De: El tempestario y otros
relatos
Como
lo había ofrecido Con-fabulación en su número anterior, publicaremos por
entregas algunos textos del libro de Cuentos de Gonzalo Márquez Cristo cuya
primera edición data de 1998
Yo,
sin duda su mayor admirador, hace dos años renuncié al pequeño circo donde
triunfaba para seguirlo. Al aceptarme, con desmedida serenidad, me impuso la
típica condición de jamás indagar sobre sus prestidigitaciones, y he cumplido.
Ha
pasado el tiempo, he develado pocos de sus trucos —los más elementales— al
observar con rigor los instrumentos de que se sirve para ejecutarlos, debido a
mi largo aprendizaje en éste difícil arte; sin embargo jamás le he escuchado
una explicación, un festejo o una revelación sobre sus actos maravillosos. Hay
algunos que me sobrecogen sin poder explicar su artilugio y otros que me hacen
creer —como lo piensan todos— en la participación de fuerzas divinas o
demoníacas inexplicables. Mi relación con él fue motivada al comienzo por el
asombro, ahora por la devoción. Sé que muchos compartirán durante esta
inolvidable noche mi actitud religiosa.
Mientras
escucho el apabullante ruido de la multitud congregada en esta plaza reclamando
su presencia, imagino que este escenario improvisado y abierto me dejará
escrutar detalles que en los teatros me eran vedados. Hoy debo convencerme de
su divinidad o comprender la verdadera estructura de su taumaturgia, de sus
increíbles hazañas.
Las
luces se apagan y cien mil personas quedamos en una oscuridad menguada por una
luna llena que surge detrás del cerro de Guadalupe. Se oye en crescendo la
rechifla por el prolongado incumplimiento, criticada por la voz enérgica del
mago que silencia a la multitud. Él, declarándose enojado por lo que denomina
una injusticia de los espectadores, una insoportable agresión, les exige que
observen sus relojes; se escucha entonces una gigantesca exclamación al
verificar en ellos la hora exacta de citación al acto. Asombrados aplauden con
euforia al ilusionista.
Incluso
yo, que desde la adolescencia hago aparecer palomas en mis manos y transformo
mujeres enjauladas en leonas en un tiempo menor a un segundo, festejo ese
inicio deslumbrante, mientras vigilo mi reloj.
En
la mitad del escenario está el magistral mago cubierto por un arco iris. La
multitud aplaude cuando empieza a despojarse de los colores que lo envuelven,
uno a uno, arrojándolos con violencia hacia el cielo despejado donde quedan
suspendidos. Al desprenderse del último, el mago desaparece. En ese instante
cruza una manada de golondrinas y empieza a llover, cae una lluvia fina que
toma todos los siete matices de la luz descompuesta. Numerosas personas
corroborando que no hay nubes, extienden con incredulidad las manos para
verificar que son gotas de agua.
Cesa
la lluvia. Poco después olvidando los prodigios recién realizados, la multitud
de nuevo grita exasperada clamando por la presencia del mago. Irritado por la
nueva acción del público aparece en la mitad del escenario entre una
contorsionista rubia y otra negra que bailan como serpientes entre ligeros vestidos
dorados. Todos lo contemplan con fascinación. Su capa gigantesca libera
reflejos. Ellas inclinan dos enormes cestos y el público verifica que están
vacíos. El mago se quita el sombrero y en su cabeza aparece un pan y un pez
rojo sacudiéndose, provocando la risa de los niños. El acto se sigue en enormes
pantallas gigantes de televisión. Se oyen cada vez más fuertes sus extrañas
palabras mágicas. Lanza la capa sobre los cestos y al retirarla surgen
centenares de peces rojos vivos y de panes pardos que son lanzados a la gente
enardecida. Los practicantes religiosos no aplauden al creer profanado su
milagro bíblico.
El
mago señala insistentemente a la luna atravesada por una pequeña nube que le da
una apariencia de movimiento. Al fin todos obedeciendo se vuelven a mirarla y
esperan el próximo asombro. Él grita palabras incomprensibles y estirando los
brazos hace unos pases extraños, lentos, precisos, y todos vemos —incluso yo,
que tras bambalinas sé que no utiliza hologramas ni sofisticados instrumentos ópticos—,
vemos, repito, moverse a la luna, subir del horizonte al cenit, quedar
exactamente sobre nosotros, y absortos ni siquiera nos atrevemos a respirar
temiendo que esto ocasione su desprendimiento sobre nuestras cabezas.
La
visión dura un minuto y aparece de nuevo el plateado satélite en su posición
original coronando a Guadalupe. El mago se acerca a los cestos que se llenan
sucesivamente y tres veces más vuelve a vaciar esos panes y peces rojos
aleteantes sobre la multitud.
Con
voz grave ordena a las bellas contorsionistas que se acuesten sobre dos
camillas con ruedas y realiza la tradicional escena de la descuartización del
cuerpo en cuatro partes, pero esta vez con una terrible modificación. Cierra
las cajas y usando una gran sierra las fragmenta, separa los pedazos mientras
la gente grita. Por último decide unir sus partes, y acudiendo a una
desconocida crueldad intercambia sus cabezas. Luego al abrir las cajas pide a
las dos mujeres que se levanten. Ellas surgen con el rostro trocado y
reconociendo su transformación empiezan a gritar y a llorar, el público espera
sin entender si esto corresponde a un montaje o a un truco perverso. Entonces
compruebo, al nunca haber visto esta variación realizada muy cerca de mis ojos
lo ocurrido, y comparto la sensación de sus dos asistentes enloquecidas por el
terror.
El
pánico se generaliza. Muchas personas quieren desertar pero la vasta
congregación hace imposible la huida. Los aplausos y los gritos de horror se
van alternando.
El
mago pide niños voluntarios y de inmediato se presentan casi cien. Con rapidez
elije dos de siete años y camina llevándolos de las manos. Una jaula cubierta
con un lienzo negro se desliza sobre el escenario, entonces sus madres
asustadas imaginando el peligro que se avecina intentan detener el acto. Es
demasiado tarde. El sublime taumaturgo descubriéndola muestra un agitado tigre
de bengala en su interior y pide silencio, ordena a los niños que entren al
cubil del felino; obedecen como sonámbulos mientras la fiera sucumbe a un poder
inexplicable, los rodea febrilmente y juguetea con ellos lamiéndoles la cara.
El mago los saca entonces de la jaula y con un signo les pide que corran hacia
donde aguardan sus angustiadas progenitoras. Recibe los aplausos y omite cerrar
la puerta. La gente se inquieta imaginando la fuga del tigre. Se suceden tres
fuertes relámpagos en el horizonte que no coinciden con el cielo completamente
estrellado. La multitud atemorizada empieza a correr por las calles contiguas a
la plaza, tropezándose, cayendo...
De
lo que sigue es posible pensar que se trata de un cuento fantástico, pero es
fácil verificar mis palabras viendo las imágenes de los camarógrafos que tienen
el coraje de permanecer. Veo, es decir, miles de personas vemos el
extraordinario final. El mago provisto de una capa gigantesca y una máscara de
cóndor, sin parecer advertir lo que ocurre a su alrededor, camina lentamente
hasta el borde del escenario y abre los brazos, permanece inmóvil unos
instantes imitando voces de aves, y unos segundos después haciendo unos gritos
inexplicables empieza a volar. Revolotea sobre la plaza seguido por los
proyectores y alaridos de la multitud. Después de tres vueltas se dirige hacia
el oriente y observamos que su silueta disminuye sobre la luna llena. El tigre
lo contempla desde su jaula abierta, alelado.
Entonces,
soportando el estrépito de la multitud en fuga y el de las bellas
contorsionistas de cabeza cambiada, tengo la fuerza para entrar al sitio que
siempre me fue negado. Abro el cubículo donde él se esconde a oficiar sus más
increíbles prodigios y veo lo inimaginable. Aterrorizado empiezo a gritar, a
clamar auxilio... Ahí encuentro a mi maestro, el más extraordinario de todos
los magos, inmóvil, tendido sobre el piso metálico. Un hilo de sangre fluye de
cada uno de sus ojos.
Confundido,
espero que se reduzca mi angustia antes de arrodillarme a verificar su pulso,
su respiración... Deshecho compruebo su muerte. Aún con esperanza supongo que
es uno de sus impecables trucos con el propósito de castigarme por haber
incumplido su prohibición de espiar sus enigmas; o que es el precio pagado
porque nadie puede sobrevivir a aquellos desmesurados sortilegios.
Sin
embargo quiero creer que al salir lo encontraré sobre la tarima ejecutando otro
de sus actos increíbles en los cuales seré su más humilde ayudante. Pero
sospecho también —y deben entender mi desolación— que lo asesiné al abrir esa
puerta que me había enfáticamente prohibido mientras su imagen volaba hacia la
luna, y siento venir mi llanto.
A Amparo Osorio
A Gonzalo Márquez
Cristo
POEMA
DE HERNANDO SOCARRÁS
Treinta
días de tu impulso.
Te
levantas de la tierra
Profunda
Donde
no hay error.
Poesía
de un solo impacto
Se
rompen las palabras
Señaladas,
Más
breves cuando digo:
“Compañero,
eres otro libro
Que no
teme a la oscuridad”
Homenaje póstumo al Poeta
Este
viernes 24 de junio de 2016 se cumple un mes de la muerte del poeta colombiano
Gonzalo Márquez Cristo. El poeta murió en Bogotá, su ciudad natal, después de
un doloroso proceso de intervenciones médicas. Chali nos dijo adiós sumiendo en
luto a nuestras almas. Gonzalo (Gonzalito) nos dejó el ejemplo de toda una vida
dedicada a la creación poética y al liderazgo cultural. Su carismática
personalidad se ganó el afecto de muchos escritores e intelectuales cartageneros,
a raíz de la calidad de su trabajo y del cariño que él le profesaba a Cartagena
de Indias y a la Universidad de Cartagena. Por todo ello, muchos poetas de
Cartagena vamos a rendirle un sentido homenaje a la memoria de Gonzalo, y
especial a la trascendencia de su obra.
En
este homenaje póstumo y leyendo fragmentos de las obras de Gonzalo estarán
presentes los siguientes poetas y escritores que convocan a este acto de la
amistad y el reconocimiento:
Herbert
Protskar Andrade, Argemiro Menco Mendoza, Limberto Tarriba, Gustavo Tatis
Guerra, Mariana Pereira de Castro, Jaime Arturo Martínez, Bebela Vargas, René
Arrieta Pérez, Miguel Torres Pereira, Wiston Morales Chavarro, Lázaro
Valdelamar, Alicia Haydar, Lidia Corcione, Joce Daniels, Gonzalo Alvarino y “Generación
Fallida”.
Ese
día recibiremos un saludo a este homenaje, desde E.E.U.U., de parte la poeta
Hortensia Naizara. Desde Medelín, de parte del poeta Fernando Rendón. Desde
Argentina, de parte del poeta Héctor de León Born. y desde Bogotá, de parte de
los poetas Claudia de la Espriella y Edilberto Sierra.
El
acto se realizará en la Biblioteca Fernández de Madrid de la Universidad de
Cartagena, (Sede San Agustín), el 24 de junio de 2016 a las 9:30 a.m.
Contamos
con el apoyo institucional de la Universidad de Cartagena representado por Edgar Parra Chacón (Rector), Raquel Miranda
(Dir. Biblioteca), Sonia Burgos Cantor (Vicedecana, Fac. Ciencias Humanas),
Ivette Yidios (Decana Fac. Ciencias Humanas), Jorge Llamas (Fac.
Educación-Ciencias Sociales), Edilbert Torregrosa (Prof. Representante Consejo
Académico).
Sol de Hielo, un abrazo para
Gonzalo Márquez Cristo
Por: Luis
Alejandro Contreras
Así
bautizó Gonzalo aquella tarde, tarde caraqueña, en la que el sol no lograba
atravesar las nubes por completo. Me dijo, ¿sabes cómo llamamos en Bogotá a
estas insinuaciones solares? Sol de hielo. Y fue una de las más gratas
conversas de la que guste hacer evocación mi ya trajinada memoria. Habíamos
subido al Ávila. Quería mostrarle esa maravilla, que en veces se da, la de ver
al sur la ciudad caraqueña y al norte el mar caribe. Pero esa tarde las nubes
al norte estaban ariscas. Y ni siquiera el sol pudo convencerlas. Dejaba
traslucir su esplendor tras la niebla, pero hasta allí. Un disco de luz tras el
rocío celeste. Entonces se tendió en el aire la pregunta de Gonzalo. Recuerdo
haberle dicho, la poesía está en todas partes pues, pues ése es adagio
colectivo. Hoy Gonzalo se ha ido a perseguir soles de hielo, cantos de otredad,
vuelos de polvo cósmico entre los aires de la nada, porque la nada lo es todo.
Salve Gonzalo. Gracias por tu amistad y ese acallado entusiasmo tuyo, tan
henchido de templada fruición. Lamento no haber podido volver a Bogotá. Algún
día nos sentaremos a contemplar soles de hielo y beberemos del vino más
excelso, el vino que se bebe en los confines que brotan de las cabeceras del
tiempo. SALUD!
Arturo Bolaños
De
reciente aparición en el marco de la pasada Feria Internacional del libro,
publicamos algunas notas que sobre Ufano aliento escribieran diversos
escritores españoles y colombianos.
Arturo
Bolaños Martínez juramenta, más allá de toda ufanía, por todo
lo que sobrevive,
por la niñez
eternal que no se
desarraiga del hombre, sus límpidos poemas son palabras que piden resurrección,
sea bajo este cielo o más acá de la llave solar, tal como advierte Compañera que me olvidas en la noche / te
espero / como al sol. Leamos, con intención profunda, lo que por dos
lustros estuvo acopiando –y decantando– el poeta de San Juan de Pasto. Alfredo
Pérez Alencart, Universidad de Salamanca.
Ufano aliento trabaja con el deseo del lenguaje
como andadura entre lo decible y lo invisible, cosecha alientos que no explotan
sino que se contienen porque El silencio/
anuncia el verso/ y lo fecunda. Julio César Goyes, Universidad Nacional.
La lectura
de estos hermosos
poemas nos enseña
que las palabras cotidianas, sangre verbal de los hombres, son todopoderosas porque pueden,
incluso, convertirse en silencio.
Arturo Bolaños Martínez
es, sin duda,
un admirable poeta. Carlos Vidales, Estocolmo.
No
a menudo, una voz venida de América sacude un panorama literario español que a
veces parece cansado y sobre todo viciado, y desearía que fuéramos muchos los
que nos sintiéramos vivificados. Pienso en lo que ha sido recientemente para
nosotros Gonzalo Rojas, cuya voz tardó en ser escuchada de verdad. Ahora hay
que pedir atención para Bolaños Martínez y celebrar y agradecer que esté aquí.
Y no solo hoy, entre nosotros.
Barcelona.
A UN SOPLO
De
la infancia
de
los viajes
de
los amores.
Con
la huella de la sonrisa
el
polvo
y
la ceniza.
Solo
extraño
aquellos
silencios
a
un soplo de convertirse en palabras.
A UNA ALENADA
De
la infantesa
dels
viatges
dels
amors.
Amb
lemprenta del somriure
la
pols
i
la cendra.
Només
enyoro
aquells
silencis
a
una alenada d´esdevenir paraules.
Traducción al Catalán: Leonora Gambino
Rene Char… Su
destellante palabra
Conmemorando el natalicio de este
imprescindible poeta francés (L´isle-sur-Sorgue, Vaucluse, 14 de junio de 1907)
ofrecemos a nuestros lectores uno de sus más significativos poemas traducidos
por el poeta venezolano Luis Alberto Crespo para el libro Aromas Cazadores, publicado en Caracas-Venezuela por Monte Avila
Editores en 1982.
VIAJEROS
Cefeida en Orión
Después
que el tren desaparece
La
estación sale riendo
En
busca del viajero.
Todo
lo que se oculta bajo la mano es, esta noche, esencial.
Lo
no cumplido ensordece de esencial.
Inventamos
fuerzas de las cuales tocamos las extremidades,
casi
nunca el corazón.
Conviene
acercar los utensilios de la mesa de comer con insignes precauciones.
Este
intervalo singular no tiene parentesco ni puede medirse.
Nuestro
presente llegó a tal punto a inflamarse que invocarlo sería destinarlo al
viento.
Camarada,
he aquí tu salvoconducto para dirigirte a donde quieres y sufrir en todas partes. Desde la línea de flotación hasta los
abismos. El coraje se sacia con infinitas variantes.
Lugar de delicias que dura un día.
Construyeron
una barca con la espuma del mar a fin de llegar a la orilla más distante. Ellos son esta cadera de arrecifes.
El
calumniador desciende irresistiblemente hacia este mar. En cambio los dioses
son complejos y lentos en sus
aprobaciones.
Estamos
estando, como mancha amarilla, frente a la chimenea de la bestialidad. ¿Quién lo duda? Ni siquiera ese farsante
que es el gran frío.
La
sombra de la vida interviene a tiempo para preservar el lugar que le debemos en
nosotros. Cuanto más altas sean las
montañas, mayor será el derecho de los clarividentes
a llevar el relámpago de las cumbres en su bastón.
--Vida,
¿dónde está tu victoria?
--En
ésta. Sobre aquél.
--Yo
sé, Amiga, que el porvenir es escaso.
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CARTAS DE LOS LECTORES
CONFABULACION reitera a sus amigos y
seguidores su gratitud por los cientos de miles de mensajes recibidos, que por
obvios motivos han sido imposibles de contestar.
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