No. 497, Federico Fellini: El cine espectáculo


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FUNDADORES: Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio. DIRECTORA: Amparo Osorio. COMITÉ EDITORIAL: Iván Beltrán Castillo, Fabio Jurado Valencia, Marco Antonio Garzón, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio, Fabio Martínez, Javier Osuna, Sergio Gama, Mauricio Díaz. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica). Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Luis Rafael Gálvez, Martha Cecilia Rivera (Estados Unidos); Jorge Torres, Jorge Nájar, Efer Arocha (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Renato Sandoval (Perú); Luis Bravo (Uruguay); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela);
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EL IMPERIO DE LA SALSA

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FEDERICO FELLINI: 

EL CINE ESPECTÁCULO


Descripción: omar ardila
Omar Ardila


El cine es el arte en el que el hombre no puede por menos que reconocerse. Es también el espejo delante del cual tendríamos que tener el coraje de desnudar enteramente nuestra alma
Federico Fellini

Fueron varios los directores que contribuyeron para que el cine comenzara una renovación radical a partir de los años cincuenta del pasado siglo, entre ellos se destaca  Federico Fellini (Rimini 1920 – Roma 1993) quien realizó un aporte fundamental y singular, el cual ha sido clave para pensar y repensar los alcances del dispositivo cinematográfico en la configuración del pensamiento.
Son muchos los estudios que se han realizado sobre la obra de este director, y en la mayoría de ellos se repiten criterios comunes que intentan recalcar lo evidente en sus filmes de la “segunda etapa”, es decir, aquellos que hacen parte del llamado estilo felliniano. Esos criterios comunes se centran en analizar los vínculos con el surrealismo, la excentricidad de las puestas en escena, las sobrecargadas escenografías y los irónicos y provocadores ataques a las instituciones más representativas de Italia. Sin embargo, hay otros elementos importantes en su proceso creativo, que no pueden pasarse por alto, especialmente, los que están presentes en sus primeros filmes, cuando ya se empezaba a configurar una particular poética que enriquecería al neorrealismo y ayudaría a desestructurar la forma clásica de la narración cinematográfica.
El interés temprano de Fellini fue el dibujo, la caricatura, aunque confiesa que aspiraba a ser poeta (y en efecto lo logró con su obra fílmica, cargada de lirismo, metáforas y ensoñaciones). Tuvo un paso fugaz por una Facultad de Derecho a su llegada a Roma en 1939. Por los mismos años empezó a publicar viñetas y algunos cuentos por entregas en publicaciones humorísticas y satíricas. Luego trabajó en la radio y en varios periódicos. En 1942 conoció a Roberto Rossellini y empezó a colaborar con él, primero, en la producción de Roma ciudad abierta (1945) y, al año siguiente, en la conformación del guion para Paisá (1946). El encuentro con Rossellini fue muy importante para que Fellini lograra forjar su personalidad y su relación con el cine. Entre 1948 y 1951, decidió aprender a hacer cine, al lado de los mejores de ese momento (los directores Alberto Lattuada, Pietro Fermi, y por supuesto, Roberto Rossellini; y los actores Aldo Fabrizi, Ana Magnani y Alberto Sordi). En ese periodo, también debutó como actor y se fue consolidando como escritor de guiones.
Fellini llegaría a ser uno de los favorecidos por Cinecittá, los más importantes estudios cinematográficos de Italia, inaugurados por Mussolini, en 1937. Con ellos, el duce pretendía construir la “mayor ciudad del cine en Europa”, y en efecto, lo logro. Cinecittá  comenzó con una producción anual de 60 películas, aunque durante la II Guerra Mundial, tuvo que cerrar para retornar en 1947 y darle la posibilidad de desarrollar su trabajo a directores como Rossellini, De Sica, Visconti, y más adelante Fellini. Hacia los años cincuenta, era conocida como la “Hollywood del Tíber” y en la década del sesenta se convirtió en una fábrica de superproducciones, especialmente para América y Europa. Fellini decía: “la primera vez que oí este nombre, Cinecittá, me di cuenta de que era la ciudad en la que quería vivir, y que sería ya parte para siempre de mi vida. Era el lugar ideal. Era como entrar en el epicentro del vacío cósmico justo antes del Big Bang y asistir a la gran explosión creadora”. Efectivamente, allí logró desarrollar la mayor parte de su obra, convirtiéndose en uno de los “consentidos” de dicha institución.
La posguerra generó unas prácticas sociales que Fellini no dejó de criticar en ningún momento. Aunque comenzó participando como guionista, asistente y actor en películas fundamentales del neorrealismo, ya como director fue imprimiendo su propio sello, que le dio nuevos matices a tan importante movimiento. Él mismo afirmaba, “pienso haber aportado al neorrealismo una poesía que le faltaba totalmente (…) el neorrealismo no es lo que muestra sino la manera de mostrarlo”.
Es importante tener en cuenta que hay dos etapas marcadas en la obra de Fellini. Neorrealista: en la que da a conocer la crisis existencial de las víctimas que por momentos se creían verdugos. El director busca desnudar la inconsciencia de ese estado inauténtico, consolidado en el vacío y en lo banal. Sin embargo, la abundante melancolía tiene cierto carácter optimista, afianzado por la moral que buscaba el reencuentro y la convivencia, y que mantenía la dignidad.
Felliniana: en ella hay una tendencia al surrealismo, al barroquismo, a la exuberancia de la imagen y su predominio sobre lo narrativo. Recurre a la construcción de grandes escenografías para reconstruir universos oníricos. Expresa la ironía por medio de un lirismo visual que supera los diálogos. Afianza la expresión introspectiva y personal, creando alter egos con sus personajes, especialmente, con Marcelo Mastroniani, su mejor amigo, a quien conoció en 1958.

El sello y la importancia de Fellini

Sátiro y satírico, concupiscente y tierno, memorioso y olvidadizo, interesado y desprendido, así fue Fellini. Pero el genio, ante todo, fue un hombre de carne y hueso. Para él no había nada ideal: “ni mujer, ni pareja, ni lugar, ni situación: lo importante es aprender a vivir con los problemas personales”.
La exteriorización del mundo propio que logra desencadenar Fellini en sus filmes, es su mayor sello. En ellos brotan sus miedos y sus fantasías, y el espectáculo tiende a sobrepasar lo real, pero también lo cotidiano permanentemente se organiza como espectáculo ambulante. Como bien lo anota Jorge-Mauro de Pedro, “Fellini hizo de la dualidad en su cine, en su vida, en su obra, la razón de ser y de estar” (1), se movió entre la realidad y la fantasía, entre el neorrealismo y el vanguardismo, entre el artista y el bufón. Sobre la misma dualidad encarnada en Fellini, también se ha referido Gonzalo Portocarrero, de la siguiente manera: “Los colaboradores de Fellini coinciden en subrayar su perfeccionismo, su entrega total a la creación artística. Estas actitudes lo convertían en un tirano en el set cinematográfico. Era demoledor en sus críticas y sumamente exigente con la gente a su cargo. Este comportamiento obsesivo y tan estricto en función del arte está en abierta contradicción con sus postulados ideológicos de buscar un mejor conocimiento de si para ser más libre con uno mismo y más generoso con los demás” (2).
La importancia del director italiano en el mundo del cine, radica en varios aspectos: ante todo, se destaca su honradez: “Cuando hago una película, no la hago con una curiosidad abstracta y estilizada, sino con ternura, con amistad, con un interés muy vivo por todo lo que es el hombre”. Refiriéndose a Ocho y medio decía lo siguiente: “Quería hacer una película honrada, sin engaños, que pudiera ser provechosa para todo el mundo, para enterrar lo que está podrido en cada uno de nosotros. Pero, a fin de cuentas, yo mismo soy incapaz de enterrar nada. Quisiera decirlo todo y no tengo nada que decir”.
Es igualmente destacable la forma como hace coexistir la realidad con lo fantástico, de una manera sencilla, provocadora, irónica, y sobre todo, muy actual. Es todo un artista, un creativo que parte siempre de él mismo, de su memoria y de su imaginación. Sin embargo, no podríamos afirmar que es un autor en el sentido propuesto por la Nueva Ola, es decir, aquel que parte desde la realidad socio-política para darle vida a un constructo teórico, teniendo al dispositivo cinematográfico como vehículo-escenario desde donde se promueve la renovación del pensamiento.

Características fundamentales de su obra

Desde sus primeras películas, Fellini fabrica, localiza y reincide en los tópicos que van a ser objeto de su mirada irónica (los clubes nocturnos, los parques de atracciones, los circos, la iglesia, la burguesía, la publicidad, el periodismo). Por otra parte, rompe con la trascendencia de los acontecimientos, al presentar conexiones inciertas que no pertenecen a quienes las padecen, imponiendo así, una dinámica de vagabundeo (personajes desencantados, acabados, apáticos, nómadas). Esos mismos personajes actúan y se ven actuar, y el espectador es complaciente del rol que él mismo desempeña como generador de sentido.
En el acto fílmico, hay un subjetivismo cómplice del director con los protagonistas. Éstos se va hundiendo y se ven hundir. Y el director trata de sacar de ese proceso de caída, algo para comunicar. Ahí se ubica su proceso creativo. Finalmente, nos propone la vida como espectáculo (siempre en germen, en crecimiento, en proyección hacia el infinito, no hacia el futuro sino hacia la muerte, y sin embargo espontánea… ¡La vida!) El futuro es la muerte, la destrucción, mientras que en el pasado están las claves. El pasado, no es concebido en el sentido del tiempo que pasa (presente), sino como pasado puro, que se conserva, pues es allí donde está el comienzo, el germen.
En Fellini, la imagen, bien sea mental, de una fantasía o de un recuerdo, se organiza como espectáculo, haciéndose objetiva (la realidad del espectáculo y la de aquellos que lo realizan). Fellini tiene un especial sentido de la ilusión, y es claro a la hora de manifestarlo: “Nunca me ha sucedido nada verdadero. Todo lo inventé yo”. Pero al mismo tiempo, tiene un agudo sentido de la realidad (una realidad cinematográfica), y lo expresa con contundencia: “El cine soy yo. No tengo nada que contar… pero me apetece contarlo”.
Fellini, además, recurre a la desnudez del mismo cine. Muestra su carácter de impostura. “la representación se confunde con lo representado”. Sus filmes son fragmentados, dispersos, pero encuentran un hilo conductor para constituirse como un armonioso espectáculo. En gran parte, esto se debe a la trascendencia de la creación musical de Nino Rota, quien fue capaz de poner a danzar todos los elementos dentro del filme. Rota fue el gran compositor que colaboró con Fellini, desde Luces de Variedades en 1951 hasta Ensayo de Orquesta en 1979, año de la muerte del compositor.
Fellini encontró en el cine el escenario para proyectar sus caricaturas, su imaginación, sus ilusiones; con un estilo bufonesco, exaltado, pero no por ello, distante de las profundidades anímicas humanas. Ratificó al cine como un gran espectáculo y juntó amargura con divertimento. La caída y el enterramiento de sus personajes son ambientados por una carcajada.

Notas

(1)   De Pedro, Jorge-Mauro, estudio de la revista Miradas de Cine dedicado a Fellini, Enero-Febrero 2004
(2)   Portocarrero, Gonzalo, ¿Pensar con el cuerpo? La poética de Fellini y Satiricón, artículo publicado en el blog: http://gonzaloportocarrero.blogsome.com/2005/08/27/p11/


NOTAS SOBRE UN PAÍS FALLIDO

Descripción: Fajardo
Carlos Fajardo Fajardo*

Hoy Colombia se nos aparece como una nación fallida; un fracaso histórico para muchos y una ganancia financiera y perversa para unos pocos. Es una utopía al revés: el “Angelus Novus” de Paul Klee, visto por Walter Benjamín como la premonición de un futuro catastrófico, aquí se realiza. Es el ángel de la barbarie futura el que nos guía, aquel que ve con su cara de espanto las ruinas del pasado “que suben hacia el cielo”. Con tales desgarramientos vivimos, siempre a presión, día a día asaltados por el miedo y la zozobra, en medio de un incierto porvenir.
De modo que los fracasos históricos nos han hecho una sociedad de la paciencia a la espera de otra oportunidad que supere nuestras derrotas tanto deportivas, políticas, culturales, económicas como personales. Con pocas quimeras nos conformamos, aliviamos la verdadera cara de los desengaños nacionales, ocultando las causas sociales de las derrotas. Con el paso del tiempo, la verdad de los más tristes y crueles acontecimientos se nubla, se evapora y vuelve la rueca a girar como si nada, cosa que va en contra de la mayoría, favoreciendo a las jerarquías económicas y políticas. Ellas se benefician de nuestra amnesia, de esta constante peste de olvidos.
Toda nuestra historia ha padecido de esta patología contagiosa. Como país hemos caído en una aporía social o imposibilidad de pasar, de ser. Nos movemos, sí, pero la marcha es hacia atrás, dirigida hacia el pasado, a un Estado casi confesional.  Como hace más de cien años, se impone de nuevo el eslogan “orden, obediencia, religión y patria”, con la complicidad y el respaldo del Centro Democrático, de protestantes y católicos,  de algunos sectores liberales y conservadores, de partidos de derecha, de  los grandes  medios de comunicación, los paramilitares, el clero, los militares, las élites políticas y económicas, incluso parte de nuestra sociedad civil. Naufragamos en una especie de neo-regeneración antidemocrática, la cual padecemos desde 1885 con su discriminación, exclusión y censura a toda actitud crítica al régimen. Recordemos que la Colombia de la Regeneración era un país de políticos filólogos, latinistas, católicos, conservadores y gramáticos, (Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, José Manuel Marroquín, Miguel Abadía Méndez, Marco Fidel Suárez…) y con una población casi en su totalidad analfabeta. El poder político y la gramática eran inseparables. “Para los letrados, para los burócratas, el idioma, el idioma correcto, era parte significativa del gobierno”. 1 Dominio del idioma, poder eclesiástico y conservatismo fue la triada burocrática política en la Colombia del siglo XIX y que, con algunas pocas variaciones, todavía perduran en la Colombia actual. Tradición y conservación de costumbres políticas como la corrupción, el fraude, la burocracia, son herencias de aquella Colombia decimonónica premoderna, junto al indigno síntoma de obediencia, servidumbre y lealtad a los imperios.
Igual que a Rafael Núñez en 1886, al expresidente Álvaro Uribe Vélez y sus seguidores se les podría oír decir: “las Repúblicas deben ser autoritarias, so pena de permanente desorden”. Estar en desacuerdo con dicha frase es para ellos casi caer en un gran error histórico e incluso en pecado. Las ideas contrarias a este pensamiento único se vuelven un peligro, una sentencia de muerte. Rencillas, rencor, mentiras y chantajes, fabricación y destrucción de supuestos enemigos, son algunas de sus “virtudes nacionales”.
En esta Colombia neo-regeneracionista y confesional, gamonal y hacendaria, se oyen voces que piden a gritos que vuelva el control de la enseñanza por parte de las religiones, que se institucionalice la familia tradicional cristiana, se rechace el aborto, los matrimonios entre personas del mismo sexo y se instaure el orden sobre toda pluralidad de pensamiento, con mecanismos autoritarios que ayuden a conservar las tradiciones. Puro régimen decimonónico  impulsado  por Álvaro Uribe y El Centro Democrático, los cuales llaman a una guerra total contra los defensores de las libertades democráticas y de los derechos humanos, “volviendo trizas” los acuerdos de paz con las FARC, prolongar una guerra fratricida que les garantice perpetuarse en el poder y mantener la corrupción, favoreciendo a banqueros, terratenientes, industriales y a mafiosos.
La atmósfera nacional desde hace tiempo se enrareció. Los resentimientos, los odios colectivos y particulares, el ninguneo al diferente, la estigmatización, los fanatismos, sectarismos políticos y religiosos; las mentiras, la trampa, el cinismo, el chiste hostil, los asesinatos al opositor, la corrupción, la ilegalidad, se normalizaron y legitimaron. Es la exaltación al réprobo, al malevo social; es un aplauso al que comete la falta y sabe que no habrá juicio, pues quedará impune. Legitimada la impunidad, se legitima su exhibicionismo vil, pantallizado, más aún, se legaliza el delito. Véanse estas manifestaciones en los medios y en las redes sociales, donde los victimarios se vuelven virales y famosos gracias a que se fetichiza al astuto, al vivo, al malandro.
Con una habilidad de ocultarse de la justicia y de violar leyes a través de astucias, actitudes ambiguas y de trampas, la mayoría de nuestros políticos corruptos y matones se ocultan, pasan impunes sin vergüenza, exponiendo su cinismo en público. Retóricos y demagogos, diestros embaucadores, son los “prohombres” que se han divinizado en este país. La mentira se constituye así en una garantía de distinción, reconocimiento y ganancia. El  hacer el mal, el ser malo, da estatus, puesto que quien lo ejerce ha sido capaz de pisotear al otro, a esos del montón, sin que nada pase. Esa ha sido su forma de accionar y su ejemplo, su manera de legalizar el totalitarismo del cinismo. Si no se cumple con dichos procederes se corre el riesgo de estar en peligro, de ser excluido del clan de los astutos y audaces, de los supuestos vencedores. Por lo tanto, a cualquier pensamiento crítico, opositor y analítico se le observa como una perturbación que pone palos en la rueda a semejante maquinaria de ignominia patriaEntonces, descaradamente, se fomenta la agresión, el terror, los crímenes y la paranoia como estrategias de separación y digresión entre los ciudadanos. Lo peor es que algunos de éstos lo justifican, lo toleran, lo apoyan, lo ejercen y hasta piden su puesta en acción de manera urgente.
Es así como, en vez de respeto a la pluralidad de opiniones, a la diversidad, a la alteridad y la equidad obtenemos univocidad, homogeneidad, tradicionalismos y estandarización fanática. En eso nos hemos convertido: un país pluricultural envuelto en una neblina conservadora homogeneizante que no respeta la diversidad y que no da tranquilidad ética ni política, mucho menos económica. Ello nos ha puesto al filo de las espadas, al frente de las armas, tanto simbólicas como reales. Las consecuencias son el destierro y el silencio de cualquier pensamiento y sentimiento divergente. “Existir realmente en plural, escribe Carolin Emcke, significa sentir un respeto mutuo por la individualidad y la singularidad de todos”.2 Saber vivir, entendiendo y respetando la pluralización, no solo de identidades sino de diferencias de cualquier índole, es síntoma de una sociedad que ha sabido convivir entre contradicciones y disonancias, escuchando y respetando la polifonía social. Vaya ardua y larga tarea que no hemos emprendido.
Para ello es necesario entrar en un proceso extenso, lento, paciente, que nos desintoxique de 200 años de una vida republicana levantada a punta de pobreza, des-educación sistemática y barbarie, matanzas, persecuciones, torturas, exilios, sangre y más sangre. Pero bajo las actuales circunstancias históricas parece imposible emprender dicha faena de higiene cultural; más bien, la época parece estar hecha para no hacerla, pues se incrementan las rencillas, los asesinatos a líderes sociales, el mal vivir bajo persecuciones, dogmatismos y odios políticos. ¿Apocalípticos? No. La actualidad nacional nos da la razón, nos la muestra día a día como un acto asumido y cumplido. Miremos a Colombia y esto se comprenderá. Un país que -y es difícil creerlo- se ha acostumbrado al horror, a los desmanes del poder, siendo indiferente ante su atroz destino, es una cultura que ha consentido su decadencia. Eso es lo preocupante.

* Poeta y ensayista colombiano.
1 Deas, Malcolm (1993). Del  poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas. Bogotá: Tercer Mundo editores, p.42.
2 Emcke, Carolin (2017). Contra el odio. Bogotá: Taurus, págs. 186.

METAPHYSICA


"Recuerda siempre que no perteneces a nadie
y nadie te pertenece."


Lahiri Máhasaya

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CARTAS DE LOS LECTORES

CONFABULADOS: Excelente el artículo de la poeta Luciana Salvucci sobre la presencia de Pessoa en la cultura Italiana. Enhorabuena y gracias Armando Cárdenas Hoyos

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AMIGOS CONFABULADOS: Lamenté no poder asistir al homenaje de Hernando Socarrás, pero lo considero un reconocimiento muy justo por la calidad del poeta. Lucila Montenegro

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QUERIDOS CONFABULADOS: Me gustaron mucho los poemas de Eugenia Sánchez, una de las verdaderas y consagradas representantes de la poesía escrita por mujeres en este país. Omar Fuentes Gómez
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