No. 539 Diario de un virus
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FUNDADORES: Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio. DIRECTORA: Amparo Osorio. COMITÉ EDITORIAL: Iván Beltrán Castillo, Fabio Jurado Valencia, Marco Antonio Garzón, Jairo Alberto López, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio, Fabio Martínez, Javier Osuna, Sergio Gama, Mauricio Díaz. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica). Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Luis Rafael Gálvez, Martha Cecilia Rivera (Estados Unidos); Jorge Torres, Jorge Nájar, Efer Arocha (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Renato Sandoval (Perú); Luis Bravo (Uruguay); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela);
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DIARIO DE UN VIRUS
Descripción: copertina cadavid corretta (1)
Jorge Cadavid
CALIGRAFÍAS
De caligrafía cálida
la Muerte Negra
escribió en ráfagas sus versos.
De caligrafía fría
la Viruela fue escrita en Macedonia
nos tatuó el rostro.
El Cólera en el trópico
pasa sin gravedad, sin peso:
un ojo mira alelado la lluvia.
Del Ébola prefiero callar
su gramática de sangre lo licúa todo
es del color del ala del murciélago.
La Gripa escribe la crónica del viaje
a través del mundo, el fin es su principio
música al borde del abismo.
La peste nos regala lecturas
fantasmales de la Edad Media
de lo que es sin haber sido.
Su verdad está en otra parte:
-El espanto-
deja a Dios pensativo.
CHINA
Érase un Li Po ebrio
con la luna apestada.
Érase un Tu Fú pintando con sangre
el Río Amarillo.
Eran tiempos de gripa.
Un crisantemo estornudaba polen.
El lenguaje del oráculo tosía.
Escribe: Érase una muralla rota.
Mis palabras pictográficas
fueron confinadas
en papel de arroz.
ELEGÍA
Solo un virus
despierta lo dulce de las células
y nos deja temblando como sombras.
Solo él vuela en la bolsa de plástico
hinchada por el viento, en la calle vacía.
Solo él tiene mi edad, mi peso, mi estatura.
Solo un virus prueba la pureza de nuestra sal
la inmortalidad del insomnio.
Solo él nos deja vulnerables
nos imprime un moretón azul en el pecho
como un antiguo epitafio.
TEXTURAS
No hay dos días iguales
ni dos nubes fugaces sucesivas.
La peste hace mella en la estirpe.
La bacteria danza gloriosa
en una gota de rocío.
Devora la inocencia y la experiencia.
Los virus bordados del revés de la túnica
traspasan el tejido
y el envés de lo Eterno
se convierte en derecho.
El patógeno inventa lo que toca.
Enfría el Ecuador y derrite la Antártica.
EPIDEMIOLOGÍA
La poesía hebrea es prosa.
Científicos y poetas son judíos.
Todo es una cifra en la memoria.
La plaga de Atenas que describió Tucídides
se dice que coaguló la luz.
La peste del Vesubio diluyó en cenizas a Pompeya.
La epidemia de Antonio mermó al Imperio Romano
hasta los árboles encanecieron.
La Peste Negra aparce coronada de laurel
y su virulencia no pasa por alto.
El lenguaje es un virus que no pregunta.
Solo lo escucho bajo el cordón de estrellas.
Motas de polen arremolinan las letras.
Los ojos hacia el Este.
La nariz hacia el Oeste.
Los virus se dispersan en copos
en la página como en la nieve.
RETROVIRAL
Un virus es un pintor de sociedades.
Su pincel eterniza
la belleza de la Danza Macabra.
Entre el persa antiguo y el babilonio
su función es repartir la eternidad
administrar el destino.
Su mensaje dice que hasta el final de los días.
Fue enviado a este mundo para inquietar.
Le gusta que consultemos los oráculos
que perdamos la linterna en la noche
que nos sintamos vulnerables
hacer tormentas por instantes
en un vaso con agua.
BLAS PEROZO NAVEDA (1943-2020)
Descripción: blas
EL Poeta venezolano, ganador del premio nacional de poesía (1989), acaba de morir en Maracaibo. Gran dolor y pesar para todos los que fuimos, cercanos o distantes, sus amigos. Yo lo recuerdo con gran cariño en aquellos mis días por Venezuela, ya fuera en Maracaibo o en Mérida, donde yo residía a principios de la década del 70. Tengo memoria de uno de sus libros de poemas que acababa de publicar, 1973, y que se titulaba “Date por muerto que sos un hombre perdido”. Título que a mí me parecía muy propio para nuestra época andariega e irresponsable. Uno de esos días, tarde en la noche y mientras caía un “palo” de agua que retumbaba desde el Catatumbo hasta el Pico Bolívar de la Sierra Nevada de Mérida, apareció Blas en mi casa de La Pedregosa, y con él una botella de ron. Muchos años después, al escribir mi novela “La piel por la piel”, centrada en Mérida, recordé lo que sucedió esa noche borrascosa, y le presté mis recuerdos al personaje Elipsio de la novela, mientras que Blas se convirtió en la ficción en Mauricio Fernández. Valga este momento para compartir esos recuerdos con los amigos de Con-Fabulación como homenaje y memoria del amigo poeta Blas Perozo Naveda.
Homenaje de: Armando Romero
Fragmento de la novela La piel por la piel
Caracas, Monte Ávila Editores, 1999; Cali, Universidad del Valle Editores, 2017
Descripción: arman
¿Qué símbolo, que signo traía esa serpiente de cola a cabeza? ¿Una metáfora de vida a muerte? ¿La imagen de vidas enroscadas en entradas sin salidas?
Fue en una de esas noches de lluvia torrencial y aparatosa cuando Mauricio Fernández, el maracucho poeta, se descolgó por lo de Elipsio a pedirle auxilio a éste y a Krishnamurti, a quien por si las moscas llevaba en el bolsillo, para que lo sacara de las desavenencias y las dudas en su integrarse o desintegrarse a esa "República del Este”, como se lo señaló Jacobo, utilizando su vena histórica, circunstancial y directa mientras se refería a la relación de Mauricio con Karol Mrozeck, la bella polaca.
Elipsio lo oyó por el largo rato de su plática que enredaba todos los análisis posibles y las respuestas imposibles y luego declaró que no tenía nada qué decir.
-Poco nos queda del amor para desperdiciarlo en palabras -agregó.
Mauricio se quedó cavilando estas palabras de Elipsio pero no encontró cómo responder o continuar hablando. Ya su monólogo había sido devorado por el golpear continuo de la lluvia sobre el techo de zinc y las vueltas humeantes de un "blues” haciéndose realidad en una Chicago de tiempo en el sueño, el cual, como ya todos sus amigos sabían, era costumbre de Elipsio repetir como fondo de enigmas y otras épocas. Sin embargo, Mauricio no se detenía y con el vaso en la mano caminaba de un extremo a otro de la sala, pensando, rumiando.
-Es verdad, coño, no hay nada más que decir. Pero, ¿por qué? ¿Por qué todo esto, coño de la madre? ¿Dónde me estoy metiendo? -insistía en su soliloquio.
Era un agujero negro la noche. Cuando llegó Mauricio empapado por la lluvia ya Elipsio estaba durmiendo hacía rato. Tal vez por eso ahora sentía que el ron no le iba bien por el cuerpo. Un temor extraño, de algo incierto, lo consumía. Era como si todavía estuviera en otra parte, confundido entre el sueño y la nada aparente de estar dormido.
-Hay un momento en que las cosas adquieren su propio orden, de eso se trata -dijo Elipsio.
-¿A qué te referís vos? -preguntó Mauricio en medio de la sala.
-Vamos a hacer té -propuso Elipsio, convencido que lo último lo había dicho sabiendo, con el viejo Macedonio, que no toda es vigilia la de los ojos abiertos.
Fue cuando regresaron de la cocina con el té preparado y humeante que lo vieron. Era un insecto grande, como un cucarrón enorme, el que movía su cuerpo pesado por las baldosas de cemento de la antesala frente al patio, al lado de la hamaca, por entre las sillas. Seguro que venía de la lluvia atraído por la luz y allí estaba como pidiendo auxilio, preñado hasta el infinito. Pero Mauricio no lo vio así y sintiéndose amenazado por la que tal vez podía ser imagen de los interiores de su pensamiento, lo aplastó horriblemente con el zapato derecho de suela doble.
Elipsio, horrorizado por esa violencia en la noche, no dijo nada, sólo oyó el chasquido de tripas afuera y siguió hacia la sala sin mirar hacia atrás. Mauricio lo siguió y tomaron el té en un silencio que el maracucho quebró luego retomando los desperdicios de su monólogo amoroso. Al rato dijo que se iba, que volvía a su casa. Elipsio lo invitó a quedarse:
-No te vas a ir con estas lluvias.
-A lo mejor la lluvia me ayuda en algo -dijo el otro, y se fue de un sólo salto hasta la antesala.
Elipsio siguió pensando cómo iba a hacer para convencerlo de no irse por entre esos ruidos amenazantes y ensordecedores del chubasco. De pronto Mauricio miró al suelo y quedó allí petrificado. Al llegar a su lado Elipsio buscó lo que aquel miraba con estupefacción. Del insecto aplastado salían, brincando, miles de pequeñas culebras, lombrices, virutas negras, que se enroscaban en sí mismas y entre las otras para dar sus espeluznantes saltos.
Elipsio fue rápidamente hasta la cocina y trajo un inmenso desatornillador con el que trató de partirlas en dos. Fue en vano, ni siquiera porque puso toda la fuerza de su cuerpo detrás de la herramienta. Mauricio le quitó el desatornillador y encontró el mismo resultado.
-Son como de acero, las malditas -fue lo que dijo.
Ya las culebritas eran un montón considerable por toda la antesala.
-Van a invadir la casa -dijo Mauricio.
Elipsio corrió de nuevo a la cocina y trajo un balde de gasolina y una escoba. Con cuidado las reunieron en el centro de la antesala, quitaron las sillas y la hamaca. Los pequeños demonios retozaban al resplandor de sus brincos en una danza de aquelarre. Elipsio los roció con el combustible y Mauricio sin tardanza les lanzó un fósforo.
Las llamaradas subieron casi hasta sus rostros mientras un chisporroteo aunado a pequeños estallidos consumaba una fiesta que le debía su acento a las pesadillas.
Sentados a prudente distancia los dos esperaron a que se consumiera el fuego. Los restos fueron cenizas que el viento de la lluvia esparció por todos lados. Por mucho rato no se movieron. La vista fija. Nadie habló nada. En el centro de la antesala una mancha de color marrón, resinosa.
-Le voy a pedir a Karol que se venga a vivir conmigo -dijo Mauricio.
Elipsio lo miró y no pudo contener una estruendosa carcajada. Mauricio pareció sorprenderse al primer momento, pero pronto lo siguió. Sólo pararon de reír cuando se terminó todo el ron de la casa y ya no podían bailar del puro cansancio el ritmo de los "blues” y la lluvia al amanecer.
Elipsio, borracho sobre un rincón, acogotado de frío, tiritando, le contó entonces a Mauricio que la verdad de su verdad era que tenía que encontrar la forma y el tiempo para escribir ese vacío de tinta que se había abierto en la avenida Lincoln, en los metederos de Armitage, en Chicago, y que por eso estaba allí, nada más le importaba un carajo, que se vayan todos para la mierda pero que me dejen hacerlo, volver a ese sitio con las palabras y recuperar los días aullantes hasta que salga el sol. Le repitió esto a Mauricio y más porque habló de ella, del caminar tras sus pasos, y presentirla perdida por los vericuetos del "Loop”, en la calle, en los vicios del día. Pero hacía mucho rato que Mauricio dormía arrodetado en el colchón de la sala y nada oyó ni tuvo sentido.
ENCUENTRO EN EL CAFÈ DE DOS EXCOMPAÑEROS DE FACULTAD
Descripción: MAC
Marco Antonio Campos
Se dieron un gran abrazo. Se sentaron a la mesa.
-Tantos años…
-Sí, hombre, uno debería cuidar a los amigos; luego uno se da cuenta de su negligencia.
Por media hora hicieron recuerdos de maestros y ex compañeros, en la que no faltaron decesos, fracasos, ignorancia del paradero,
-Disculpa, querido Raúl, quisiera preguntarte algo que ha sido un misterio para mí. ¿Por qué, si te apasionaba tanto la política, no te dedicaste a ella después de la universidad? Todos lo auguraban. Veme a mí, que he pasado por tantos puestos, sirviendo siempre con talento y pasión a México, próspero, con varias casas, dos hijos estudiando en el extranjero y dos hijas casadas con empresarios importantes –dijo Santiago.
Raúl se quedó callado unos momentos.
-Pienso que tal vez intuí que no quería autoengañarme y justificar como buenas y necesarias las acciones y decisiones, con las cuales muchas veces se llena uno las manos de sangre o lodo, acciones y decisiones en que se traiciona a sí mismo, pero que el político, más con mala que con buena retórica, las retuerce y las falsea hasta convencerse de que fueron las adecuadas y ante los demás arguye que con ellas sólo ha buscado la defensa del país y el beneficio del pueblo.
Se hizo un largo silencio.
Pidieron la cuenta.
Se despidieron de mano.
POEMAS DE WINSTON MORALES CHAVARRO*
Descripción: wins
Del libro La Dulce Aniquirona
VII
Extranjera
Danza de fuego
Sé que la muerte es escuchar otras voces
Y por eso
Poso mi oído
En la cascada de tu río.
Busco la muerte
Y camino desnudo entre las piedras
Busco esa voz
¿Acaso distante?
¿Acaso cercana?
Tal vez en mí
Disfrazada en mí.
Sé que allí
En el silencio obscuro del espejo
Está el sonido orquestal de otra mañana,
Mi cabeza se agita con el viento
Y llueve
Llueve y he sabido con la lluvia
El diccionario abierto del camino.
Del libro De regreso a Schuaima
XII
LA LLUVIA
Siempre llueve en Schuaima
Siempre ese precipitarse de los cielos a la Tierra.
Me abrazo a los chorros monocordes de los ríos
Y los cansancios de mi cuerpo se mitigan
Por el beso polimorfo de estas lluvias.
Siempre llueve en Schuaima
Y los follajes de los fresnos
-igual que los patos en parvada-
Bajan cantando por el ayuntamiento y sus orillas
Y los sinsontes se pegan a mi boca
Como los hilos luminosos de una estrella.
Siempre llueve en Schuaima
Y uno aprende a querer esta lluvia estrepitosa
Uno se acostumbra a su desnudez de ropas
A su delirio de doncella
A sus pezones grises,
De donde mana una agua inescrutable
Que moja y contagia de pureza
Hasta los precipicios de la muerte.
Siempre llueve
Y uno sumerge la cabeza contra el viento
Y la lluvia llega como un tumulto de palomas
A anidar en nuestras ramas los próximos veranos.
Siempre llueve en Schuaima
Siempre los espejos y cristales
Descendiendo de las noches desarmadas
Y un resplandor inamovible
Se deposita en nuestros hombros
Y una queja luminosa
Llamea por los bosques
Y unos pájaros de agua
Proclaman la grandeza de esta Terra.
Del libro Memorias de Alexander de Brucco
II
CANCIÓN DE EVA A ADÁN
(Para mitigar el viaje)
Cuán hermoso es el barro que se levantó de otras orillas
Y se formó como un pájaro en el bosque
Hasta cantar la diadema de los ríos.
Cuán bello su orgullo de hoja seca
Que se doblega como un faro
Al contacto inmisericorde de la espada.
Cuán bello es el hombre que bautizó a los animales de la selva,
Puso nombre a los ríos de la muerte
Y le canta al Chatak de los lejanos pinos
Para que descienda el agua de la acequia
Sobre las viñas y los olivares de las sombras.
Cuán hermoso es Adán
Innumerables son los hijos que le ha arrojado al mundo,
Innumerables las manzanas que lleva bajo el brazo,
Innumerables los ríos que ha sobre-nadado
E innumerables las colinas y las arenas recorridas
En su último destierro.
Cuán hermoso es el pájaro del Génesis:
Su boca tiene la medida exacta de los frutos del Apocalipsis
Y sus ojos las visiones premonitorias
De todos los calvarios:
Las hojas afiladas y serradas
De sus próximos destierros.
Cuán hermoso es Adán
Cuán magna su sabiduría de la muerte
Su tortuoso caminar por los recovecos de esta Terra.
Cuán hermoso el paradigma del sepulcro,
Sus costillas, sus cabellos, sus ojos, sus pestañas,
Sus manos de extranjero
En los confines de otro continente.
Cuán hermoso es Adán
Esta noche me entregaré de nuevo a sus mieses, a sus frutas,
A su siega.
Como quien va de los precipicios de las sombras
Al vórtice inigualable de otro paraíso,
Me entregaré de nuevo a él
Como la última manzana,
Como la última mujer que puebla sobre el mundo.
Del libro Temps era temps
I
TEMPS
…La fiesta en la casa.
La algarabía de un río profundo
Que agrieta murallones y techos.
Un río universal
Viene por debajo de los pisos
Y nos recuerda que estamos hechos
Sino de las mismas cosas
Sí del mismo elemento.
¿Hacia dónde corres tiempo?
¿Hacia qué escudos tus manillas de hambre?
¿Cómo trepas con tu escoria de esperma las llagas del cristo?
Tu péndulo aséptico encanece relojes,
Espejos,
Bobinas
Y demás anticuarios
Que ahora son como una herida en el hombro,
Una herida multiforme
Que quema la carne de Dios
Y que flagela el reloj de un arcano sublime;
La torre que me pertenece
Y que ahora está derruida
Como mi muerte en la piedra del aro…
Del libro Camino a Rogitama
FAETÓN
Igual a Helios,
El de los rayos ligeros,
Igual a Aquiles,
El de los pies veloces
Penetraré en ti,
Me hundiré en ti,
Naufragaré en ti,
Como un piloto obnubilado por el calor del sol.
Y transitaré,
En el carro alado del crepúsculo
La carretera ardorosa de tu fisonomía,
Las curvas peligrosas de tus disensiones,
El beso apasionado de tus coyunturas.
Y sucumbiré,
En el fervor que emana
De los miembros que cantan
Hasta despuntar el alba de los que mueren pletóricos de tanto orgasmo.
Igual a Cástor,
El domador de caballos,
Igual a Héctor
El del casco tremolante,
Me rebelaré en la orilla prefijada de tu sexo
Y transitaré por su calor de sol
Hasta quemar mi boca con su candor y su Vellocino virgen.
Y urdiré,
Con el poderío de Ayax Telamonio,
La fortaleza de tus brazos,
La candidez de tus tobillos,
El tálamo de tus pechos y tus muslos.
Y caeré pesadamente sobre tu vientre,
Como el hombre moribundo que logra el
paraíso,
Como el adolescente que duerme tiernamente
Sobre el regazo caliente de sus concupiscencias.
Del libro La ciudad de las piedras que cantan
Canto VI
El camino subterráneo,
El que conduce a Ich-Caan-Sihó,
No acaba, No tiene fin,
No posee principio.
Es tan aéreo, tan terrestre, tan oceánico,
Como el viento, como la roca, como las estepas de Uaxactún.
El camino
-El del ascenso o el descenso-
No tiene forma,
Está lleno de resquebrajaduras;
Su aire enrarecido,
Cargado de cerbatanas y de hondas,
Dificulta un poco nuestra respiración física
Porque antes de emprender la respiración del espíritu,
De la conciencia,
Un hálito de luz empieza por llegarnos,
Por encender los pulmones de nuestro misticismo.
El camino,
El que viene cargado de aromas,
De Jaguares de piedra
Nos espera,
Es apto para todos,
Está abierto en la hora en que a cada uno le corresponde;
En la hora en que el himno del Peyote
Iza su música en el oído de nuestra propia muerte.
El camino
-Los códices ya han hablado de él-
El que conduce a la puerta de los otros mundos,
El de la etapa postrera que nos redime
No finaliza,
No tiene ángulos,
No posee redondez
Tiene la exactitud de todos los pasos,
La similitud lejana y distante
De todos los espejos.
Del libro ¿A dónde van los días transcurridos?
V
Mi joven amada
Habla de lustros y de décadas
Como si se tratara de una flor abierta
A la lengua de una mariposa.
Es como si de su boca todo rejuveneciera,
Todo adquiriera el brillo del celofán
Para la navidad que aún no hemos tenido.
Mi joven amada me habla del invierno
Como si la hora del otoño estuviera aún distante.
Para ella no existen las partidas;
Nuestros hijos retozan sobre el árbol de la noche
Y los vientres desnudos aguardan el calor de una luna nueva.
Mi joven amada no sabe que cien años
Duran lo que un pábilo en la superficie de una lámpara.
Todo ha pasado para los dos.
Todo ha terminado para los dos.
Mi joven amada me abraza;
No sabe que se envejece
Mientras una hoja cae sobre el césped del solar.
VI
Las quince candelas que se van apagando
Asemejan la vida.
Cada candelabro es una historia,
Un ascender por el primer borrador de tu página de espejos.
El ir descendiendo por estos cristales
Supone cierta alegría inocente:
Uno va destejiendo retazos
Pequeños ardores de infancia y de juventud.
La madurez se torna sombría conforme avanzan las horas.
La llama del pábilo oscurece;
No por los años que desfilan entre montículos
Sino por el tapiz “racional” que le añadimos a lo que resta de camino.
Hay una vela que no se apaga nunca,
Que insiste en un eterno resplandor
Pese al frío que traen consigo las primeras lámparas del día.
Quizás sea la muerte
La flama del vacío más puro
Que fulgura junto a la llama que obstinada golpea a la puerta.
*Poeta, novelista y periodista colombiano nacido en Neiva, en 1969. Magister en Literatura hispanoamericana de la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito. Profesor de tiempo completo en la Universidad de Cartagena.Sus textos han sido traducidos al francés, inglés, polaco, alemán, rumano, chino e italiano e incluidos en diferentes antologías nacionales y del exterior. Entre sus libros publicados destacan: Aniquirona: poemas, Bogotá, 1998; De regreso a Schuaima, Ediciones Dauro, Granada (España), 2001; Antología, Bogotá, Colección Viernes de poesía, Universidad Nacional, 2009; Camino a Rogitama, Neiva, 2010; ¿A dónde van los días transcurridos? Bogotá, Universidad de La Sabana, 2016; Summa poética: antología personal, Bogotá, 2005; La dulce Aniquirona, Cartagena, Comunicadores Udec, 2015
METAPHYSICA
cruzo tu sombra
y soy yo quien me extingo
Carlos Ciro
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