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asunto “Retiro”
ARS MUTANDI
Gonzalo Márquez Cristo
Febrero 1º. de 1963 – Mayo 24 de 2016
Chali, hoy sería tu cumpleaños No. 54 y para celebrar tu
obra y tus sueños, nada más propicio que brindar a nuestros lectores algunos de
tus misteriosos y profundos poemas y el magistral prólogo a esa Antología Mayor
El libro de la Tierra, uno de tus más amados proyectos.
CRUZ DEL SUR
Noche, única luz en
la que creo, puesta en peligro será arduo saber de dónde proviene el corazón.
Por ti asumiré la
verdadera amenaza (volver a las raíces), e inventaré el amor: mi llama
horizontal; para poder esperar sin miedo al navegante rostro del espejo, al
próximo dios asesino, al oscuro sol siempre escondido en el deseo, al adentro
que se va...
LITURGIA
DEL FUEGO
Canta
durante los ocasos
Renuncia
a tu resurrección
Escucha
al tiempo cerrando sus puertas
Vive
tu precaria eternidad...
Porque
mi voz, mi rostro,
Y mis
manos, migran...
¡Tiempo de presencias
abatidas!
EN NOMBRE DEL GRITO
Crees tanto en la
sed: en la vida... En lo invisible. Duermes de cara al oriente. Te purificas en
el peligro. En los libros delatas al tiempo como a un pájaro disecado.
En el bosque una
encina te sigue. La luz te nombra. Cuando eliges el rumbo del dolor alguien te
da un sorbo de agua.
Deseas: esperas
siempre equivocarte. Asumes la tiranía del ojo llamada viaje y a veces con un
rostro logras curar tu frío,
Sabes de un paraíso
que nunca será memoria.
Asistes a la
mascarada de la sobrevivencia aunque un ecuador lejano y voraz atraiga tu
vuelo. Así logras persistir.
Tus palabras caen
como puñados de tierra sobre un cuerpo desnudo.
Aquí comienza el
instante. ¿Quién clama? ¿Quién responde entre la sangre? ¿Quién descubre su
sombra incandescente?
¡Que el grito
siempre pueda detener la herida..!
¡Que el lenguaje
alcance para no morir!
NADIE
TIENE NOMBRE EN EL ORIGEN
Supe
que la luz es la muerte
Que
el miedo me inventa
Que
todo misterio agoniza.
Que
siempre miente lo real.
Esta
noche la lluvia escribe en mis manos
Y
sólo prevalece lo frágil.
Me
enfrento al linaje del agua
Desafío
mi sed
Soy
un emisario del abismo.
En la
oscuridad el viento me llama:
¿Pero
quién tiene nombre en el origen?
Supe
que la palabra de los simuladores
Nunca
será desierto
Y que
la primavera es una traición.
El
fin es la única ilusión que me resta.
¿Hace cuánto me
convertí en pregunta?
ARS
MUTANDI
Amanece:
Las
palabras se vuelven transparentes
Al
salir veo cómo se abre el silencio.
Hay
un idioma que sólo hablan
Quienes
acaban de nacer.
Ya
comienza el destierro del día.
El
rocío me visita
Y la
montaña renuncia a sus límites.
Mis
manos son raíces nómadas.
¿Soy yo?
¿O es el cuerpo lo real?
El
aroma despliega su crimen...
La
rosa terminará por abolir sus espinas
Pero
será mayor su peligro.
El
camino ha sido mutilado...
¿Desde
cuándo leo el libro del fuego?
Ahora
que el tiempo me persigue
Conozco
el lugar donde la muerte reverdece
Y es allí donde
comienza mi voz.
RESTITUCIONES
Pretendo que todo lo perdido se
convierta en poema.
Las heridas como los huracanes
tienen nombre. Y aunque ignoro por qué a mi alrededor nacen los abismos, desde
el origen fui mancillado por la felicidad, por su cima inclemente.
Las invasoras restas del
recuerdo. La pugna de la raíz. La antigüedad del silencio...
No pongo flores en el cementerio
del sueño, pero continúo a pesar de todas las arenas movedizas del espíritu.
La culpa que no te deja partir es
el amor.
Y ahora la niebla, la lluvia, la
ausencia...
El desequilibrio llamado belleza,
la terrible orfandad de lo sagrado, la rosa ígnea que me guía en la
desesperación...
Sé que el camino terminará por
encontrarme.
Como todo lo que se hace visible
para morir.
CANCIÓN
DE LA CENIZA
El poeta veía nacer el
instante.
La escritura era la cicatriz
dejada por algo que nunca pude comprender.
Al amanecer las nubes entraban a
mi casa. El aroma tradujo a las flores y una mujer que nada sabía de la tierra
sostenía mi voz cuando viajaba en el potro del miedo.
Ninguna palabra ha permanecido
ilesa.
Todas las salidas fueron
clausuradas.
Quise desnudar al objeto.
Perturbar el origen. Contraer el lenguaje a una edad anterior a la vida para pronunciar
el primer sí. Y eso aumentó mi soledad.
Es el amor, no el odio o la
venganza, el que terminará por extinguirnos.
Espero a los herejes.
La espina quizá, pero la rosa no
puede ser interpretada.
En la red del poema atrapo mi
muerte.
¿Quién habitará mi sombra?
CITA
DE LA TIERRA
Lo tenía todo hasta que llegó la
palabra.
Durante la vigilia conocí el
grito azul. Probé todas las máscaras incluidas las del tú. Esperé que mi
pobreza me hiciera libre y delaté a aquellos que decidieron heredar los desiertos.
Los señalé con mano de sal y
deserté de la luz.
La sublevación del deseo nos dejó
a la intemperie.
Imitamos la palidez de la luna y
curamos la herida del insomnio con la ventana trémula de un cuerpo desnudo.
Las lágrimas, el miedo, las
visiones, y todo lo que será recuerdo, me forzó a la fuga de mi rostro.
La tierra citó a sus testigos y
los árboles fueron leídos por el viento. El fuego nuevamente interrogó nuestros
sueños.
La sangre del amanecer cayó en mi
pecho y padecí el cruel reinado de las horas.
No sé cuánto más debo perder para
que me sea develado el poema. No sé cuál es la sed que debo atizar para
continuar en la respiración. Eludí las rutas propuestas por el sol. Bauticé
todo lo perdido. Habité la Edad del grito. Emprendí el camino hacia mi voz.
Y ahora, cuando cierro los ojos,
alguien regresa a la vida.
OSCURO
NACIMIENTO
Fuera de ti, amo sólo lo que es
de todos...
Destruyo mi alianza con el sol.
Mi fin acabará por encontrarme. Convertida en fragmentos me guías al nuevo
sabor, saber del agua. ¿Cuántos sueños no hemos usado?
Giras, te perfeccionas: te tornas
vegetal. Tus dedos caen como hojas... Una palabra agoniza. Enceguezco.
Ninguna de mis preguntas tiene
respuesta, dices
con voz de ámbar. Ni soledad, ni nacimiento...
Los ojos se rebelan. Surge entre
nosotros un dios efímero que debemos devorar. Atemorizados entregamos los
nombres. Aprendemos las primeras sílabas. No es posible descreer del miedo con
sus fundaciones, sus túneles sagrados, sus sombrías génesis, sus evasivas ardientes...
Aunque a veces nos distancie el amor.
Nadie arde dos veces en el mismo
fuego.
Mujer, trae la tierra, abrígate
con tu sombra. Renuévate en las tinieblas, escapa en tu respiración... No
sustituyas la muerte por la escritura de la verticalidad...
Escucha venir el tiempo.
(A Pilar, dibujo
en el agua)
HONOR A LA RAZA HUMANA
Por Gonzalo Márquez
Cristo
«Nuestro amigo el Sol ha muerto,
¿retornará?» pregunta Stéphane Mallarmé en Los dioses antiguos, y este
conmovedor y poético interrogante, que alude a nuestro inevitable funeral
cósmico descrito en el hinduismo (Día de Brahma) y en el calendario Maya donde
nuestra estrella cumple ciclos categóricos, se ha convertido también en una
pesadilla de la astrofísica desde cuando científicos como Ludwig Boltzmann y
otros alucinados investigadores de la termodinámica decretaron el fin del
Universo.
Del origen estelar acaecido hace
14.500 millones de años hasta nuestra consumación cósmica que ocurrirá con la
colosal agonía de nuestro amigo el Sol dentro de 5.000 millones de años
si antes no improvisamos nuestro apocalipsis, obedeceremos los designios de la
física que según los últimos descubrimientos se vislumbran cada día más
aciagos.
La presencia protagónica del ser
humano en la Tierra: en una pequeña «mota de polvo» –para usar la metáfora de
Christiaan Huygens–, evidencia que este prepotente engendro, que antes se creía
elegido por los dioses, aunque sabe todavía muy poco de su origen, ya deletrea
el alfabeto de su aniquilación. Y al iniciar este tercer milenio, humillado por
la ciencia, intentando fundamentarse en la nueva mitología legada por la
Cuántica y la Relatividad, vemos cómo se encuentra condenado a un ínfimo rincón
de la Vía Láctea (Camino de Leche), que debe su nombre al instante en que la
bella diosa Hera alejó intempestivamente de su seno a su hijastro Heracles,
quien siendo aún un infante ávido, intentó furtivamente amamantarse con el
propósito de conquistar la inmortalidad; y así, según la perturbadora
imaginería griega, de aquella lluvia de leche divina, se formarían las más de
200.000 millones de estrellas que conforman nuestra casa mayor.
Del caos al cosmos, del desorden
del Big Bang a la armonía galáctica cuyo primer soñador fue Pitágoras; de
nuestro origen estelar a la compleja vida en esta esfera imperfecta en la cual
viajamos con celeridad por el universo –tal vez hacia ningún lugar– y que gira
sobre sí misma a una velocidad más rápida que la del sonido (1.600 km/hora); de
las cosmogonías forjadas por los pueblos primigenios hasta las inferidas por la
ciencia, que no son menos fantásticas si contemplamos las teorías que
involucran nuevas dimensiones, viajes en el tiempo y mundos paralelos –fuentes
incesantes de perplejidad–; y si a lo anterior adicionamos las extravagantes
explicaciones propuestas por las religiones con el fin de sustentar sus dogmas,
pareciera incuestionable que el universo tiene más de fantasmagoría que de
realidad, como lo vio Platón en el Mito de la Caverna y algunos cultores de la
ciencia ficción.
Debido a esta multiplicidad de
visiones y hallazgos que afloran de las arduas disciplinas del conocimiento, y
sin la odiosa pretensión de ser exhaustivos, pero sí con la entereza de
configurar un mapa diminuto –aunque esencial de nuestro vínculo con la Madre
Magna que conjunte deslumbrantes creadores, desenfrenados vigías cósmicos y
acuciosos investigadores–, nos propusimos acopiar un archipiélago de voces que
comenzaron a construir hace milenios en distintas regiones del planeta, en
innumerables lenguas y proveniente de diversas culturas, esta Antología Mayor:
legado de la imaginación que honra a la Tierra y que ilumina nuestro acontecer
cósmico.
Al rastrear en lo más sublime
del arte y la ciencia aquella fenomenología irradiada por nuestro planeta, al
seleccionar pruebas decisivas, no sólo de la «imaginación de la materia»
(derivada de los elementos) sino de la «imaginación cósmica», el objetivo es
plasmar un pequeño lunar (recuérdese el origen estelar de esta palabra), que no
desvirtúe la extensa arqueología del asombro, que se ha venido configurando
siglo a siglo, mientras afinamos nuestra conciencia planetaria.
Es oportuno mencionar que debido
a su magnitud evidente, esta es una de las pocas antologías que tiene licencia
para ser incompleta, porque el señalamiento de todo autor aquí excluido (por
motivos inherentes a la incompletud humana o derivados de insalvables
restricciones patrimoniales), deberá ser considerado por el lector como un
hecho feliz, pues eso constata que tenemos otro paradigmático ser a quien
elevar una acción de gracias, en concordancia con el epitafio de Isaac Newton,
enterrado en la Abadía de Westminster en
Londres, que reza en su parte culminante: Dad las gracias mortales porque este ser
tan grandementeha existido: ¡Honor a la raza humana!
Por tanto los textos aquí
compilados, elegidos no sólo por su importancia testimonial sino por su
magnitud poética, apenas pretenden rendir tributo a un planeta magnífico y a
los sabios que los originaron, fieles a su arduo trabajo carente de
motivaciones personales. Grandes cultores de diversas disciplinas: astrónomos,
filósofos, físicos, poetas, biólogos, geógrafos, ecologistas, historiadores,
psicólogos, antropólogos y químicos, que han dejado su huella determinante en
nuestra cultura, expresan aquí en sus propias palabras –sin falaces
interpretaciones académicas–, las más audaces tentativas por comprender los
enigmas de la naturaleza y develar la convulsa existencia en nuestra única casa
galáctica.
Es también pertinente referir
que en el Libro de la Tierra, integrado por un centenar de escritos de
geniales figuras, reconocidas por reflexionar en contra de los dogmas
filosóficos, religiosos, políticos o estéticos; es ejemplar la obsesión de
algunos de ellos para enfrentar las estructuras de poder que tantas veces controlan,
retardan o aniquilan la necesaria sabiduría; y emprender una de las pocas
luchas donde ha salido victoriosa la libertad: en el escenario del pensamiento.
Sabemos que estos aventureros de
la develación que se propusieron franquear los límites, sin declinar, a pesar
de la prisión y el escarnio (Wilde), de persecuciones inclementes (Galileo), de
la locura (Nietzsche), del exilio (Da Vinci), de la expoliación (Cacique
Seattle), del tormento que los llevaría a la consumación del suicidio (Van Gogh
y Ramos Sucre) y de la hoguera como en el caso de Giordano Bruno; parecieran
comprobar que la historia del conocimiento es también la historia de la
persecución.
La sistemática quema de libros
emprendida por el emperador chino Shih Huang Ti en el siglo III a.C.; las
bibliotecas incendiadas como la de Alejandría en el 48 a.C. por los romanos y
posteriormente a causa del dogmatismo cristiano (obispo Teófilo en el siglo IV)
que contenía medio millón de libros en su época florida y donde reposaba lo más
luminoso de la cultura de la antigüedad; la doble destrucción de la Biblioteca
de Constantinopla (en 726 y 1453) que llegó a tener 100 mil obras; el incendio
de la biblioteca de Trípoli a manos de los cruzados en 1099; la ignominiosa
acción liderada por el obispo franciscano Diego de Landa quien en 1562 ordenó
la quema de numerosos códices mayas; y las afrentas más recientes al
pensamiento del hombre como las ejecutadas por los Nazis en 1933 y por los
serbios cuando aniquilaron la biblioteca de Sarajevo en 1992, demuestran que
habita una sedición en todo conocimiento, y que para subyugar a los pueblos los
tiranos conocen desde hace milenios la importancia de arrasar lo más sublime de
su imaginación cultural. El escritor norteamericano Ray Bradbury en Fahrenheit
451 da su incandescente testimonio novelístico al respecto, tramando una
metáfora donde los cada vez más escasos –y peligrosos– defensores de los
libros, deben escapar a un bosque y memorizarlos para impedir que las
ficciones, las reflexiones y la luz de los descubrimientos científicos, sean
exterminadas de la faz de la Tierra.
Honrando entonces el cúmulo
verbalizado de la aventura humana, desde cuando los mitos intentaban explicar
los fenómenos naturales, se avanzará en estas páginas por los senderos que
fueron extendiendo nuestro universo para poder considerar (recordar la
etimología latina de esta palabra: «estar con las estrellas») los parajes
maravillosos engendrados en la Tierra alterna del sueño, los artilugios de la
fantasía destinada en principio a sobrepasar la realidad, las indagaciones
filosóficas y las manifestaciones sublimes provenientes de la fatal y dulce
diosa creadora, de nuestra gran fuente natural: Gea, Ceres, Deméter, Cibeles,
Ninhursag, Astarté, Coatlicue, Ishtar, Ixmucané, Inanna, Amalur, Atabey, Dana,
Pacha Mama...
Seguiremos las crónicas de los
desterrados, de las hecatombes, de las invasiones y de la expoliación y la
usura que ha determinado nuestro acontecer; y también veremos pruebas de los
exilados de sí mismos –de los trasterrados interiores–; y en el capítulo final
contemplaremos los vestigios de la colosal pirotecnia geológica, de famosos
viajes al inframundo y a otros mundos, y de las más radicales ensoñaciones
apocalípticas, aunque no obstante, como siempre, haya un lugar irracional para
la esperanza.
La antología ha sido dividida
arbitrariamente en ocho capítulos: El libro del origen (compilación de
algunas cosmogonías), El libro de las preguntas (contiene el
pensamiento de algunos filósofos sobre la eclosión del ser y las pugnas
existenciales), El libro de los vigías (testimonio de conquistadores y
exploradores al llegar a tierras ignotas), El libro de los prodigios (muestra
al artista como hacedor de reinos maravillosos), El libro de las respuestas (señala
determinantes descubrimientos científicos), El libro de la naturaleza (brindis
poético por la Tierra), El libro del destierro (testimonio del exilio
interior o colectivo) y El libro de las visiones (viajes extraordinarios
y profecías sobre el destino de nuestra especie).
Luego de la intromisión atómica
y sus conocidas catástrofes, la responsabilidad
del hombre en la supervivencia
de la naturaleza impone una lectura de estas revelaciones compiladas desde su
perspectiva telúrica y enfatizando la entrañable relación existente entre los
seres que la pueblan, en el sentido que señaló Ernst Haeckel al crear el
término ecología, proveniente de Oikos (casa), porque como dijo
Nietzsche: «El hombre es algo que debe ser superado».
Y debido a que no podemos
fracasar en esta magna tentativa, y que la consecuencia de ultrajar nuestro
origen será devastadora, si el sueño de Zarathustra no encuentra su destino,
sólo nos queda emprender el regreso propuesto por Rousseau y Gauguin, a eso que
peyorativamente denominan salvajismo: el retorno a aquella edad básica
en que teníamos como amigos a los árboles y las estrellas, y aún era posible
acostarnos en la hierba para escuchar el corazón de la Tierra. Pues no podemos
olvidar la experiencia trágica de los mayas, que advierte categóricamente sobre
el fracaso inexorable que acecha a las grandes ciudades, y el nuevo despotismo
impuesto en nombre del conocimiento –cuyos abusos hemos padecido desde la
Revolución Industrial hasta la herida de Hiroshima–, y tampoco las subyugantes
tecnologías que están creando un desierto interior sin precedentes, donde el
habitante común, despojado de la naturaleza, padece una tiranía impuesta por
estructuras formales superfluas, alejado de lo esencial, mientras es gobernado
por fantasmas, como Kafka y Orwell lo denunciaron.
¿Hace cuánto no admiramos la
Luna? ¿Quién puede señalar alguna de las cien mil millones de constelaciones
que componen el Universo? ¿Quién sabe llamar hoy por su nombre a cinco flores o
pájaros? ¿Quién diferencia una estrella de primera magnitud? Nadie de este
mundo ilusorio que nos ha sido impuesto; pero si olvidamos a la Tierra ella
terminará por olvidarnos y perderemos con eso nuestra posibilidad cósmica.
Como un talismán nos queda, sin
embargo, la resistencia interior que vislumbra el poeta René Char, quien
aseguraba distinguir el ruido de las estrellas, en esta incomparable estrofa de
Aromas cazadores, donde hace un recuento de nuestro detestable destino,
pero que pese a todo conserva su lumbre prodigiosa: «Durante milenios hubo el
vuelo silencioso del tiempo, mientras el hombre se adaptaba. Vino la lluvia
desde el infinito; luego el hombre caminó y actuó. Nacieron así los desiertos;
el fuego se alzó por segunda vez. Entonces el hombre, con el apoyo de una
alquimia sin cesar renovada, dilapidó sus riquezas y masacró a los suyos.
Siguieron el agua, la tierra, el mar, el aire. Entre tanto, un átomo resistía.
Esto sucedió hace unos minutos».
Bogotá,
Eclipse Total de Luna, 15 de abril de 2014