Los neofascismos mediáticos


Por Carlos Fajardo Fajardo*

Un Neofascismo fascinante

Vivimos tiempos donde la actualización de ciertos mecanismos y simbolismos fascistas del siglo XX se hace visible. Tanto en los medios, como en la publicidad,  en la cultura, la literatura, en el cine, en los dispositivos multi y transmediales se han mantenido vigentes algunos imaginarios del fascismo, cautelosamente disimulados gracias al capitalismo tecnológico. El neofascismo se patenta en  los conservadurismos de ultraderecha, en xenofobias masivas y en red, en las exclusiones y marginaciones de los inmigrantes, en discriminaciones religiosas y sexuales, en neo-moralismos puritanos religiosos, en nacionalismos que reactualizan los discursos de familia, tradición, raza, sangre, patria, superioridad. Corporativismos totalitarios, emocracias pasionales difundidas a través de los medios y del marketing global. Al decir de José Manuel Querol “de algún modo el capitalismo se tragó al fascismo, lo integró en su psicología social eufemizada y se sirvió de sus modelos emocionales de control del poder para construir un imaginario colectivo. El nazismo dejó de ser político y se convirtió en neuronal” (2015, p. 15-16).
El fascismo actual espectaculariza lo político, lo vuelve hechizante, embriagante, emotivo, puro efecto publicitario. Es aquella estetización de la política de la que habló Walter Benjamin. Escenografía del poder aceptado deliciosamente. De manera que pululan en estos escenarios del capitalismo posindustrial las imágenes de algo que supuestamente estaba aniquilado, derrotado. Basta tan solo analizar el modelo del héroe mediático, las imágenes de belleza, la violencia en los cómics y narrativas transmediáticas como forma de identidad  en  las comunidades adolescentes y juveniles. Se impone así el culto al odio, la destrucción y el golpe, el fervor a lo necrofílico, la consagración casi religiosa a los neochovinismos y las amenazas a lo extranjero. Todo esto bajo el ropaje de una individuación ágora-fóbica, que reclama a gritos ser observada, vigilada, administrada.
Es la idolatría del terror, de los horrores. La pantallización de estos ritos, que se han convertido en mitos mediáticos, asegura una cultolatría al tótem de la nomenclatura neofascista. No hay mayor patología eufórica que nuestros rostros viendo imágenes de lo terrorífico y pavoroso en los noticieros, en el cine, en las redes teledigitales. El terror, la sangre, el morbo, lo impactante, lo estridente, los asesinatos en masa, nos divierten y entretienen mientras almorzamos o cenamos. He aquí los íconos fascistas reciclados: un verdadero leviatán construido de nuestros miedos y deliciosos espantos.
De modo que el pavor germina, crece y se reproduce más que cualquier hecho cotidiano;  entra a nuestras casas, habita con nosotros y se establece en los medios electrónicos. Es un nuevo siglo del miedo, no tan distinto al que definió Albert Camus en su artículo de noviembre de 1948.  Es la Bunkerización de la vida. En el búnker “nos hemos instalado (mental y existencialmente). La bunkerización es la consecuencia, entre otras cosas, de la televisión planetaria y de la reticulación cibernética”, comenta Fernando Castro Flórez (2014, p. 21-22). La casa como búnker, espacio aparentemente seguro, pero donde llegan los peligros y el desierto crece y lo siniestro permanece a pesar de los muros.
Pero también crece la amnesia junto al pánico. Vaya paradojas. Olvido y pánico en la era de la hiperinformación. Cada hecho que causa pavor se olvida de inmediato. Es como entrar a una obra de teatro hecha de olvidos. Los sucesos del dolor quedan afuera, virtualizados. Es el terror pantallizado. Fuera de mí, en otro espacio, en otro lugar, en un no lugar, es donde los desastres suceden. Y sin embargo, vivimos con el terror en casa, entre el mundo off life y el mundo on line. Es la mezcla suprema entre lo  privado y lo público, una interacción paranoica tanto en la calle como en la habitación, en la cual se conectan, al decir de Paul Virilio, los “inválidos equipados”.
La reinstalación de estos procesos fascistas ha impuesto un esquizofrénico aplausímetro para el caudillo, junto al placer por los significantes y el destierro de los significados. Son las formas de un fascismo camuflado, hibridado con los dispositivos del control escenográfico, gratamente estetizado. El neofascismo impone la fiesta sobre el horror, la amabilidad sobre el castigo directo, de tal manera que no se sientan sus nefastos resultados.
Perversa y astuta estrategia de despolitizar, desmemorizar y deshistorizar la cultura a través de la performancia liviana, feliz y espectacular de los terribles acontecimientos de nuestro tiempo. Horrorosa estrategia de aislarnos del ágora y de la palabra crítica. Elegante forma de desterrarnos como sociedad civil activa, constructora y con derecho a cambiar el rumbo de los sucesos. Tal es la perversidad neofascista: insinuar que toda protesta y exigencia de cambio es inútil, estéril. En últimas, liquidar la idea de una ciudadanía transformadora.

El síndrome esquizo-paranoico administrativo
Un cierto síndrome esquizo-paranoico administrativo, dominado por el síndrome de la urgencia, por lo inmediato, se ha impuesto -sobre todo en las instituciones educativas- como un nuevo panóptico de vigilancia y control. Es un ahorismo casi irracional. Todo es urgente, para hoy, “para ayer” para ya. Todo es inmediato: gestionar, saber hacer. Directivos, rectores, gerentes, decanos, coordinadores atornillados en sus puestos lo generan y agendan. Son las nuevas formas de visibilizar al controlado. La sociedad de la administración sectoriza su tecnificación con estos modos de control donde nadie queda afuera del foco vigilante. No existe lugar, ni público ni privado, que no quede espiado. De allí la paranoia en red y la esquizofrenia masiva. Lo administrativo adquiere carácter represivo, pero aceptado voluntariamente. Es la servidumbre simbólica aplaudida y deseada por muchos. Más aún, es un sentirse cómodo siendo neo-esclavo en este neoliberalismo perverso. La vigilancia, real y virtual, agrada, incluso se exige, se pide que exista. Estar a la vista del otro es soportar deliciosamente la sociedad paranoica. Dicha condición garantiza la no marginalidad, el ser reconocido. Se comprende entonces la complacencia de unos cuantos ante estas máquinas administrativas de gestión y vigilancia. El ser operarios vigilados asegura un simulado éxito, ser noticia vendible, ciudadano publicitado, consumidor-consumido.
En las sociedades confesionales tecno-mediadas y tecno-administradas se diluye el mito de lo íntimo-personal, se impone el canon de lo íntimo-espectacular. A lo privado se le reprocha por guardar  ciertos secretos. A lo público se le aplaude y se le premia, se le garantiza publicidad, la palmadita en el hombro y alguna que otra opción de falsa fama. Exponerse y, más aún, ser condescendiente y colaborador, se convierte en una orden, una obligación. Ser producto para el mercado, todo en un solo paquete: oferta y demanda, bien de consumo y consumidor, valor de uso y de cambio, fetiche administrado y administrativo, vigilado condescendiente.
Es pues el pos-panóptico electrónico sintetizado en el autocontrol, la autocensura, la autovigilancia activa y deseada. Buena ganancia para los supervisores y mandos medios; gran tranquilidad espiritual para los supervisados y dirigidos. De nuevo dos en uno: el vigilado se vigila a sí mismo, es un auto-panóptico en red y masivo. Quedar por fuera de la esfera de nuestro superior inmediato -ya sea virtual o telefónicamente- se vive como un acto de irresponsabilidad moral. Es el panóptico interno funcionando día y noche. Desaparecen de esta forma los controles tradicionales y aparecen los autocontroles funcionales. Panópticos individuales que se llevan en la tecno-cotidianidad controlada: el celular, el iPhone, Twitter, Facebook, las redes sociales y todos los dispositivos mediáticos.
Ciudadanos usuarios controlados por un panopticismo social masificado. Para Thomas Mathiesen se ha instaurado un “sinóptico” gracias a los medios de comunicación donde muchas personas vigilan a unas pocas, contrastando con el panóptico tradicional, donde unos pocos vigilan a muchos.
He aquí una red de informantes: cada uno se convierte en un vigía; cada uno es un instrumento del poder que hace cumplir la norma y que denuncia al que la transgrede. Neofascismo mediático, vivido en las empresas, en la escuela, las universidades,  en las familias. Zigmun Bauman le llama “panóptico casero”. La familiarización de cada uno como vigilante del otro garantiza la seguridad de lo institucional.
Auto vigilancia agradecida e incluso exigida  por los súbditos, gustosos de estar en lo que están y como se está. Obedecer al orden y disciplinarse en la obediencia hacia la verdad administrativa es un ideal para los administrados y autocontrolados, hechos para actuar no para pensar. Y más aún, preocupados por ocupar un puesto en el orden jerárquico de las instituciones, por “ser alguien”, despersonalizándose, obedeciendo a las nomenclaturas cuánticas, obsesionados por salir del anonimato, por  no ser como “todos”. De allí que se comprometan con un régimen que a ellos mismos vulnera pero que veneran.
Vivimos llenos de miedos. Nos denunciamos, nos controlamos. Exigimos seguridad, nos gustan las cámaras, creemos estar seguros mientras éstas nos observan. Íconoadictos, ahora también somos paranoico-adictos, enfermos por la droga del sometimiento policiaco. Ello ha construido una sociedad militarizada, aparentemente segura de los peligros internos y  externos de la vida cotidiana, plena de pantallas donde te expones y te exponen; pantallas que viven del temor, la desconfianza, la culpabilidad, donde todos somos sospechosos. Cámaras que invaden los lugares y los no lugares, todos los espacios posibles de ser rastreados.
Estos son los dispositivos, no solo de vigilancia sino de consumo, que se implementan y se reemplazan velozmente, superando las fronteras. Mecanismos de sometimiento que imponen la obsesiva pulsión por lo urgente, la instauración de simuladas democracias y una policía virtual que sigue y pisa los talones a los jockeys informáticos. El fascismo del siglo XX lo sabía, el neofascismo del XXI lo actualiza.

Referencias
Bauman Z. y Lyon, David. 2013. Vigilancia líquida. Buenos Aires: Paidós.
Castro Flórez, Fernando. Mierda y catástrofe. Síndromes culturales del arte contemporáneo. 2014. Madrid: Fórcola Ediciones.
Querol, José Manuel. 2015. Postfascismos. El lado oscuro de la democracia. Madrid: Díaz & Pons.


*Poeta y ensayista colombiano