Guillermo Bustamante Zamudio


3 Cuentos de Oficios de Noé

Justicia divina

Después del diluvio, una vez repoblada la tierra, Dios comprendió que entre los hombres seguían existiendo el bien y el mal. Molesto por la ineficacia de una acción tan onerosa y pretendidamente ejemplar, mandó a su ángel justiciero –espada flamígera en mano– a separar, de una vez por todas, el bien del mal.
Esta medida, que no anunciaba –como la anterior– el exterminio del hombre, sí lo logró, pues cada ser humano quedó partido en dos.

Historia

Hace millones de años, un homínido ya usaba precarias armas para retardar su predación, y cada vez necesitaba menos de los instintos para alimentarse y procrear. Como poco tenía dónde almacenar el recuerdo, sólo unas cuantas marcas quedarían como testimonio de los períodos interglaciares.
Con el tiempo, cesaron las glaciaciones, sobrevivieron algunos homínidos, dominaron el fuego y cada vez tenían más espacio en sus símbolos para que la historia hablara. Cada época extraía esa historia de las escasas marcas dejadas por otros, y, a su vez, dejaba unas cuantas huellas más con las que nuevos hombres inventaban su pasado.
De este modo, de los períodos interglaciares fue quedando la idea de aguacero; de sus catastróficos efectos, se fue conjeturando algo universal; y de los modos nunca satisfactorios de entender el desamparo frente a lo real, surgió la leyenda de un castigo total, enviado por un dios encolerizado sobre sus inermes criaturas.


Cría cuervos

Noé había escogido una pareja de cuervos porque se lo había pedido el Señor. Pero temía por sus ojos. Por eso, cuando vio la oportunidad, se deshizo de esa especie desagradecida con quien los cría. Con el pretexto de establecer si ya la tierra estaba seca, dejó salir uno, sabiendo que no encontraría dónde posarse y que, aun así, jamás regresaría al arca, pues su instinto otra cosa le dictaba. Aparentemente, se vio obligado a lanzar otra ave al vuelo; pero esta vez sí escogió aquella entrenada para volver al mismo punto, hubiera o no tierra seca, hubiera o no frescas ramas de olivo para testimoniar de un hecho que no podía fundamentar la decisión de abandonar el arca, pues estaba dicho que era Dios quien debía autorizarlo.


Guillermo Bustamante Zamudio. Nació en Cali, Colombia en 1958. Es licenciado en Literatura e Idiomas (Universidad Santiago de Cali, 1980) y Magíster en Lingüística y Español (Universidad del Valle, 1984). Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. Cofundador y codirector de las revistas de minicuentos Ekuóreo y A la topa tolondra. Co-antologista (con Harold Kremer) de la Antología del cuento corto colombiano (1a. ed. Cali: Univalle, 1994; 2a. ed. Bogotá: UPN, 2004) y de Los minicuentos de Ekuóreo (Cali: Deriva, 2003).

Ganador del premio Jorge Isaacs 2002 (Valle del Cauca-Colombia), en la modalidad de cuento, con el libro Convicciones y otras debilidades mentales. Es también autor de Oficios de Noé (2005) publicado por Común Presencia Editores.