El impostor - Cuentos Perversos

Por Guillaume Apollinaire

Debido a las numerosas cartas de los lectores celebrando el libro Cuentos perversos, cuyo prólogo apareció en nuestras páginas la semana pasada, publicamos otro de los textos incluidos en esta deleitosa obra de Común Presencia Editores




El excelentísimo general Kocodrilof no puede recibirle ahora. Está mojando el pan en sus huevos pasados por agua.
–Pero –respondió el príncipe Mony al portero– yo soy su oficial de órdenes. Los petersburgueses son ridículos con sus estúpidas sospechas. ¡Acaso no ven mi uniforme! Me han llamado a San Petersburgo con urgencia y espero que no sea para escuchar las tontas disculpas de los porteros.
–Muéstreme su documentación –replicó el guardia, un tártaro enorme.
–¡Aquí está! –dijo agresivamente el príncipe poniéndole el revólver bajo la nariz al aterrado portero que se inclinó para dejar pasar al oficial.
Mony haciendo sonar las espuelas, subió rápidamente al primer piso del palacio del general príncipe Kocodrilof, con quien debía salir hacia el Extremo Oriente. Todo parecía vacío y Mony, que sólo había visto a su general el día anterior en una recepción ofrecida por el zar, se inquietó ante esa extraña acogida. No obstante el general lo había citado y él se presentaba a la hora fijada.
Se adentró en un inmenso salón desierto y sombrío. Lo atravesó murmurando:
–Ya no puedo detenerme, el juego ha comenzado. Continuaré mis investigaciones.
Abrió una puerta que se cerró estrepitosamente a sus espaldas, penetró en una estancia más oscura que la anterior.
La voz dulce de una mujer preguntó en francés:
–Fedor, ¿eres tú?
–¡Sí, amor mío! –dijo Mony en voz baja decidido a realizar la impostura, sintiendo los intensos latidos de su corazón.
–Se encaminó presuroso al lugar de donde surgía la voz y se encontró con una amplia cama. Había una mujer acostada completamente vestida. En la penumbra ella abrazó y besó a Mony apasionadamente. Él correspondió a sus generosas caricias. Luego levantó su falda y la mujer comenzó lentamente a separar las piernas. No llevaba bragas y un delicioso perfume a hierba emanaba de su piel satinada, mezclándose con el aroma del odor di femina. Mony apoyó la mano en su sexo y lo notó húmedo. La mujer susurró:
–Tómame... No soporto más... Malo, perverso, hace ocho días que te espero.
Y Moni, en vez de contestar, se sacó amenazador su falo en todo su poder y subiéndose al lecho lo introdujo con furia en la raja velluda de la desconocida que en seguida comenzó a ondularse y le dijo:
–Entra bien... Me haces feliz...
Entonces la mujer alargó la mano hasta la base del miembro que festejaba su cuerpo y comenzó a palpar la redondez de sus testículos.
La mano de la desconocida palpaba minuciosamente los cojones de Mony. Y de pronto lanzó un desesperado grito y con violencia se desprendió de su copulador:
–Me está usted engañando, señor –exclamó con ira–, mi amante tiene tres.
Saltó de la cama y encendió la luz. La habitación estaba amueblada con especial sencillez: un lecho, sillas, una mesa, un tocador y una estufa. En la mesa reposaban algunas fotografías y en una de ellas se encontraba un oficial de aspecto brutal, luciendo el uniforme del regimiento Preobranjenki.
La desconocida era alta. Su hermoso cabello se hallaba en desorden. Tenía un corpiño abierto que evidenciaba un pecho opulento, conformado por unos senos blancos estriados de azul, que descansaban suavemente en los encajes.

Entonces ella con una actitud amenazadora que expresaba a la vez enojo y sorpresa se bajó castamente la falda y caminó en silencio hacia él.