Bogotá, gris metal de Sara Fernández Rey


Reproducimos el Capítulo 4 de la novela Bogotá Gris Metal, de la escritora española Sara Fernández Rey, perteneciente a la Colección Los Conjurados, que será bautizado en el Salón Salón Manuel Mejía Vallejo el domingo 3 de mayo a las 6 p.m., en la Feria del Libro de Bogotá.
La imagen de la portada es un óleo del artista Eduardo Esparza.

¡Colombia! Su familia se asustó, ni se te ocurra, es un país peligrosísimo, le dijo su madre.
El hijo de Dominique, mi amiga francesa, desapareció allí, fue un año de profesor a la Universidad Javeriana y en vacaciones marchó a Leticia. Quería conocer la selva, las tribus indígenas, el gran río, la Amazonía, y nunca volvió. Dominique estuvo dos años allá buscándolo. Que si guerrilla, que si paramilitares, que si delincuentes comunes, que si se lo tragó la selva, como al personaje de La Vorágine… Nunca lo encontraron. 
A Dominique la tratan ahora en París de una profunda depresión.
No quiero que me suceda algo parecido, recapacita, perder a un hijo, lo más terrible. Ya no te tengo aunque estés vivo. Cada día te percibo más como un personaje de ficción, un personaje de Patricia Higsmith, frío como un témpano, calculador. Tu tardía adolescencia fue un tormento que nunca tuvo fin, me detestabas, respiraba tu animadversión. Me golpeaste.
“Sí madre, sí. Un puñetazo en la espalda en el piso de arriba, al borde de la escalera, que ruede hasta el rellano, golpe perfecto”, describe Germán al psicólogo delante de su madre, y cuenta cómo lo concibió: “No fue espontáneo, que  le duela bien fuerte, pensé, que lastime pero que no la mate, que lo sienta, que reflexione, que sea consciente del odio que me inspira. Pero… que no vaya a perder la conciencia. Que lo sufra”.
Eso fue hace años, ahora, que ya sabes lo que puedes hacer, calcularás mejor, sigue cavilando Inés. Un golpe bien dado. Qué se mate, que se abra la cabeza con el borde de la bañera y se desangre sin dejar huella del empujón que le propiné. Por detrás, a traición. Arreglarás así tu propia vida. Desaparecerá la mujer que te la dio, te la jodió, y desde su muerte te la solucionará. Alquilarás las casas heredadas, venderás los coches y te irás a un país mucho más ecónomico que el tuyo. Vivirás como siempre quisiste, sin obligaciones, rodeado de libros, revistas, buena comida y mejor vino.
Tendrás hijos de los que nunca sabré y que sentirán la falta de la abuela, esa mujer de la que les hablarán quienes la conocieron. Nunca su padre. Gozarán de madre latina, de las que a ti te hubiera gustado tener, no la sabihonda, la pesada, la coñazo, la que te empuja por las calles, la que te quita espacio, la que felizmente murió, o mejor, se mató. Quizás alguna vez escribas:
“El día que maté a mi madre fui feliz. Fue el mejor de mi vida. No podía independizarme, no sabía salir de ella. También ella quiso, deseó e intentó matar a otros seres de los que no podía escapar. No lo hizo. Yo lo hice por ella. Se sentirá orgullosa de mí”.
“¡Qué loca estoy! Jamás tú harías algo semejante, me estoy convirtiendo de verdad en una histérica obsesa”.

“¡No! No te me desaparezcas ahora tú, no te vayas a un país tan violento, cuida tu vida, es lo único que tenemos y, o la disfrutamos, o la perdemos viviendo sin vivir. Quiero ayudarte, que te calmes, que no me odies, que estés cerca de mí. Sentir que me quieres como ya lo sé, aunque no lo sienta”.