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FUNDADORES: Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio. DIRECTORA:
Amparo Osorio. COMITÉ EDITORIAL: Iván Beltrán Castillo, Fabio Jurado Valencia,
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Castro, Guillermo Bustamante Zamudio, Fabio Martínez, Javier Osuna, Sergio Gama, Mauricio Díaz. EN
EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Armando Rodríguez Ballesteros,
Osvaldo Sauma (Costa Rica). Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo
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con el
asunto “Retiro”
ADIÓS A JOSÉ LUIS CUEVAS
Como un homenaje al recientemente fallecido
pintor Méxicano, José Luis Cuevas, reproducimos la entrevista que conjuntamente
con Gonzalo Márquez Cristo hiciéramos en México D.F, al ilustre artista, en
2012, y la que fuera posible gracias a la mediación del poeta mexicano Marco
Antonio Campos.
Por Gonzalo Márquez Cristo
Con la colaboración especial de Amparo Osorio
Hacía calor en la Ciudad de México. Eran las dos
y media de la tarde y el encuentro se había pactado para las cuatro. Sin tiempo
para almorzar debíamos desplazarnos desde el Zócalo hasta la Colonia San Ángel
postergando sin esperanza la mágica sopa de flor de calabazas indefinidamente.
Aunque lo sensato era ir en Metro tomaríamos un taxi para ultimar detalles del
reportaje con comodidad, sabiendo que por ser viernes sería caótico el largo
recorrido.
Frente al hotel Majestic esperamos durante quince
infructuosos minutos, hasta que finalmente un pintoresco conductor accedió a
llevarnos por el precio reglamentario. “Tenemos prisa”, dijimos con ímpetu, “la
cita es a las 4”. “Estamos lejos y probablemente nunca lleguemos”, respondió
secamente aquel hombre que parecía una escultura tolteca, y aunque sus palabras
nos preocuparon ya no teníamos alternativa.
El tráfico era demencial. Por el camino
repasábamos la vida de Cuevas, evocábamos la fuerza de sus dibujos, sus grandes
escándalos, su relación con la literatura y sus más difundidas controversias.
“¿Tienen cita con el pintor?”, preguntó el hombre sin cuello, después de
escucharnos con atención durante varias cuadras. Asentimos. Reparamos en su
aspecto, en su bigote descuidado, en sus ojos redondos que nos espiaban por el
retrovisor. Luego comentó: “Conozco las mejores rutas para ir allí, pero esta
ciudad parece endemoniada”.
El auto salía de un embotellamiento para entrar
en otro, sabíamos que Cuevas tenía una cita posterior a la nuestra con el poeta
catalán Ramón Xirau (afincado en México desde hacía siete décadas), y nuestro
plan era conversar el mayor tiempo posible.
“¿Por qué entrevistan a ese hombre, si aquí hay
numerosos artistas de mayor calidad?”, intervino nuevamente el conductor.
Comenzamos a exasperarnos. Nos fastidió su intromisión que obstaculizaba la
preparación del cuestionario y escindía el trance que siempre buscábamos
durante los minutos previos al encuentro con nuestros grandes personajes
periodísticos.
“Nos parece uno de los colosos de la plástica,
por eso”, respondimos al fin con un matiz pendenciero.
“Lo único colosal que él tiene es su personalidad
y la Giganta que hay en su museo del centro. Aunque en verdad esa escultura le
quedó muy bien”, respondió el tipo categórico.
Sonreímos. “Usted dice que hay mejores artistas
aquí, ¿a quiénes se refiere?”, interrogamos entonces apaciblemente.
“Conozco por lo menos a cincuenta artistas que
trabajan la madera y que podrían hacer más bonitas estatuas que
él, y tal vez otros cien que realizan objetos de cerámica... Cuevas cree que
todos somos monstruos o locos; aunque ahora que lo pienso podría tener razón”.
“Una risa,
Como un aullido
Desde el fondo del tiempo
Desde el fondo del niño
Cada día
José Luis dibuja nuestra herida”.
Como un aullido
Desde el fondo del tiempo
Desde el fondo del niño
Cada día
José Luis dibuja nuestra herida”.
Había escrito, como tributo al pintor, Octavio Paz en su poema
“Totalidad y fragmento”. El entrometido
tolteca hablaba en tono irónico sin moderación pero para nuestra suerte nos
acababa de regalar el comienzo del reportaje. La austeridad verbal había sido
demolida y unas cuadras más adelante ya comenzábamos a interrogarlo sobre arte
mexicano, sobre el agave azul y las Chivas de Guadalajara, y él opinaba con
arrogancia enriqueciendo nuestro cuestionario. Y de repente replicó con tono
vehemente: “José Luis se cree el mejor, ¿pero dónde quedan los mayas, o el
Diego y la Frida?”
Continuamos nuestro desvarío y minutos después,
cuando la conversación comenzaba a entrar en zonas privadas, pasamos cerca a
Coyoacán y nos detuvimos para proveernos de un mítico tequila. El chofer brindó
con nosotros. Nos estábamos aproximando. Miramos el reloj con angustia. La
plática siguió animada y poco antes de las concertadas cuatro de la tarde
giramos a la derecha y entramos a la colonia San Ángel. Allí decía en una placa
metálica: “Paseo Cuevas” y en la mitad de la avenida vimos con regocijo su
famosa escultura los “Siameses”.
“Llegaremos a tiempo” afirmó entonces el taxista
mientras nos íbamos acercando a la casa de Cuevas, preguntando en cada esquina
por la dirección, para evitar cualquier extravío en ese momento crucial.
Minutos después, cuando ingresamos a la calle
Fresnos, le gritó al celador de una de las mansiones de ese barrio adoquinado:
“Amigo, ¿cuál es la casa de José Luis?”. El hombre sonrió por la irreverencia y
nos hizo una señal con la mano. Pagamos atropelladamente y nos dirigimos a la
puerta mientras él taxista esperaba atento. Entonces lo escuchamos decir: “Si
sale a abrir le voy a pedir un autógrafo, de no ser así por favor digan que los
trajo su más grande admirador”.
“Así lo haremos”, replicamos riendo, pero como
nos abrió uno de sus asistentes el hombre frustrado partió dando un pito de
despedida. Nos hicieron seguir a la sala de espera; a nuestras espaldas
teníamos un enorme dibujo de Cuevas, a la derecha una biblioteca y unas
fotografías con pintores y escritores. Al frente una ventana radiante y otra de
sus obras. La entrevista sería literalmente a contraluz.
Muy pronto su esposa Beatriz apareció en ropa
deportiva y nos ofreció café. Hablamos del poeta Marco Antonio Campos y de
varios amigos comunes hasta que escuchamos los precisos pasos de Cuevas
acercándose. El artista nos saludó con entusiasmo y al enterarse de que éramos
colombianos empezó a contar anécdotas de Alejando Obregón y de Leonel Góngora.
—Yo quiero más a Colombia que a México, ese
país es mi patria afectiva. Supe que murió
Negret y también Rayo, es una lamentable ausencia. De ambos tengo bellas obras
en mi museo y especialmente recuerdos inolvidables…
—Negret falleció a los 92; creímos que nunca
moriría, en una entrevista lo comparamos con Nosferatu, no solo por su evidente
semejanza, sino por su longevidad indeclinable... Omar concibió un hermoso
epitafio que acompaña sus cenizas: “Aquí cayó un Rayo”.
—Omar fue siempre principesco, irónico y lúcido. Yo una vez expuse
en su museo de Roldanillo... Están muriendo todos mis amigos. Una semana antes
de fallecer Carlos Fuentes vino a visitarme, lo noté muy triste, lo cual me
extrañó... Su actitud me pareció premonitoria. Nos habíamos distanciado en una
época, cuando él estuvo de embajador en Francia. Años después lo llamé para
felicitarlo por algún premio y le dije: “Estoy peleado con el embajador, no con
el escritor”, y así recobramos nuestra amistad hasta el final. Hay mucha poesía
en los primeros libros de Fuentes.
El febril preludio duró cuarenta minutos y
Beatriz del Carmen, advirtiendo la comunicación que se instauraba, decidió
asistir sola a la reunión con Xirau diciendo que más tarde enviaría al
conductor por su esposo; pero antes nos mostró la maqueta de la escultura que
acabábamos de ver en la avenida y enfatizó que se llamaba Los
Siameses, aludiendo a Cuevas y a ella. La miramos buscando
el parecido con esa cabeza de bronce. Ella rio. Luego nos condujo por la planta
baja de su maravillosa casa llevándonos a un gran ambiente donde un salvaje
perro de Tamayo ladraba a la luna.
De regreso a la primera sala nos acomodamos y
esgrimimos nuestro cuestionario intensamente estudiado con el taxista y
ubicamos en la mesa el celular en su función de grabación.
Cuevas nació en la Ciudad de México en 1934 y
desde los cinco años dibuja sin cesar. Antes de cumplir los diez inició
estudios como asistente de arte en la escuela La Esmeralda y a los catorce
realizó su primera exposición en el Seminario Axiológico.
—Mi abuelo administraba
una fábrica papelera que se llamaba “Lápiz del águila”, situada en el Callejón
El Triunfo, rodeada de seres marginales. Allí adquirí la obsesión por el
dibujo, lo cual resulta un poco obvio, pues manchaba todo papel que encontraba
a mi paso. En ese lugar viví sólo hasta los siete años, pero lo único que he
hecho durante los otros setenta, es lograr que la metáfora de mi abuelo sea
legítima, y que mi lápiz sea conducido por un ave de presa.
—Probablemente ya lo logró… Siguiendo con su ascendencia, su padre
fue boxeador y piloto, ¿es cierto que cuando llegaba a la casa en vez de
golpear o timbrar disparaba?
—Era un ser rudo que todavía me agrada imitar. La
Revolución Mexicana estaba en el aire. Cuando escribí mi biografía Gato
macho recordé en numerosas ocasiones su vida tempestuosa.
—Su obsesión por los autorretratos es reconocida,
pintó el primero a sus diez años… En ese ejercicio, que es más un
diálogo con las fauces del tiempo, que un tributo a la vanidad de un artista, ¿ya superó el número de Egon Schiele?
—Puedo decir que hace mucho rebasé la cifra del austríaco. Pero en
verdad mis retratos no privilegian mi
presunción, pues como todos saben me pinto con frecuencia como un monstruo,
como un enfermo o un mutilado. Todos los días hago un autorretrato
frente al espejo para soltar la mano. Desde niño he pintado sin tregua mi
rostro. Fui muy precoz, y a una edad temprana gané el Premio Nacional de Dibujo
Infantil. Hoy me defino como autodidacta y creo que todo artista debe serlo
aunque haya tenido la desgracia de pasar por la universidad, que casi siempre
restringe su arte.
—Usted se toma una fotografía todos los días y posee una colección
inmensa. Ha hecho exposiciones con miles de ellas donde el espectador puede
advertir que estamos expuestos a la inexorable entropía…
—Poseo más de doce mil fotografías personales y tal vez lo que
pretendo con ello es rendirle un homenaje al implacable dios del tiempo, o
apaciguarlo al menos...
—Es
evidente que no le teme al devenir pues su intención es testimoniar el paso de
los días, pero sí a los escarceos de la muerte. ¿Podría hablarnos de su
hipocondría?
—Les voy a contar algo curioso: me hice fumador gracias a mi
cardiólogo. Una vez mientras esperaba angustiado los resultados de un examen
médico, este consumado especialista, quien como lo imaginarán murió de una
enfermedad coronaria, me dijo: “¿No quiere un cigarro?” Lo miré con estupor,
pero al notar su bizarría acepté su ofrecimiento, y todavía hoy a mis 78 años
fumo, aunque con moderación.
Entonces se dispuso casi ritualmente a encender un cigarrillo, le
dio dos pitadas y miró su lumbre con placer.
—Además de la pintura, cultiva desde muy temprano, su pasión
literaria. Ha escrito ensayos, columnas periodísticas detonantes, una
autobiografía polémica…
—Es cierto. De niño vivía muy cerca a una calle de prostitutas.
Cuando acompañaba a mi madre yo las veía maquilladas, con ropas muy vistosas y
ligeras, liberando su atracción felina. Un día acopiando coraje la interrogué:
“¿Mamá, quiénes son?” Ella me respondió: “Son putas y no preguntes más”.
Entonces me quedé con la duda. Llegué a la casa y busqué ese libro que contenía
todas las palabras del mundo (el diccionario), y rápidamente busqué el vocablo
proscrito; la definición era ramera. Entonces ansiosamente busqué ramera, la
explicación era hetaira. Busqué hetaira, la respuesta era cortesana. Seguí mi
búsqueda y la definición era meretriz, indagué por ésta y la analogía era
prostituta, y así me quedé girando sin obtener respuesta satisfactoria. Me
asombraba que una palabra pudiera tener tantos sinónimos… Luego supe que eso se
debía a la moral castradora que siempre ha impulsado el cristianismo con
relación a todo lo sexual. Entonces, y para precisar la respuesta, puedo
asegurar que mi pasión por la literatura me viene de las putas.
—Sabemos que ha realizado carátulas de numerosos libros…
—Yo ilustré un Pedro Páramo de Rulfo; él era un
escritor tímido, un ser estupendo. Ilustré a Kafka, quien ha sido un autor muy
afín a mi búsqueda. Al Divino Marqués de Sade pues estuve en el asilo de
Charenton en Francia y como producto de esa visita urdí mi exposición Cuevas
Charenton. También ejecuté todas las portadas de los libros de Carlos
Fuentes para El círculo de Lectores de España.
—El sexo ha sido determinante en su obra y en su vida…
—Yo vivía en el barrio Donceles a mis catorce años y estudiaba
Artes. Ahora pienso que había algo de ironía pues debía vivir en el barrio
“Doncellas”, pero ese territorio imaginario me tocó encontrarlo en mi volcánica
juventud. Recuerdo que un día de mi adolescencia mientras dibujaba, llegado el
momento del descanso, la modelo no se puso la bata, que es lo usual después de
posar media hora, y continuó “encuerada”, ¿se entiende esa palabra en Colombia…?
—No importa, si alguien no entiende, como en su anécdota del
diccionario, que se convierta en escritor…
Cuevas riendo apagó su cigarrillo y dijo:
—Eso es lo que me preocupa porque ya hay bastantes… Decía que la
modelo permaneció desnuda y se acercó a espiar lo que yo estaba pintando, e
inmediatamente me cuestionó: “¿Así me ves de fea?”. Le respondí por
reflejo: “Es que soy expresionista. ¿Por qué no te pones la bata, te puedes
resfriar?”. Entonces contestó: “Es que te voy a enseñar algunas cosas”. A lo
que yo ingenuamente respondí: “¿Acaso también pintas?” Ella riéndose me dijo:
“No tonto, algo más importante, a hacer el amor”. Era el año 1948, hice varios
retratos de mi sabia modelo; y ya han pasado varias décadas pero creo que
resulté buen discípulo.
—Siguiendo con su precocidad: a sus veinte años expuso
exitosamente en la Unión Panamericana en Washington con críticas muy favorables
de la prensa… ¿Fue en esa época que dibujó a Ezra Pound?
—Es un acontecimiento que siempre me ha deslumbrado. Me pareció
extraño que se vendiera toda la muestra allí cuando mis cuadros eran de locos,
prostitutas y cadáveres… Muchos de ellos realizados en hospitales y en el
manicomio de la antigua Castañeda, en México. En cuanto a Ezra Pound, le hice
un retrato en su celda de hierro negro en el hospital mental de Saint Elizabeth
(Washington), una tarde muy calurosa de verano, pocos años después de su
terrible paso por la jaula de dos metros cuadrados, en la que se le encarceló
en Italia al ser condenado por traición, debido a su programa radial donde
apoyó a Mussolini. Mientras hacía mi retrato le pregunté al poeta
norteamericano si tenía calor, es raro pero fue lo único que pude preguntarle,
y él me respondió: “Siempre tengo frío”. Me despedí con una sensación extraña
en la garganta.
—En 1955, a sus veintiún años, exhibió en la Galería Loeb de
París…
—En esa obligatoria ciudad ocurrió una de las sorpresas más
hermosas de mi carrera artística. Un día el propietario de la galería que
mencionan me pidió que lo visitara con urgencia. Al llegar vi que dos de mis
cuadros tenían una tarjeta que decía Pablo Picasso: el nombre del comprador.
Asombrado pedí detalles y Edouard me mostró el libro de visitas donde el genio
había escrito: “José Luis, me dicen que eres un joven precoz, yo también lo fui
y creo que tienes un gran futuro en el arte…” Intenté forzar al galerista para
que me regalara la hoja, pues en verdad era mía, yo era el destinatario, era un
mensaje de mi propiedad... Él se negó rotundamente y años después viendo una
lista de Sotheby´s vi que ese texto lo habían rematado por una cifra cuantiosa
con otros autógrafos de Picasso. Todavía me enojo al recordarlo.
—¿Cómo conoció a Chagal?
—En París hice algunos grabados en un famoso taller donde mis
compañeros eran Chagall y Sabuki. El primero puso a su disposición sus
sofisticadas puntas de acero. El segundo mezclaba saliva con ácido como si
fuese un dragón de Comodo para obtener ciertos efectos, y yo al notar que su
experiencia era interesante un día le pregunté al artista japonés: ¿Maestro, me
regala su saliva? Petición que fue aceptada entre risas.
—¿Cómo fue su vínculo enigmático con Warhol?
—Siempre se me ha acusado de vanidad, pero lo que me interesa
explicar aquí es que por esos caminos secretos, inexplicables del arte, yo tuve
que ver en forma misteriosa con la consagración de Andy Warhol; explicaré
brevemente. El judío Eugene Feldman, director de una editorial para la cual yo
ilustré un libro de Kafka en Filadelfia, me hizo numerosas fotos y un día de
1957 amplió una de ellas múltiples veces y comenzó a colorearlas, y las
desplegó por todo su taller. Warhol, quien lo visitaba con frecuencia y era un
simple diseñador de zapatos, llegó un día y observó las fotografías con mucha
atención y lo vimos partir en silencio. Años después durante una exposición en
Nueva York, cené con mi amigo editor y por supuesto comentamos sobre el enorme
éxito del dios del Pop Art, y para ambos fue irrefutable que su idea de
Marilyn, donde aparecían imágenes de la bella actriz reproducidas en serigrafía,
había surgido esa tarde en Filadelfia.
—Usted ha dicho que en el éxito de Botero también aparece su luz
tutelar...
—Botero es un artista del jet-set, él no quería pintar una obra
maestra sino tener un yate y es admirable que lo haya conseguido. Recuerdo que
un día llegó a la habitación de mi hotel en Nueva York asombrado por el éxito
de un pintor efímero llamado Bernard Bufett, quien hacía seres escuálidos, muy
delgados. Yo le dije: “Fernando, si lo que quieres es ser millonario pinta
gordos”. Él contuvo la respiración, luego saqueó mi botella de tinta china
manchando torpemente mi cama y lo demás ya lo sabe todo el planeta.
—En 1958 escribió su manifiesto contra el muralismo mexicano en el
periódico Novedades...
—Durante mis inicios el mundo del arte en México era bastante
restringido. Si no eras mexicanista tenías cerradas todas las puertas. Entonces
escribí una columna muy polémica llamada: “Cortina de nopal”, contra los
grandes muralistas. Esto lo complementé con caricaturas de Rivera, Siqueiros y Orozco
con el propósito de ridiculizarlos. En ese tiempo respetaba mucho la obra de
Orozco, pero hoy creo que excluyendo los grabados de Guadalajara que son
espléndidos, no era tan bueno, y pienso que sus cuadros de caballete, con
algunas excepciones, son mediocres. Es bueno aclarar que ese manifiesto fue muy
escandaloso y me ocasionó un veto bastante prolongado, que sólo fue roto a mis
74 años cuando al fin pude exponer en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad.
Allí colgaron al fin una retrospectiva de 258 obras, y aunque estaba emocionado
porque la crítica decía que se me había hecho justicia, creo que el hecho de
ser un artista excluido va mucho más con mi temperamento.
—¿Por esa época, a su regreso a México, surgió el grupo Nueva
Presencia?
—En realidad fue un colectivo abierto, sin dogmatismos, al que
pertenecía Arnold Belkin, Francisco Icaza, Rafael Coronel y el excelente
dibujante colombiano Leonel Góngora. Propendíamos por el regreso de la pintura
al caballete pues estábamos hastiados del muralismo.
—También en esa cruzada de los sesenta estaban Alberto Gironella,
Pancho Corzas, Manuel Felguérez y Pedro Coronel.
—Sí, coincidíamos en búsquedas opuestas a lo establecido y para
varios de nosotros el dibujo era una religión.
—¿Por entonces comenzaba el llamado fridismo?
—La pasión por Frida Kahlo es un disparate. Todo empezó con la
biografía escrita por una gringa seguida por un alud mediático, y ahora para el
público normal ella parece más importante que Rivera, cuando en verdad Diego
fue un artista más significativo. Al visitar los museos del mundo uno encuentra
libros de Frida en tantos idiomas, que puede comprender ese enorme impacto
comercial. Yo por mi parte creo que el mejor cuadro de Frida es un Rivera.
Explicaré. Su obra titulada “Las dos Fridas” que todos hemos visto, realizada
en 1939, donde una arteria une los dos corazones, no pudo haber sido pintada
por Frida pues casi todos sus cuadros son de pequeño formato (basta revisar su
iconografía), debido a sus limitaciones físicas: a que pintaba en la cama. Y
esta excelente pieza mide 1,7 x 1,7 metros, y cuando uno conoce los espacios
reducidos de su casa advierte que ese cuadro probablemente fue pintado por
Diego. A mí ya me detestan las feministas y los adalides de la cultura oficial
por lo cual no me atemoriza atizar una nueva polémica desde Con-Fabulación. Por
otra parte Remedios Varo me parece una artista más motivante.
—Marta Traba escribió un libro en 1965
titulado Los cuatro monstruos cardinales donde lo
sitúa al lado de Bacon, De Kooning y Dubuffet, representantes de una
neofiguración, que trabajaba sistemáticamente al ser humano vulnerado…
—La brillante crítica argentina alentó mucho mi obra, varias veces
dijo que era un dibujante incomparable y en ese libro me hizo sin duda un
reconocimiento inmerecido. Ponerme a mí en ese momento de mi juventud al lado
de esos tres admirables monstruos cardinales… Aún no salgo de la perplejidad.
—¿Conoció a Francis Bacon?
—Estuve en el asqueroso estudio de Bacon en Tánger, en Marruecos.
Aunque ya se conocía su gloria no era tan inaccesible como lo fue
posteriormente. Cuando lo saludé me dijo: “México es un país maravilloso”. Le
respondí: “Claro, la obra de Henry Moore surge de nuestro Chac Mool, de Chichén
Itzá, de esa maravillosa escultura que usaban nuestros ancestros para sus
sacrificios”. Pero Bacon me interrumpió en forma cortante: “No me refiero a eso
tan pueril, me han dicho que en su país abunda la homosexualidad, lo demás son
consideraciones estéticas sin importancia”. No lo olvidaré. Había lienzos en el
piso, estuve a punto de estropear un cuadro al salir y por poco meto el pie en
uno de sus botes de pintura.
—Usted fue pionero en México de muchas manifestaciones
controversiales de la contemporaneidad, pero al mismo tiempo es un crítico
feroz del Arte Conceptual…
—Realicé el “Mural efímero” en 1967 en la Zona Rosa de la Ciudad
de México, una obra hecha para durar tan solo un mes, como protesta contra los
artistas que piensan que sus creaciones merecen la eternidad. Era una propuesta
filosófica necesaria. El evento fue registrado por todos los medios y puede
incluso verse actualmente por Internet. Luego, en el tercer aniversario de mi
museo, dupliqué la Gigante de ocho metros de altura y ocho toneladas de peso
que recibe a los visitantes; la hice como escultura inflable y del mismo color
de la original de bronce; recuerdo que durante la ceremonia inaugural la gente
miraba fascinada esa clonación artística. En esa ocasión se me ocurrió también
hacer una serpiente con fotos donde aparecía realizando diversas actividades, y
la extendí con el fin de que recorriera todas las salas del museo; en aquellos
retratos se me veía incluso representando escenas eróticas con algunas modelos,
imágenes que fueron rápidamente sustraídas por la gente. Cuando hacía un
happening o una instalación, el público se apropiaba de aquellas ideas, que
tenían un sentido, una fuerza estética o política. No había facilismo ni
obviedad. Hoy puedo asegurar que el llamado Arte Conceptual es una estafa.
—Usted una vez afirmó que la creación artística, en su esencia,
debe reñir con el poder, ¿todavía cree eso?
—El artista testimonia su paso por la Tierra y eso a veces se
convierte en denuncia. Yo protesté contra la Guerra del Vietnam en forma
beligerante y creo que eso tenía sentido, pero lo que hacen las nuevas
generaciones, constituidas por seres engreídos y egoístas, es otra cosa. Para
ellos yo soy simplemente un pintor “moderno” (es decir arcaico), mientras que
los integrantes de estas vanguardias inhumanas son artistas “contemporáneos”.
¿Y qué entienden ellos por eso? Esencialmente que ser contemporáneo es no
reconocer el pasado y su objetivo es realizar obras estúpidamente fáciles, que
sean entendidas por todo el mundo, y que logren escandalizar a las señoras. O
simplemente que diviertan a los vacíos adolescentes, lo cual es una desgracia.
Eran las siete y media de la tarde, habíamos
conversado durante más de tres horas, y entonces presenciamos la aparición del
conductor enviado por su esposa Beatriz. Entendimos el signo radical.
Intercambiamos algunos catálogos de sus últimas exposiciones por nuestros
libros y después de los mutuos autógrafos nos aprestamos para despedirnos.
Caminamos por callecitas sombrías de San Ángel
hasta llegar al Paseo y posteriormente a la escultura Los Siameses; ya comenzaba
el crepúsculo. Sentimos la urgencia de un tequila e intentábamos sin suerte
parar un taxi, hasta que después de algunos minutos uno se detuvo. Nos subimos.
Hablábamos con hilaridad y reconstruíamos fragmentos de la entrevista. Cuadras
más adelante, detenidos por un semáforo en rojo, el conductor se volteó para
mirar los libros del artista que hojeábamos sin cesar.
—¿Vienen de la casa de Cuevas? —preguntó.
(México D.F., octubre 26 de 2012)
HOMENAJE A EDUARDO GÓMEZ
El Centro
de Estudios Estanislao Zuleta (CEEZ), que dirige en Medellín el ensayista y
profesor Carlos Mario Gonzalez, confirió a Eduardo Gómez, mediante el texto
siguiente, la calidad de Miembro Honorario.
No
hay honor en llamarse a sí mismo revolucionario cuando la lógica de la historia
ofrece todas las garantías para la transformación social; es en la angustia que
la adversidad del mundo produce donde la osadía del deseo revolucionario
reclama su existencia. En un mundo donde los viejos no ven en nuestros anhelos
y reclamos más que actitudes pueriles, la figura de un hombre octogenario que
insiste en el declive del capitalismo y el reconocimiento de las fuerzas
juveniles como motor del cambio social, resulta inspiradora.
Conocemos
la limitación de nuestras fuerzas y sabemos de la desproporción de nuestra
lucha, pero no vacilamos en identificarnos con la osadía de Eduardo Gómez antes
que con la tranquila certidumbre que ofrece el mundo dado. Conocemos también
esta oferta tramposa: el capitalismo, pese a su ferocidad, se hace pasar por el
más prudente de los sistemas para exigir legítimamente prudencia a todos los
que domina. Prudencia, resignación, mesura y demás actitudes de este tipo han
sido profesadas siempre como las más altas virtudes por todos aquellos sistemas
que han identificado el riesgo que les significa un deseo verdaderamente
apasionado. Eduardo es un convencido de que en un mundo injusto una vida
tranquila es inmoral; ante la tentadora oferta del mundo de una serena vida
ascética, él ha elegido una vida regida por la voluptuosidad de su deseo
estético, ha hecho suya la máxima clásica de hacer de la propia vida una obra
de arte.
La
convicción política no le viene a Eduardo de la linealidad que los hechos del
mundo ofrecen – si así fuera de seguro habría declinado en el camino como
muchos de sus compañeros –. Lo que ha permitido que su lucha, en lugar de
menguarse con los años se haya ennoblecido, ha sido la osadía de ese deseo
estético. El arte no toma sus reglas de la lógica de los hechos sino más bien
de lo que los hechos esconden. El artista tiene la virtud de ver la verdad más
allá de los hechos y de redimir esa verdad a través de la forma estética. Cada
palabra de Eduardo es redentora: está cargada de esa fuerza portentosa que
salva la verdad.
Sólo
es bella una sociedad justa; mientras esa sociedad no exista, la belleza será
la promesa de esa justicia. La estética no es una esfera independiente del
mundo: es tan necesaria la estética para conquistar la libertad como la
política para conquistar la belleza. “La
libertad política – dice Schiller – es
la obra de arte más perfecta”. Poesía y política, estética y ética; la
praxis de Eduardo es para nosotros testimonio de que los mundos subjetivo y
social, lejos de repelerse, se necesitan mutuamente. Eduardo encarna la figura del
artista comprometido que sabe que su arte es suyo y de la humanidad, motivo por
el cual hace de su talento una fuerza revolucionaria.
Desde
el Centro de Estudios Estanislao Zuleta (CEEZ) elogiamos la vida de este hombre
y deseamos reconocer su lucha, su obra y su compromiso con el legado de
Estanislao Zuleta, nombrándolo Miembro Honorífico de nuestra organización.
Deseamos que este reconocimiento dé a Eduardo la certeza de que su lucha no se
agota con él, que esta modesta organización la recibe y la hace suya; de
nuestra parte asumimos con este nombramiento la responsabilidad de estar a la
altura de tan admirable subjetividad.
Medellín, 5 de junio de 2017
UNA
ADICCIÓN A ALGO QUE NOEXISTE
(PARANOIA
Vs. ESQUIZOFRENIA)
Omar Ardila
“La palabra funesta
marchitó mi bamboleante cerebro”
(Fragmento del filme El
almuerzo desnudo)
A partir de la obra literaria El
almuerzo desnudo (1959) del autor estadounidense William Burroughs (1914 – 1997), el director canadiense David Cronenberg (1943) realizó una
transposición del texto escrito para convertirlo en una pieza memorable de la
cinematografía independiente. El
Almuerzo desnudo recrea de forma magistral la vertiginosa experiencia de
Burroughs en sus 20 años dedicado al consumo de “estupefacientes”, y como él
mismo lo dice “El almuerzo desnudo es una heliografía, un Manual de
Bricolage... Lascivias de negros insectos se abren en vastos pasajes de otros
planetas... Conceptos abstractos, desnudos como fórmulas algebraicas...”. Dicho
nombre, fue sugerido por Jack Kerouac,
y pretendía significar al inicio: “Un instante helado en el que todos ven lo
que hay en la punta de sus tenedores”. Ante tan complejo tránsito moral por los
abismos de la drogadicción, se detiene Cronenberg para crear su propia poética
de la adicción en una vibrante sinfonía fílmica.
Bill Lee es un escritor de reportes para la agencia Control
sobre la conspiración que se fragua desde la entidad enemiga: Interzonas
Inc.; adicto a drogas intravenosas, quien además, ejerce como fumigador contra
insectos en otros momentos de su vida. Ésta, su segunda ocupación, se vuelve
problemática desde que su esposa Joan Lee empieza a robarle el
insecticida para también inyectárselo.
En uno de sus acostumbrados
juegos, a la manera de Guillermo Tell, Bill
asesina a Joan con un disparo en la cabeza – este suceso es tomado de la
vida real, en la que Burroughs asesinó a su esposa de la misma manera –. A
partir de ese momento, se traslada a un lugar llamado Interzonas con el
ánimo de desentrañar el mercado negro que allí se mueve y escribir un reporte
sobre ello. En éste extraño espacio (“un lugar donde el pasado desconocido y
el futuro que se anuncia confluyen en una vibración silenciosa... Entidades
larvarias en espera de un ser vivo...”) (E.A.D)*, Bill tendrá una interesante confrontación
literaria con el escritor Tom Frost y una lucha por hacer conciente la
ambivalencia sexual que también los une.
El misterio de Interzonas
quedará resuelto cuando se desgaje la máscara de Fadela (la regenta del lugar) para enseñarnos el verdadero
rostro del doctor Benway, el
creador de la droga “carne negra”. Sólo entonces, Bill recibirá la bienvenida a
Anexia.
El consagrado director canadiense
David Cronenberg, asume y realiza una transposición en imágenes fílmicas de la
obra mejor lograda por William Burroughs: El
almuerzo desnudo. Cronenberg capta el nervio del trabajo literario y
selecciona ciertos eventos para recrearlos y darles una nueva textura
audiovisual. Necesariamente deben dejarse por fuera varios de los abismos expresados
en el trabajo literario, como la riqueza en la construcción de figuras
saturadas de ironía y los excesos que mantienen en el vértigo permanente a los
lectores. Sin embargo, el filme conserva el tránsito entre la fantasía y el
divertimento, extraídos del mundo extremo narrado por Burroughs, y aporta la
propia poética de Cronenberg, con su propensión a crear figuras monstruosas que
subvierten el mundo ideal de la belleza y que ironizan las formas “perfectas”
para dejar desnudo, y apenas como proyecto inconcluso, al cuerpo humano.
El primer plano detalle de
una puerta, sobre la que posteriormente se proyectará fugazmente una sombra, y
que luego se irá abriendo con sutil armonía, propone, de entrada, la invitación
a un viaje en el que se tendrán que desatar los cerrojos de la “normal” rutina
de pensamiento para darle paso a la aventura, a la alteración de la conciencia,
a la vida en el extremo.
En un primer planteamiento, la ironía
es clara en contra de cierto tipo de escritores: Bill Lee, quien va a fumigar
insectos, es consciente de estar rompiendo el pensamiento racional con su acto
simbólico. La consigna que lo acompaña en su aspersión es: “lo que el mundo
necesita es más exterminadores... literarios”. Reconocer la culpa de tener el
oficio de escritor (racional – lineal) es la clave y el ingreso por la puerta –
¿estrecha o ancha? – de la “irracionalidad”.
También se pone en tela de juicio
la necesidad de volver a escribir (una forma de adicción). El problema de
rescribir es un hábito compulsivo, crítico; en el que la sujeción al compromiso
laboral o a las exigencias de la forma somete el impulso creativo. Y es que la
posición asumida por Burroughs en su acto de escritor es clara y coherente,
pues conoce bien y define así su intención “Sólo hay una cosa de la que
puede escribir un escritor: lo que está ante sus sentidos en el momento de
escribir... Soy un aparato para grabar... No pretendo imponer “relato”,
“argumento”, “continuidad”... En la medida en que consigo un registro directo
de ciertas áreas del proceso psíquico, quizá desempeñe una función concreta...
No pretendo entretener...” (E.A.D.).
En efecto, la forma que desarrolla la novela (si es preciso llamarla de ésta
manera) ha roto con la tradición clásica de la narración. Tenemos, un narrador
en primera persona que algunas veces establece “diálogos” con supuestas
presencias que lo interrogan, haciendo fluir el ritmo de la comunicación; unos
personajes que aparecen y desaparecen en cualquier momento, y que a veces
reaparecen como mera sombra o como disfraz de un pensamiento; unos escenarios
suspendidos en el vacío, en el instante ilusorio que termina siendo más real
que lo real (por su fina carga irónica que los desnuda); un ritmo tomado de la
construcción cinematográfica que establece los cortes espacio-temporales
utilizando la figura de los fundidos en negro; y unas expresiones
abiertas (sin resolverse) que dejan la sensación de ser apenas unas
descripciones inocuas, pero que a la vez son la reafirmación de una poética del
desarraigo, de la desnudez.
Cronenberg capta perfectamente la
apuesta de la novela por propiciar con su virulenta reflexión el exterminio de
la usual manera de escribir (la que ensalza una existencia ilusoria) para
hacerla presente en su película. “Mi cometido actual: encontrar a los que
aún viven y exterminarlos. Pero no los cuerpos, sino los “moldes” ya entienden
– ¡ah! Olvidaba que no pueden entender –. Quedan sólo unos pocos. Pero bastaría
con uno solo para que se estropease. El peligro, como siempre, procede de los
agentes que se han pasado al otro bando [...] y sé que hay algún agente por ahí
afuera esperándome en la sombra. Porque todos los agentes que se pasan al
enemigo y todos los de la resistencia se venden...” (E.A.D.).
En otra interesante metáfora que
vincula el problema de escribir con la lucha de marcas protectoras de un
determinado escritor, Cronenberg enfrenta dos gelatinosos insectos (mezcla de
cucaracha-máquina de escribir-ano), construidos a partir de la descripción que
hiciera Burroughs de los “Divisionistas” (unas personas con millones de cuerpos
distintos). Cada insecto representa un tipo de máquina de escribir: la Clark Nova (auspiciada
por la Agencia Control
y representante de Bill Lee) versus la Martinelli (auspiciada por la Agencia Interzonas
Inc. y representante de Tom Frost). Éstos insectos-máquina, mutarán hacia
otros tipo de máquina-reptil (la
Mujahaddin y la Mugwump ). De ésta forma, se nos introduce
en el suspenso, creando dificultades de comprensión sobre los verdaderos
intereses que mueven a cada agente (no olvidemos que la confrontación de
agentes es expresión propia del género policíaco). Por lo tanto, el filme conjuga elementos fantásticos
con situaciones de suspenso y ambientes policíacos.
Otro planteamiento interesante que abordan tanto Burroughs
como Cronenberg, es el fenómeno de la adicción a la droga, entendido como un
evento propulsor de las relaciones sociales que en los textos (escrito y
fílmico) se desarrollan. El elemento alucinógeno no es más que un mecanismo de
control de la psique a nivel individual que sirve como sustento idóneo para una
sociedad consumista.
La droga es entendida como un
virus que invade a un individuo, y que desnuda a una sociedad capaz de crear
todo un mercado, sacando partido de la necesidad de aquél. “Cuanta más droga
consumas menos tienes y cuanta más tengas más usas” (E.A.D.), resulta sencillo entender la ecuación derivada de
dicho proceso y su aplicación en el mercado. “La droga es el producto
ideal... la mercancía definitiva [...] El cliente se arrastrará por una alcantarilla
para suplicar que le vendan... El comerciante de droga no vende su producto al
consumidor, vende el consumidor a su producto [...] La droga produce una
fórmula básica de virus “maligno”: El Álgebra de la necesidad. El rostro del
“mal” es siempre el rostro de la necesidad total” (E.A.D.). En fin, el control que ejerce la droga sobre el
individuo adicto le niega la posibilidad de pensar su desnudez y lo sumerge
desprovisto de todo en acciones simuladas. “Si todo placer es alivio de
tensiones, la droga suministra un alivio de todo proceso vital, al desconectar
el hipotálamo, control de la libido y de la energía psíquica” (E.A.D.). Así pues, queda por
resolver si es el exceso o la necesidad de control, los que llevan al adicto a
establecer su forma relacional, o si, por el contrario, las formas ilusorias
generadas a partir del consumo de drogas, son la expresión más real de las
múltiples máscaras. Una interesante confrontación entre la Paranoia y la Esquizofrenia.
“Los adictos al control tienen que cubrir
su necesidad desnuda con la decencia de una burocracia arbitraria e intrincada,
de manera tal que el sujeto no pueda establecer contacto directo con su
enemigo” (E.A.D.).
Al final, para Lee son evidentes
ciertas revelaciones: a) “Son las visiones, las que me indican cómo actuar”; b)
“La palabra funesta marchitó mi bamboleante cerebro”; c) “Creo ser adicto a
algo que no existe”. Dichas revelaciones le dejan de frente a Anexia (un
punto sin retorno en el que se rompen todos los controles del individuo).
* (E.A.D.) Corresponde a El
almuerzo desnudo de William Burroughs.
METAPHYSICA
Me
gustaría también ser sabio.
Los
viejos libros dicen qué es ser sabio:
mantenerse
fuera de las luchas del mundo
y nuestro
breve tiempo prodigarlo sin miedo.
Bertolt Brecht
(Del
poema: A las generaciones futuras.
Traducción
de Eduardo Gómez)
CARTAS DE
LOS LECTORES
AMIGOS
CONFABULADOS: Me inquietó mucho la poesía de Elkin Pinto. Si tienen
contacto con él, les pido transmitirle mi saludo y mi admiración. Inés Arévalo
***
QUERIDOS CONFABULADOS: Hermosa y multitudinaria
la exposición de “sus amigos” como homenaje a Ángel Loochkartt. Gracias por el
registro pues logré visitarla a través del registro que ustedes hicieron. Alvaro González
Cárdenas.
***
CONFABULADOS: Una
de las mejores secciones de su periódico es Metaphysica. Excelentes los versos del argentino Antonio Porchia. Fabio
Lóperz Amaya
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