La escritura subyacente
Por Álvaro Marín*
No sé en qué género está escrito este libro, acaso
definir el género literario no tiene importancia alguna en la escritura
experimental de nuestros días. El libro Las
tierras posibles de Pío Gaona está hecho con trazos sin pretensión
poética, o mejor, sin una poética preconcebida. De manera paradójica, esa falta
de pretensión poética tal vez acerque más su expresión a la poesía. Lo visto en
nuestros días, es el ejercicio de la simulación en donde se impone el
artificio, una técnica y unas temáticas peregrinas que muestran una voluntad de
evasión, de ausencia de entorno.
Muchas veces
en nombre de la lírica se escribe una poesía trascendental, ajena y alelada,
enajenada y distante, con el recurso de la imagen técnicamente bien lograda,
pero que se desvanece en sus pretensiones esteticistas. El entorno parece no
existir, ni la calle, ni el hombre, ni la poesía misma de tan lejana, pero
mejor se dice con los escritos de Pío: el hombre aquí toma otra calle,
después otra, ¿cuál calle?, ¿cuál adónde?, porque parece que no habita el
hombre estas galerías del ensimismamiento, estas grutas de nadie.
Las tierras posibles es una aproximación literaria a la Bogotá de este
principio de siglo, muy parecida todavía en su condición social a esa Bogotá
escindida, empozada en el odio que registró Osorio Lizarazo a mediados del
siglo pasado, una ciudad hoy transformada exteriormente, pero con las mismas
fisuras sociales que señaló Osorio en El día del odio. Es cierto que hay
ciudades que no existen, que son ciudades creadas, ciudades literarias, de las
que nos habla Cruz Kronfly, o las Ciudades invisibles de Italo Calvino,
ciudades que tienden a ser interiores, luz adentro de cada escritor, porque en
cada escritor hay una ciudad, aunque algunas veces esa ciudad sea un patio,
como decía nuestro Rojas Herazo.
Pío nos muestra la ciudad mezquina, la ciudad de los
desamparados, la ciudad heredada en dos siglos de desdén social y soberbia
política. La raíz cultural histórica que conforma la condición de una violencia
interiorizada en las relaciones y que ya señalaba el poeta guatemalteco Luis
Cardoza y Aragón cuando conoció como embajador la cultura bogotana: “De ese
trato entre señores y siervos es de donde surge la violencia en Colombia”.
Estos son apenas bosquejos de reflexión que surgen
de la lectura de Pío, de sus ejercicios experimentales, que me dejan ver otra
de nuestras perezas mentales: no experimentar, desdeñar de lo experimental, esa
es parte de nuestra actitud conservadora. Las tierras posibles es un
ejercicio de crónica, entre la crónica y la poesía, que no una épica, tal vez
sí una contraépica en donde el héroe es el ser vulnerable. Aquí hay una
búsqueda original que trata de escapar tanto del exteriorismo de la denuncia
social como del arrobamiento trascendentalista, los dos extremos pendulares de
la poesía colombiana. Un registro desde la mirada anómala del poeta, lejana de
lo preconcebidamente poético. Esta poesía recupera los hechos simples de la
vida humana, observar a los seres de la calle, a los hombres comunes de la
ciudad, comprar un libro, caminar por una acera. Se dirá que eso ya lo hizo
Galeano en una especie de sociología poetizada. Tal vez sea así, solo que en
Galeano se nota demasiado el artificio, en Pío la temática y la forma de
abordarla fluyen más cerca de la reflexión metafórica que de la exhibición
efectista de un tema social.
Es de la sensación de extrañamiento de donde surge
lo experimental, el reconocer el entorno como una realidad que no se define
todavía en sus connotaciones simbólicas que exponen al ser a la vulnerabilidad,
al límite entre la ciudad y el afuera. En un lugar así, el poeta es una especie
de desheredado, de Kaspar Hausser, recogiendo fragmentos en la calle para
tratar de completar con fragmentos un sentido completo del mundo. Son los
bosquejos del hombre bogotano. Es con esos fragmentos dislocados que el autor
de Las tierras posibles crea un sentido: unas calles reconocidas,
fachadas de un mundo contrahecho, una carreta, un jardín, o un conejo arrojado
a la boca de la muerte, vistos desde antes de su aparición en los portales de
una escenografía en grisalla. La muerte del conejo, y el presentimiento de esa
muerte, vivido por el autor antes de que aparezcan las niñas dolientes a llorar
el animal inmolado en el rito diario de un tránsito agresivo. Tal vez las
niñas, a través de un espejo oculto, leyeron la mirada sobre el suceso de la
agresión al conejo y tuvieron el presentimiento de la muerte, tal vez el
conejo mismo les avisó… leo así el relato porque está al final de un permanente
juego de espejos, de luces y sombras, de presencias y oscuridades en donde
trato de leer la riqueza de la metáfora subyacente.
Los hechos aparentemente simples son elevados, o
profundizados, por la literatura hacia el símbolo: lo oscuro cotidiano que
olvidamos tan pronto desaparece, la sombra ante nosotros, la sombra o el espejo
del hombre angustiado, insaciado en sus deseos, el hombre nómada en la fijeza.
De las sombras salen todos los seres, y como en las apariciones de Comala,
tampoco estos hombres de Bogotá parecen habitar el tiempo. Dos mujeres roen un
hueso y permanecen allí entre despojos, pero también su presencia tiene un
sentido menos evidente, oculto en las entrelíneas de la experiencia exterior.
En realidad, esas mujeres que roen un hueso sacrificial están fuera de nuestro
tiempo urbano, no las vemos, pasamos al lado de seres así todo el tiempo, pero
esos seres salen del no tiempo, y reaparecen en la escritura para decirnos que
todos estamos fuera del tiempo. ¿Y la poesía? Las presencias habitan los dos
lados, el exterior de las mujeres y el interior de quien escribe: realmente las
dos mujeres están en la parte interior mirándose a sí mismas a través del ojo
de quien escribe. Hay una atmósfera de sombras y un cuadro vacío que deja
entrever la holladura del ser en el pavimento: ser y tiempo, presencia de la
mujer que bordea con su ser una taza de café y al mismo tiempo orada con sus
dedos la calle, presencias que vienen al lado oscuro, en el cuerpo agujereado
de la ciudad.
Quiero saber hacia dónde iba y desde dónde venía,
pero lo que no quiero es pisar su sombra.
Sabemos de alguna manera que al pisar la sombra, no
una sombra, sino la sombra del hombre de la calle, resbalaremos inevitablemente
por el agujero: ese es el temor de mirar de frente al ser degradado en su
materialidad cotidiana, en su externo derruido, la sombra que no puede ser
pisada, que no se deja pisar… sombra sobre la que se resiste el ser al rastreo
de una realidad ominosa. Presencias y ocultamientos donde aparece cifrado un
relato de Sabato, lector de
sombras. Pero el mundo se oculta solo para buscar la luz… y sin embargo el
hombre también insiste en ocultarse a la luz de la calle, en el umbral de lo
informe. Allí también está el mito de Bachué, la divinidad indígena que se
asoma y regresa en forma de serpiente una y otra vez resurgida del mundo de abajo.
Y un poco más allá otro mito: la pérdida del paraíso y su sentido simbólico de
la división de las aguas entre la conciencia de la desnudez y el árbol inútil
del conocimiento.
La mención de Común presencia es una
elección, un llamado interno para nombrar la presencia. ¿Qué es la presencia?
Es la sombra ocultada que ahora ocupa la realidad exterior, el fruto prohibido,
el agua del Río San Francisco que entra y sale de la luz: las aguas divididas
de la luz y la sombra, las aguas vertientes donde se baña la diosa desnuda. ¿Y
el mensaje?... es eso, un mensaje, no importa lo que lleva escrito, lo
importante es el sentido, el recorrido del mensaje entre las aguas mansas,
desde el mundo visible hacia el mundo ocultado que es entrevisto, solo por
momentos, por visiones, por la mirada del hombre que vigila los fragmentos del
afuera, pero que puede ver al mismo tiempo, a través del espejo, los universos
paralelos, los mundos múltiples en donde el hombre es uno y otros a la vez.
Existe el tiempo múltiple, el otro lado: el otro lado del espejo, el otro lado
de la calle, el otro lado del día, el otro yo, el otro mundo, el ser es su
contrapunteo permanente con un otro entrevisto.
Otro elemento
que encuentro es la retirada de la poesía de los espacios blancos, tan de uso
en nuestro medio, en donde se le teme al riesgo, a la aventura experimental;
aquí hay aventura y vivencia, aquí está la calle: la poesía está afuera, y mira
a través de la historia y lo externo, más próxima al hombre. Y aunque siempre
lo ha estado, el amaneramiento de una escritura blanca la espanta como a la
vista de un fantasma. Aquí no hay fantasmas, pero hay mito, la verdadera poesía
huye de la literatura.
Las tierras posibles
Por Pío
Fernando Gaona
Un azar difícil nos lleva de un lugar a otro,
asistidos por lógicas en apariencia consistentes.
En la trama del Universo, ¿quién sabe?, puede que no
tengan fin las Tierras posibles.
Y el tiempo, ¡qué poco duran la carne y el hueso!
Y qué es la memoria, dolorosa memoria, si no
incorporas lo querido.
Y cuál es el fin si no te sostienes en contra de la
fe, en contra de lo establecido, y liberas tu imaginación hacia otros mundos
deseados.
Tejo pensamientos con Eliseo Diego y Xavier Zubiri.
En la puerta del Café, entre las sombras del
anochecer, aparece un niño con una caja de dulces.
Entra y me ofrece para que le compre.
Le digo no con voz silenciosa.
Me pide que le ofrezca café.
De nuevo le digo no.
Me mira un instante.
Un vigilante uniformado lo toma del brazo y se
dirigen hacia la calle.
Mientras tomo agua aromática me doy cuenta de que
habría podido pedir un café para él. Así, entraríamos al mismo mundo.
Ya es tarde. Las dimensiones del Universo han
cambiado para los dos.
Al salir, encuentro al vigilante parado en el andén.
Él tampoco puede estar adentro.
Él está en la calle, y yo, ahora, también.
Silencio
Por favor, un poco de sopa.
Todavía no.
Por favor, un poco de sopa.
Todavía no. Vuelva más tarde.
¿A qué horas?
Silencio.
¿A qué horas?
Silencio.
El hombre baja el recipiente de plástico que
sostiene en la mano derecha. Sale del restaurante. Muestra un gesto de
desesperanza, de rabia. Sus labios dibujan insultos y amenazas.
Le pregunto a la mujer que atiende a los clientes
¿por qué no le dijo la hora? Él solo quería ser puntual.
*Álvaro Marín (Manzanares, 1958). Escritor y periodista. Sus
ensayos críticos sobre cultura y literatura se publicaron en El Magazín del
diario El Espectador durante los años 90. Sus trabajos periodísticos han sido
publicados en el periodismo nacional y latinoamericano; en Gaceta, revista del
Ministerio de cultura y Le Monde Diplomatique. En el ensayo los principales
aportes se han desarrollado en temas relacionados con la cultura
latinoamericana y las recientes políticas culturales. En el campo de la
comunicación, las investigaciones desarrolladas sobre los procesos alternativos
han sido herramientas de trabajo de organizaciones sociales y comunitarias.
Como escritor son varias las publicaciones de libros de poemas, ensayo y
crítica, entre ellos La brújula no quiere marcar más el norte, ensayo; Jinete
de sombras, libro de poemas, premio de la Casa de Poesía Fernando Mejía de
Manizales. Su libro Noche líquida, fue finalista en el Premio
Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín. Estrategia continental,
libro de ensayo sobre cultura latinoamericana y literatura fue publicado en
Caracas. Su más reciente trabajo de crónicas fue premiado por el Instituto
Distrital de las artes IDARTES. Publicado en varias antologías nacionales y
latinoamericanas. Ha sido coordinador del Movimiento de Artistas e
Intelectuales por la Paz de Colombia.