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asunto “Retiro”
EL LENGUAJE Y EL MUNDO
Por: Gabriel Arturo Castro
Son pocos los libros
que hoy despiertan una profunda inquietud; son contados los autores que, a
través de una escritura filosa y carente de concesiones, pueden provocar en los
lectores una extraña mezcla de entusiasmo y malestar. Todo poeta singular
preserva la independencia de su espacio propio, íntimo y resistente, la
resistencia de su “verdad nómada”, esperanza encarnada, utopía y desencanto. La
poesía, al no aceptar lo dado, la
realidad anodina, cómoda y superficial, crea su utopía como fuerza de voluntad
para construir otro mundo, paralelo e incluyente, otra figura del deseo que
contiene la fundación de otra mirada, una toma de posición distinta y una
perspectiva diferente. Dicho mundo se condensa, abrevia y cifra, se compendia
en pocas palabras, en número y medida. Advertimos ese sonido profundo de la
vida, con el contrapunto de la muerte y la memoria, una vida interiorizada,
dentro de la cual resuena una voz, un rumor incesante y oculto: la poesía.
La realidad inmediata, materia y sensación, es el elemento de su construcción
poética. Tal materialidad es espesa, transida por la mirada intensa, imagen de
la memoria, concretada en el poema. Realidad que se advierte desde su sustancia
y accidentes, valiéndose del entendimiento, voluntad y memoria. Su subjetividad
ha reconocido una profunda y auténtica encarnación de la palabra poética, su
necesidad e impulso fecundador.
El poema sale desde lo más íntimo y lo más profundo, ayudado por la
invención imaginativa y el acudir a los artificios propios del lenguaje poético
escrito, una especie de alteración de la realidad positiva, la cual queda
trascendida como expresión convencional, natural y racional, gracias a la
presencia dominante de una realidad espiritual. Así lo manifiesta Johannes
Pfeiffer:
Tal vez es la virtud de la poesía:
revelar el ser de la Existencia, no como algo pensado en general, sino como
algo que se ha vivido una única vez; no como una cosa en la que se medita
abstractamente, sino como ser concretamente contemplado. Y esto es lo que nos
da la poesía: atemperada iluminación del ser y poetización imaginativa del ser
en el seno del lenguaje plasmador.
El poeta, en la transmutación de la naturaleza, advierte en las cosas
símbolos, figuras e imágenes encerradas en ellas y que comunican afectos,
emociones, lo sensible humanizado. La poesía potencializa lo litúrgico, lo
inteligible, lo natural, permitiendo la entrada a lo sobrenatural, a la
sobrenaturaleza. El poeta siempre intenta substantivizar la fe, encontrar la
sustancia de lo invisible, de lo inaudible, de lo inasible, alcanzando un mundo
de rotunda y vigente significación, un mundo verdaderamente germinativo, de
impulso creador, donde la respiración del hacedor o demiurgo deja una huella
que puede ser conversada o escrita, es decir, humanizada. Se produce así una
valoración extrema de lo sensible y la excitación de los sentidos, es decir, la
naturaleza se integra con la vida espiritual, descubriendo las ocultas y
misteriosas relaciones entre sí. Así el poeta instaura, según Heidegger, abre un mundo, lo establece o lo funda,
y “lo mantiene en imperiosa permanencia”. Por ello, si “poetizar es la más
inocente de todas las ocupaciones, el lenguaje, en cambio, es el más peligroso
de los bienes”.
Por su parte Jorge Larrosa recalca: “El lenguaje es el modo primario y original
de experimentar el mundo. El lenguaje es el modo de aparición del ser”.
Lenguaje que tiene como característica del libre poetizar, posibilidad latente
y transgresión permanente de la palabra, su ruptura con lo establecido, su
necesaria valoración crítica. Larrosa agrega al respecto:
El romperse de la palabra es aquí
una suerte de desfallecimiento al que toda palabra como palabra ya dicha está
destinada. O, dicho de otro modo, el romperse de la palabra alude a la
constitutiva finitud de todo decir constituido, de toda relación representativa
entre palabras y cosas, de todo horizonte de la experiencia. El fulgor del nexo
entre lenguaje y mortalidad no puede ser otra cosa que la intuición de la
mortalidad propia del ser en tanto que dicha
mortalidad está ya anunciada en la finitud propia del lenguaje.
La inquietud de dicho lenguaje es también la impugnación y
reinterpretación de los lenguajes habituales, repetitivos, los impuestos por la
costumbre o los poderes entronizados en las instituciones, los propios de la
continuidad irreflexiva, de tradiciones caducas. Ante ello el lenguaje personal
se pone en crisis para experimentar y vulnerar el mundo representado y
administrado para todos. Ballestero lo dice de la siguiente manera: “Lo que es fecundo y está destinado a expandirse debe
brotar como error o desvío, viéndose así forzado a proseguir su camino en un
proceso de trabajosa crítica y violencia”.
Henry Luque Muñoz escribió que la poesía es urgencia del consuelo que
irrumpe como fuerza interna y demoledora a la vez, y que proviene del mestizaje
entre un escenario de violencia y la utopía bíblica del consuelo, sostenido
secreto, oculto arcano de su quehacer.
Entonces, ¿cuál es el misterio de la poesía?: convertir la materia en
vida y espíritu, enlace de lo dado y de lo buscado, expresión de los esfuerzos
y búsquedas, unión de reflexión y espontaneidad que da como fruto la
trascendencia en el poema, lugar de profundas resonancias religiosas y la
revelación de un mundo invisible. Como su búsqueda poética la impulsa la
llamada de la voz interior, el poeta se encamina a la Palabra.
La poesía es la intuición de un duro ejercicio terrestre, encuentro y
diálogo de la agonía. Ir al encuentro de la Palabra poética, prolongación del
hombre, secreto soportado, retenido y callado; inclinación de los sentidos,
agudización del olfato, el hambre como inocencia y herida de la luz. La poesía,
señal de un encuentro, lento y ardiente, pulso, su silencio suplicante, la
necesidad y el reclamo de un camino donde existen muros y piedras que niegan el
paso. La Palabra aquí es la expresión y comunicación de lo inefable, pues la
palabra poética es algo único, capaz de sugerir y evocar una aproximación al
misterio. El impulso es la necesidad interior: el ansia, el júbilo, la fuerza impetuosa.
El ansia es no poder dominar la palabra contenida y la expresión es la
germinación del poema y su objetivación en la forma. Supone el reencuentro con
el mundo, el desbordamiento expresivo, la actividad creadora de profunda
experiencia donde las fuerzas misteriosas llegan a tomar posesión, figura y
hechura. Porque todo está integrado como una totalidad que trasciende carne y
espíritu, materia y palabra. La poesía responde a una profunda vivencia del
individuo y el poema será una forma sentida y material.
Como una voz auténtica, llena de sensibilidad, conciencia y base
interna; sinceridad, acuerdo entre tema y tono, motivo y ademán, la poesía no
se ha liberado de la corporeidad del diálogo humano y de la mutua comprensión.
Su originalidad es una actitud interna, “peculiaridad y resolución de la
Existencia, es condición previa de toda poesía verdadera”, de acuerdo con
Pfeiffer. Porque, desde la perspectiva de Julián Malatesta:
El poema es la construcción de un
mundo posible, un mundo sujeto a sus propias reglas y leyes, puesto en marcha
ante los ojos del lector demoliendo en él su pre-alistado saber, su destreza
habitual, provocando en el receptor la necesidad de habitar este mundo que
ahora se le ofrece.
Cada poema es una visión inusitada que reencarna a partir de la realidad
experiencial del mundo de la escritura, la emoción real-original que generó el
hecho poético. Primero toda la sustancia emocional, sensibilidad e intuición, y
segundo, la formalización de la construcción del poema, la voluntad de
reflexión y constitución del texto literario. El fin del poema nunca podrá ser
otro que regresarnos al inicio de su creación, al principio de su génesis. Los
elementos de la vida sensible pueden pasar a designar una realidad invisible.
Se crea la doble emoción de la realidad y lo trascendente, hecho posible porque
la expresión hecha de la naturaleza ha sido recreada y reanimada por la
experiencia del poeta, su práctica, conocimiento y saber sobre su mundo
interior y el mundo de las formas externas. El puente que se interpone entre
esos mundos es la memoria que propicia la espontaneidad de su imaginación, la
traducción, vivificación y transformación de su propia experiencia. En efecto,
la escritura poética está atrapada por la tensión existencial, entre sus emociones
auténticas y sus experiencias ficcionales, también legítimas, una encrucijada
donde nuestro poeta va a salir airoso a través de la creación del poema,
encuentro de los territorios del ser y el arte: la voz y la letra, unidas en el
lenguaje. Afincado en la voz y la letra, pasando por la escritura, instalado en
la emoción y la experiencia, el poeta regresa siempre al lenguaje, la poesía de
las palabras, la invisible, la primera originaria. Poesía como vuelta a los
orígenes, a los conjuros, a los rituales, al ceremonial del hombre castigado.
Un espacio redimido y dignificado, que: “Adquiere su gracia primitiva, su
profundidad y su magia”.
Entendemos que la poesía es primero sustancia y luego producto,
enunciada por la voz de su significado humano y del sentido histórico que su
experiencia nos ha ido relatando. O lo que es lo mismo, la poesía está fundada
en la posibilidad de la experiencia, en su acogimiento e inscripción, pero a la
vez sentida como una paradójica tarea: la imposibilidad de expresarla y sin
embargo el intento de su realización a través del poema. Maurice Blanchot
expresa así esta encrucijada:
La obra no es la unidad mitigada
de un reposo. Es la intimidad y la violencia de movimientos contrarios que
nunca se concilian ni se apaciguan mientras la obra es obra. Esta intimidad
donde se afronta la contradicción de antagonismos que son inconciliables pero
que, sin embargo, sólo tienen plenitud en la oposición que los opone; esta
intimidad desgarrada es la obra.
El desgarramiento es la amenaza en el poema y el poeta se enfrenta al
peligro de la oscura quemadura, del martirio y el fantasma, pues arriesga el
lenguaje, dado que según Blanchot en el lenguaje la palabra ya no nos remite al
mundo como abrigo sino al silencio del desamparo, de la ausencia, del sin
sentido, de la errancia, lo cual tiene lugar en la intimidad de la palabra,
donde “hablar aún no es sino la sombra de la palabra, lenguaje imaginario y
lenguaje de lo imaginario”. Lenguaje que es un murmullo incesante e
interminable, el cual sólo escuchamos mediante el silencio. “El silencio sería
el regreso a las fuentes mismas de la palabra. Lo original, en efecto, es el
silencio”, dice Guillermo Sucre. Pero ese regreso es un punto de partida:
La verdadera intensidad es
silenciosa. El silencio hace hablar al lenguaje y, por supuesto, lo contrario
es igualmente cierto. En ambos casos, lo que realmente importa es la intensidad
de lo que se dice o se calla (…) El
silencio está al comienzo y también al final de la palabra. Rodeada en
sus dos extremos por el silencio, ¿no es más verdadera la palabra, más
verdadero lo que ella nombra? El silencio es otra forma del homenaje al mundo y
a la vida, otra forma de plenitud.
Ni exuberancia verbal ni laconismo, sino la medida justa a un lenguaje
en la extensión exacta, rigor, continuo deseo, secreta pasión, la obra, gran
paradoja, se expande hacia el mundo y sin embargo, se concentra alrededor de sí
misma. De acuerdo con Guillermo Sucre las palabras se dicen con o sin
propósitos ulteriores. Las palabras mantienen una presencia o la evaden en su
vuelo, son espontáneas o fundadoras, recurrentes o azarosas. Conflicto que hace
nacer un don: el escepticismo y la sospecha, atributos propios de la poesía
cuya lectura siempre nos deja al límite de la incertidumbre, característica que
hace de la poesía una genuina experiencia con el mundo en su misión de
atravesar la espesura del lenguaje. Entonces el poeta atraviesa las huellas de
ese decir originario, exprime las palabras y consigue con ello la perplejidad
primaria, dominio de la verdad interior. Dado que escribir, subraya Blanchot,
“es obligar a su propio lenguaje a tener la profundidad de lo imaginario: la
palabra infinita, irreductible”.
La palabra siempre hay que encontrarla e inventarla de nuevo, tratando
de recobrar el lenguaje de su nacimiento, del instante en que llegó por primera
vez a este mundo. Por lo tanto, toda poética es una poética del comenzar,
porque según Peter Sloterdijk:
El comienzo real para nosotros
nunca aparece más que en los resultados de su ser ya comenzado. La conciencia
de nuestra presencia actual, por tanto, está recubierta con la escritura
jeroglífica de unos comienzos más antiguos que han de descifrarse y evocarse de
nuevo para tener algo que decir.
Al escribir, al expresarse y exponer, el poeta abre un lenguaje, es decir, un singular mundo
lleno de sonidos, palabras, imágenes, escenas, personajes, atmósferas,
secuencias, una especie de palabra extraordinaria, con sus propias sílabas,
consonantes y vocales, únicas e irrepetibles, sílabas vivas y ocultas que
luchan por encontrar su huella, lenguaje que es narrado por Sloterdijk:
A partir del primer aliento,
incluso desde los primerísimos estadios de la noche intrauterina, toda vida es
receptiva a la escritura como una tablilla de cera, tan permeable como una
película sensible a la luz. En este material nervioso se graban los caracteres
inolvidables de la individualidad. Lo que llamamos individuo es básicamente el
pergamino viviente en el que se dibujan, segundo a segundo, los perfiles de la crónica
de nuestra existencia en medio de una escritura nerviosa.
El vocabulario de la poesía, desde la perspectiva de Sloterdijk, se
forja en medio de donde nace el lenguaje: las marcas de fuego, el tatuaje, las
improntas grabadas bajo la piel. De allí germina el gesto de apertura y de
ruptura del poeta, su manifestación y voz, su sacrificio bajo un cielo común.
Lo anterior presupone un continuo fluir poético y un espíritu siempre abierto
al asombro, dos condiciones de su plenitud y penetración de su poesía,
considera ésta como un todo orgánico, orquestación de voces, tonos imágenes e
ideas.
La condición poética entraña en su esencia la valoración de los
elementos del lenguaje que se expresan por la voz: el acento, la entonación, el
registro personal, el ritmo, la vibración interior de las palabras, sus
resonancias en todo su valor como oración o diálogo, comunión, lugar de
encuentro entre los hombres. Visión que hace parte de una autoexploración de su
ser y su ámbito vital, privado y lo colectivo interiorizado, sus sabores y
olores. Luis Alfonso Ramírez Peña, a propósito de lo anterior, afirma que la
obra literaria se realiza a partir de distribuir las voces compartidas o
asumidas sobre mundos referidos. Comienza con una experiencia del autor pero se
amplía al mundo de la cultura, de su imaginación y aprendizaje:
Lo obra literaria es una voz
original e íntegra que se separa de las voces interlocutivas, no hay
prefiguración de lectores singulares, los presupuestos de la producción
desaparecen porque las circunstancias no se complementan en la obra, más bien
ésta crea su propia situación. Sin embargo, la obra está unida a la realidad
profundamente vivida y sentida por los interlocutores, desde la cual se
encuentran en alguna perspectiva. Son esas voces ocultas de las visiones de
mundo, de ideologías, sentimientos y resentimientos y hasta intereses
personales que subsisten en cada una de las personas y más en los artistas.
Aquí el poema es expresión y forma de comunicación intensa de
experiencias y pensamientos. Expresa, sugiere un estado emocional y determinado
de esa experiencia, porque la poesía es plegaria y alabanza, humanización,
encarnación de la palabra poética que contiene una verdad interior y
misteriosa, revestida con esa carne viviente del lenguaje que es el poema. Y la
comunicación puede llegar con el poema más allá de donde suelen llegar las
palabras detenidas, la poesía como la larga prolongación del hombre. De tal
forma la poesía logra la máxima tensión expresiva.
Entonces el poeta hace parte de ese mundo, por lo que el conocimiento de
éste incluye el del poeta por el propio poeta. La conciencia poética es
autoconciencia y conciencia del mundo en su complejidad. Pero a la vez es
conciencia del propio lenguaje: su indagación y conocimiento, sus capacidades y
limitaciones. El lenguaje está en el centro de su poesía y, al unísono la
poesía es una lucha constante con el lenguaje, el centro de su constitución. El
poeta intenta decir lo inefable, porque la poesía es palabra sobre lo
desconocido e indagación acerca de realidades que no conocemos. La poesía,
forma viva del lenguaje, palabra penetrante y sugeridora que enciende y
arrastra por el contenido espiritual y material. Para tal efecto descompone el
mundo visible, rehace la realidad para expresar todas sus posibilidades y
ramificaciones imaginables. Lo real es iluminado en todos sus poros, la poesía
la penetra y crea otra perspectiva y posibilidad de realidad.
El mediador y sintetizador del acto poético es el lenguaje. La realidad
poética se construye en el lenguaje, gracias a la acción verbal de un sujeto
que busca y explora entre la realidad objetiva y subjetiva y la experiencia
poética de ella. Dicha búsqueda es participación activa, suma de intuición y
sabiduría. La intuición del mundo está dotada de una intensa sensación de
realidad concreta y vivida, de la cual parte. La presencia de un yo sensible y
sensitivo, se eleva a través de la vibración del afecto o desciende a una
intimidad reveladora de lo real. Explorar la conciencia insatisfecha del ser
humano que sufre en un mundo, paraíso en ruinas, habitado por la muerte, donde
el deseo queda ávido y la memoria se esfuerza por reconocerlo como un lugar de
vida auténtica. Dicho espacio es meditativo, íntimo y extremo, porque nos
permite cobrar conciencia de la experiencia desoladora del lenguaje.
En el poeta la antigua casa del lenguaje se hace habitable, porque contiene y ordena al mundo, su cosmos y
universo.
UN
BASLAMA AL ESCRITOR DE LA ITINERANCIA
Arturo Bolaños Martínez y Juan Goytisolo
Marrakech, mayo 2009
Fue en un
local de la plaza de Marrakech, en un costado de la inmensa Jamaa el Fna, donde
nos dimos cita al final de la tarde para tomar un té con Juan Goytisolo Gay
(Barcelona, 1931-Marrakech, Marruecos, 4 de junio de 2017). Días antes, estando
en Bogotá, me fue entregado de manos de la poeta y entrañable amiga Luz Mery
Giraldo un libro sobre el escritor tunjano Rafael Humberto Moreno-Durán (1945 -
2005), que por encargo de la esposa de éste, tendría yo que entregarlo a Juan y
a la esposa de su hermano José Agustín (1928-1999); otro hermano, también
escritor les sobrevive, Luis.
R. H. Moreno-Durán, novelista, cuentista, ensayista y dramaturgo es
considerado como uno de los escritores colombianos más importantes del siglo
XX,[1]
tras su muerte se publicó por la Universidad Nacional de Colombia una selección de ensayos sobre su obra: R.H. Moreno-Durán,
Valoración Múltiple: Fantasía y Verdad, título del cual yo sería el
mensajero para llevarlo a personas que se habían preocupado por escribir sobre
su obra. Primero me encontré con la viuda de José Agustín, me invito a su casa
y me puso en contacto con Juan. Pasado el tiempo se presentó una invitación al
Instituto Cervantes en Marrakech, y esa fue la oportunidad de conocer al
inefable escritor catalán.
El novelista y ensayista Juan Goytisolo estudio Derecho,
posteriormente se instaló en París. Es para muchos el narrador más importante de la Generación del Medio Siglo (XX), su
obra abarca novelas, libros de cuentos, de viajes, ensayos, reportajes y
poesía. Fue profesor de Literatura en universidades como la de California,
Boston y Nueva York, además de colaborador de periódicos como El País de
España. El 24 de noviembre de 2014 le fue otorgado el Premio Cervantes, máximo
galardón de las letras en lengua castellana.
Cuando dejo Barcelona se fue a vivir a París, explicó que lo hizo “no
solo por huir del régimen franquista y su vida intelectual miserable, sino también
buscando el contacto con una sociedad mucho más viva y abierta”. Saltar de
Barcelona a París, en esa época, era cambiar de una pantalla en blanco y negro al multicolor
lumínico, además con sonido. Refiriéndose a París decía: “acepté su condición
de metrópolis abigarrada, espuria, heterogénea y apátrida, me sentí mejor en
ella que en otra exclusivamente nacional:
uniforme, castiza compacta, desangelada”.
Autor entre otras obras de: Campos
de Níjar, La Isla, La Chanca, Fin de fiesta, Señas de identidad, El furgón de
cola, Reivindicación del conde don Julián, Obra inglesa de Blanco Write, Juan
sin Tierra, Disidencias, Makbara, de editoriales como Ariel y Seix Barral.
En ediciones Destino encontramos Juego de
manos, El circo, Duelo en El Paraíso, Fiestas y La Resaca. Muy interesantes son sus trabajos como corresponsal de
prensa en Bosnia y Chechenia.
Como diría el poeta
catalán Pere Gimferrer “él (Juan) Buscó y halló –en tránsito siempre- su
rostro, su imagen… se vio a si mismo… al verse a sí mismo vio al Otro, a lo
Otro”, el poseedor poseído. A propósito de la publicación de su poemario: Ardores,
cenizas, desmemoria (Editorial Salto de Página, Barcelona, 2012), comentó:
“Son nueve, ni uno más ni uno menos. Cuando dejé la narrativa pasaron por mi
cabeza como bandas de cigüeñas que me dejaron esos poemas”.
Luego me contó por
qué vivir en Marrakech, donde finalmente murió a los 86 años, “por sus olores,
sus colores, sus espacios y su memoria”, recordaba a Walter Benjamin cuando decía que la memoria es una escenificación del
pasado: convierte el flujo de acontecimientos en cuadros escénicos, los
condensa en lugares concretos, en formas mesurables, pero no como una lectura
del tiempo para recuperar, es un espacio para vagabundear libremente en él, en
los espacios perdidos.
Cálido y sereno, le entregué el libro de marras, tomamos el té,
después le puse en sus manos uno mío: Sabor
a Ceniza (Ed Insolit. Barcelona, 2002). Días adelante en el trajín diseñado
y el turisme de Barcelona, recibí un
generoso comentario sobre mi libro y un ejemplar de alguno suyo, republicano y
solitario, transeúnte e itinerante en su sombra y su geografía rota, un baslama a Juan con la mano abierta.
[1] Entre sus obras se encuentran
la trilogía Femina Suite, compuesta
por: Juego de Damas, El toque de Diana y
Finale Capriccioso con Madonna). La
obra de teatro Cuestión de Hábitos.
Colaboró con diferentes publicaciones, entre ellas los diarios El País de
Madrid y La Vanguardia de Barcelona, fue director de la edición
hispanoamericana de la revista Quimera. Escribió algunos ensayos como El festín de los conjurados,
publicado por Alfaguara. En 1991 aparece en la televisión colombiana con el
recordado programa Palabra Mayor. Sirva también de homenaje.
LAS FISURAS DE LA MUERTE
Omar Ardila
“Con mi encadenamiento a la tierra pago la libertad de mis ojos”
Antonio Porchia
La producción cinematográfica de la Unión
Soviética no sólo estuvo enmarcada dentro de los lineamientos ideológicos para
la promoción del proyecto político socialista, también alcanzó importantes
logros en géneros como adaptaciones literarias, historias fantásticas y filmes
psicológicos.
A propósito de la vuelta
sobre la publicación realizada en el 2004 por la editorial Minotauro de una antología en tres
volúmenes con los mejores relatos de Harry
Harrison (1.925-2012) para conmemorar sus
50 años de trabajo continuo en la construcción de
historias de ciencia ficción, he recordado el filme soviético Cartas de un hombre muerto (1986) del
director Konstantin Lopushansky (Ucrania,
1947), el cual fue uno de los mejores logrados en el género fantástico durante
la existencia de la URSS.
Si bien es cierto que en la película hay una referencia expresa al
relato Hombre topo – el primero
publicado por Harrison en la
revista World Beyond en 1950 –,
la relación temática se establece más claramente con otros de los textos de
Harrison, especialmente, con la novela ¡Hagan
sitio! ¡Hagan sitio!, en la que nos describe
a través de las secuencias narrativas, una sociedad que ha perdido su propósito
de convivencia y se ha sumido en la más aberrante destrucción.
El aporte de Harrison a
la literatura de ciencia ficción es notable, aunque para muchos haya pasado
desapercibido. Entre sus numerosos relatos, se destacan: Bill, el héroe galáctico, Las calles de Ascalón, El mecánico, Un animal
de costumbres, Tras la catástrofe, De vuelta a casa, Encuentro final,
Juguetería, entre otros. Además, alcanzó un destacado lugar como dibujante
de cómics e ilustrador. El primer
volumen antológico en español, editado por Minotauro, está constituido por tres
partes que conservan un vínculo conceptual, son ellas: Paisajes alienígenas, ¡Hagan
sitio! ¡Hagan sitio! e Inventos
milagrosos.
Al lado de Elem Klímov, el director Lopushansky estableció una línea de ruptura con las anteriores formas narrativas y con los
encasillamientos ideológicos para adentrarse en reflexiones críticas sobre el
juego de la ciencia, la política y las artes en el devenir humano.
Cartas de un hombre muerto fue la ópera prima de Lopushansky; en ella se nos muestra cómo una catástrofe nuclear ha cubierto el mundo. Luego de producirse un error
en la manipulación de un computador, el planeta tierra ha quedado reducido a
ruinas. Larsen, un científico
cibernético, se siente culpable por la debacle ocurrida puesto que sus
descubrimientos fueron utilizados por los militares para satisfacer sus
intenciones guerreristas. Ahora, junto a su esposa Anna, ha ido a refugiarse en el sótano de un museo, donde también
se encuentran otros supervivientes. Poco a poco la angustia se va intensificando entre los refugiados y los
niños que allí se encuentran, prefieren el silencio como la más reveladora
respuesta. Larsen retorna a la
superficie en busca de su hijo que ha quedado perdido, pero sólo puede
confirmar el horror y la soledad que ha envuelto todo; entonces, prefiere
escribirle una carta para contarle lo sucedido.
Posteriormente, quienes todavía conservan el poder de algunos medios
tecnológicos, realizan una selección de personas para enviarlas al Bunker
Central donde serán resguardados por 30 años. Las personas que no hacen parte
de dicha selección son los niños y los ancianos, quienes quedan expuestos a la
muerte por radiaciones. Es cuando Larsen
decide seguir al lado de los niños para mantener la esperanza de salvación del
mundo, hasta
que ellos salgan y caminen con paso firme.
La sombra de la catástrofe parece haber
acompañado desde siempre a los grupos humanos. La literatura y los relatos
sagrados, dan buena cuenta de la manera cómo el hombre ha vislumbrado su propia
destrucción. Apocalipsis, cataclismos, diluvios, “explosiones creadoras”, han
sido metáforas constantes en la construcción de identidades históricas y
culturales de los pueblos. A menudo, la caída se ha hecho más evidente debido
al propio accionar humano, preocupado por el deseo de acumular medios de
producción y desentendido de la repercusión que esta actitud genere para la
sostenibilidad del planeta.
En Cartas de un hombre muerto Lopushansky nos presenta una sociedad que ha llegado al fondo del
abismo. La suerte ha determinado el triunfo de la acción caótica. Ante tal
situación, es preciso preguntarse por la culpabilidad de cada cual en la
consumación de la debacle. En efecto, Larsen
aparece como el humanista que acepta su culpa pero que no se queda
lamentándose, sino que busca construir nuevas utopías. Sus reflexiones están
cargadas de reclamos, de enjuiciamientos, de llamados de atención hacia las
futuras generaciones.
Rolan Bykov, encarna con maestría el papel de Larsen. Su fuerte personalidad y su larga trayectoria en el Teatro
de la Universidad de Moscú y en diversos filmes (como actor y como director),
le dan gran confianza para asumir la metamorfosis y representar al científico
con gran altura.
El virtuosismo técnico que le imprime el equipo
de producción a la película es una clara muestra del alto nivel desarrollado
por la escuela soviética. Desde el primer plano (detalle de la intensa luz de
una bombilla) la cámara inicia un periplo sumamente revelador, a la manera de
un testigo que muestra la realidad de los horrores sin recurrir a otros
artificios. Los sutiles encuadres y las diversas tonalidades que explora, no
están dirigidos a generar complicadas interpretaciones de la imagen, sino a
desnudar la crudeza de la propuesta conceptual. El barro, los escombros, el
polvo y los cadáveres, son retratados por la cámara con tal sobriedad que
parecieran imágenes documentales, las cuales están montadas con planos
alternados de interiores, donde se vive la zozobra de la espera, del mutismo,
de la catalepsia, de la afasia. Sin duda, la labor de
los decoradores y demás escenógrafos es valiosísima, pues con chatarra y tierra
arenosa crean el ambiente idóneo para remitir a la destrucción que ahora domina
el globo terráqueo. De igual forma, la
banda sonora es sumamente expresiva del proceso caótico que acompaña la imagen;
hay distorsiones, estridencias, gritos, explosiones, cantos corales, voces con
resonancia, y un reiterado fondo con obras de Gabriel Fouré y Olivier
Messiaen.
Por su parte, la propuesta temática no está sobrecargada de recursos prosaicos; es
directa, contundente, sencilla, pero logra mostrar con profundidad
la estupidez humana que avanza hacia su autodestrucción. De esta manera, Larsen no sólo representa al
científico desalentado por su propio accionar sino a toda la especie humana,
responsable por acción u omisión de los continuos desastres. Él vive su propio
drama por su esposa Anna enferma
de muerte y por su hijo extraviado, a quien le escribe una carta a lo largo de
la película. Dicho texto trasluce la impotencia del ser, que ve cómo el
presupuesto racional de una “sociedad de bienestar” no alcanzó para satisfacer
las más importantes necesidades del proyecto humano. Desde el inicio de la
carta, Larsen da a conocer las
intenciones científicas que lo mantuvieron investigando: “Yo propuse otra
unidad de tiempo: el crepúsculo”, lo que podría entenderse como la fuga de los condicionamientos a través de la penumbra, pero ahora ya
no
encuentra unidad de tiempo. Él sabe que el diálogo que está estableciendo con su hijo es “de muerto a
muerto, es decir con franqueza”. Ya no queda nada por ocultar, pues se ha esfumado hasta la transparencia del crepúsculo. El día se hizo un fuego
devorador y la noche trajo la frialdad del desarraigo.
Larsen no puede callar. Señala cómo fue que se consumó el descenso: “Las
ambiciones políticas adquirieron un carácter de ambición paranoica... El arte
se hizo por completo antihumano y en vez de educar, embriagaba, favoreciendo
los gustos más viles”. Todo “¡Ha sido una equivocación!” concluye, con la
angustia de quien acepta su cuota de responsabilidad, a la vez, que denuncia el
proyecto global que le sirvió de soporte.
Posiblemente, el género humano estuvo condenado de antemano a construir
su propia tragedia tratando de alcanzar lo inalcanzable. Sin embargo, Larsen proyecta su esperanza en los
niños que le acompañan en el sótano del refugio ubicado bajo un museo – la
historia de la humanidad ha quedado reducida sólo a la memoria que conserva el
museo, cuyo destino también es la destrucción –. El encargo para los niños es:
“Váyanse y caminen hasta que se les agoten las fuerzas, porque el hombre que
camina siempre tiene esperanza”.
METAPHYSICA
A la
distancia que me encuentre de la muerte,
hago de
Hamlet.
Eugenio Montejo
(Del libro:
Adiós al siglo XX)
CARTAS DE
LOS LECTORES
CONFABULADOS QUERIDOS: Lamenté no poder ir al Jardín Botánico a la presentación
del libro de Hernando Socarrás, pues estaba fuera de Bogotá. Sin embargo a mi
regreso he comprado su libro y quiero felicitarlos al poeta por sus excelentes
poemas y a ustedes por esa bella e impecable edición. Carlos José Luna Díaz.
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AMIGOS
CONFABULADOS: Mi saludo para Eduardo Gómez. ¡Gracias! La luz de su
pensamiento alumbrará el camino a la libertad Fernando
Pachón
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AMIGOS CONFABULADOS: Aplausos por publicar los
poemas y el ensayo sobre cine de OMAR ARDILA. En los dos
géneros el talento de Ardila es notorio. Buenos sus textos poéticos
y clarificante su ensayo sobre el cine de R. W. Fassbinder. La obra
literaria de Omar Ardila honra cualquier publicación. Saludo, Yezid
Morales
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CONFABULADOS: Gracias por los poemas publicados de la
poeta Patricia Suárez y gracias por reseñar esa importante antología de
mujeres, pues ser escritora en nuestro medio, se convierte en un género casi
proscrito. Edna Luz Buitrago
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