Gonzalo Márquez Cristo: un
anacoreta citadino
Por Ricardo Rondón Ch.
La parca, en este desbarajustado país, debe
estar narcotizada, y con razón, que viene enredando en su guadaña a los
equivocados.
La semana anterior cargó con el
profesor Jorge Consuegra, periodista, escritor y activista
cultural. Y esta: en la noche del 25 de mayo, en Bogotá,
con el poeta, cronista, ensayista, crítico y editor Gonzalo Márquez
Cristo.
Nada que ver con el Márquez del
Nobel, ni menos con el Cristo de Julio
Sánchez de la W, que con su ego entronizado es la
antítesis de la poesía aunque trate de escarbar en su incipiente cultura
literaria para recitar a dos voces con Calvás poemas
de Jaime Sabines y Antonio Machado.
Gonzalo Márquez Cristo era y
será un escritor en su verdad, un poeta en su luminosidad inagotable. De eso
dan cuenta sus libros, sus novelas, sus ensayos, sus compendios de relatos,
sus antologías, sus poemarios: Oscuro nacimiento, La morada fugitiva,
La palabra liberada, Las muertes inconclusas, Ritual de títeres, Apocalipsis
de la rosa, Cuentos perversos entre otros, o sus
entrevistas de colección a cuatro manos con Amparo Osorio,
publicadas en Común presencia.
Salvo la nota necrológica que escribió
para El Universal de Cartagena su amigo, el
también bardo, periodista y artista plástico Gustavo Tatis Guerra,
ningún medio masivo ni corrosivo (que son mayoría) hizo mención de su deceso.
Me enteré de su muerte por el comunicado
que envió mi amiga Doris Amaya, de la Casa de Poesía
Silva, acompañado de un panegírico de más de 3.000 caracteres, escrito
con dolor y vehemencia por la poeta Amparo Osorio, compañera de
batallas de Gonzalo, amiga suya de años, en el almíbar y en el
sufrimiento, y fundadora, junto con Iván Beltrán Castillo, enorme
perfilista y retratista, del periódico virtual Confabulación.
Un país que no reconoce a sus poetas estará
siempre condenado a la oscuridad, diría el apóstol argentinoJuan Gelman.
Y luto por los poetas en vida viene aconteciendo en Colombia desde
que se extravió la educación sentimental, la urbanidad y la decencia, y la
poesía fue reemplazada -hasta en los suplementos literarios de los rotativos
de amplia circulación- por novedades gastronómicas, consejos para catar
vinos, recomendados de libros de autoayuda, atractivos inmobiliarios y
pasarelas.
Escasos jóvenes saben de Ezra
Pound, Cesar Vallejo, Walt Whitman, Profirio Barba Jacob, José Asunción
Silva, Mario Rivero, Álvaro Mutis, Raúl Gómez Jattin, Rogelio Echavarría (90
años), Piedad Bonnett, Meira del Mar, Maruja Vieira o María
Mercedes Carranza…
Las multinacionales del libro dejaron de
publicar poesía con el argumento de que la poesía no vende. Lo hacen
editoriales independientes con sumos esfuerzos, Ícono, por
ejemplo, y a cuenta gotas revistas literarias como la insuperable de la Universidad
de Antioquia, Aleph, Golpe de dados, y en la mar cibernética Arquitrave,
con ese Neptuno a timonel que es Harold
Alvarado Tenorio y su indestructible arca, viento en popa, y por
supuesto Confabulación, con su recién capitán fallecido: Gonzalo
Márquez Cristo.
Un poeta en Colombia es
visto como un rara avis, un varado, un desocupado, un ciudadano
en contravía, un loquito calle arriba y calle abajo, con una
proclividad irreversible al fracaso. No podía ser de otra manera. Lo
dijo Sartre: “Quien busca la poesía, encuentra el
fracaso”.
Y esa es la razón de ser de algo que no
está hecho para los banqueros, ni para los corredores de bolsa, ni para las
secretarias, ni para las amas de casa (si aún quedan…), que jamás cambiarían.
La ley del ganado o Esmeralda por un recital
de William Ospina. Podrían sufrir un irremediable colapso en
su materia gris.
Qué va a necesitar Colombia de poesía, un país
ensordecido por el ruido de las metrallas en el campo, y los gritos letales
de los atracados y violentados en riñas de tugurios, en medio del golpeteo
brutal de los picós y los equipos de sonido que vomitan
chorros incendiarios de champeta, reguetón, vallenato y despecho, en
celebraciones demenciales empapadas de alcohol y anfetaminas, fútbol y
guachafitas sexuales sin restricción.
Los Homeros, Dantes y Virgilios de
la posmodernidad gobiernan a sus anchas con nombres como Maluma, J.
Balvin, Mr. Black, Pipe Bueno y Martín Elías.
Gonzalo vivió, exaltó y
sufrió la poesía hasta sus últimos días (54 años tenía), no obstante la
tormentosa enfermedad que lo aquejaba, y la cruz que soportó con ella, como
lo narra en su magistral relato de quirófano y agonías:*Crónica de un
viaje al país de la muerte.
Era una suerte de santo Gonzalo -aunque
algo tenía de Santiago en su camino aCompostela-, no
por los votos de castidad, caridad y pobreza de los de aureola, sino por la
limpieza de sus actos, la humildad de su mirada, el verbo justo y purificador,
y una perturbadora timidez, no obstante su genio de letrado, que seducía
a Dulcineas de ayer y de hoy, y que daban el oro y la linfa
por una diadema de auroras rosicler, duermevelas en su constreñido pecho.
Nunca le sobó la solapa a un director o editor
para que les permitieran publicar un manojo de versos en las páginas
dominicales de periódicos o revistas, o para que le reseñaran sus novedades
de cuento, novela y poesía que solía publicar con su sello
independiente Los Conjurados, o con la revista Común
presencia, en la que él, Iván Beltrán y Amparo Osorio,
empeñaban quijotescos esfuerzos.
No fue poeta mimado del Hay
Festival o del Festival Internacional de Poesía de Medellín,
no hizo parte del círculo privilegiado y victorioso de Santiago
Gamboa ni de Juan Gabriel Vásquez, ni de los
reconocimientos del Ministerio de Cultura, ni de los concursos y
pomposos premios que otorgan galardones y estatuillas a granel para deleite y
gula en los apartados de sociales de las revistas del corazón. Al contrario,
transcurrió lo más alejado posible de las alfombras y gobelinos de la cultura
oficial, con sus sonrisas impostadas y sus proclamas de éxito.
Gonzalo, o Chali,
como lo llamaban sus queridos y allegados, sus vecinos de escritorio en Confabulación,
era una suerte de Fernando Pessoa del Park Way de La
Soledad, en Bogotá, por donde a veces me lo encontraba
correteando detrás de un dálmata o de un schnauzer,
o desolado y sudoroso en busca de un medicamento agotado para José
Chalarca “¡que se está muriendo…!”, el filósofo, escritor, pintor y
ensayista manizalita que feneció en el brumoso septiembre de 2015.
Así miraba la vida y el mundo Márquez
Cristo, a través del cristal de resignado trashumante, de su soledad de
anacoreta citadino, de sus repentinas fugas por los extramuros del planeta de
donde traía valijas a reventar de ropa húmeda, exóticas esencias de Arabia y
de la India, cositerías de remate de los tumultuosos bazares
de Turquía, ron ajeño y largos Cohiba de La
Habana, polvo dorado de las habitaciones donde pernoctaron Federico
García Lorca y Miguel Hernández, oporto de Lisboa,
y en su último viaje, que merece un Premio Nacional de Periodismoposmorten,
la mejor memoria, estoy seguro, que un poeta de nuestras latitudes haya
narrado de una travesía por Rusia. Ver para creer: *Viaje
al país sin fin.
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Un Gonzalo Márquez Cristo melancólico y
circunspecto, como un Fernando Pessoa del Park Way de La Soledad. Foto:
Confabulación
|
A Gonzalo me parece verlo ahora mismo en el estudio
del pintor barranquillero Ángel Loochkartt, entre el cenit
y el nadir, arrobado con el precioso escándalo de los sátiros, las
lésbicas, los hampones, los travestis, los momos, las marimondas y los
monocucos, y todos esos esperpentos siderales que nutren la lujuriosa mitología
caribe de su caro amigo, el artista.
Con Loochkartt, Gonzalo pasaba
horas eternas hablando de poesía y de arte, con vasos pletóricos de vino tinto,
de botella o de tetrapack, y músicas al vuelo de Schubert,
Vivaldi oMahler, cuando no porros y merecumbes de Lucho
Bermúdez, o de cualquier banda de San Pelayo. Pero
infaltable Totó la Momposina.
O bajo la cúpula bizantina que era el taller del
pincel peruano-colombiano Armando Villegas, embebido con sus
guerreros ocultos entre la manigua amazónica, en los sábados de tertulia que
programaba el anfitrión, donde se hablaba de lo divino y humano, de las
entelequias empecinadas del poder, de la corrupción nacional, del desamparo
del Estado con el arte, de los conciertos celestiales de Yo-Yo Ma,
y más peliagudo, de la influencia del constructivismo alemán en el arte
religioso latinoamericano.
Ahora que el poeta ha partido siento más prístino,
como el pregón inmarcesible de una trompeta justiciera, el eco de sus versos,
de mis preferidos en vigilias solitarias de Jack Daniels y
todo elblues del Mississippi, su Descenso a la
luz:
La noche es mi regreso/. Transito el museo de la
ausencia/. Todo sufrimiento es inútil para quien no persigue la poesía/, para
quien no alimenta con sus ojos a las águilas/.
Ejercito la sed/. Amo tan sólo a quienes no pude
salvar/. Ya no existe una oscuridad que guíe nuestros sueños/ ni los fantasmas
del deseo inconcluso/; sólo el abyecto intercambio que ha remplazado al rito/.
Ya no busco, pierdo.../
Y ni siquiera encuentro lugar en el asombro/.
No puedo olvidar más/. Ni pretendo saber las tres
respuestas ocultas por la muerte/.
Aquí nadie carece del odio necesario para recobrar
el paraíso/, ni confiesa su ruda caída en el día/.
Debo ser sombra o grito/. Retorno o nacimiento.
Cada origen decretará la abolición del yo/.
Es entonces cuando la respiración será verde/.
Y aunque todo se lo deba al dolor.../ Avanzo:
caigo/. Elijo los caminos que no tienen final/.
Las voces que incendian las tinieblas/. El poema.
Tú lo sabes/, cuerpo estremecido/:
No es en el tiempo donde he puesto mis palabras.
Gonzalo querido, donde estés, gracias por
tu Común presencia entre nosotros quienes aún transitamos como
ciegos por los surcos de la poesía, como fantasmas silentes, temerosos ante la
feroz arremetida de los vivos-muertos, como la llama deBarba
Jacob, débil y trémula entre la oquedad y el viento.
Ahora, Gonzalo, que estás en manos de
la paz y del sosiego, permítenos saber del más allá: ¿Qué tan blanco,
deshabitado y aburrido puede ser el cielo? ¿Es cierto que entre llamas están al
tope de proscritos las discotecas del infierno?
Desde este limbo te clamamos, como las ánimas
suplicantes de los cuadros de los sagrados corazones antioqueños.
Vuelo de campanas a tu memoriosa existencia. Sólo
nos queda tu verbo rumoroso. Y el polvo dorado de tus huellas.
*Viaje al país sin
fin; http://bit.ly/1XAXvlJ
*Crónica de un viaje al
país de la muerte: http://bit.ly/22qZES6
Página web de Confabulación: http://con-fabulacion.blogspot.com.co/
Página web de Confabulación: http://con-fabulacion.blogspot.com.co/
Una vida íntegra
Recordando a
Gonzalo Márquez Cristo
Sé que la
semilla renunciará a germinar.
Que los
pájaros oscurecerán el cielo.
Que hay una
desdicha que se canta.
Gonzalo Márquez Cristo
Si una semilla renuncia a germinar, si un pájaro
oscurece el cielo, si encontramos a la desdicha cantando, debe ser porque un
poeta acaba de partir. ¿Cómo se puede ser al mismo tiempo, poeta y mortal? Es
tal el contrasentido que acabamos armándonos de versos para combatir el dolor,
esta sensación amarga en la boca, este desajuste en los huesos, la certeza de
la finitud que oímos palpitar en nuestra caja de resonancia, la vulnerabilidad
de la carne, sabernos vivos por un instante, sujetos a la aparición
intempestiva de una mancha, de un extraño corpúsculo que al crecer nos
desplaza, nos acorrala, nos obliga a abandonar este cuerpo que hemos nombrado
refugio, identidad. ¿Acaso no lo presentimos cada noche al cerrar los ojos? ¿No
vemos la amenaza apoderarse del espejo?
Cuando leí el bello y doloroso homenaje de Amparo
Osorio a su compañero confabulador, sentí el escalofrío que produce la noticia
que quisiéramos no conocer, el hielo abrasador, la impotencia que
nos hace pegar un puñetazo al aire. Pero también tuve la certeza del gozo de
una vida íntegra, la delicia de conocer el mundo vivido y la fuerza de un ser
pleno que se alimenta de las más hermosas utopías y no ceja en su convicción
sobre el poder de las palabras y de la poesía para transformar su mundo y el
mundo.
Tuve con Gonzalo una conversación hace unos diez
años cuando me llamó para hablarme de uno de sus proyectos. Nos citamos en una
cafetería de la calle 41, metros abajo del túnel de la Javeriana. Sabía quién
era, nunca lo había visto pero no fue difícil reconocerlo sentado ante una mesa
en la que vi revistas de Común Presencia. En medio de su barba poblada sus
labios y sus ojos me sonrieron y tuve la sensación de estar sentándome a la
mesa con un amigo. Con tono pausado me contó sobre su proyecto de publicar una
antología de poesía colombiana y portuguesa en la que quería incluir mi nombre,
pero además me habló de la necesidad de dar a conocer voces de la poesía
colombiana que consideraba silenciadas por los nombres oficiales, el canon y el
mercado editorial. Con emoción me habló de su Común Presencia y puso un énfasis
especial en la entrevista a Antonio Gamoneda. Sentí que quería ganarme como
cómplice para proyectos futuros y además tuve la certeza de su pasión, de su
generosidad e incondicionalidad en el campo literario, en contraste con
personajes que destilan un egocéntrico interés seudopoético que enmascara
apetitos libidinosos.
Aquel encuentro fue seguido por comunicaciones
electrónicas y telefónicas espaciadas en el tiempo, fueron muchos años de
afinidad y sintonía, de silenciosa complicidad al leer sus ensayos, sus bellas
crónicas de viajes (entre todas destaco su viaje a Rusia, texto que me conmovió
al punto de querer imitar ese viaje, siempre quise conversar con él sobre eso,
pero por desgracia o desidia todo lo posponemos y ahora me queda ese
remordimiento y el tesoro de ese texto al que pienso volver una y otra vez),
las entrevistas hechas con Amparo Osorio, sus inteligentes editoriales de
Confabulación, su lucidez política y por supuesto su poesía. Nos cruzamos en
recitales, presentaciones de libros, eventos literarios. Admirando su trabajo
editorial y el arte visual de Los Conjurados, seguí aplazando el deseo de
publicar con su sello y su criterio estético. Y cuando quise compartir con él
alguno de mis textos, siempre lo hallé como interlocutor sensible y dispuesto a
incluirme en el espacio virtual de su Confabulación.
Por Luz Helena Cordero Villamizar
Gonzalo Márquez Cristo sigue siendo una presencia
común, una certeza, un ejemplo de trabajo serio por la literatura. Sus ganas de
trascender en este universo han tenido su fruto. He sentido la necesidad de
escribir esta nota para dejar la memoria de su trascendencia en mi universo,
para que este día no pase desapercibido, para corresponder a sus palabras, a
sus versos y a su vida poética con estas líneas que quieren gritar mi
conmoción. Quiero decirle que no ha traicionado a la esperanza, que
su semilla ha germinado y aunque hoy tengamos un cielo oscuro, la visión de los
pájaros, como la poesía, trae noticias de la utopía y la ucronía de las que él
ya forma parte.
A Amparo Osorio y a su compañera Pilar mi abrazo
solidario, a los confabulados y conjurados mi confabulación y mi conjuro para
que perdure su nombre, su memoria, su poesía y sus proyectos.
26 de junio de 2016
Un pacto por la amistad
No había
cita: la búsqueda nos encontraba
Un homenaje
al amigo, al poeta Gonzalo Márquez Cristo
Por Enrique Ferrer-Corredor
Éramos tres
muchachos arrojados por el bachillerato a un mar de dudas en la UNAL (1982):
Ómar, Gonzalo y Enrique. Los tiempos rebeldes de los 80s nos matricularon a
estudiar economía, pero las preguntas de la piel nos ocuparon entre el cine, la
poesía y la filosofía. Hacíamos la tarea de economía, pero nos
tragábamos las hojas de novelas enteras cada tarde para calmar el hambre. No
teníamos google, pero tampoco teníamos miedo: jugábamos a la ruleta para robar
libros esenciales. Las novelas rotaban antes de la ronda de cerveza obligada,
entonces decidimos fundar una patria: la revista Común Presencia.
La economía nos congregaba con los horarios
pactados, pero la poesía nos extraviaba, ya en las cafeterías de la universidad
o ya rasgando el dinero en algún rincón con cerveza. El intercambio de heridas
no cesaba, eran como una apuesta sobre la mesa: Kafka, Pessoa Nietzsche,
Durrell, Kavafis, Juarroz, Kundera, el infaltable Borges, el siempre cómplice
Cortázar, circulaban como cartas de baraja en cada ronda. Y luego el cine,
Buñuel, Fellini, Bergman. Claro, a veces la economía nos obligaba al encuentro,
la historia económica, los neoclásicos, el obligado Marx, el cálculo
diferencial. Retuvimos a Gonzalo mucho tiempo ayudándolo a aprobar materias,
luego se enojaba, decía: “no los autorizo, ahora debo volver otro semestre“. Y
estallaba en risa. Hasta que vino el pacto, nos retiramos de todo y nos
encerramos a leer y a escribir.
Recuerdo el día exacto del pacto de amistad, ya nos
conocíamos en la facultad, pero solo nos reconocimos en una fila a cine en La
Casita para ver a Fassbinder. Gonzalo dijo: “hermano, menos mal ya viene la
noche, porque a las 12 del día uno no puede ver a Fassbinder porque acaba con
el día” (muchos cineclubes rodaban a las 11am cine alternativo arrimados en los
teatros como antesala de la funciones comerciales). Un día un amigo no me encontraba
por mucho tiempo, y le preguntó a Gonzalo cómo localizarme. Y Gonzalo le dijo:
“espera que pasen a Fassbinder, vas y lo encuentras.”
Muy pronto en la madrugada de la vida Sandra nos
dejó. Otros cómplices se sumaron a la aventura, Yirama, Amparo, Iván… con los
años otros cómplices nutrieron la cofradía. Amparo fue una capitana crucial
para el timón del barco. Con los años otros nombres comunes a las dos orillas
labraron las horas Alex, Germán, Sandra, Marisol, Gabriel, Alix, Maribel.
Fueron muchos años de hermandad en familia, como
buenos hermanos algunas veces el juego nos separó. Pero el amor surgía cada
retorno, eras muchas las horas labradas con sangre. Esa apuesta de tirarlo todo
y escribir nunca tuvo lamentos. Gonzalo, logramos hacernos lenguaje, hicimos
nuestra afirmación de vida. Hermano, no sabe nadie el peso de la carga lanzada
al mar para aligerar la carga. No sabe nadie que nunca encontramos tierra,
porque no estábamos extraviados como Colón, no buscábamos las rutas del
comercio. Pronto confirmamos nuestra isla desconocida, entonces quedamos a la
deriva en un cielo azul sin fronteras, con la única certeza de que si remábamos
hasta agotarnos, nuestros ojos de agua aprenderían a leer las estrellas.
Hoy he caminado entre los árboles de la Nacho, he
visto un cigarrillo sosteniendo el rostro de Ómar, he escuchado el estruendo de
la risa eterna de Gonzalo. Hoy la huida no ha venido a encerrarnos en la
celda, hoy aprecio el sonido del verde, el cuerpo del viento, la tranquilidad
del pan hecho con mis manos; a veces un rostro de mujer me recuerda el mío. He
comprendido que en esa confusión general de nuestra juventud no había cita, que
la búsqueda nos encontraba. He comprendido que el horizonte está en la pregunta
y que Gonzalo, un compañero de viaje, nutre con sus dudas mis preguntas. He
reflexionado mucho este primer día sin nuestro capitán. Hay un libro en un
estante cuyas hojas no volverán a ser leídas por nuestro hermano, habrá muchas
manos abriendo los libros de Gonzalo cada día. Esa presencia común ha
forjado nuestra mirada, es imposible no escuchar ahora el estruendo de su risa.
Tu cuerpo ya no evita las horas gastadas de nuestro lenguaje.
Hoy soy profesor en la Facultad de nuestro
nacimiento, he vuelto a caminar por los mismos pasillos donde la complicidad de
la fuga nos congregaba. Fueron muchos años para descubrir el verdadero lado de
los barrotes en la cárcel, fueron muchos años para saber que nadie aprende en
libertad. Entro al aula, miro los rostros de mis estudiantes, veo desde donde
yo miraba a mis profesores, puedo sentir las dos orillas, el tiempo es
simultáneo, escucho mi voz, escucho mis maestros, como siempre, converso con Gonzalo
y con Ómar. Como siempre, la complicidad nos es cara, ya me aprestaba a
preparar la huida, pero hoy la puerta está abierta, he perdido la ruta de la
cofradía de los mercenarios. Mis manos se mueven obedientes a la memoria, la
teoría es experiencia acumulada, palabra usada. Hago mi trabajo, comparto mi
destreza para lidiar con el río, cada cuerpo hará su trabajo para alcanzar la
orilla. Es bello saberme casi fundido con el agua, es bello saber que he
aprendido a escucharme. Hoy en esta ceremonia para Gonzalo, viene a mi memoria
las palabras de un amigo, Armodio: “tal vez no era más”.
Un abrazo hermano Gonzalo, Enrique.
In memoria
Por Iván Beltrán Castillo
Todavía recuerdo al muchacho pálido, con aspecto de
asceta pintado por el Greco, que teniendo apenas quince años, me raptó de la
somnolencia escolar y la herida de la monotonía,, una tarde de 1978, diciendo
bellamente unos poemas de Verlaine.
Para mí, que todo aquello del orden y la escuadra escolástica constituía una suerte de prisión, escuchar a ese joven hechizado fue como un volcán, la irrupción del asombro en el centro opaco de la costumbre, la súbita intervención de u...na presencia lúcida en un carnaval de espectros.
Aquel muchacho inolvidable era nada menos que Gonzalo Márquez Cristo, y desde entonces y hasta el día de hoy, en el que ya no está presente, vivimos la vida tratando de que pareciese una de las bellas artes.Con poesía, con amores, con viajes y, sobre todo, con imaginación.
En los sueño vuelvo con frecuencia a ese salón de clase, a ese año, a ese joven talentoso.
De allí ya nadie podrá expulsarme.
Para mí, que todo aquello del orden y la escuadra escolástica constituía una suerte de prisión, escuchar a ese joven hechizado fue como un volcán, la irrupción del asombro en el centro opaco de la costumbre, la súbita intervención de u...na presencia lúcida en un carnaval de espectros.
Aquel muchacho inolvidable era nada menos que Gonzalo Márquez Cristo, y desde entonces y hasta el día de hoy, en el que ya no está presente, vivimos la vida tratando de que pareciese una de las bellas artes.Con poesía, con amores, con viajes y, sobre todo, con imaginación.
En los sueño vuelvo con frecuencia a ese salón de clase, a ese año, a ese joven talentoso.
De allí ya nadie podrá expulsarme.
Hoy lloramos la pérdida de Gonzalo, autor de los poemarios “Apocalipsis
de la rosa”, “La palabra liberada” y “Oscuro Nacimiento”, del libro de cuentos
“El Tempestario”, de la novela “Ritual de títeres” y de incontables ensayos,
crónicas y entrevistas.
“¡Que el grito siempre pueda detener la herida!”, dijo Gonzalo en uno de sus poemas, reseñando las heridas espirituales de un país, en el que declararle la devoción al arte y a la poesía es un acto suicida, pero Gonzalo logró vivir de lo que amaba y hacer vibrar a otros con sus creaciones.
“¡Que el grito siempre pueda detener la herida!”, dijo Gonzalo en uno de sus poemas, reseñando las heridas espirituales de un país, en el que declararle la devoción al arte y a la poesía es un acto suicida, pero Gonzalo logró vivir de lo que amaba y hacer vibrar a otros con sus creaciones.
CARTAS DE LOS LECTORES
Diversos amigos cercanos a Chali, motivados por Javier Osuna, escribieron sendos mensajes de fortaleza que lamentablemente él no alcanzó a leer. Se transcriben con nuestra gratitud y testimonio del afecto que siempre los unió.
“La poesía debe retroceder a su origen, ser reflexión, provocar las nupcias con la filosofía para que sea lo que todos estamos esperando: brújula interior, nuevo estremecimiento”. Este fue uno de los pensamientos que guio su obra, que fue comentada por poetas y filósofos como E.M. Cioran, Roberto Juarroz, Olga Orozco, Antonio Gamoneda, António Ramos Rosa, Claude Michel Cluny, Eugenio Montejo, Claude Fell, Bernard Noël, Roger Munier, Franco Volpi y José Angel Valente, entre otros.
Desde hace varios días, la Fundación Fahrenheit 451 estaba reuniendo mensajes de aliento para su padrino, Gonzalo. Estos mensajes buscaban brindarle apoyo y compañía en esos días tan duros por los que pasaba. Hoy, publicando estos textos, queremos rendirle un homenaje al legado más grande de su obra, la amistad incondicional con la que construyó un mundo mejor, donde solo el amor pudiera arrebatarle territorios a la muerte.
Aquí queda consignada esta correspondencia inconclusa Gonzalo, como los amores eternos, aquellos que no pueden olvidarse porque no terminaron, los que no se pudieron despedir.
****************************************************
Hermano, te estoy leyendo por estos días (más que siempre). Tu maravilloso libro de ensayos… Quiero decirte que no estoy de acuerdo con eso de que “en el principio fue el miedo”. Al menos, no hoy.
Lo primero Gonzalo, poeta biónico, fue el canto para disimular el miedo. ¡Cómo hemos cantado juntos mi hermano!, al final no sé si es tu voz o la mía, pero debo confesarte algo, es un canto que es coro. Coro de hombres con miedo, coro de hombres con miedo, pero hermanos.
El miedo en compañía se llama problema, y los problemas tienen solución mientras haya canto. Hace muchos años llegó a mis manos un libro llamado “Apocalipsis de la rosa”, me aferro a él con la amistad que me has entregado en la vida y en tus páginas. ¡Cantemos hermano, que el miedo se disuelve cantando!
Javier Osuna
Gonzalo, la paternidad no es una cuestión de sangre, sino de acoger, alimentar y ayudar a crecer. En ese sentido, la Fundación y los tres que hacemos parte de ella, así como nuestros proyectos, somos hijos tuyos. Gracias. Pero no olvides que, en este momento y cualquier otro, ahí estaremos para devolver el favor: acogerte, alimentarte y ayudarte, para regresar la atención como atentos hijos que, a veces, se pierden un poco.
¡Un gran abrazo!
Sergio Gama
Gonzalo,
Este ejercicio de escribir para ti, para hallarte, para volver a sentirte, demuestra que la palabra lo puede todo. Leo los mensajes que tus más cercanos amigos te han escrito y es inevitable sentir ese merecido afecto que generas.
En este instante, escribiéndote, caigo en la cuenta de que tuve la oportunidad de conocerte hace diez años exactos. Apenas era un joven que, con un grupo de amigos tenía una idea loca de montar una revista. Tú fuiste el principal cómplice de ese proyecto llamado Fahrenheit 451 que quizás no hubiera resultado igual si el azar no nos hubiera permitido conocerte.
Eres un confabulador innato. Al ritmo de muchos tragos de ron, cerveza y aguardiente nos hiciste creer en la palabra, y hoy seguimos en esa lucha. Van diez años y serán mucho más. Necesitamos de ti para volver a esos rones y guaros que aún nos quedan por tomar. Va un abrazo inmenso.
Mauricio Díaz
Gonzalo, mi hermano del alma, te mando un cálido saludo de aprecio y amistad.
Que los vientos del cosmos pronto estén a tu favor para confabularnos con tu
presencia en tardes entrañables de primavera y noches lúcidas de continuas
palabras. Mil abrazos".
Sergio Trujillo Béjar
Para Gonza
Un hombre, un destino realizado. Viajero de sí mismo, recorriendo los seres y dioses para recuperar el corazón de lo desconocido. No ha descubierto su verdadero rostro pero ha redimensionado nuestras raíces. No desconoce ningún arte pero inventa la magia del deseo. Ningún lenguaje lo evade aunque reconoce la incertidumbre de los fonemas ancestrales del amor. Un ser que se ha impuesto la misión de reconocernos a través de nuestros sueños. Insaciable constructor de mundos humanos. Sus libros, leídos, vividos, escritos con Borges y Durrell, nos nutren como su sonrisa. Muchos evocan su figura, sus andanzas más cerca de las Maga y Justine que descubre a su alrededor todos los días. Aún diseña un sueño para regalarnos a tantos que comparten su historia.
Omar Martínez
A Gonzalo
La palabra en el fuego
surte la imagen de hondura,
el cuerpo transformado
en metáfora es una plegaria
y la ternura del viento
semeja el nacimiento.
Entre ilusión y materia
has escrito las sombras de la memoria.
El tiempo ata los huesos
y los ojos a lo imperceptible
en las tramas destinales de la vigilia.
Enrique Rodríguez Pérez
Gonza,
Estamos todos contigo soñando, desordenando, y poniéndole color, rima ¡y tiza! a este planeta.Siente el abrazo lleno de cariño, y conversemos en cuanto estés de ánimo.
Te abrazo,
Olga Rojas
Querido Gonzalo, un gran abrazo primero. Ya sabes lo contenta que estoy de haberte conocido y lo agradecida que me siento por todo el apoyo que me has dado. Espero que en estos momentos, en los que tu salud reclama tu mejor voluntad y el cariño de todos los que te queremos, conserves tu sentido del humor, tu tono de voz bajo pero lleno de vida, la agilidad y el entusiasmo que le imprimes a todo lo que haces; esas cosas me han alegrado muchas veces y he visto en tus actos la potencia de la vida y el amor por lo que se hace.
Te mando otro abrazo y te tengo presente siempre,
Con todo el cariño,
Camila Charry Noriega
“Para quienes saben que la ilusión de una morada en el tiempo
es el deseo de todos" Octavio Paz.
Poeta y hermano Gonzalo, agradezco a los dioses esta oportunidad de hacerte llegar mí saludocon una voz de esperanza solidaria ante tanta fragilidad. Festejo que, desde la distancia, estos amigos tuyos y míos hicieron posible que, dentro de las coordenadas secretas en las que nos mueve el cosmos, hallamos coincidido para hablarnos de tanta sed de vida...Amigo, eres un vencedor, adelante.Van mis afectos en un abrazo cargado de este calor abrasador de Arjona, donde un día bajo el inclemente sol recorrimos sus calles con el amigo Argemiro. Un día de estos te visito.
Miguel Antonio Torres
Mi estimado Gonzalo hago extensivo el saludo cariñoso de a tus amigos que siempre preguntan por tu estado de salud Olga Rojas, Jaime Ruiz, Eduardo Esparza, Giorgia, Angie Roa, Patricia Tavera, Patricia Ortega, Rochi Gomez, Fabiola Flores, Fernando Guinard, Sergio Trujillo, Rosenell Baud, Alvaro Suescun, Adriana Patiño, Angelo, Martha Rivera y Saskia. Todos muy pendiente de tu recuperación abrazos afectuosos de todos tus amigos
Tu carnal Ángel
Mi Gonza
Me uno a la confabulación de los amigos que te mantenemos presente, que volvemos a ti en cada uno de los brindis compartidos, en los muchos encuentros que generalmente orquestaste alrededor de la palabra que inmortaliza momentos, de la canción que llena el espíritu y de la risa que queda grabada en el alma. Espero sepas y sientas mi presencia, te extraño, te pienso y sobretodo te envío la mejor energía, sé que es más fácil decirlo que sentirlo o hacerlo, pero después de todo lo que has pasado, tu fuerza no merece menos que todo mi respeto.
Te quiero,
Sandra P.
GONZALO:
La cicatriz del horizonte invade mis ojos
Vivía yo en Tunja, ciudad de niebla que conoces bien y que te ama. Por esos días mis hijas veían que la noche se consumía sobre mi espalda mientras intentaba escribir una novela. Iba yo del computador a los oficios domésticos y no más.
Entonces me hablaron de ti: un poeta importante visitaba la ciudad, me invitaban a conocerte, a compartir contigo un momento. Pero yo estaba agotado y hacía tiempo que no salía a la calle. Dije que no. Embistieron entonces con otro argumento: tu poesía. En un folleto del Festival Internacional de la Cultura de ese año, 2002, creo, habían publicado algunos de tus poemas. Después de leer, me bañé, me arreglé lo mejor que pude, y cuando las niñas se durmieron, pasadas ya las diez de la noche, fui a tu encuentro. Eres bradburyano, dijiste, con tu risa de judío, señalando nuestra identificación, pero no era necesario: el flechazo había sido inmediato.
Ahí mismo, en el primer minuto, conocí tu generosidad. Sentí la necesidad de grabar lo que hablabas, o por lo menos de tomar apuntes. Tu corpulencia intelectual me encandiló, tu sensibilidad, esa habilidad para pasar de un tema a otro, como un niño que atraviesa un río turbulento saltando de piedra en piedra sin caerse, en medio de la gentileza y la música. Nunca antes había conocido a alguien que hubiera compartido con gentes que para mí apenas eran nombres impresos en los libros. Habitantes de una dimensión superior, como tú.
Conocí también tu capacidad de trabajo: me diste ejemplares de la Revista Común Presencia, y ejemplares de tus libros, obras de arte que atesoro. Ahí mismo iniciamos con proyectos comunes, en el microrrelato, en los talleres literarios, en las conferencias, en la poesía. Siempre he contado contigo. Siempre, desde entonces, he recibido tu luz.
En este momento quiero leerte el capítulo XXI de El Principito.
Dice:
Entonces apareció el zorro:
—¡Buenos días! —dijo el zorro.
—¡Buenos días! —respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
—Estoy aquí, bajo el manzano —dijo la voz.
—¿Quién eres tú? —preguntó el principito—. ¡Qué bonito eres!
—Soy un zorro —dijo el zorro.
—Ven a jugar conmigo —le propuso el principito—, ¡estoy tan triste!
—No puedo jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado.
—¡Ah, perdón! —dijo el principito.
Así, como el zorrito ese, andaba yo por entonces en Tunja: sin domesticar. Te conté que ni siquiera iba a Bogotá, que no iba a ningún lado. Soltaste la risa: Eso dices, pero seguro mañana mismo nos encontramos allá. Tú, que acababas de llegar de algún viaje por el mundo, no creías que ese encierro mío fuera posible.
Continúo con la lectura:
Pero después de una breve reflexión, añadió:
—¿Qué significa "domesticar"?
—Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas?
—Busco a los hombres —le respondió el principito—. ¿Qué significa "domesticar"?
—Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
—No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? —volvió a preguntar el principito.
—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos..."
—¿Crear vínculos?
—Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
Ni siquiera es necesario añadir que tú, Gonzalo, eres para mí único en el mundo. Eres mi amigo y te amo. Me haces mucha falta.
Dices en el último libro de poemas que has publicado: Sólo agua y viento: amigos transparentes / Me acompañan.
Sólo agua y viento, Gonzalo, mientras nos encontramos. Mientras tanto va el pedazo de mi corazón que te pertenece, el mismo que torpe y asustado palpita en estas letras.
Termino con esta lectura:
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:
—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.
—Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
—Ciertamente —dijo el zorro.
— ¡Y vas a llorar!, —dijo él principito.
—¡Seguro!
—No ganas nada.
—Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo.
Antoine de Saint-Exupéry sigue con su principito y el relato de sus viajes. Yo sólo quiero recordarte, Gonzalo, que: Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.
¿Cómo, después de tu amistad, volver a ser salvaje? ¿Cómo regresar a la caverna?
Carlos Castillo Quintero, Bogotá, mayo 6 de 2016
Querido Gonzalo:
Bien sabes que la amistad es, más que la poesía, la prueba concreta de la existencia del hombre y por este motivo hoy convoco más al afecto y la fraternidad para recordar la risa, el abrazo, la complicidad y los instantes compartidos contigo durante tantos años.
Te he echado de menos. Los eventos culturales, la Feria del Libro, acusan un vacío sin tu presencia, pero sabemos que estás, en tu gabinete de buen brujo, entregándonos una lección de fortaleza y valentía para que pronto podamos renovar esos instantes de dicha y festejo.
Tienes de tu lado a la poesía que te blinda contra todo dolor y desespero y a los amigos que te rodeamos para que más pronto que tarde pase está página arrugada del libro de la vida.
Estoy seguro que de esta fragilidad, de estos momentos de dudas y temores, quedarán hermosos poemas, anécdotas de las que después nos reiremos juntos, crónicas para el recuerdo y sobre todo, la energía necesaria para seguir celebrando el compartir esta aventura de vivir entre hermanos en la palabra y el brindis, en la generosidad y la certeza.
A pesar de que somos unos artesanos del lenguaje, estas se nos quedan cortas a la hora de recordar o decirle algo a los seres más entrañables. Ya pronto releeremos a Cioran, a Char, a Yurkievich, a Paz, a De Andrade y tantos otros. Mientras tanto que la poesía te sea leve, amable, dadivosa porque bien me lo has enseñado durante tantos años de amistad, que de estas “Temporadas en el infierno” quedarán palabras memorables que escribirás para ratificarnos a todos los que te queremos, que has construido una obra verdadera, honda y original.
Va para ti mi abrazo de oso, como esos que siempre nos hemos dado y no olvides que nos reinventamos gracias a que tus amigos tenemos el privilegio de tener cerca a un verdadero poeta como tú.
Federico Díaz-Granados
Gonzalo:
Tuve que revolver mi biblioteca, para encontrar una frase con la cual poder empezar, con algo de dignidad, este saludo especial, querido Gonzalo. Recurrí, en el revuelo de mis días, con esta frase de Antonio Porchia, el infaltable filósofo y poeta, de su libro Voces Reunidas: "En el sueño, todas las cosas son más". Quizás ahora la enfermedad es un paro obligado de la vida, pero sé que en tus sueños, la realidad se transforma y rejuvenece. Que tus sueños sean los de tus amigos, colegas y cercanos. Que la fuerza del sueño acompañe tu proceso de sanación. Con ansias te esperamos. Yo no dudo de capacidad de fortaleza y estoy seguro que este paso alimentará tus proyectos. Un abrazo cordial
Luis Felipe González