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con el
asunto “Retiro”
2016-2017
A todos nuestros lectores un abrazo fraterno en estas
navidades y los deseos fervientes de Con-fabulación porque el 2017 sea un año
pleno de armonía, salud y amor.
CUENTO DE NAVIDAD
RAY BRADBURY
El día
siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves
espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el
niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera
lo más agradable posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo
porque excedía el peso máximo por pocas onzas, al igual que el arbolito con sus
hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para
celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos
llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
-¿Qué
haremos?
-Nada,
¿qué podemos hacer?
-¡Al niño
le hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena
aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre
fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
-Ya se me
ocurrirá algo -dijo el padre.
-¿Qué…?
-preguntó el niño.
El cohete
despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y
dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar
donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros
durmieron durante el resto del primer “día”. Cerca de medianoche, hora
terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
-Quiero
mirar por el ojo de buey.
-Todavía
no -dijo el padre-. Más tarde.
-Quiero
ver dónde estamos y a dónde vamos.
-Espera un
poco -dijo el padre.
El padre
había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta
de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido
que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba
resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
-Hijo mío
-dijo-, dentro de media hora será Navidad.
-Oh -dijo
la madre, consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría.
El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-Sí, ya lo
sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.
-Sí, sí.
todo eso y mucho más -dijo el padre.
-Pero…
-empezó a decir la madre.
-Sí -dijo
el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo
pronto.
Los dejó
solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-Ya es
casi la hora.
-¿Me
prestas tu reloj? -preguntó el niño.
El padre
le prestó su reloj. El niño lo sostuvo entre los dedos mientras el resto de la
hora se extinguía en el fuego, el silencio y el imperceptible movimiento del
cohete.
-¡Navidad!
¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-Ven,
vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron
de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los
seguía.
-No
entiendo.
-Ya lo
entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado.
Se
detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó
tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz
desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
-Entra,
hijo.
-Está
oscuro.
-No tengas
miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron
en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante
ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y
medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se
quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el
espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se
pusieron a cantar.
-Feliz
Navidad, hijo -dijo el padre.
Resonaron
los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la
nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato,
simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el
resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.
EL PRINCIPITO
Antoine de St. Exupéry
(Fragmento)
Que estas fechas renueven en nuestros
corazones la alegría de la infancia