No. 440. Lúdicas

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FUNDADORES: Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio. DIRECTORA: Amparo Osorio. COMITÉ EDITORIAL: Iván Beltrán Castillo, Fabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio, Fabio Martínez,  Javier Osuna, Sergio Gama, Mauricio Díaz. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica). Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Luis Rafael Gálvez, Martha Cecilia Rivera (Estados Unidos); Jorge Torres, Jorge Nájar, Efer Arocha (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Renato Sandoval (Perú); Luis Bravo (Uruguay); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela);
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LÚDICAS, NUEVO GENERO EN NUESTRA

COLECCIÓN INTERNACIONAL DE LITERATURA

LOS CONJURADOS




A MODO DE INTRODUCCIÓN

Palabreo con sazón, es una apuesta a continuar con esa larga tradición de los juegos verbales, que alegran la vida de todos aquellos que disfrutan con la sonoridad de las palabras, el ritmo, la rima, el trabalenguas. Juegos enraizados en la tradición, en la familia, en la comunidad, en la escuela; voces que van y vienen de una generación a otra, marginales a veces, pero siempre presentes en los labios del niño que nunca dejamos de ser.

Cada uno de los textos que lo conforman, más allá de los referentes que puedan contener, buscan ser un modo de acercamiento a la palabra que dejamos de lado, mientras pasamos raudos por las rutas circulares de la cotidianidad. A esa palabra, que de una parte nos constituye, y nos permite transformarnos y transformar nuestro mundo; y de otra, nos alienta y nos da los condimentos que necesitamos para vivir.

En esta última dimensión se mueve el presente libro. La de los juegos verbales, que aunque aparentemente inútiles y absurdos, cumplen una función lúdica inefable; un modo sencillo y natural de diversión, al cual recurrimos no sólo en la infancia, sino también en distintos momentos de la vida, en circunstancias disímiles, incluida la soledad. Tararear, repetir, rimar, contar, son acciones que realizamos cuándo y dónde menos lo esperamos.

Pero, además de la función lúdica, los juegos verbales, de manera especial los trabalenguas, cumplen una función educativa excepcional para afianzar los distintos aspectos de la lengua: fonético-fonológico, semántico, morfológico, sintáctico, ortográfico. Asimismo, constituyen un fabuloso recurso para el fortalecimiento de las habilidades comunicativas: escuchar, leer, hablar y escribir.

Por otra parte, los trabalenguas, que algunos consideran “juegos de sabios”, también coadyuvan al aprendizaje de conocimientos y tradiciones; al acercamiento al género lírico; a la repetición y memorización; al desarrollo de la musicalidad, la creatividad y la fantasía; al tratamiento de problemas de dislexia, disgrafía y lateralidad. Su ejercitación continua pone a prueba la agilidad verbal y aumenta la capacidad y velocidad mental.

Queda con ustedes este libro, para que disfruten tanto de los trabalenguas, como de las ilustraciones del Maestro Eduardo Esparza. Permitan que sus aromas visuales y auditivos contagien su imaginación. Dejen que haga parte de sus mundos, y compártanlo con sus amigos reales e imaginarios.

EL AUTOR.


CONTENIDO EXPLICITO
Una trilogía americana



Juan Sebastián Gaviria






MAPA DEL DESALOJO


Armando Rojas Guardia*


Falta de mérito

Si yo fuera capaz de entrar por fin
en esa pulcritud del aire inmóvil
que he llamado silencio en el poema;
si yo fuera capaz de nombrar árbol
como esta tarde el árbol se mostraba
a sí mismo en la quietud del parque;
si yo fuera capaz de parecerme
al objeto real de mi escritura
(al agua misma cuando escribo agua,
al vaso limpio cuando escribo vaso);
y si fuera posible merecerte,
cosa que ultrajo en tu mudez precisa
al hacerte sonar en mi palabra,

yo entraría en la luz de lo que digo.

Valió la pena constatarlo

Te escuchaba reír, y adivinaba
aquel barro más hondo
de mi cuerpo,
el lodo blanco
que formó a mi alma,
la materia
de mi última, real anatomía.

Me basta estar ahí
donde te ríes,
para saberme grieta,
un hueco florecido,
algún cántaro roto,
el más húmedo
y podrido maderamen.

Oyéndote yo sé
que no hay remedio,
que nunca podré ser
aquel frondoso Armando prometido,
que siempre seré el monje
mendicante,

un mínimo juglar,

el poeta, sólo.

El excluido

No se lo encuentra de veras en el templo.
Su morada, si así puede llamarse al desamparo,
es precisamente el gran afuera,
el periférico sitio donde vive
aquél siempre excluido, el no invitado,
quien no pernocta –digo bien: pasa la noche–
lejos de la hogareña luz bajo la cual
transcurre el reposo ensimismante
que no nos deja salir hacia ese absoluto,
peligroso descampado en cuyo centro
aguarda él, desconocido, delincuente quizá,
tal vez un enemigo, pero de cualquier manera
extranjero, ignorable por los rigurosos códigos
que nos prohíben saludar a un extraño
y mucho más brindarle la acogida
de convidarlo a nuestra casa.

El excluido, en lo oscuro, te interroga
sólo con su aguardar eterno. ¿No escuchas
aquellos insistentes pasos revelándote
la apátrida vigilia de su insomnio?
Pero encontrarlo significa salir,
sobre todo salir, padecer la incomodidad
de la salida al afuera sin refugio,
dejar la lámpara, el sillón, la mesa puesta,
y emprender el noctámbulo esfuerzo
para descubrirlo en la prisión culpable,
y en la pobreza toda, y en la herejía
acusadora de tu léxico mental,
y en la viudez de lo cierto, simplemente
en el cáncer, la lepra, la agonía:
situado allí donde el paisaje se presenta inhóspito
por distinto a los que ya conoces,
a los que acaban devolviendo tu mirada
como un espejo contumaz.
Es él. El que no invitaste. Ahora lo sabes.
Lo descubriste al fin, llorando noche.
Sólo te falta venir junto a esas llagas,
Ese hambrear harapiento, esa incertidumbre, ese delito,
esa implacable interpelación del diferente
hasta el centro mismo de tu casa y celebrar
la cena –sí, celebrarla– al compartir
con él, Único y múltiple, Otro central y repartido,
el pan terriblemente suave;
dejando la conciencia de que pudiste hacerlo
en la oscuridad cerrada, tras la puerta.

*Poeta, ensayista, pensador venezolano de amplia trayectoria. Cursó estudios de filosofía en Caracas, Bogotá y Friburgo (Suiza). Es autor entre otros de los poemarios: Del mismo amor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja herida (1985), Poemas de Quebrada de la Virgen (1985), Hacia la noche viva (1989), La nada vigilante (1996), El esplendor y la espera (2000) y Patria y otros poemas (2008). Es autor además de los libros de ensayo: El Dios de la intemperie (1985), El calidoscopio de Hermes (1989), Diario merideño (1991), El principio de incertidumbre (1994) y Crónica de la memoria (1999). Se ha hecho acreedor del Premio de Poesía del Consejo Nacional de Cultura de Venezuela en dos oportunidades (1986 y 1996) y del Premio de Ensayo de la Bienal Mariano Picón Salas en 1997.

NUESTRAS IMÁGENES

Por Mauricio Palomo Riaño*




“Exodus” es una novela tejida desde diversas voces intradiegéticas, descripciones constantes y recuentos de una historia que es coherente con el perfil de sus distintos narradores. Dos tiempos históricos diferentes se conciben en un relato crudo y degradado de la violencia partidista, sin eufemismos. El contenido concentra su foco conceptual en un contexto histórico que nos pertenece como colombianos; la década del cincuenta bien anclada de manera espacio-temporal, evidenciando una investigación juiciosa de época que denota ahoras y consecuencias.

Con el manejo de una prosa sencilla pero diciente, Pablo Alfonso va hilvanando una historia que no es otra cosa que la historia de todos. Además en el asunto de forma es perceptible una potencia absoluta en las descripciones y las frases certeras en varios de los pasajes de la novela que se desgajan de los renglones propendiendo la reflexión.

Las imágenes son diáfanas, construidas con una prosa cristalina que hilada desde las diversas voces, van enterando al lector de la fábula de la textualidad, una fábula, que es imperante manifestar, va mucho más allá del hecho de narrar la historia de las guerras intestinas de nuestro país, tratándose más bien, de un desentrañar desde cada personaje la esencia humana, sensible y psicológica de cada uno de nosotros, los que con desnudez simbólica  nos vamos viendo paulatinamente reflejados en este espejo de tinta.

Ricardo Piglia en su texto “la tesis del cuento” habla del trabajo narrativo con dos sistemas de causalidad, asunto que no opera sólo en el cuento, razón de ser del trabajo del argentino, sino que se relaciona con todos los géneros tradicionales de la literatura. Alfonso logra contarnos las vicisitudes de una época difícil de la historia colombiana, sí, pero también nos acerca con denuedo, al concepto hondo de la vida. Se entiende entonces “Exodus” como el asomarse a un azogue edificado desde una pluma de la que no saldremos siendo los mismos. Confrontados, complementados y alimentados, la imagen que nos proyecta esa lamina de cristal salpicada en cada página nos hará, sin duda, amar ese algo que ha perdido el valor en estos tiempos caóticos, el suspiro fugaz que constituye la existencia, además de todo ese privilegio maravilloso que nos recoge a todos los que aún tenemos la dicha de ostentarla. ¿O entonces, cómo más explicar el cuestionamiento que nos interpele cada uno de los personajes de esta novela?, los sentimientos encontrados que nos reúnen, desde la reflexión de la renuncia al amor en un personaje como Elvia, al extremo de la rabia y la impotencia en un personaje como la boba, cuando al autor se le viene en gana asesinarla, primero en vida y después definitivamente.

Quiero citar a William Ospina en su texto La humanidad frente a la guerra: “Nuestras ciudades y grandes cabeceras municipales no crecieron porque el modelo urbano atrajera a las multitudes con su modernidad, su empleo, sus patrones de consumo, sus espectáculos. Crecieron porque una ola de horror expulsaba a los campesinos de sus tierras, llenándolos de recuerdos dolorosos. Y la primera generación de desterrados no llegó a construir su mitología de la ciudad sino a vivir la nostalgia del campo perdido”. Este fragmento representa una de las grandes metáforas de la novela de Alfonso.

Bienvenidos a una conversación temporal a base de testimonios que es lo que se teje en “Exodus”, una narración escrita con disciplina, con el cuidado de unas palabras sencillas y honestas que van trabajando una generalidad desde particularidades dolorosas y resignadas que originan, además, en el lector, la impotencia de los días en que pudimos amar, pero que la violencia nos lo negó para siempre.


* Profesor de Literatura de la Universidad La Gran Colombia. Ha escrito los libros de cuentos Nombrar la ausencia. 2014 (Común presencia editores, colección los Conjurados) y Caja de Pandora. 2016. (Senderos Editores).