No. 526, Adiós a Ángel Loochkartt



Descripción: ConfabulaCabezoteActual

FUNDADORES: Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio. DIRECTORA: Amparo Osorio. COMITÉ EDITORIAL: Iván Beltrán Castillo, Fabio Jurado Valencia, Marco Antonio Garzón, Jairo Alberto López, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio, Fabio Martínez, Javier Osuna, Sergio Gama, Mauricio Díaz. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica). Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Luis Rafael Gálvez, Martha Cecilia Rivera (Estados Unidos); Jorge Torres, Jorge Nájar, Efer Arocha (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Renato Sandoval (Perú); Luis Bravo (Uruguay); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela);
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con el asunto “Retiro”

ADIÓS A ÁNGEL LOOCHKARTT


Descripción: angel

Ángel ha partido! Con pesar registramos su ausencia, pero también con regocijo una gran parte de vida compartida que hoy rememoramos y en la que fue gran amigo, maestro de maestros, puente de alegrías y vivencias, e indiscutiblemente cómplice de todos los sueños de aquellos a quienes tanto amaba. Para Clarita su eterna compañera, para Saskia y Ángelo sus hijos y para Gabriela su nieta, nuestro abrazo de solidaridad y cariño.
Como un sentido homenaje de Común Presencia, reproducimos dos magistrales entrevistas que testimonian su inquietante y lúcido pensamiento.

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Ángel Loochkartt
¿Qué color me buscará mañana?

Por Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio

Nació en Barranquilla, Colombia, en 1933. Estudió en Roma las técnicas de mural, pintura de caballete y grabado. En 1971 se vinculó al Departamento de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia. Obtuvo el Primer Premio II Salón de Pintura (Santa Marta, 1962); el Premio de diseño (Barranquilla, 1964); la Medalla al Mérito docente Leonardo da Vinci (Bogotá, 1980); el Premio Cristóbal Colón (Bogotá, 1986); y el Premio en el Salón Nacional de Artistas en 1986.
Entre sus más destacadas exposiciones se encuentran: Muestra de Artistas Latinoamericanos (Roma, 1958); bienales de Venecia (1958 y 1989); Primer Encuentro de la plástica americana (La Habana, 1972); XVIII Bienal Internacional de Sao Paulo, Brasil (1985); 100 años de Arte colombiano, exposición itinerante América y Europa, 1986. Ha expuesto en Colombia, Italia, Brasil, Argentina, Costa Rica, Cuba, México, USA, España, Francia, Alemania, Holanda y Polonia. En la gran encuesta del Museo de Arte Erótico Americano y del periódico Con-Fabulación ocupó el séptimo lugar entre los artistas colombianos más importantes de todos los tiempos.
Con la lúdica y el sentido poético que caracteriza su pensamiento, Loochkartt profundiza en su arte de raigambre expresionista, provisto de un colorido vigoroso y particular.

***
La sentencia de Rilke de que todo ángel es terrible, en Loochkartt tiene una ejemplar correspondencia. Este ángel nocturno que ha buscado la impronta de lo humano en los múltiples universos que pinta, plasmando los marginales mundos de prostitutas y travestis que enriquecen a la noche, es también un demonio solar que capta los personajes emblemáticos del carnaval de Barranquilla, la altiva soledad en sus retratos de mujeres “perdidas en el tiempo”, el fulgor en sus girasoles embriagados por la luz, la perversión de sus figuras etruscas, la lúdica de sus gatos acechantes, la pasión en el gesto suspendido de las amadoras de Bolívar, y en los amarillos, azules y verdes recién inventados.
Es demonio solar en sus profundas búsquedas donde el color asciende a su punto de peligro, en la desgarradura que le propina su acuciosa reflexión sobre este nuevo milenio; y ángel nocturno, cuando plasma al hombre de rupturas, al rebelde permanente, al hombre angustiado, al irónico sutil que no da tregua; en fin, al ser de linderos, de riesgos y de alquimias...

Nuestra reflexión se detuvo: Acabábamos de coronar la pendiente calle del antiguo barrio de La Candelaria y en instantes el rito sería bautizado.
Puntuales golpeamos la sólida puerta marcada con el número 1-00, de esta casa de cuatrocientos años que en la época de la Colonia era el comienzo y fin de Santafé de Bogotá, y nos abrió una mujer traslúcida y delgada conduciéndonos a la sala de espera, donde hay un piano que en ocasiones es tocado por fantasmas, cuadros, ángeles y flores. El pintor aparece con un gesto de alegría acompañado de un french-poodle y un dálmata, que con ladridos comparten el efusivo saludo de nuestro encuentro. Inesperadamente se escucha la voz de un niño que exclama: «¿Qué hago con estos perros?» Y Loochkartt contesta: «¡Métalos en la nevera!»
—Pintor es el que pone en crisis a la luz... —comienza diciendo sin preámbulos—. El lienzo en blanco es un cadáver que debemos resucitar... Y es tan difícil lograrlo... Artista es quien puede ver un color desde el lugar de otro. Es quien observa el amarillo desde el rojo para poder encontrarle un sentido inesperado.
Nos invita a seguirlo. Nos enseña esa antigua y hermosa casa donde sus pinceladas han viajado por ventanas, puertas, muebles, e incluso por la licuadora, el televisor y la cocina.
—El tiempo del deseo y el de los quehaceres no se fusionan. Aquí hay una distancia abismal que no se corresponde, por eso es esencial la soledad para el artista. Yo soy un anacoreta, pero al mismo tiempo, imagino lo que está sucediendo afuera. Esa realidad es la residencia del hombre. Sin embargo hay gente que sólo se nutre de lo que vive, pero quien está encerrado puede producir aromas y colores que surgen del interior y que son más reales que la misma realidad; porque cuando las cosas están dadas hay que reinventarlas, la realidad hay que intervenirla, y esa es la crítica frente a lo que existe. Perdonen mi divagación... A veces me dicen que mi apellido viene de loco pero en verdad, en holandés, significa papel rasgado —dice sonriendo.
Con excesiva minucia Loochkartt observa nuestros libros de poemas y revistas que le hemos regalado y va realizando comentarios. En la sala vemos un retrato clásico de sus hijos gemelos, un pequeño Pegaso de bronce, un enorme arpón de hierro africano, una antigua cítara, y en el fondo cuadros de sus travestis alados.
—Vamos a comenzar con estas uvas y después acudiremos a su líquida alma —dice mientras se levanta para alcanzar una bandeja con un racimo que va desgajando en un acto que se convierte como en la ceremonia de unas manos acariciando un cuerpo—. El pan y el vino son los únicos inventos que verdaderamente me deslumbran. Han pasado miles de años desde que el hombre domesticó el trigo y la vid y no se ha inventado nada más importante.
Se queda pensativo y agrega:
—Ya se avizora un nuevo siglo, un nuevo milenio. Es extraño pensar en el transcurrir. Mi pintura es una mirada en el tiempo, creo que eso es suficiente... Me agrada imaginar que después del año 2.000 algún crítico obtuso cuestione algo sobre mi obra para poder decirle: su pregunta es anacrónica, eso lo hice en el milenio pasado. Ser un pintor no comercial no es una virginidad, es una virtud.
Loochkartt se ríe infantilmente. Luego propone que lo acompañemos al estudio. Decididos subimos por una estrecha escalera de caracol y nos encontramos en un altillo que posee una hermosa vista sobre el antiguo barrio. El pintor no cesa de reflexionar:
—Esta es una época decadente. Como los amigos se han ido de viaje en Internet ya uno nunca los encuentra. Es una Edad ignominiosa. Por ejemplo a Michael Jackson yo lo encerraría en una jaula, es el producto de cómo no debería ser el hombre. Se convirtió en un híbrido de todos los híbridos del mundo. Por eso me asusta más Jackson que Frankenstein. Estos son los monstruos del siglo XX, los jinetes del apocalipsis; y como todo se está desmoronando y uno no sabe lo que pasará, el 31 de diciembre del 2000, frente a esta casa trazaré una raya en el piso, y cuando sean las doce de la noche saltaré al otro lado diciendo que soy un hombre del siglo XXI y todo estará arreglado. Diré también que todos mis amigos son del siglo pasado; por eso ahora firmo mis cuadros: Pintor al borde del siglo XXI.

PINTURA EN EL TIEMPO
—Yo le digo a mis estudiantes que la pintura es como la idea del jabalí móvil, le disparas pero no hay que matarlo, porque si lo matas estás muerto. Sobre una misma idea, construyes todas las ideas. Por eso en pintura no se murieron las flores, las frutas no son un tema menor, por eso no se acabó la fotografía del desnudo. En lo más trajinado está la revelación de la obra. El pintor Abullarach ha trabajado toda la vida sobre el arco superciliar y allí hay un universo, una totalidad.
—¿Es una deliciosa perversión pintar ángeles con forma de travesti?
—Yo soy un hombre de la noche, un pintor lunar; siento que la noche me atrapa mientras pinto y lo hago en forma compulsiva hasta ver estrellas verdes en el lienzo; por eso no soporto la cama para el ocio. Yo solamente la utilizo para soñar o para otro tipo de compromisos intensos que no tienen nada que ver con perder el tiempo.
—¿Lo alteran los meandros que comunican todas las artes?
—Para mí Kandinsky pintaba música, esto como ejemplo para reflexionar sobre los vasos comunicantes que existen entre todas las artes. La pintura vive y está en la poesía; la poesía está en la música y así sucesivamente. Aunque en la vida he tomado un camino del cual es difícil salirse, de pronto algo me ilumina y escribo. Tengo un libro de poesía que se titula A los ángeles digo que Omar Rayo quiere publicar en su colección de Roldanillo.
—¿Siempre estuvo obsesionado por los ángeles?
—Sí, hasta que se pusieron de moda. Mi nombre me predestinó. Por otra parte yo detesto las aves, nunca las como. Los únicos seres voladores que me gustan son los ángeles... Amo los seres evanescentes, las formas enigmáticas del universo femenino. La luz de una mujer siempre se te escapa y aquello duele. Cuando una persona quiere herirte debes preguntarte: «¿Por qué has fallado?, ¿por qué no diste en el blanco?» De modo recíproco cuando una figura dulce te hospeda en su interior debes proclamarle: «No sabía quién era hasta que te conocí», y agradecer ese alto reconocimiento. Sólo en el amor podemos ver nuestro rostro verdadero, aunque sea por un segundo, por una respiración.
—Según el Antiguo Testamento el amor inventó la muerte, el deseo nos liberó de la tediosa inmortalidad...
—El amor no está en el fuego como dijo Neruda, ni en el rescoldo, que es más misterioso, sino desgraciadamente para muchos habita en la ceniza. Es decir que es una devastadora evasión. Yo perdonaría a alguien que me mintiera amándome, ¡allá yo! Pero no a quien me ofrece sentimientos falaces. En cuanto a la inmortalidad sospecho que debe ser insoportable sin algunos seres que con su calidez y su poesía la tornarían fugaz. Creo que en el amor y la amistad es donde radica la más convincente eternidad del ser humano, porque cuando alguien se extingue quedan estrellas iluminadas, flores protegidas por manos cómplices; con esto digo que es muy difícil desaparecer, mientras existan los amigos.
En su estudio rodeado de ventanales, Loochkartt nos va mostrando cuadro por cuadro la serie de las mujeres etruscas. Nos habla de la decisión de su forma ovalada para semejar el espejo. Nos dice que la pintura no debe ser simplemente imagen en el espacio sino en el tiempo. Que es posible que una doncella etrusca se hubiera contemplado hace más de dos mil años como en sus óleos. El piso traquea. Observamos el antiguo caballete donde a diario Loochkartt plasma sus fantasmas. Admiramos la línea poderosa e inconfundible que anima sus dibujos, el desatado color que invade sus lienzos. Su pincelada que llueve sobre la tela. Vemos en un cofre centenares de corchos de botellas de vino, tapas de óleos e innumerables tubos de pintura desocupados con los cuales se propone hacer una colorida instalación.
—Escucho música mientras pinto. A veces afino mi imaginación con Celia Cruz, Totó la Momposina o con Chopin... quien a propósito cuando invitaba a sus amigos a casa los deleitaba con una o dos de sus composiciones y luego bebía hasta claudicar. Entonces George Sand lo llevaba a su habitación y lo desnudaba para asediarlo dos o tres veces en la noche... Y este genio delicado no podía recobrarse al componer sus Polonesas para enfrentar a la amazona. Me gustaría pintar alguna de sus Polonesas... Pero sin la Sand... Algún día hallaré la forma...
—Confía más en el desequilibrio que en la armonía…
—Toda armonía tiene su intruso. Una sombra siempre rinde homenaje a la luz. Es necesario que la nube visite al sol…
—¿Cree que el despojamiento enriquece como los budistas?
—Opino que debemos perder para ser y si no encontramos nuestro antagonista habremos hablado en vano.  

APRENDER A MIRAR
El artista observa con detenimiento una prueba de un grabado que está preparando para una exposición de su obra gráfica y comenta:
—Ustedes han podido notar que un inepto optómetra me recetó los lentes de Galileo; me voy a tener que dedicar al mundo unicelular —dice riendo y luego continúa—: Percibir es observar dentro de uno lo que se está mirando. Hay que tener un acto de religiosidad hacia aquello que escapa de la racionalidad del hombre, para poder comprender un dios, una borrasca o una tempestad... Las aguas desbordadas y todo lo que sale de la naturaleza con sus fuerzas interiores es inexplicable; por eso me encanta Cristo que fue el primero que soñó y asumió salvar a la humanidad. La locura debe ayudar al hombre, él quiso demostrarlo. Una vez pinté un Cristo y se lo regalé a unos ateos con la intención de ver qué pasaba. La religiosidad es un tema que me apasiona. Además aprecio muchas obras que surgieron a la sombra del cristianismo, la gran arquitectura que tenemos en nuestras iglesias, los grandes poetas, por ejemplo sor Juana Inés; toda la pintura del renacimiento: Leonardo, Miguel Ángel, allí es el ser místico quien trasciende y la deidad es la posibilidad de sentir el paraíso.
—¿Aún piensa que la religión puede salvar al hombre, cuando en estos países subdesarrollados ha sido esencialmente una condena?
—Aquí en Colombia el delirio nunca es mágico o dulce, parece ser siempre funesto, y las buenas intenciones terminan forjando algo peor que lo establecido. Todo cambio verdadero requiere de una visión poética, artística, para que permanezca. En nuestro país han pasado cosas muy graves. Los jueces sin rostro son macabros, la justicia que debe tener cara para juzgar no existe o siempre se vuelve invisible. Yo por mi parte quiero una muerte en la que me pueda llevar el cuerpo, en la que pueda ver y oler y tocar... Pero ahora no hablemos de eso, mejor démosle la palabra a la vida, a la noche.
Cuando Ángel Loochkartt era profesor de la facultad de Artes de la Universidad Nacional, sus apreciaciones estéticas eran siempre controvertidas, no sólo por su actitud frente a su oficio libre, o sus búsquedas pictóricas inquietantes, sino también por su discurso de respuesta frente a los asiduos cierres de la Universidad.
Cuenta cómo durante un cierre del Alma Mater declaró aula a la Plaza de Bolívar para continuar el programa con sus estudiantes; se citaban allí a las 6 a.m. a observar al barrendero que pasaba, a las 7 al obispo, a las 8 a las lascivas secretarias, a las 9 a los funcionarios, a las 10 a los burócratas, a las 11 a los lagartos, y a las 12 a los lagartos que salían a almorzar... «Todo hay que fotografiarlo», les decía a sus estudiantes, la apreciación del ojo es definitiva para conocer el mundo e inventar la obra. O se dedicaba a llevarlos a teatro, a cine, o los paseaba por los barrios surorientales para que aprendieran a mirar: a pintar; y así se aproximaran más a esta desgarradora realidad. En otra ocasión viajaron a Tierradentro y extraviados fatigaron la cordillera durante 36 horas de camino. Y no faltó el día que se desnudó y saltó con sus estudiantes a las frías aguas de la laguna de Guatavita durante una clase de color, ante la mirada atónita de algunos colegas ortodoxos que hacían parte del grupo.

LOS ESPEJOS ETRUSCOS
—Esta es una ciudad apabullada, por eso uno se va reduciendo, se va aislando y sólo puede disfrutar de ciertos espacios para hablar con los amigos. Cuando se bebe alcohol, o se consume coca, láudano o yagé, se hace para sentirse bien y según el efecto se habla o se calla, pero siempre se hace para conocerse, ser mejor, no para alcanzar una locura estéril, sino para dialogar con los dioses. Estas experiencias no deben manifestar las cosas reprimidas, sino llevarnos a vivir un acto florido, el magnetismo de compartir, de halagarse, de disfrutar. Un hombre debe ser lo que es hasta en lo más profundo de su inconsciente. Allí está la esencia pura del hombre.
Loochkartt sentado en una sillita sintoniza una pequeña grabadora mientras dice que las emisoras de música clásica son afónicas. Luego explica su pintura:
—Estos cuadros surgen de la exploración de la cultura Etrusca del siglo V de Pericles. En esa época aparecieron una serie de emigraciones de colonias griegas hacia el occidente de Italia donde se instalaron. Esta era una cultura de la mujer, en verdad matriarcal... Y es lo que he pintado. Quiero jugar a presentar lo que ellas podrían ver en los espejos... En esta serie de mujeres el espectador ve algunas escenas de las damas etruscas atrapadas en su imagen, por eso cambié el formato de los cuadros hacia una forma circular, y los enmarcaré con un mango que simule un verdadero espejo.
—¿Está de acuerdo con ese personaje del cuento de Borges que dice: la cópula y los espejos son abominables porque reproducen el número de los hombres?
—No, porque ensimismarse en la cópula y en los espejos permite ver todas las dimensiones del ser y causa asombro. Yo tenía una alumna que se llamaba Helena, era una mujer hermosa que poseía una melena de leona, y siempre llegaba a clase llorando; un día le dije: «Si sigues así me vas a matar ¿por qué no vas a tu casa, te desnudas y te miras en un espejo del tamaño de tu cuerpo, te contemplas y te descubres, para que entiendas la importancia del ser que eres?» Ella lo hizo. Y desde entonces comprendió que allí estaba la curación. Recuerdo que cuando era niño leía todos los comics, y Mandrake al ser asediado por Narda, se metía en el espejo y desaparecía. ¡Qué maravillosos son los espejos!
De nuevo nos conduce hacia el primer piso por esas estrechas escaleras de madera espiraladas, donde entre caballetes vimos canastos con frutas secas, flores marchitas, bodegones con sandías de carne y peces alucinados, cuadros de Congos del Carnaval de Barranquilla y el pequeño lienzo de una prosti titulado "Pepita coqueteando".
—Una cosa que me molesta —divaga—, es esa prepotencia de la persona que cree que es culta y muy inteligente; este hecho lo he soportado en algunas ocasiones, y por tanto cuando me presentan a alguien con esas características prefiero decir: «Yo soy Ángel Loochkartt y soy bruto, el más idiota; en mi casa los inteligentes son mis perros».
Ya de nuevo en la sala principal, escuchando la música de Jorge Negrete y acompañados con una pequeña y hermosa guitarra que el pintor tañía con destreza, nos dedicamos a cantar, a hablar de los colores que lo perseguían, a comentar ciertas piezas musicales, «pues si no hubiera sido pintor habría sido serenatero, pero el mejor», comenta, y seguimos libando, disfrutando la noche y hablando del amor hasta el cansancio.
—¿Cómo fue su experiencia en la mítica Cueva en Barranquilla, en ese dionisiaco espacio que convocó a García Márquez, Cepeda, Obregón y tantos artistas en los años cincuenta?
—Allí supe lo próximo que está de todo hombre el amanecer. Los amigos siempre poblaban la noche haciéndola fugaz. Recuerdo que una vez Alejandro Obregón quien era casi invencible apostando pulsos y presumía del poder de sus brazos me retó y le propiné una inolvidable derrota. Confundido propuso otro duelo con la mano izquierda y lo vencí igualmente. Los bohemios hicieron un cerco alrededor alentándolo para que propusiera otro desafío. Las apuestas crecían. Por último terminamos disputando pulsos con los codos sobre las sillas, sobre la barra, sobre el piso, y siempre salí victorioso, pero la vida tiene unos extraños equilibrios. Años después durante una tempestad mi auto terminó bloqueado por el poder de las aguas, hecho muy frecuente en Barranquilla que ha creado la costumbre surrealista de atar los carros a los postes con lazos como si fuesen caballos, y ante mi desesperación al ver que el agua comenzaba a entrar por la ventana quedé atemorizado sin poder reaccionar, pero en ese preciso momento apareció Alejandro con una horda de bohemios que venían desde la noche anterior y entre todos levantaron mi pequeño auto, conmigo adentro, y lo entronizaron sobre un andén a salvo de las aguas. Ese día no sólo debí perder los sucesivos pulsos a los que fui retado por esa bestia apocalíptica sino cancelar toda la cuenta a Eduardo Vilá, en agradecimiento con ese pintor tan querido que hizo de su pincelada un relámpago.
Los brindis se sucedían. Loochkartt habló de su vivencia en Roma donde era vecino de una consumada erotómana, que cuando tenía un encuentro febril, para mantener su reputación aparecía en la puerta de su apartamento con una maleta vacía diciéndole que saldría de viaje. Él contribuía con el simulacro, deseándole suerte en su periplo, pero sabía que esa noche no podría dormir, víctima de los graves acentos orgiásticos desarrollados en el apartamento contiguo. «Italia es de un libertinaje subterráneo», infirió.
El licor llega a su fin. Los perros ladran a la luna. Nos vamos despidiendo lentamente y entonces lo escuchamos decir:
—Cuando nos volvamos a encontrar, aunque pasen varios meses, procuremos que no se sienta la ausencia… Recuerdo que un día el maestro Jorge Elías Triana desapareció de su casa por 15 años y como si hubiera partido el día anterior, retornó un mediodía diciendo: «¿Hola, cómo les va? ¿Ya está el almuerzo?»
Bajamos caminando por la noche bulliciosa de la Candelaria. Evocando momentos que escribiríamos de la entrevista, recordando fragmentos de esa comunión con lo humano, festejando los hallazgos de su obra pictórica y pensando que un verdadero ritual puede poner en entredicho al tiempo.
Por eso hoy, dos años después de esta inolvidable visita, llegamos a su casa como si los relojes se hubiesen detenido. Nos abre la puerta la misma mujer lánguida, corretean los perros, luego arriba Loochkartt como descendiendo de sus óleos y celebra efusivamente nuestra aparición. Y nosotros como si nos hubiéramos visto ayer, como si el tiempo hubiese sido burlado, preguntamos con felicidad por el almuerzo.
—Pintor es aquel que destruye el color blanco... Quien esconde un matiz para que nadie pueda hallarlo… —dice invitándonos a la sala mientras pide que nos traigan uvas, y exaltado agrega—: ¿Nunca les conté cuando en Roma con un grupo de pintores ebrios le dábamos serenata al Papa y nos bañábamos desnudos en la Fontana de Trevi? ¡Sólo el artista vuelve de la locura con sus hallazgos, sólo él puede encontrar en las tinieblas!

(Bogotá, agosto de 1998)


Ángel Loochkartt:

Bajo el estigma del color
Por Gonzalo Márquez Cristo

“Era el año 1967 cuando desde la ventanilla de un avión contemplé con asombro Bocas de Ceniza, turbulentas nupcias donde el Río Grande de la Magdalena provisto de un color achocolatado se mezcla con el turquesa del Caribe, en un abrazo sediento, profundo, magnífico... Mientras eso ocurría percibí que algo se transformaba en mi interior y supe que cuando esgrimiera de nuevo el pincel ya no estaría subyugado por las técnicas, por las formas, por los tonos que se mezclan según normas académicas, pues en adelante el color surgiría de mi sangre y entraría en mis obras como esa corriente en el mar”.
Recuerda Loochkartt mientras observamos el pequeño jardín interior que cultiva en su estudio, colorido remanso donde algunos bonsái que ofrecen sus frutos a los duendes dialogan con flores de andrajosa belleza.
“La belleza debe ser anómala, debe padecer un extravío. La rosa no es la apoteosis de la planta, es su padecimiento…”, susurro bebiendo un Chianti, uno de tantos vinos que hemos compartido al diseccionar nuestros sueños durante los últimos veinte años, y luego pienso evocando el resplandor de su obra pictórica, que en ella el color es una inundación, un torrente que asalta sus cálidos paisajes, que tañe los cuerpos como cuerdas de un instrumento musical, que hace levitar sus naturalezas muertas, y que lejos de ser un elemento cautivo en un contorno, se manifiesta como una conquista interior, sólo posible cuando el artista ha cambiado su sangre por una paleta en rebelión.
“Lo bello deviene casi siempre de las tinieblas, es algo que no puede ser comprendido; lo bello amenaza la realidad”, reflexiona Loochkartt y entonces le digo como hace dos décadas cuando inicié el acercamiento a ese artista que tiene la extraña condición de ser un hacedor de formas y no un inventor de mundos paralelos, ni un diestro oficiante de estéticas conquistadas: “Hoy sólo hablaremos de aquello que no tiene respuesta”.
El color era el enigma que siempre había querido asediar en nuestros asiduos diálogos pero que constantemente era evadido por ser el centro de su búsqueda pictórica. Supe entonces que al fin ese dominio expresivo –esa liberación, sería más justo decir– que los venecianos ofrendaron al arte con El Veronés, Tiziano y Tintoretto, era un tema que al fin podría sitiar con uno de sus grandes cultores latinoamericanos.
Por su poder iniciático recordé la anécdota de El Greco quien, a su regreso de Venecia donde estudió algunos años, contemplando en Roma la Capilla Sixtina, forjó una incomparable frase sacrílega: “Miguel Ángel era un hombre noble, lástima que no supiera pintar”. Aunque El Greco aludía a los hallazgos de la Escuela Veneciana donde el color era protagónico –mientras en Roma y en Florencia los artistas todavía estaban sojuzgados por la precisa tiranía del dibujo–, esa sentencia que describe una profunda confrontación estética vivida en esa época, ilumina de ironía.
“¿Crees que Miguel Ángel coloreaba los dibujos?” –le pregunto a Loochkartt bajo la reflexión del gran artista griego, recordando mi visita a ese templo del arte donde –como los numerosos asistentes– fui vapuleado años atrás por los estentóreos mandatos de los guardias, que exigían no detenerse allí para dejar fluir las hordas de visitantes que esperaban ansiosos la suerte de ver la Capilla restaurada, para algunos críticos con colores estridentes; aunque en mi caso esas órdenes en varios idiomas no fueron acatadas pues me senté en el piso abrazando a mi bella acompañante, y contemplando la bóveda de 470 m2 y la pared del altar pintadas por el genio del Renacimiento permanecimos allí durante media hora atemorizados por los indecisos pies de la multitud.
“Probablemente”, responde Loochkartt. “Miguel Ángel era un artista cuya maestría en la escultura y el dibujo es incuestionable, sin embargo los venecianos adicionaron a la pintura el sentimiento del color… No concibo un color racional, el gran colorista confronta la lógica”. Luego me señaló en la distancia un avión que flotaba como un ángel de aluminio con su fuselaje incendiado por el crepúsculo.
El artista barranquillero ha indagado durante cincuenta años el carácter del color, sabe que su obra se estructura bajo el signo de su libertad. Sus series abstractas: “Bajo la piel de la tierra”, “El color del tiempo”, “El color de Roma”, realizadas en las últimas décadas, han profundizado esta búsqueda iniciada en la figuración, o mejor, es lo figurativo lo que allí se torna abstracción, y así subordina el dibujo a la tempestad del matiz.
“Un color domeñado, sin salvajismo, no me interesa. Van Gogh y Gauguin son eximios coloristas porque la locura recorre sus venas. Gauguin absorbe el color de la Polinesia e integra esa cultura a su cuerpo. Andrea del Sarto reinventa el azul; Zurbarán hace lo mismo con el blanco; El Greco a su estilización le adhiere un color distante, inalcanzable; Piero de la Francesca hace dialogar la piel de sus figuras con la arquitectura circundante; la combinación del dorado, el blanco y el tierra hacen de Giotto un pintor irrepetible”.
Hemos visto como en la contemporaneidad el color fue domesticado y solo se invita a los primarios: rojo, negro, blanco; que incluso se usan en forma plana. También el volumen fue impugnado, pues el llamado arte moderno regresó a lo bidimensional. Sin duda durante el último siglo hemos hecho un arte más de restas que de adiciones. Si se analiza la pintura realizada en Colombia es notable su pobreza colorística, la paleta ha sido controlada en exceso, y podríamos decir que carece de furor.
“Obregón con dos pinceladas plasma una copa. Dibuja al mismo tiempo que pinta. Hace un gesto, un brochazo, profundiza la forma y se detiene bruscamente. Es un artista desbocado, es nuestro colorista magistral”.
El alma del color se manifiesta. Los colores tienen su carácter, cada matiz expresa una sensación, una experiencia. Hay tonos proscritos, condenados por nuestra miserable cultura imperante. Desde los centros de poder se ordena que los artistas pinten con los mismos temas e incluso con los mismos colores, si es que todavía pintan pues han impuesto globalmente un arte conceptual, especulativo. Me conmueve pensar que hay colores extintos. La pintura contemporánea usa el verde hasta Braque, después lo ignora. “Y el planeta era verde en nuestras obras, ahora es terroso”, decía Armando Villegas.
“El verde fue excluido de la pintura contemporánea”, asevera Loochkartt. “Yo siempre pinto desde el nivel del mar, es justo decirlo, aunque esté a 2.600 metros de altitud. Cuando doy la primera pincelada desciendo hasta sentir el aroma de la brisa marina”.
Los matices están en eclosión en su paleta, germinando. No conocen el sosiego, tiemblan, se liberan, son experiencias telúricas; reflexiono. El color también posee un movimiento, una forma de asaltar el lienzo, que debe salir del fondo, de las raíces, nacer como una planta buscando la luz, encontrando su saturación. Pienso que en Frans Hals el color gravita, es lanzado con un proyector. Lam y Matta arrojan la luz sobre sus telas. Odilon Redon la esparce valiéndose de una nube. En Matisse el color está congelado. En Cezanne es una lluvia oblicua. Y como de las tinieblas surge la vida en toda obra de arte verdadera se reproduce en forma mínima la creación del universo.
“Es cierto. Toda obra reproduce a escala el Big Bang”; dice Loochkartt. “La mancha con la que empiezo es gris. ¿Por qué? Debido a que el gris es la mezcla de todos los colores. Me refiero al hecho químico que ocurre en la paleta simplemente, no puedo contradecir a Newton. Como Georges Braque parto de lo oscuro. El primer acto es una mancha. Sobre las tinieblas se enuncia la forma. Los elementos dispersos se van acopiando hasta formar sistemas… Cada vez que comienzo a pintar hago una arqueología del arte, avanzo apasionadamente desde la cultura rupestre”.
Toda obra verdadera reproduce la historia del arte. “La mancha es el caos que luego se convierte en cosmos”, asegura Loochkartt. Todo nace de un caos que se va ordenando, hasta consolidar un mundo, como en la mitología griega. La materia y los colores se van uniendo, parecieran girar como cuerpos celestes alrededor de un centro gravitacional que es la idea, la fuerza que contiene la expresión.
“Cuando estoy pintando, de repente aparece un color invitado, a simple vista desarmonizante... Ese color es el director de orquesta de la obra… ¿Me comprendes? Un artista es quien ausculta los matices, quien escucha el oleaje de las formas, y quien puede detectar la corriente subterránea del color, el caudal que centra la idea, que expone una realidad nueva a los ojos desconocidos.”
Para Loochkartt el arte no es preconcebido, los elementos no surgen como un proceso determinado con anticipación pues siempre hay algo imprevisto que asalta la obra y le ofrece su misterio. No hace bocetos para no comprometer su libertad creativa y son numerosos sus cuadros realizados alla prima. Su pintura es directa, abierta a la emoción, sin esbozos. La intuición reina allí. Su creación es antilógica.
“Siempre que pinto espero al intruso, su aparición es bienvenida. Es fundamental incorporar los accidentes a la obra, conjurar lo imprevisto, celebrar lo que trasciende la conciencia, si se desea plasmar el enigma”.
La obra propone su lectura, guía los ojos, los tiraniza; pareciera decirnos. El artista debe conducir al espectador por su laberinto formal o cromático, debe saber qué observará primero y hacia dónde se desplazará su interés. Hay un núcleo que atrae la mirada y que luego la hace girar hacia uno de los brazos de la galaxia concebida. La luz imanta la mirada, construye los caminos de la percepción.
“La luz mental constituye mi Sanctum santorum”, afirma con voz queda. “La luz está adentro del artista, no afuera como enseñan en las academias. La luz natural nada me aporta, es la luz mental la que tiene importancia y son tantos los pintores que ignoran eso. Van Gogh y su luz mental, De La Tour y su luz íntima, Delvaux y su luz onírica… Caravaggio inventa para su luz la expresiva sombra y José de Ribera impone a sus figuras una ducha de luz. Rembrandt es el maestro del ocultamiento…”
La luz solar revela la existencia de las formas, sí, la textura y el volumen, pero la luz mental es la que le concede al artista la fuerza cromática y la magia que habita en sus perspectivas, en los engaños que consagran su mirada.
“La obra tiene una demanda interior, el artista se enfrenta a su despiadada interlocución con ella, intentaré explicarlo... La obra es una denuncia porque allí afloran los sueños, los deseos... La obra es el pasado del artista pero el futuro del espectador. Muchas veces es necesario sacrificar una virtud para que arribe el acto creativo. El artista es el sumo sacerdote que va a hacer un ritual irrepetible”.
Se reflexiona sobre el resultado imaginario porque toda verdadera creación debe consumar una poética, fraguar un espejo. Empastes, veladuras, los pliegues geológicos que componen su pintura, donde a veces una destreza es rechazada, porque una técnica depurada se convierte en fórmula, en impostación. El artista es un investigador de formas y en su interlocución con su imaginería, la obra le confiesa secretos que él desconoce.
“Yo no pinto cuadros, todos son segmentos de una única pieza, de la totalidad de mi obra”, murmura mirando a través de la copa de vino. “El artista muchas veces es un traductor de lenguajes, pero el poeta no traduce, crea. ¿Cómo explicarlo? El crítico está subyugado por la obra, mientras el poeta dialoga con ella. La palabra del poeta es el único lente que acepto para el arte”.
La poesía como el único ojo no fraudulento del mundo. Ejercer la libertad en la creación aunque el artista con frecuencia está preso en las formas que lo liberan; podría afirmar. Hacer de la experiencia la búsqueda, la interiorización.
“El máximo anhelo del hombre es la libertad, por eso el arte debe ser libre. Italia es el color vital, la alegría cotidiana. Roma me dio la libertad, estudié allí varios años. La obsesión por la forma es legítima pero lo importante es la experiencia y saber interrogar lo elemental. Todo ser humano debe aprender lo básico, los códigos primitivos, es como hacer pan, es tan arquetípico, tan sagrado. Está salvado aquel que sabe preparar pan. Luego sí podrá navegar en su tiempo, ahogarse en él”.
Elementos pictóricos, retazos de la vida. Las suyas no son obras, son experiencias, dice reiteradas veces. La luz descifra los colores pero también incendia la piel.
“Uno no debe quedarse ni siquiera en los aciertos. El error es importante, no podemos olvidarlo. Cada ser tiene que pensarse, lo que significa asumir un riesgo, asumir lo profundo de esa aventura que nos confronta. No es pérdida estar equivocado. El artista testimonia el fracaso del mundo...”
¿Dónde está la pintura en el cine, en la naturaleza, en el teatro, en la historia de este rebaño humano extraviado?, se pregunta Loochkartt. El mundo definido como una gran tela... Una línea de fuga diagonal, un plano escorzado para la composición, donde captura el movimiento y propone los enigmas... Preguntas que siempre responde pintando.
Hay movimiento en su pintura, ejes diagonales que dinamizan, viento colorístico. Algo que mueve, que hace vibrar. Las figuras no están detenidas en sus cuadros, acontecen detrás de la brisa, de la respiración.
“La pintura colombiana está enamorada de la inmovilidad. Las imágenes no vibran. De niño hacía esculturas de arena en Puerto Colombia, las olas las destruían, eran obras fugaces. Aprendí allí –y no es posible olvidarlo– que la naturaleza está siempre en pugna con lo humano: que crea destruyendo”.
Todo registro visual se convierte para Loochkartt en pintura. El color del paraíso, esa obra maestra del cineasta iraní Majid Majidi, donde un niño ciego lee con las manos el mundo, traduciendo los pétalos de las flores y los cantos rodados de los manantiales que palpan las yemas de sus dedos al idioma Braille, es una metáfora que lo deslumbra.
“La obra llega, se posa sobre el artista como un águila sobre la cima de una montaña escarpada. La emoción es un estado de percepción que le habita. No exagero si relaciono este proceso con lo que los latinos llamaban adventum. Y este advenimiento es conmovedor, es trascendente”.
Pero el tiempo duele. Así como Goya pinta la vida, como en “Los fusilamientos de tres de mayo” y en las catorce pinturas negras realizadas en la Quinta del Sordo es manifiesta una cicatriz en el arte ineludible para la posteridad, Loochkartt elabora una crítica de la complacencia, de la entrega. En un país donde no hay respeto por el otro la fiesta es una “guerra de flores” y la guerra una fiesta de sangre.
“En Colombia no hay civilidad, el otro no existe. Yo pinto la naturaleza humana: hampones, desplazados, fratricidas, pero también víctimas del poder, excluidos travestis y seres celestiales humanizados como en la película de Wim Wenders, es decir ángeles ebrios. Deseo dejar un testimonio de nuestra cruel y muchas veces airosa existencia, dejar una huella de luz”.
Confrontar el espejo, reconocerse en lo que hacemos, asumir ese riesgo, es una lección que debe ser acatada. Perseguir la identidad en la obra, en sus pliegues profundos, no afuera: en las dádivas de la sociedad.
“No ser reconocido, autorreconocerse, es lo importante. Perseguir el prestigio pues la fama es un tránsito idiota. La imaginación no debe ser encadenada. El arte no puede ser servil, por eso todos los reconocimientos de los artistas verdaderos son tardíos”.
Aproximadamente treinta temas son los que ha tocado durante su carrera creativa. El derroche figurativo del carnaval, los hábitos sáficos de sus mujeres etruscas, el singular retratismo de su serie “Pérdidas en el tiempo”, las parejas levitantes de tanguistas, la Pepita que nace el día de su muerte y que describe un viaje a la semilla, su colección cáustica de hampones, los travestis poseídos por la luna, las perversas “malsentadas”, los bodegones de frutas tropicales espiados por búhos o salamandras, los hermosos ángeles vigilantes de esta tierra enloquecida… No hay estilización aquí, hay complejización, barroquismo latinoamericano. Pintura gestual, indagación filosófica, color subvertido, ironía de un auténtico creador de formas…
“Todo me interesa, no subestimo nada. Ni los seres humanos por precaria que sea su vida, ni los objetos, por elementales que sean. Ni los animales nocturnos ni las frutas. Me agrada el gato, la lechuza... Aprendo de todas las escuelas y de todos los pintores. Armando Villegas enseña que alguien puede ser tan arcaico como contemporáneo. Ramírez Villamizar despoja a la obra de toda ornamentación para llegar al arquetipo geométrico, Omar Rayo reinventa el volumen. Alcántara Herrán y su africanismo trasterrado, Leonel Góngora y su estilística femenina inconfundible... De la generación de artistas que emerge con vigor, de la que los maestros no suelen hablar por falta de generosidad, me interesa Eduardo Esparza quien ha creado una familia pictórica notable con ciclos fundamentales, protegida por refinado dibujo y un color despierto; Germán Londoño quien ha concebido una raza paralela a la nuestra y que todos reconocemos, y Fernando Maldonado quien ha alcanzado un inquietante surrealismo erótico…”
La naturaleza muerta enseña que todos los objetos son dignos, pareciera afirmar. Los objetos no son inertes y han sido subvalorados, pues poseen como el hombre una existencia sublime. Todos encarnan una historia y además tienen el poder de testimoniar la vida del hombre, desde el primer cuenco realizado para beber agua hasta un telescopio que escruta bajo las estremecedoras vestiduras de la Vía Láctea.
“Las naturalezas muertas habían literalmente muerto y entonces llegó Morandi y las hizo renacer en su simplicidad, con una paleta mágica. Los objetos deben ser respetados, lo que es difícil en esta época que entroniza lo desechable, aunque no debemos apegarnos a ellos; nuestra relación con las cosas debe ser de agradecimiento, les debemos una acción de gracias. Los objetos hablan, nos transmiten su voz y debemos escucharlos porque son herramientas que generosamente han servido al hombre en la búsqueda de su destino. Los objetos testimonian nuestro pasado y vislumbran –definen– nuestro porvenir”.
Loochkartt ha refundado la figura humana desatando sus formas inconfundibles, su pincelada única. El valor geológico de la pintura. Su relieve matérico. De la pasta alta a la baja se siente su respiración. “Tu neoexpresionismo es lírico…”, le dijo alguna vez en mi presencia Leonel Góngora.
Al rendir culto a la metamorfosis ha poblado su iconografía de seres inconclusos, de personajes que buscan el arribo a una sexualidad, a una lúdica. El placer de la metamorfosis fecunda sus cuadros…
“No debemos ser insulares porque todos los seres deben interesarnos, todos enriquecen nuestra existencia. Hay un teatro nocturno, histriónico; teatro de lo femenino, que he indagado reiteradas veces. Tuve la pesadilla de que la mujer estaba perdiendo su feminidad y que sólo los travestis y los ángeles salvaguardaban lo femenino; espero que nunca se cumpla... Por otra parte también creo que los travestis son una resistencia social, que en ellos habita una belleza desequilibrante. Mis travestis están amenazados, allí radica su seducción”.
Se termina un ciclo y viene un oleaje que lava nuestro cuerpo, pienso, entonces el artista debe volver a iniciar el mudo, titubeando en su propia oscuridad, atizando una obsesión, así como suenan los acordes del Concierto de Varsovia de Richard Addinsell, que para Loochkartt es imprescindible.
“La tirada del anzuelo siempre es incierta. Cuando tomas la caña no debes soltarla, el sedal se tensa pero el anzuelo está en la nada, pescando formas. El artista espera con su anzuelo en un mar desconocido.”
La tradición, no es posible soslayarla, reitera. El Museo interior de Malraux, ese imaginario de la estética tan interiorizado… También podría decir: el maestro es Kandinsky, mago que enseña una sinestesia... O la pintura rupestre: Lascaux, Altamira, de allí venimos todos… de esas consagraciones hechas a la luz del fuego. Porque en esas cavernas el hombre se inventa, se convierte en autor, plasma su primera firma. Desde allí es posible sorprender al arte como señuelo que atrae al cómplice, al espejo, que inventa una consagratoria comunión.
“Ahora alguien te está buscando...” murmura Loochkartt. “Por eso es necesario el arte. En una idea resido yo y si tengo suerte ese refugio podría ser imprescindible para un ser desolado. ¿Me comprendes? Las ideas sueltas forman un lenguaje y el lenguaje (plástico o verbal) viaja, para que uno encuentre su asidero, o aquella creación que lo afirma. Yo pinto simultáneamente una decena de cuadros, ¿para qué? Para no tener miedo… Y los problemas pictóricos que nacen en esa embestida múltiple los voy solucionando con un acorde de guitarra, instrumento que eternamente me acompaña. Mi paleta está siempre en movimiento, y en ella los colores nunca duermen, pues no se trata de pintar sino de orquestar un cuadro. ¿Cómo decirlo? La rosa debe nacer en ti, no hay que raptarla de jardines ajenos, ni hacerla florecer en la obra como lo proponía el poeta Huidobro… Tú debes convertirte en la rosa, es la gran aventura... Así las únicas preguntas aún posibles para un creador en este tercer milenio que despunta son: ¿Hasta cuándo el arte protegerá a los desamparados? ¿Es útil, mientras navegamos en un tiempo ciego carente de luciérnagas, que fijemos nuestros sueños en óleos, en notas o en palabras? Y una última interrogación atemorizante: ¿Será para alguien necesaria nuestra próxima pincelada?”

Bogotá, diciembre de 2015


METAPHYSICA


Oh, emancipada oscuridad
Es en ti donde espero mi origen.

Gonzalo Márquez Cristo

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