresionista Der Brenner aparecieron sus famosos poemas Helian, Sebastián en el sueño y Salmo. En ese mismo año circuló su consagratorio libro Poesías, publicado por K. Wolff, el editor de Kafka. Poco después de escribir de manera premonitoriaSiete cantos a la muerte” y “Revelación y caída”, el 3 de noviembre de 1914 se suicidó en el siquiátrico de Carcovia. A partir de entonces comenzó su mitificación planetaria.
Las hermosas versiones de los poemas aquí publicados, realizadas por Helmut Pfeiffer, fueron tomadas de Revelación y caída de la Colección Los Conjurados, Bogotá.

AL NIÑO ELIS

Elis, cuando el mirlo llame en el oscuro bosque 
será tu ocaso.
Tus labios beben frescura en la pedregosa fuente azul.
Cuando tu frente sangre suavemente
olvida las antiguas leyendas
y el oscuro augurio del vuelo de los pájaros.
Pues tus leves pasos se adentran en la noche
cargada con los púrpuras racimos de la vid;
mientras el azul hace más bello 
el movimiento de tus brazos.
Se escucha un espino,
allá donde vuelan tus dos ojos de luna.
Ah, hace cuánto tiempo que eres de la muerte.
Tu cuerpo es un jacinto
donde un monje sumerge sus dedos de cera.
Y una cueva sombría es nuestro silencio
de la que a veces surge un apacible animal.
Deja caer lento los pesados párpados.
Sobre tus sienes gotea un oscuro rocío,
el último oro de las estrellas extinguidas.



DE PROFUNDIS

Existe un campo de rastrojos donde cae una lluvia negra.
Existe un árbol pardo que se alza solitario.
Existe un viento que susurra entre chozas vacías.
Qué atardecer tan triste.
A la orilla de la aldea
la dulce huérfana recoge escasas espigas.
Sus ojos redondos y dorados recorren el crepúsculo
y su seno anhela al esposo celestial.
De regreso al hogar
unos pastores hallaron el dulce cuerpo
descompuesto en el espino.
Una sombra soy lejos de oscuras aldeas.
El silencio de Dios
bebí en la fuente del bosque.
Sobre mi frente golpeó un frío metal.
Arañas buscan mi corazón.
Hay una luz que se extinguió en mi boca.

De noche me encontré en un páramo,
colmado de deshechos y de polvo de estrellas.
En los avellanos
tintinearon ángeles cristalinos.