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FUNDADORES: Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio. DIRECTORA: Amparo Osorio. COMITÉ EDITORIAL: Iván Beltrán Castillo, Fabio Jurado Valencia, Marco Antonio Garzón, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio, Fabio Martínez, Javier Osuna, Sergio Gama, Mauricio Díaz. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica). Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Luis Rafael Gálvez, Martha Cecilia Rivera (Estados Unidos); Jorge Torres, Jorge Nájar, Efer Arocha (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Renato Sandoval (Perú); Luis Bravo (Uruguay); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela);
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con el asunto “Retiro”
EL VIAJE DE LA VIDA
Omar Ardila
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está—.
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está—.
Antonio Machado
Caminos a Koktebel (2003) fue la ópera prima de los directores rusos, Boris Khlebnikov y Aleksei Popogrebsky, quienes luego optaron por realizar por aparte su propia carrera cinematográfica. Al volver a visualizarla, encuentro que la fuerza vital de su imagen poética no se ha quedado en la nostalgia, por el contrario, llega de nuevo para alejarnos de los programados efectismos que ya no logran sorprendernos.
Cada película nos sumerge en un viaje, uno más de los muchos que emprendemos durante el viaje mayor de la vida. Alentados por las metas que casi siempre resultan inalcanzables, constantemente nos arriesgamos en el tránsito hacia lo desconocido. Justamente, el filme de Khlebnikov y Popogrebsky, nos cuenta la historia de un ingeniero aerodinámico, quien luego de la muerte de su esposa, decide abandonar su vida en Moscú para ir junto a su hijo de once años a Koktebel (un pequeño pueblo de la región de Crimea junto al Mar Negro) donde habita su hermana.
La película comienza con un fundido en negro que se va aclarando lentamente, pasando por tonalidades azules y grises hasta llegar al color natural de la locación, mostrada en un plano general, en el que vemos un túnel debajo de una carretera, del cual salen un hombre adulto y un niño arrastrando sus pertenencias. La secuencia continúa intercalando tres primeros planos (dos de los rostros de los caminantes y uno del bolso que el mayor lleva en la espalda). La conversación que sostienen nos deja saber que se trata de dos viajeros dispuestos a llegar a la distante península de Crimea. De esta manera, constatamos que no hay artilugios narrativos, pues la ubicación de la historia es comunicada claramente desde el inicio del filme.
El siguiente corte nos deja con los dos personajes ahora oteando el horizonte desde el vagón de un tren de carga; enseguida, un sutil movimiento de la cámara nos acerca al rostro del niño hasta mostrarlo en primer plano, de perfil, con la curiosidad de quien le apuesta todo a la aventura para la consecución de una meta.
Para hacernos más explícito el sitio hacia donde se dirigen, el padre le sugiere al niño que memorice la dirección que deberán buscar en Koktebel – a la postre, esto será de gran importancia para que el niño alcance su objetivo –. A partir de ese momento, nos sumergimos en el viaje que ellos realizan, el cual resulta lleno de dificultades y alegrías. El camino siempre está lleno de sorpresas y para hacerlo más ameno y lograr subsistir, deben realizar pequeños trabajos donde se lo permitan.
Poco a poco empezamos a observar el espacio desde la óptica del niño, quien va apropiándose del entorno y fijando su territorialidad. Durante el viaje, el infante tiene cuatro encuentros con disímiles personajes que si bien le sirven como impulsores de nuevos pensamientos, no logran desviarle la atención de su búsqueda. El primer encuentro es con una joven de catorce años, notablemente influenciada por el cambio cultural tras el fin del proyecto político soviético. Ante ella manifiesta su particular manera de aprendizaje (alejada de la escuela, teniendo como instructor a su padre). Le confiesa además, cómo a partir de su construcción arquetípica, él cree verlo todo desde arriba. Hace evidente su vocación aérea; el “psiquismo ascensional” que lo impulsa a fijar su interés en las aves de alto vuelo (albatros) o en los planeadores, que pueden obviar la necesidad de un aparato propulsor para dejarse llevar libremente por las corrientes de aire.
El segundo y tercer encuentro (con el viejo que les ofrece trabajo y con la médica que le ayuda a la curación de su padre) se rompen abruptamente, dejándole sensaciones de frustración extrema, las cuales tampoco logran desviarlo de su propósito.
El cuarto encuentro, con un camionero que lo lleva en el tramo final hasta su anhelado destino, es de nuevo aprovechado para darle (darnos) a conocer su otro gran referente existencial: el mar. El conductor no puede entender ese extraño apasionamiento indeclinable, pero el niño no se detiene a dar explicaciones, sólo espera impaciente que el mar le enseñe su rostro.
Por su parte, el padre ha encontrado en el andar vagabundo la expiación del dolor por la muerte de su esposa. Para él, arribar a Koktebel no tiene la misma importancia que para su hijo, simplemente, es un punto lejano al que aspira a llegar algún día, mientras el tiempo se encarga de arrancarle su amargura. Lo que realmente le interesa es la magia del camino; sabe que “el verdadero peligro es el camino”, y decide arriesgarlo todo para construir su nuevo itinerario. De pronto se halla ante una gran encrucijada que le supone escoger entre el afecto de su hijo o el naciente amor por la médica que le brindó ayuda. El amor filial terminará imponiéndose y optará por avanzar al encuentro de Koktebel.
Hasta este momento, apenas nos hemos aproximado a la temática del filme; y como podemos constatar, no se trata de una historia espectacular ni mucho menos con agudas variantes narrativas. La narración es manejada con suma sencillez para centrar la mayor parte de la exploración fílmica en la creación fotográfica, donde se desarrolla la gran riqueza poética. La concienzuda elaboración de los diversos planos, encuadres y desplazamientos de cámara, son los que le imprimen a la película una singular belleza y le demarcan un sitio en la “historia del cine”.
Hay secuencias con cámara en mano; insistentes planos subjetivos; abordaje reiterado de los personajes por la espalda y un exquisito manejo de la luz en interiores para construir armoniosos cuadros en tonalidades sepia que parecieran extraídos de alguna pintura clásica. En dos secuencias, la cámara sigue el movimiento de los objetos sin ninguna preocupación por lo que esto aporte al avance de la historia. Son tiempos muertos que permiten explorar los alcances del “juego” con la imagen, las múltiples relaciones que puede establecer el cine con la realidad para transformarla desde el acercamiento a lo aparentemente intrascendente – en la primera secuencia, durante ocho veces, la cámara sigue la caída de unas oxidadas hojas de zinc que el ingeniero lanza desde el techo, y luego, en cinco ocasiones, sigue al niño arrastrando las misma hojas. En la otra secuencia (plano-secuencia) la cámara se mueve tras unas piedras que el niño lanza sobre un artefacto hasta que logra tumbarlo –. El ritmo, por consiguiente, es lento. Hay planos que duran cerca de tres minutos, muchos en completo silencio, algunos con sonido ambiental y muy pocos (no más de cinco) con música extradiegética. Es, ante todo, una invitación a la contemplación del espacio para intentar una “objetivación del espíritu humano” o para encontrar en el paisaje un “estado del alma” de los personajes.
Otro elemento que alcanza un desarrollo notable en el filme es el trabajo actoral. Especialmente, la actuación del niño Gleb Puskepalis me parece fascinante por la elocuencia de sus expresiones gestuales y por la profundidad de su mirada, casi siempre fija en el horizonte como preguntándole al tiempo por qué no le permite llegar pronto al esquivo mar. Pero esa candidez también tiene momentos de ruptura, como cuando decide abandonar a su padre y expresa toda su ira en medio de un campo desolado, lanzando su bolso al piso y zapateando desesperadamente. Esto nos sirve para constatar que la tradición rusa del arte dramático se mantiene en un alto nivel.
La parte final de la película tiene algunas variaciones narrativas que nos permiten contextualizar el entorno social y enterarnos de las sensaciones colectivas. La entrada del niño a Koktebel – llamado ahora Planerskoye, después que los tártaros (nativos de esa región) fueran deportados tras el fin de la II Guerra Mundial – sucede en una secuencia con planos subjetivos y cámara en mano, la que nos muestra únicamente la zona media del cuerpo de los múltiples turistas que visitan esa región costera. La diversidad de atuendos que lucen y el notable comercio en las calles, confirman que la población ha tenido un gran cambio cultural con la entrada del capitalismo. En otra secuencia, cuando el niño asiste a un restaurante, lo sorprende un cantante con un tema que pareciera el canto de victoria del caminante que ha llegado a su meta: “Mis caminos, mis queridos caminos / Mis piernas me llevaron, los dioses me ayudaron / Me amaron, me traicionaron / La vieja sacudió su alfombra / No pude huir / Mi camino imposible se convirtió en un escape”.
Y, como toda buena obra, el filme mantiene su armonía hasta el cierre. Sin duda, éste es el momento más poético: el niño está sentado en un embarcadero frente al mar, un ave llega a perturbarle su meditación y él la agarra por el cuello y la lanza al vuelo; enseguida, la cámara amplia el espacio en una toma desde arriba para captar el arribo del padre quien se sienta junto a su hijo. Ambos reciben el saludo del mar que los arrulla con su vehemente sonido mientras sus miradas se pierden en el insondable paisaje.
LUCÍA ESTRADA – PREMIO DE POESÍA CIUDAD DE BOGOTA 2017
POEMAS DE LA NOCHE
XXXIII
Redimir la noche, mezclar su escritura y comprender. No es posible huir luego de haber iniciado la cacería mayor, brazos y ojos señalados por el fuego de la búsqueda. El dedo que fijó la página, el agua que vemos resplandecer en el poema. Todavía, ese leve gesto se repite. La luna del comienzo no declina ni se oculta.
Un instante: se descifra el movimiento de la llama.
Otro: el humo que asciende.
Ahora se prueba el fluir de la sangre, un círculo de correspondencias.
El silencio explora su laberinto. La estela de ese otro sol se mantiene. El rito de la noche no termina. Viejos hombres deambulan hoy bajo su antorcha.
De: MAIASTRA
DJUNA
Pregunto por el sueño
y en respuesta
lentos animales
de la noche
rodean mi casa.
De: LAS HIJAS DEL ESPINO
***
Cuando la noche se inclina y parece que pronuncia tu nombre, hundes tus manos en la oscuridad y buscas a tientas el cuerpo inabarcable de tu memoria.
Ese pálpito en la punta de los dedos, la densa respiración de todo cuanto existe, te obliga a permanecer en la sombra.
Ninguna imagen tiembla en el espejo. Ninguna superficie se apiada de ti.
Todo está vuelto sobre sí mismo y nada consigue reflejarte. Una pausa, y el tiempo detenido cae sobre tu silencio.
Cuántas palabras a punto de oscurecerse bajo tu lengua. Cuánto deseo en los ojos que se abren por última vez.
Apártate un poco y comprende que nada podría ser el inicio ni el centro
en este cuarto cerrado. Que todo será dicho de golpe en medio de la sombra
y muy lentamente.
***
Abro la noche para recibirte. En cada palabra
mis manos inician un largo recorrido hacia la sombra,
hacia lo que no es posible abarcar. Y sin embargo,
helo ahí como si quisiera traernos un pedazo de nosotros mismos,
un fragmento de luz, una sílaba cerrada en su misterio.
Nombrarte es el comienzo del exilio. Y permanecer en ti
una constante despedida. Ofrezco mis ojos a lo que se diluye bajo tu lámpara.
A la eternidad que se desteje minuto a minuto para que yo pueda entrar en ella.
Sin cortejos. Sin una guía para mis pasos.
Escribo en el polvo este no saber hacia dónde,
a qué distancia se oculta la rosa.
Nuestro diálogo es el inicio del viaje, su silencio el camino de retorno.
Es necesario permanecer a la intemperie.
***
Todas las voces están huérfanas de sí,
y en esa orfandad se asisten, se acompañan.
Ahí está el misterio. El que no podemos tocar,
para el que no existen las manos.
Las manos.
esa región desconocida que nos acerca y nos aleja al mismo tiempo.
Me pierdo en la penumbra de lo que quisiera gritar y no puede.
El deseo es lo que nos rescata del abismo,
pero también se yergue lo que no admite consuelo.
Palabras como pájaros en la soledad del aire.
***
Nos han dejado verdaderamente solos en medio del agua,
de su noche grave y espesa.
No en la superficie,
entre los pliegues.
Y allí soñamos las formas,
peces que se devoran entre sí,
sustancias y sales y fuego
en su primera altura.
Pero hay un arriba y un abajo, decimos,
y somos parte del secreto.
Lo que nos mantiene es no saberlo con certeza,
intuir que somos las columnas y el corazón único
de ambos reinos.
De LA NOCHE EN EL ESPEJO
-
Medellín –Colombia 1980. Ha publicado los libros de poesía Fuegos Nocturnos, Noche Líquida, Maiastra, Las Hijas del Espino, El Ojo de Circe (Antología), El Círculo de la Memoria (Selección de poemas), La Noche en elEspejo, Cenizas de Pasolini, Cuaderno del Ángel, y Continuidad del jardín (Selección personal). Con su libro Las Hijas del Espino obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Medellín (2005).
Textos suyos han aparecido también en varias antologías y publicaciones del país y del exterior. Durante cinco años fue parte de la organización del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Con su libro Cuaderno del Ángel obtuvola Beca de Creación en Poesía, otorgada por el Municipio de Medellín en 2008, y en 2009 fue nominada por la UNESCO al Premio Internacional de Poesía “Ponts de Strugas” de Macedonia. Ese mismo año (2009) obtuvo el PremioNacional de Poesía Ciudad de Bogotá con su libro La Noche en el Espejo.
EL DESTIERRO DE LA MEMORIA
CARLOS FAJARDO FAJARDO*
Hoy por hoy ha cambiado nuestra noción de historia y de memoria. “Antes, nos dice Umberto Eco, nos interesaba mucho el pasado porque las noticias sobre el presente no abundaban (…). Con los medios de información de masas se ha difundido una inmensa información sobre el presente”. Esto, junto a la fatal reducción de horas en la enseñanza de la historia como área disciplinar en el bachillerato colombiano, ha dejado a la memoria refundida en el cuarto de San Alejo. Lo paradójico es que el joven ha llegado a confundir los hechos reales, sucedidos en un tiempo relativamente cercano, con hechos de fantasía o de ficción. Es en realidad la influencia de la pantallización de los hechos históricos, su mediatización efusiva, que los falsea y espectaculariza. Tal es la historia aprendida sólo en el cine Hollywoodesco.
Cierto, la disminución de horas en la enseñanza de la historia es un proyecto mordaz y perverso, pensado para desmontar la memoria como poderoso motor de conciencia cultural y social. En torno a ello, está el gigantesco sistema del mercado, junto a los medios tradicionales y los digitales. La vida de lo fugaz y lo inmediato impone sus reglas de juego. La memoria asume las lógicas del sistema operativo on line; es instantánea y efímera; traza una borrable línea sobre la pizarra del tiempo; no tiene importancia que nos propongamos guardarla en nuestro archivo como algo necesario. A ritmo acelerado se usa, desecha y reemplaza. Es un proceso de museificación de la memoria. Se le archiva y olvida; se le reutiliza sólo como mero dato de un recuerdo pasajero y no para generar preguntas e inquietudes, ni para ayudar a comprendernos. La memoria, tanto colectiva como personal, se esfuma y pierde toda posibilidad de que con ella podamos tener un polo a tierra, algo de conocimiento sobre nuestro presente y pasado, una posibilidad gravitacional para, al menos, sospechar en lo que fugazmente nos espera.
La memoria que se encuentra almacenada en Google, en Wikipedia y en las redes sociales, es rápida, urgente, superficial, y su consulta se vuelve volátil. La memoria RAM es compulsiva, descentrada, transitoria, vídeo-clip, de prisa, es decir, casi imperceptible, diríamos etérea y gaseosa. A la memoria creativa y crítica se le ha cambiado por conceptos como competencia, eficacia, eficiencia, habilidad, destreza; todos ellos baluartes de las lógicas ecónomas de exclusión y eliminación del otro. Se trata de vencer y destruir al semejante, a través de una educación que lleve a buen término una meritocracia competente, un “saber hacer” y “saber obedecer”. Con ello se empobrece cualquier proyecto educativo que ponga su énfasis en las ciencias sociales y humanas, lo que lleva al gradual desprestigio y aniquilamiento de las mismas, imponiéndose las ciencias económicas como disciplinas supremas, administrativas, al servicio del sistema global financiero. Pensamiento individualista, utilitarista, contra memoria creadora y solidaria. Es el Demiurgo actual que conjuga mercado y competitividad, desterrando todo concepto de ética ciudadana que lucha por sus derechos colectivos, e imponiendo el concepto de sujeto consumidor, que busca sólo privilegios individuales.
Bajo dichas condiciones, la memoria creadora y cuestionadora es liquidada por la inmediatez mercantil. De allí que, como afirma Susan Sontag, “en un mundo no ya saturado, sino ultra saturado de imágenes, las que más deberían importar tienen un efecto cada vez menor: nos volvemos insensibles”. La memoria propositiva, sensible, re-existente, se cambia por una actitud de olvido e indiferencia. Todo pasa tan rápido, y de forma tan violenta, que indigesta y no tenemos tiempo para digerirlo. El cinismo, aceptado como adictivo y normal, es su consecuencia. Tal es el sistema de una perversidad agresiva y activa, la instalación de un canibalismo atroz y masificado, de individuos despolitizados, donde la destrucción es legitimada por un aparataje de astucia, viveza y avaricia. El modelo económico neoliberal autoritario aniquila la actitud ética, democrática, participativa, y el estudio político de la historia es reducido por una racionalidad instrumental a datos estadísticos.
Algunos preguntarán ¿en realidad sirve para algo conocer hechos y datos históricos? Podemos adelantar una afirmación positiva. La historia sirve no sólo para informarnos y llenarnos de datos, cual coleccionistas compulsivos, sino para formarnos y fortalecer nuestro sentido analítico a través de la confrontación, la selección, las comparaciones, el diálogo entre opiniones respecto a dichos datos e informaciones. Es posible que así se asimile la importancia que la memoria crítico creativa tiene para nuestras vidas. Y aunque muchas veces la educación tradicional enfatiza en la historia oficial de los vencedores, olvidándose de la historia de los excluidos, creemos que es supremamente necesario el conocimiento no sólo cronológico, sino político y social de los acontecimientos, factores que lentamente se han ido desterrando de los proyectos pedagógicos. De hecho, ignorar algunos acontecimientos importantes y fundamentales de nuestra historia ya no mortifica a casi nadie, se le acepta como algo habitual, sin ninguna vergüenza ni pudor. La ignorancia se ha convertido en un asunto de elogio, es la corona del cinismo, donde la conocida frase “me importa un pepino y ¿qué?” no afecta nuestra imagen, más bien da reputación.
Ante el síndrome de la paranoia mentirosa mediática, la memoria crítica propone el análisis como defensa en medio de la ignominia de falsos montajes y de siniestras patrañas. Ella sirve para desmontar las falacias que la fábrica de mentiras dice sobre la historia, a la vez que da suficientes fuentes conceptuales para desconfiar de los montajes y conspiraciones que circulan en el mundo global. Por tanto, el conocimiento de la historia se vuelve en esta época cada vez más urgente, día a día más visceral. Su desconocimiento nos aleja de la posibilidad de participación consciente y activa en los asuntos políticos. En los regímenes totalitarios el destierro de la memoria crítico-creativa ha dado grandes y terribles resultados. En ellos se enseña a odiar la historia de los opositores, a difamar de los enemigos, a desconocer las verdaderas causas de la injusticia. Ahora, en esta globalización totalitaria o globalitaria, se enseña a desconocer la fuerza de la historia, relajando su eficaz peligro, su contundente y flagrante llama.
Vuelta espectáculo y escenografía banal, la memoria creativa -que no es simple nostalgización- resiste, construye, inventa otras posibilidades, amplía los horizontes en medio de un mundo imbuido en una mentalidad de mercaderes. Es innegable: el capitalismo con sus tecnologías desea vivir sólo en el presente consumidor. Pero, volviendo de nuevo a Umberto Eco, “olvida cada vez más la dimensión histórica. Lo que nos cuenta Tucídides sobre los Atenienses y los Melios aún sirve para entender muchas vicisitudes de la política contemporánea”.
*Poeta y escritor colombiano
EL INVIERNO ALREDEDOR DE UNA NOVELA (Y adentro el frío)
Por Amilcar Bernal Calderón
Es probable que hayan tenido unas veinte citas cumplidas, doce noches, siete tardes, una mañana o cualquier otra combinación que sume veinte, o un poco más, o un poco menos, pero anduvieron buscándose durante las ciento ochentaisiete páginas de la novela y algo así como siete años de tiempo literario, sin encontrarse. Cada vez que se encontraron, sin falta, cada uno sabía que iban a separarse y no valía la pena despedirse porque cada uno era en sí una despedida. Dos despedidas que de vez en cuando se saludaban. Pero se amaban enloquecidamente, ella siendo poseída por un hombre, otro, a quien odiaba, y después por una huida; él por la música, el piano, el jazz y el desesperado recuerdo de ella que lo lastraba de una dolorosa resignación, una mancha adherida a su consciencia como un pegante imposible de quitar. Un quinto personaje (la música y un cuadro de Cezanne eran el tercero y el cuarto) es el narrador a quien le es concedido por la literatura el derecho a hablar de ellos al oído de cada lector. Dije “al oído” porque a lo largo de la novela todo son susurros que pretenden ocultar algo: una presencia, una sospecha, una identidad, amén del grito desesperado de dos amores, como las caras iguales de dos imanes que renuncian a tocarse, lo cual, podría decirlo, es el sexto personaje o el leit motiv de la narración.
El narrador escucha sonar el piano en un bar de Madrid, y la huella dactilar que la música imprime en la consciencia de un ferviente admirador lo devuelve unos años atrás, a otra ciudad, su segundo mundo, de tal manera que la novela comienza diciendo:
“Habían pasado casi dos años desde la última vez que vi a Santiago Biralbo, pero cuando volví a encontrarme con él, a medianoche, en la barra del Metropolitano, hubo en nuestro mutuo saludo la misma falta de énfasis que si hubiéramos estado bebiendo juntos la noche anterior, no en Madrid, sino en San Sebastián, en el bar de Floro Bloom, donde él había estado tocando durante una larga temporada.
Ahora tocaba en el Metropolitano, junto a un bajista negro y un batería francés muy nervioso y muy joven que parecía nórdico y al que llamaban Buby. El grupo se llamaba Giacomo Dolphin Trio:entonces yo ignoraba que Biralbo se había cambiado el nombre, y que Giacomo Dolphin no era un seudónimo sonoro para su oficio de pianista, sino el nombre que ahora había en su pasaporte. Antes de verlo, yo casi lo reconocí por su modo de tocar el piano. Lo hacía como si pusiera en la música la menor cantidad posible de esfuerzo, como si lo que estaba tocando no tuviera mucho que ver con él. Yo estaba sentado en la barra, de espaldas a los músicos, y cuando oí que el piano insinuaba muy lejanamente las notas de una canción cuyo título no supe recordar, tuve un brusco presentimiento de algo, tal vez esa abstracta sensación de pasado que algunas veces he percibido en la música, y cuando me volví aún no sabía que lo que estaba reconociendo era una noche perdida en el Lady Bird, en San Sebastián, a donde hace tanto que no vuelvo. El piano casi dejó de oírse, retirándose tras el sonido del bajo y de la batería, y entonces, al recorrer sin propósito las caras de los bebedores y los músicos, tan vagas entre el humo, vi el perfil de Biralbo, que tocaba con los ojos entornados y un cigarrillo en los labios”.
Luego, al terminar la tanda de los músicos, el narrador y el personaje se encuentran, se recuerdan, y el personaje comienza a narrarle esta epopeya de la frustración que constituye una de las mejores novelas de amor hasta hoy leídas por mí (otra fue Beatus Ille, del mismo autor), causante de que, al terminar de leerla en esta nublada y lluviosa mañana de sábado en San Francisco de Sales, Cundinamarca, donde es escaso el amor, me haya puesto a escribir esta reseña para dejar malherido al tiempo, que hasta el día de mi suicidio, aún no se dejará matar.
Mejor escrita que cualquier relato o novela de don Julio Cortázar que alude al jazz, y con el mismo tono del relato (no recuerdo el nombre) sobre un jazzista gitano escrito por don Eduardo Halfon, la novela El invierno en Lisboa (premio Nacional de narrativa y premio de la crítica en 1988), de don Antonio Muñoz Molina (para mí, el más grande novelista vivo que he leído y leeré), es algo que no debe perderse quien se precie de ser amante de la narrativa contemporánea actual.
METAPHYSICA
¡Ah! ¡Que llegue el tiempo
En que los corazones se enamoren!
Arthur Rimbaud
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CARTAS DE LOS LECTORES
CONFABULADOS: El verso de Gonzalo Márquez Cristo es una aurora en densa noche. Permítanme emplearlo como epígrafe para trazar una memoria del relámpago de lucidez que antecedió a la muerte del querido y extrañado amigo Arturo Alape. Por supuesto con el debido crédito a Confabulación, #471, octubre 25 2017 y a su autor, Gonzalo Márquez Cristo. Gareste Restrepo
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QUERIDOS CONFABULADOS: Conocedor de los sombras que se ciernen detrás de esta esta ventana luminosa, propongo a todos los confabulados tender los lazos de la solidaridad para que CONFABULACION perviva. Cada cual sabrá como pasar de la palabra vacía a la solidaridad de las acciones. Un abrazo a todos. Pedro Baquero M.
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AMIGOS CONFABULADOS: Excelente comentario del poeta peruano Jorge Nájar sobre nuestro compatriota Jorge Torres y su libro Asombros Ernesto López
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CONFABULADOS QUERIDOS: Los felicito por registrar los eventos que suceden en las provincias. Sin el espacio que ustedes les brindan, muy pocos colombianos nos enteraríamos de toda las actividades culturales. Alvaro Martín
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