Las tierras posibles de Pío Fernando Gaona


La escritura subyacente
Por Álvaro Marín*

No sé en qué género está escrito este libro, acaso definir el género literario no tiene importancia alguna en la escritura experimental de nuestros días. El libro Las tierras posibles de Pío Gaona está hecho con trazos sin pretensión poética, o mejor, sin una poética preconcebida. De manera paradójica, esa falta de pretensión poética tal vez acerque más su expresión a la poesía. Lo visto en nuestros días, es el ejercicio de la simulación en donde se impone el artificio, una técnica y unas temáticas peregrinas que muestran una voluntad de evasión, de ausencia de entorno.
 Muchas veces en nombre de la lírica se escribe una poesía trascendental, ajena y alelada, enajenada y distante, con el recurso de la imagen técnicamente bien lograda, pero que se desvanece en sus pretensiones esteticistas. El entorno parece no existir, ni la calle, ni el hombre, ni la poesía misma de tan lejana, pero mejor se dice con los escritos de Pío: el hombre aquí toma otra calle, después otra, ¿cuál calle?, ¿cuál adónde?, porque parece que no habita el hombre estas galerías del ensimismamiento, estas grutas de nadie.
Las tierras posibles es una aproximación literaria a la Bogotá de este principio de siglo, muy parecida todavía en su condición social a esa Bogotá escindida, empozada en el odio que registró Osorio Lizarazo a mediados del siglo pasado, una ciudad hoy transformada exteriormente, pero con las mismas fisuras sociales que señaló Osorio en El día del odio. Es cierto que hay ciudades que no existen, que son ciudades creadas, ciudades literarias, de las que nos habla Cruz Kronfly, o las Ciudades invisibles de Italo Calvino, ciudades que tienden a ser interiores, luz adentro de cada escritor, porque en cada escritor hay una ciudad, aunque algunas veces esa ciudad sea un patio, como decía nuestro Rojas Herazo.
Pío nos muestra la ciudad mezquina, la ciudad de los desamparados, la ciudad heredada en dos siglos de desdén social y soberbia política. La raíz cultural histórica que conforma la condición de una violencia interiorizada en las relaciones y que ya señalaba el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón cuando conoció como embajador la cultura bogotana: “De ese trato entre señores y siervos es de donde surge la violencia en Colombia”.
Estos son apenas bosquejos de reflexión que surgen de la lectura de Pío, de sus ejercicios experimentales, que me dejan ver otra de nuestras perezas mentales: no experimentar, desdeñar de lo experimental, esa es parte de nuestra actitud conservadora. Las tierras posibles es un ejercicio de crónica, entre la crónica y la poesía, que no una épica, tal vez sí una contraépica en donde el héroe es el ser vulnerable. Aquí hay una búsqueda original que trata de escapar tanto del exteriorismo de la denuncia social como del arrobamiento trascendentalista, los dos extremos pendulares de la poesía colombiana. Un registro desde la mirada anómala del poeta, lejana de lo preconcebidamente poético. Esta poesía recupera los hechos simples de la vida humana, observar a los seres de la calle, a los hombres comunes de la ciudad, comprar un libro, caminar por una acera. Se dirá que eso ya lo hizo Galeano en una especie de sociología poetizada. Tal vez sea así, solo que en Galeano se nota demasiado el artificio, en Pío la temática y la forma de abordarla fluyen más cerca de la reflexión metafórica que de la exhibición efectista de un tema social.
Es de la sensación de extrañamiento de donde surge lo experimental, el reconocer el entorno como una realidad que no se define todavía en sus connotaciones simbólicas que exponen al ser a la vulnerabilidad, al límite entre la ciudad y el afuera. En un lugar así, el poeta es una especie de desheredado, de Kaspar Hausser, recogiendo fragmentos en la calle para tratar de completar con fragmentos un sentido completo del mundo. Son los bosquejos del hombre bogotano. Es con esos fragmentos dislocados que el autor de Las tierras posibles crea un sentido: unas calles reconocidas, fachadas de un mundo contrahecho, una carreta, un jardín, o un conejo arrojado a la boca de la muerte, vistos desde antes de su aparición en los portales de una escenografía en grisalla. La muerte del conejo, y el presentimiento de esa muerte, vivido por el autor antes de que aparezcan las niñas dolientes a llorar el animal inmolado en el rito diario de un tránsito agresivo. Tal vez las niñas, a través de un espejo oculto, leyeron la mirada sobre el suceso de la agresión al conejo y tuvieron el presentimiento de la muerte, tal vez el conejo mismo les avisó… leo así el relato porque está al final de un permanente juego de espejos, de luces y sombras, de presencias y oscuridades en donde trato de leer la riqueza de la metáfora subyacente.
Los hechos aparentemente simples son elevados, o profundizados, por la literatura hacia el símbolo: lo oscuro cotidiano que olvidamos tan pronto desaparece, la sombra ante nosotros, la sombra o el espejo del hombre angustiado, insaciado en sus deseos, el hombre nómada en la fijeza. De las sombras salen todos los seres, y como en las apariciones de Comala, tampoco estos hombres de Bogotá parecen habitar el tiempo. Dos mujeres roen un hueso y permanecen allí entre despojos, pero también su presencia tiene un sentido menos evidente, oculto en las entrelíneas de la experiencia exterior. En realidad, esas mujeres que roen un hueso sacrificial están fuera de nuestro tiempo urbano, no las vemos, pasamos al lado de seres así todo el tiempo, pero esos seres salen del no tiempo, y reaparecen en la escritura para decirnos que todos estamos fuera del tiempo. ¿Y la poesía? Las presencias habitan los dos lados, el exterior de las mujeres y el interior de quien escribe: realmente las dos mujeres están en la parte interior mirándose a sí mismas a través del ojo de quien escribe. Hay una atmósfera de sombras y un cuadro vacío que deja entrever la holladura del ser en el pavimento: ser y tiempo, presencia de la mujer que bordea con su ser una taza de café y al mismo tiempo orada con sus dedos la calle, presencias que vienen al lado oscuro, en el cuerpo agujereado de la ciudad.

Quiero saber hacia dónde iba y desde dónde venía, pero lo que no quiero es pisar su sombra.

Sabemos de alguna manera que al pisar la sombra, no una sombra, sino la sombra del hombre de la calle, resbalaremos inevitablemente por el agujero: ese es el temor de mirar de frente al ser degradado en su materialidad cotidiana, en su externo derruido, la sombra que no puede ser pisada, que no se deja pisar… sombra sobre la que se resiste el ser al rastreo de una realidad ominosa. Presencias y ocultamientos donde aparece cifrado un relato de Sabato, lector de sombras. Pero el mundo se oculta solo para buscar la luz… y sin embargo el hombre también insiste en ocultarse a la luz de la calle, en el umbral de lo informe. Allí también está el mito de Bachué, la divinidad indígena que se asoma y regresa en forma de serpiente una y otra vez resurgida del mundo de abajo. Y un poco más allá otro mito: la pérdida del paraíso y su sentido simbólico de la división de las aguas entre la conciencia de la desnudez y el árbol inútil del conocimiento.
La mención de Común presencia es una elección, un llamado interno para nombrar la presencia. ¿Qué es la presencia? Es la sombra ocultada que ahora ocupa la realidad exterior, el fruto prohibido, el agua del Río San Francisco que entra y sale de la luz: las aguas divididas de la luz y la sombra, las aguas vertientes donde se baña la diosa desnuda. ¿Y el mensaje?... es eso, un mensaje, no importa lo que lleva escrito, lo importante es el sentido, el recorrido del mensaje entre las aguas mansas, desde el mundo visible hacia el mundo ocultado que es entrevisto, solo por momentos, por visiones, por la mirada del hombre que vigila los fragmentos del afuera, pero que puede ver al mismo tiempo, a través del espejo, los universos paralelos, los mundos múltiples en donde el hombre es uno y otros a la vez. Existe el tiempo múltiple, el otro lado: el otro lado del espejo, el otro lado de la calle, el otro lado del día, el otro yo, el otro mundo, el ser es su contrapunteo permanente con un otro entrevisto.
 Otro elemento que encuentro es la retirada de la poesía de los espacios blancos, tan de uso en nuestro medio, en donde se le teme al riesgo, a la aventura experimental; aquí hay aventura y vivencia, aquí está la calle: la poesía está afuera, y mira a través de la historia y lo externo, más próxima al hombre. Y aunque siempre lo ha estado, el amaneramiento de una escritura blanca la espanta como a la vista de un fantasma. Aquí no hay fantasmas, pero hay mito, la verdadera poesía huye de la literatura.


Las tierras posibles

Por Pío Fernando Gaona

Un azar difícil nos lleva de un lugar a otro, asistidos por lógicas en apariencia consistentes.
En la trama del Universo, ¿quién sabe?, puede que no tengan fin las Tierras posibles.
Y el tiempo, ¡qué poco duran la carne y el hueso!
Y qué es la memoria, dolorosa memoria, si no incorporas lo querido.
Y cuál es el fin si no te sostienes en contra de la fe, en contra de lo establecido, y liberas tu imaginación hacia otros mundos deseados.
Tejo pensamientos con Eliseo Diego y Xavier Zubiri.
En la puerta del Café, entre las sombras del anochecer, aparece un niño con una caja de dulces.
Entra y me ofrece para que le compre.
Le digo no con voz silenciosa.
Me pide que le ofrezca café.
De nuevo le digo no.
Me mira un instante.
Un vigilante uniformado lo toma del brazo y se dirigen hacia la calle.
Mientras tomo agua aromática me doy cuenta de que habría podido pedir un café para él. Así, entraríamos al mismo mundo.
Ya es tarde. Las dimensiones del Universo han cambiado para los dos.
Al salir, encuentro al vigilante parado en el andén.
Él tampoco puede estar adentro.
Él está en la calle, y yo, ahora, también.


Silencio

Por favor, un poco de sopa.
Todavía no.
Por favor, un poco de sopa.
Todavía no. Vuelva más tarde.
¿A qué horas?
Silencio.
¿A qué horas?
Silencio.
El hombre baja el recipiente de plástico que sostiene en la mano derecha. Sale del restaurante. Muestra un gesto de desesperanza, de rabia. Sus labios dibujan insultos y amenazas.
Le pregunto a la mujer que atiende a los clientes ¿por qué no le dijo la hora? Él solo quería ser puntual.



*Álvaro Marín (Manzanares, 1958). Escritor y periodista. Sus ensayos críticos sobre cultura y literatura se publicaron en El Magazín del diario El Espectador durante los años 90. Sus trabajos periodísticos han sido publicados en el periodismo nacional y latinoamericano; en Gaceta, revista del Ministerio de cultura y Le Monde Diplomatique. En el ensayo los principales aportes se han desarrollado en temas relacionados con la cultura latinoamericana y las recientes políticas culturales. En el campo de la comunicación, las investigaciones desarrolladas sobre los procesos alternativos han sido herramientas de trabajo de organizaciones sociales y comunitarias. Como escritor son varias las publicaciones de libros de poemas, ensayo y crítica, entre ellos La brújula no quiere marcar más el norte, ensayo; Jinete de sombras, libro de poemas, premio de la Casa de Poesía Fernando Mejía de Manizales. Su libro Noche líquida, fue finalista en el Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín. Estrategia continental, libro de ensayo sobre cultura latinoamericana y literatura fue publicado en Caracas. Su más reciente trabajo de crónicas fue premiado por el Instituto Distrital de las artes IDARTES. Publicado en varias antologías nacionales y latinoamericanas. Ha sido coordinador del Movimiento de Artistas e Intelectuales por la Paz de Colombia.