No. 436- En el testimonio de la derrota

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con el asunto “Retiro”


GONZALO MÁRQUEZ CRISTO: EN EL TESTIMONIO DE LA DERROTA

Por Óscar López Alvarado

…”El agua pronuncia un nombre indescifrable.
La noche viene cerrando sus puertas.
Como un rescoldo, el poema se aviva al
Intentar apagarlo. Si Prometeo devolviera el fuego
Quizá terminaría el extravío y la oscuridad
Sería nuestro vínculo.
¿Pero quién elude la pregunta de la luz?

La sombra Incandescente.
G.M.C

Evocar un sentimiento y convertirlo en poesía, es la proeza que el verdadero poeta puede legitimar. Discernir el mundo, crearlo desde el caos para llevarlo a la delicada forma poética, es la determinación del ser en el encuentro con la palabra. Gonzalo Márquez Cristo es el morador de estos orígenes. Escritor incisivo que con su pensamiento ronda los bosques laberínticos en la búsqueda de lo incierto, lo negado, y que llega a presentarnos el testimonio del mito desheredado, pero ante todo el ejercicio implacable de la derrota.

Su poesía, en calidad introspectiva, vela por trasegar los límites del recuerdo en la indagación de huellas que precedieron el nacimiento. Pensamientos irreductibles dentro de una frágil existencia para decirnos: “Cuando se interrumpe el tiempo alguien decide nacer”. Este devenir, un eterno retorno que conduce al poeta a despertar la fatiga en un tiempo interminable, siempre al extremo del pensamiento, es el que lo referencia con sus lectores al considerar  el flagelo de una vida sin nombre, pero con ello la posición del hombre frente al lenguaje.

Ya nos diría Márquez Cristo: “Padecí el exilio de un lenguaje demasiado antiguo”, al ubicarnos dentro de pasos evanescentes; pero contrario a su rica arqueología, el autor se establece en la precisión del lenguaje, aquel, como el filo de la espada de un guerrero es contundente al tocar fibras y dejar hondas, pero significativas heridas. Heredero de la palabra sublime y siempre esencial de Emil Cioran, junto a la del infinito verbo nocturno de Georg Trakl, entre otros, Gonzalo Márquez configuró un lenguaje persistente al sentir de la palabra, a la identificación del mundo interno que a la vez se hace colectivo, pero ante todo en la autonomía de ejercer con rigurosidad la visión poética.

Es el tiempo, en sus poemas, una sombra dilatada donde el silencio marchita los pasos y el respiro se vuelve eco en cada evocación. Por ello no duda en declararnos que “En la red del poema atrapo mi muerte / ¿Quién habitará mi sombra?”, o siquiera “Cuando la sombra nos precede sospecho que el tiempo me vigila”, haciendo referencia a que “Debajo de una palabra puedo vivir”.

A propósito, resulta pertinente la perspectiva de Vicente Huidobro al decir que “Toda poesía válida tiende al último límite de la imaginación. Y no sólo de la imaginación, sino del espíritu mismo”, y en el autor cuando el imaginario no son más que visiones internas que se comunican con estados obsesivos, determinantes a su carácter espiritual: lo delirante, lo liberado, lo intenso y provocativo que están afinados en sus poemas; cuando pretendemos ver que tiempo y nacimiento son constantes reiterantes en sus fragmentos. Un tiempo que se siente con suplicio al simbolizar: “La vigilia saqueó mi rostro”, como “Todos mis dioses han intentado asesinarme y por eso nunca estaré solo”. El nacimiento, el retorno a un apetito infinitamente desgastado es la certeza para justificar la vida en pensamientos asimilados a la nada, pero que fustigan desde lo más recóndito del ser; una pugna al manifestar inconformismo, desazón por la existencia impuesta, y que unida a la palabra, posiciona al poeta entre lugares de hondos precipicios y peligrosos senderos. Por eso es que sus líneas no se forma en vano al decir: “La muerte me entregó a su gemelo”, o que “Nadie arde dos veces en el mismo fuego”, cuando en definitiva “Avanzamos tanto que ya no tenemos ni sombra, ni lágrimas, ni la pregunta que nos hizo llegar hasta aquí”, para quedar absorto y preguntar, “¿Quién seré cuando amanezca?”.

“La fatiga conduce a un amor ilimitado al silencio”, diría Cioran. Y aquello resulta referencial en la poesía de Gonzalo Márquez al hablar de la memoria. Aquella visión que se tiene de la incertidumbre, formalización del recuerdo, dibuja una espiral en la que el poeta es el único habitante, viajero de su angustia al reconocerse en imágenes, pensamientos de vía filosófica de un verbo predestinadamente fatigado, y que a la vez lo afianza, frente a las circunstancias, a la vivencia y porvenir de los días, tanteando de manera sigilosa el vértigo de lo implacable y los acontecimientos producidos por la palabra.

El silencio domina en las profundidades de sus poemas. Aquella que no es confesional ni que nos explica el transitar de sus versos. La realeza de la poesía se fundamenta en la metamorfosis de la palabra con la carne, con el espíritu. Con Gonzalo Márquez sentimos aquella sustancia que da su pluma, el terreno donde se soporta un mundo acorralado, tímido ante cualquier verdad verídica y del cual es preferible el dolor para hacer ver la soledad como ámbito, angustia blindada, referencial a lo que en algún tiempo César Vallejo llamó “Las caídas hondas de los cristos del alma”.

Un hecho estético si atendemos al planteamiento de Harold Bloom al ver la estética como asunto individual, como experiencia, un criterio del yo individual. Tal silencio, ineludiblemente, salta a la voz de aquel que se siente identificado.

Gonzalo Márquez Cristo grita: “¿Desde cuando escucho la estrepitosa caída de un glaciar dentro de mí?”; pliega: …“Morábamos en la llama de un candil. Mi nombre estuvo en el vientre… ¿Cómo podré nombrar el silencio?”; susurra: …“Para sobrevivir nos arriesgamos a la memoria, nos entregamos al vacío”; y escribe:

…“Hay quienes persiguen un destierro en
Dios, un asilo en los ocasos. El fuego descendiente,
El granizar de la ausencia…
Vigilo todo lo que muere. Decido ser.
Encomiendo al poeta la protección del instante”.

Cuando Georges Bataille sentenció que “El término de poesía, significa en efecto, de la manera más precisa, creación por medio de la perdida”, lleva a pensar que el ejercicio poético tiene sus raíces en lo profundo del abandono musicalizado por el silencio. Una palabra que puede ser verbo, o la vida misma, llega a verse transgredida cuando se sacude los vestigios de un lenguaje inicial, el recuerdo, la infancia, sacrificándolo para entronizar un lenguaje de perdida, de catarsis pura, vertida en juicios que rasgan aquello que vemos con afabilidad, o que concebimos bajo parámetros sociales, normativos.

En correspondencia con lo anterior, la derrota es un vaso comunicante que se nos muestra para conocer el alma del poeta. La derrota es aquella voluntad donde el pensamiento tensiona convicciones y vuelve las ideas agujas al pretender ver con otros ojos la realidad y los sentimientos. Ligado a un escepticismo, con carácter riguroso, al sentir con radicalismo las esencias intimas como el valor de la palabra, la derrota es un duda por aquello que configura al hombre, tanto en la literatura, filosofía y vida cotidiana, y que a la vez se vuelve en pasión al estar en constante transgresión con aquello que dentro y fuera nos enferma.

Tal perspectiva la podemos evidenciar en su poema Cita de la tierra:

…“Las lágrimas, el miedo, las visiones, y todo
Lo que será recuerdo, me forzó a la fuga de mí
Rostro.

La tierra citó a sus testigos y los árboles
Fueron leídos por el viento. El fuego
Nuevamente interrogó nuestros sueños.
La sangre del amanecer cayó en mi pecho
Y padecí el cruel reinando de las horas.

No sé cuánto más debo perder para que
Me sea develado el poema. No sé cuál es la
Sed que debo atizar para continuar en la
Respiración. Eludí las rutas propuestas por
El sol. Bauticé todo lo perdido. Habité la edad
Del grito. Emprendí el camino hacía mi voz

Y ahora, cuando cierro los ojos, alguien
Regresa a la vida”.

La derrota como lucidez, el gozo de lo inconcebible, permite que el escritor reformule los valores, la felicidad, específicamente dentro de la lírica, haciendo que los paradigmas poéticos sucumban ante el testimonio que va más allá de la simple descripción y se acomode a un verbo que habita con frenesí la existencia, a veces como martirio y otras como odisea del respiro. Líneas como “Me ejercité en la derrota para dejar de estar solo, para fundar un ardor esencial”, certifican que Gonzalo Márquez Cristo transgrede las nociones íntimas, espirituales en la negación de un paraíso para poder recorrer los precipicios de la palabra y ser en ella. Una palabra que estremece y nos invita a conocer la ausencia, un museo solitario que podemos construir mediante la lectura, accediendo así, seducidos por un fatalismo intrigante, a la dualidad del canto en saber si es respiración o caída lo que escuchamos.

Indudablemente la escritura de Gonzalo Márquez me ha llevado a recordar el discurso de Lord Henry, el personaje de la novela El retrato de Dorian Gray en Oscar Wilde, con sus fundamentos claros, existenciales, y ante todo sus determinaciones escépticas. Un hombre que “Lo ha conocido todo con mirada de cansancio”; o que concibe el arte como una “Enfermedad” y el amor como “Ilusión”; paralelo a que es “La muerte lo único que lo ha aterrado siempre”; llevando a apreciar líneas, como por ejemplo: “Despojados del porvenir esperamos en vano que el viento borre nuestras huellas”; asimismo: “Construimos con nuestras miserias la belleza”; y llegar, con sutil aproximación a preguntar, “¿Cuánto sabe el espejo de la muerte?”.

De esa manera, la mirada de Gabriel Arturo Castro sobre la poesía de Gonzalo Márquez resulta fundamental, al decirnos:

“El dolor se transforma en poesía, abstracción, advertencia, cavilación, preocupación por el destino del hombre, recogimiento que se resuelve al proclamar o expresar una tensión”.

Tal huella se ve plasmada en la forma de su palabra. La intuición es el boceto para la arquitectura de su pensamiento. Aquel que fluye en la remembranza y se instaura en la nostalgia, en una suerte de embriaguez por aquello de tener lo que tememos y certificar la renuncia ante lo eterno, a la certeza de un tiempo específico. Los sentimientos, las percepciones, un lenguaje que tensiona para pensar la realidad de manera crítica lo posiciona entre la niebla, en caminos desconocidos donde la incertidumbre es una guía y que, a favor de una poética con firmeza, lo determine en la voz sostenida con que enlaza cada poemario junto a su escritura narrativa y ensayística.

“Portando la palabra será imposible recobrar el paraíso, lo sabemos, pero  buscamos el olvido de la escritura”, dice el poeta en la reflexión del verbo, de la existencia, aquella que se acepta y se disputa en ambigüedad, afianzándose en acontecimientos y todo lo que puede ocurrir mirando desde una senda contraria. Un grito que cuestiona pero que recibe con humanidad; que cercena pero acaricia en la implacable posibilidad del poema.

“El ojo insomne nos condena y por eso cultivamos lo invisible”, es el objeto de Gonzalo para tejer en la niebla; “Siempre que buscamos la belleza encontramos el miedo”, en su caminar a tientas y mostrándose ante lo anónimo; “Nos han forzado al reino del olvido. Los colores inventan las tinieblas y nuestros nombres se tornan cifras”, en una oración que cada vez se vuelve hacia las raíces y se fija en una oscuridad propia. Tal es la calidad del autor Colombiano que en su silencio establece  una expresión dentro de las formas enigmáticas del ser, dentro de la sombra, y bajo la influencia que ejerce la luna, como con los ecos que desde antaño acompañan su pluma.

En la lírica Colombiana, si hay una voz que dialogue, sin fijar el tiempo, con su poesía son los versos de la directa replica que da Las horas de Tiniebla de Rafael Pombo, donde en una mirada intimista legó uno de los poemarios más bellos para la literatura del país. Referencia clara es su verso:
VIII

“Hoja arrancada al azar
De un libro desconocido,
Ni fin ni empiezo he traído
Ni yo lo sé adivinar;
Hoy tal vez me oyen quejar
Remolineando al imperio
Del viento; en un cementerio
Mañana a podrirme iré,
Y entonces me llamaré
Lo mismo que hoy: ¡Un misterio!

¿Qué más palabras pueden haber ante los horizontes y el silencio incisivo que pervive en la poesía? Con Gonzalo Márquez Cristo reconocemos la libertad del poeta que hace sentir, conmover y estremecer a sus lectores en un acto de identificación, en un acto comunicativo que se liga desde y hacia la soledad para forjar el tan temido ámbito de la derrota. Sin simulación en el acontecer de sus palabras, el misterio es su rostro oculto al lograr, en interminable gracia, que poesía y espíritu recobren la morada inicial, precisando, en el punto cardinal de su palabra que:

…”Como hojas secas veremos caer nuestros
Sueños milenarios.

El lenguaje será juzgado, la escritura
Develara sus prisiones, sus Apocalipsis.

Y tal vez entonces podamos escapar.
¿Quién hará la última pregunta?
Ibagué – 2016


HERNANDO SOCARRÁS*




REPARACIÓN

Viene a reparar el dolor 
aliado y con la voz orienta 
el tono del sosiego.
Si, puede alimentar el hambre
que va en la enfermedad.
Y retener el pan como delito
para no morir.
Usará los dientes y las uñas
de las manos libres
dispuestas a ser nudos en la unión.
Y a rasgar papeles mal escritos.
Es lo cotidiano.
Es la interrupción.

  • Hernando Socarrás nació en 1945. Autor entre otros de:Un solo aquello (1980); Piel imagina (1987); Sin manos de atar (1989); Que la tierra te sea leve (1992); Cántico hechizo (1992); Acaso doy voz (1996); El fuego de los nacimientos (2016). Tiene una veintena de libros inéditos.


CARLOS SKLIAR*




La extrañeza de las imágenes

Qué extraño fue todo: esa luz incandescente que parecía abrir y cerrar las paredes repletas de imágenes de sabios, letras y partituras, el tabique rojo de madera que separaba tu cuerpo del mío en una distancia desde la cual era posible oler el aroma perdido de años y allí suponer tus rápidos movimientos de ojos hacia el lugar donde me encontraba; la música indefinida del piano o del oboe o del clarinete que danzaba más que mis manos; la humareda sencilla de círculos azules, uno detrás de otro, como en una chimenea de nubes de invierno atolondrado, y esos perfiles que no podía distinguir porque se ocultaban detrás de máscaras venecianas o de periódicos antiguos que viraban antifaces de papel colados a unos rostros tan conocidos como lejanos. Qué curiosa la forma en que desfilaban delante de mí cada uno de mis viejos amigos, a veces en ronda y otras en una hilera desordenada, como una comparsa que celebraba el reencuentro después de tanto espanto y tanta espera, y qué jóvenes estaban, con esas ropas de épocas romanas, sí, gladiadores solícitos a la batalla dispuestos a morder la arena y la sangre junto a las fieras que aguardaban del otro lado de la sala, mientras escuchaba el golpeteo de los grillos y las cadenas que despuntaban fuego y miedo. Qué sorpresa ver a mi madre andando sin su silla de ruedas, tomándome el rostro con ambas manos y deseándome buena fortuna para ese viaje que yo creía ya haber hecho por la ribera del Cáucaso, y mi padre, memorioso, como hace tiempo no lo estaba, indicándome el modo de no olvidarme del regreso. Qué perplejidad la mía de sentirme así, vacío y relleno a la vez, como si el cuerpo se hundiese y volase por las superficies y los cielos, atravesando las nubes ocres tormentosas y juntándome al descenso y al ascenso de las aves. Qué curioso fue percibir cómo era capaz de escribir todo lo que me proponía, como si las letras fueran extensiones naturales de mi pensamiento y las frases concordaran con el ritmo natural de mis gestos. Y qué modo más bello que tenías de hablarme de nuevo del amor que nos habíamos tenido, a veces aciago y áspero y otras veces excesivo y desopilante, es cierto, pero cautivo en nuestras bocas como si no hubiera modo de arrancarse, y qué palabras tan nuevas, tan serias, tan desusadas me dijiste para calmarme, otra vez a mi lado, en el medio de mis labios secos, en el mismo momento en que estaba completamente adormecido por la anestesia, 
minutos antes de entrar al quirófano. 

*Del libro: La niña que no había nacido antes (y otros relatos).

  • Buenos Aires (Argentina), 1960. Doctor en Fonología, Especialidad en Problemas de la Comunicación Humana con estudios de Pos-doctorado en Educación por la Universidad Federal de Río Grande do Sul, Brasil y por la Universidad de Barcelona, España. Ha sido profesor adjunto de la Facultad de Educación de la Universidad Federal de Río Grande do Sul, Brasil, y profesor visitante en la Universidad de Barcelona, Universidad de Siegen (Alemania), Universidad Metropolitana de Chile, Universidad Pedagógica de Bogotá y Universidad Pedagógica de Caracas. Es investigador del Área Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) Actualmente se desempeña como Investigador Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Argentina. Entre sus obras más representativas destacan: La Intimidad y la alteridad, La Educación (que es) del otro, Huellas de Derrida, No tienen prisa las palabras, Lo dicho, lo escrito, lo ignorado, Desobedecer el lenguaje…





COLECTIVA EN LA VACHE BLEUE