Reportaje
exclusivo para Con-Fabulación con uno de los maestros de la plástica colombiana,
donde la lúdica de su niñez, la militancia política de su juventud, su participación
en un descubrimiento mundial pionero en la técnica de la serigrafía, son complementadas
con las agudas reflexiones y divertidas anécdotas, que definen a este artista
que fuera en dos ocasiones Campeón Mundial de Trompo y que ahora se encuentra
inmerso en los Visibles, una extensa
serie de pinturas para exorcizar nuestro trágico acontecer.
Después de una
hora de extravío llegamos a su finca de Tabio, o Boquerón de la labranza, como denominaban a este pueblo los
muiscas, y al franquear la puerta escuchamos el canto de un gallo, que fue
respondido al unísono por otros dos, del centenar de vistosas aves de riña que
alberga el artista en sus galpones.
“El canto está afuera del gallo, está cayendo gota a gota entre su
cuerpo…”, dije a manera de saludo, recordando a Eugenio Montejo, aquel poeta
venezolano obsesionado también por esa criatura tan versada en herir la
oscuridad.
—Es mi ave totémica… Me asombra su belleza y su enamoramiento de la muerte,
tengo tantos en mi galpón como en mis telas —dice Esparza entusiasmado.
—¿Qué piensa de la incesante selección realizada por el hombre durante
milenios que hizo de ese pájaro un ser tan fascinante como aterrador...?
—Eso puede ser cruel pero es un matiz integral de una cultura. Sin embargo
hay una estigmatización por parte de algunos ecologistas de doble moral, que protegen
una flor pero son indolentes con el dolor humano; yo creo que cuando ellos
marchen por los desplazados y las víctimas de nuestras masacres creeré en sus
consignas afelpadas... Un pollo de supermercado es sacrificado a los cuatro
meses, mientras un gallo de combate puede sobrepasar, si tiene suerte, los doce
años de vida, consentido por su harem de gallinas y cuidado como un pequeño
dios. Entonces me pregunto ¿cuál de estos dos destinos es más codiciable?
El artista nos antecede con su camisa a cuadros mientras los tres perros
giran frenéticamente a nuestro alrededor. Todas las paredes de su taller están
intervenidas con los trazos amarillos y rojos característicos de su obra. Unas
pinturas de madera, erguidas como tótems, recortan el espacio. Vemos los
rodillos y las mesas donde elabora su obra gráfica y luego el cuidadoso
catálogo de la Bienal Internacional de Grabado José de Ribera, que ganó el año
pasado en Valencia, España.
—Es prudente ir a encender el horno de piedra pues debe calentarse durante
tres horas antes de introducir los alimentos, como lo sabe cualquier
Neardenthal.
Su frase es categórica, entonces nos dirigimos apresurados hacia el patio
seguidos por el ladrido de los perros y lo vemos liberando el fuego entre las
fauces del hermoso horno, mientras el labrador negro de brillante pelaje escupe
una pelota de caucho obsesivamente sobre mis zapatos.
—Los esperaba antes… —murmura—. ¿Se
perdieron, verdad?
—Extraviarse es el objetivo de todo viajero auténtico… —exclamo.
—Y de todo buen artista —agrega—. No soporto a los pintores que no se salen
del camino. Es importante investigar, ir de una fase a otra, exponerse a territorios
peligrosos… Un pintor que deja de buscar me intranquiliza.
Eduardo Esparza nació en Palmira (Valle) en 1956. De niño “producía” fiebre
para no ir al colegio con el fin de quedarse dibujando en casa, fiel a su
ineludible pasión. Desde aquella época ha mantenido también un vínculo
inquebrantable con los animales.
—Llegué a tener siete acuarios, me fascinaba el colorido de los peces, el
misterioso ritmo que imponen al nadar, al perseguirse en sus escarceos de
seducción… Alguna vez tuve hasta pirañas —agrega fiel a su consigna de parecer
salvaje, con su marcado acento valluno.
—El arte como una infancia recobrada, a la vez posibilidad lúdica y
relámpago de la muerte… —divago pateando la pelota, ya casi domesticado por el
inquieto labrador que gira incansable, y sonriendo recuerdo la escena de El Principito con el Zorro.
—Conocer las dos caras de la luna, el cruel y hermoso aprendizaje de los
primeros años. Por un lado los juegos de mi niñez tenían algo milenario que los
hace insustituibles. Las cometas me alucinaban. Sus colores, su comunicación
con el viento, ese elemento invisible y poderoso. También aprendí a controlar
el trompo, que ha sido para mí determinante. Tengo la costumbre de meditar
mientras animo ese juguete de madera. Un día advertí que mis obras tienen el
ritmo de su lúdica, sus diagonales, sus movimientos horizontales, sus fugas en
ascenso… Y por otro lado, debido a que mi padre era gallero, en su compañía fui
acercándome a ese rito (a tal punto que hoy puedo distinguir la voz de mis gallos favoritos); y así
conocí el juego y también la muerte, poco antes de descubrirla ensañada en
nuestra historia patria.
—Usted reconoce en el trompo un movimiento cósmico, me ha dicho... Como el
girar de un astro… ¿Podría hablar de la Secta del Trompo Rojo antes de retomar
el rumbo inescrutable de la muerte?
—Es una cofradía de seres que no renuncian a su niñez a la cual pertenece
el escultor Guillermo Melo, y como si se tratara de los Illuminatis prefiero guardar los otros nombres en secreto —responde
sonriendo—. En el cortometraje, El
trompo, dirigido por Diego García, se puede rastrear algo de este peligroso
movimiento infantil.
—En 1991 y 1992 obtuvo consecutivamente el curioso Campeonato Mundial de
Trompo...
—Sí, en Sogamoso fundaron esa contienda para consagrar al bello juguete que
fue parte de nuestro imaginario. Debíamos competir en tres complejas
modalidades: “Calle Peleada”, “Rayuela” y “Trompo en la Cuerda”. Sobra decir
que las semanas previas a ese encuentro tan trascendente son las únicas de mi
vida en que renuncié voluntariamente a la pintura.
—El trompo aparece en el cuadro de Brueghel “Juegos infantiles”, y
obviamente en “El niño de la peonza” de Chardin —recuerdo animándolo a
continuar.
—Y además fue nombrado por Virgilio en La
Eneida. Tiene más de cuatro mil años… Los indígenas americanos han
inventado un trompo macho y uno hembra, y aunque para mí su sexualidad es un
enigma, lo que llama mi atención es su carácter sensual, el diálogo entre la
cuerda y el juguete. Su danza, es algo que determina mi pintura... Más tarde
haré una demostración explicativa.
Eduardo Esparza: "Fábula". Serie: Ecosistemas |
Una lluvia fina comienza a
caer y debemos buscar un sitio próximo al horno para calentarnos, y de pronto
siento —yo que padezco de cinofobia— la lengua de la poderosa perra Akita, que
buscando protección debajo de la mesa, lame mi mano, provocando la hermosa risa
de la mujer que me acompaña. Levantándome aterrorizado veo que Esparza sin
comprender mi sobresalto continúa ensimismado en sus evocaciones infantiles.
—Estuve en Palmira hasta los veinte años y allí, en el Apretadero, que era
el lugar de los enamorados, yendo a espiar a las parejas ardientes vi por
primera vez un muerto, el Capitán Ceniza: figura patética de la violencia entre
liberales y conservadores que azotó a Colombia sin cesar desde la muerte de
Gaitán.
—Usted fue militante de la Juventud Patriótica y creyó con intensidad en el
compromiso del arte…
—Participé en la JUPA, haciendo política de pies descalzos. En 1978 viví siete meses en Corinto en mi tarea de
concientización. Mi labor principal consistía en vender el periódico Tribuna Roja, voluminoso y aburrido órgano teórico de aquel partido, y cual
sería mi sorpresa cuando noté que todos los ejemplares que me enviaban se
agotaban en pocas horas. Decidí por tanto pedir los que sobraban en los
municipios aledaños y aquellos se vendían con la misma suerte. Exaltado me
comuniqué con el Comité Central asegurándoles que nuestra política era
arrasadora, que la revolución sin duda nacería de ese pueblito del Cauca y que
tal vez yo era la encarnación de Mao Tse-Tung; sin embargo una mañana, mientras
celebraba la contundencia de mi talento político, advertí con desolación que el
periódico lo compraban ávidamente los lugareños para envolver los productos que
vendían en la plaza de mercado. Poco después busqué escondite en el arte.
—¿Qué piensa de este tiempo donde las expresiones estéticas han sido
despolitizadas, hasta excluir incluso su poder humanístico?
—Es importante tener la convicción en el arte que poseía Goya y Picasso, y más
cuando en nuestro país la ultraderecha dice: “no hay desplazados sino
migrantes”. ¡Qué cinismo! Hay artistas como Botero que no asumen una posición
política sino estética, lo cual para mí es incompleto, aunque en esta sociedad
tan carente de solidaridad eso me parece respetable.
—Sus primeras series fueron Torturas,
De las muñecas y los pacientes y La metamorfosis de la locura, a
comienzos de los ochenta…
—Quise contar la violencia que padecíamos y me interesé también por la
locura… Así indagué en la anti
psiquiatría, bautizada en los años sesenta por Cooper.
La frondosa cola de la Akita golpea mi copa de vino, que gira —como un trompo, ahora lo pienso—afortunadamente
sin consecuencias lamentables. Un poco temeroso por ese inesperado evento
intento concentrarme en la entrevista:
—Estudió unos semestres de agronomía y desertó… Luego se matriculó en el
Taller de Artes Aplicadas de Palmira y en la Facultad de Bellas Artes del
Tolima, tentativas inconclusas… Fue en la Corporación Prográfica donde usted
logró cierto sosiego…
—Pornográfica diría Leonel
Góngora. Es cierto. Fue venturosa mi estadía allí donde conocí maestros como
Alcántara Herrán que se preocupaban porque el arte expresara la injusticia de
este aciago territorio. Allí conocí a Chalo Rojas, Virginia Amaya, el Diablo
Martínez y Phanor León. Interlocutores profundos que abrían mis vertientes
expresivas. También conocí a Sophia Glazer, una bella polaca que montó el
taller de litografía y dictaba clases en bikini. Y recuerdo que esta mujer
perturbadora para los sátiros de la Corporación, adoraba a Karol Wojtyla, por
lo cual colgaba afiches de este Papa en todas las paredes, mientras Alcántara y
yo gozábamos cambiándolos furtivamente por afiches del Ché.
—La influencia de Francis Bacon sobre los pintores colombianos que se
consolidaron en la década del sesenta fue determinante —digo mientras le lanzo
la pelota al perro—. Granada, Rendón y Góngora, en sus inicios, encontraron
similares formas tormentosas para contar nuestra realidad…
—Por ellos pude emparentarme con Bacon, ese genio irlandés tan influyente
en nuestro arte... Los Expresionistas Colombianos son los únicos que han
pintado aquí la noche, la fiesta, el sexo, las pasiones, el crimen, el latir de
esta sociedad desquiciada.
—Harold Bloom escribió un tratado sobre la angustia de las influencias y el
pavor del artista por quedar muy cerca al tronco paterno donde le sería
imposible existir. Kandinsky, Miró y Picasso a veces irrumpen en su obra;
también en sus primeras fases era posible sorprender la impronta de Armando
Villegas…
—La influencia puede ser angustiosa pero también es una dádiva. Los tres
primeros son estrellas que guían en todo el mundo, y desde hace varias décadas,
a los navegantes extraviados, llevándolos a una confrontación sustancial. Pero
mi acercamiento inicial al arte de Villegas, provisto siempre de una gran
técnica, se debe a que juntos bebemos de las mismas fuentes: Paul Klee y Max
Ernst.
—Su pintura se caracteriza por apropiarse de los métodos del grabado, por
pintar para luego despintar, por sustraer hasta encontrar la luz oculta.
También por un manejo singular de planos que deja a la forma expuesta en su
estructura geométrica…
—En realidad yo pinto y luego me devuelvo, es decir que el esgrafiado se
vuelve culminante, y el cabo del pincel me es más útil que sus cerdas.
Eduardo Esparza: "Lúdica", 2003 |
El frío se impone y debemos buscar nuestras chaquetas en la sala. Contemplo
las paredes con atención. Veo un abrigo de madera colgado en un gancho, algunos
retratos, varias pinturas de gallos atigrados y un gato persa gris que goza del
respeto —de la reverencia sería más exacto— de los temerarios caninos.
—Usted es un grabador reconocido —digo regresando al porche, viendo a
Esparza como una especie de Vulcano, alimentando el horno con fruición—. Ha
cultivado con virtuosismo la colografía, el aguafuerte, la aguatinta y por
supuesto la serigrafía… técnica donde ha hecho verdaderos hallazgos…
—El puertorriqueño Lorenzo Homar y el cubano Mariano Rodríguez, son dos de
los grandes artistas latinoamericanos que me enseñaron trucos de esa técnica
fundamental. También comparto con Mariano el placer de pintar gallos. En una
ocasión hice una serigrafía a partir de una obra de Pedro Nel Gómez en la cual
utilicé 64 colores y desde ese momento creo que un pintor sin obra gráfica es
como un beso sin lengua.
Se oye un atenuado gallo en la distancia. Permanecemos atentos.
—Escucharon, es Rulfo. Conozco su canto oscuro, inconfundible —comenta
Esparza con hilaridad.
—¿Por qué abandonó Cali, ciudad que en esa época mantenía una vivacidad
cultural que quizá no ha vuelto a tener?
—Pintaba, actué con Enrique Buenaventura en Las dos caras del patroncito. Compartí caminos estéticos con Walter
Tello ahora afincado en Alemania… Pero en 1980 partí a Bogotá ante la oferta de
trabajar en Arte Dos Gráfico. Allí hice las carpetas Neruda o la alegría del mundo y Alquimia
de imagen. También participé en la renovación de la serigrafía con Carlos
Alberto Calvo y Jaime Valencia: utilizamos látex sobre la seda, lo cual fue una
técnica pionera en el mundo. En torno a ese Taller se reunían pintores como
Leonel Góngora, Ángel Loochkartt y Fernando De Szyszlo, con quienes fui
compartiendo mis interrogantes. Y Antonio Samudio, demencial personaje que se
desplazaba como un felino por los tejados bajo el efecto etílico y que una vez
tumbó un muro a mazazos como si fuera la encarnación de un Hércules tropical.
—En 1991 expuso su serie Trompo
ludens, luego las Flores carnales
y los Falogones, donde su
preocupación por el erotismo es notable. Vino después un despojarse de ese
abigarramiento que imperó en su obra, hasta llegar a una extraordinaria serie
que podría llamarse Geometría encarnada
o… Geometría alucinada, realizada al
promediar el año 2000, donde los colores tierra propician un momento alto de su
expresión pictórica. ¿Podría explicar ese proceso estético de simplificación?
—Se refiere a la etapa donde aprendí a usar a profundidad los colores que
me legó el oficio de serígrafo. Unos años después me despojé aún más de la
forma, como lo hace un stripper, y
fui realizando una disección de los planos hasta llegar a los Ecosistemas que me han ocupado durante
el último lustro.
—Y después de los sintéticos Ecosistemas
(“hilos de color rojo recorren el cuadro, quizá los amarillos sean los trigales
de Van Gogh”, como los describe en un texto), siguieron algunas piezas
recortadas que se emparentan con la escultura, y luego el conjunto de Pinturas negras, alegorías de momentos
trágicos de nuestro país como su “Homenaje
a los diputados del Valle”. Conversemos de la serie que ahora lo perturba: Los visibles.
Eduardo Esparza: "Visibles", 2011 |
—Es la primera vez que hablo de estos cuadros... Desde hace dos años me
propuse mostrar la imagen gráfica de una víctima. Pinté 27 obras, algunas de
gran formato, y como Picasso nos enseñó que la violencia debía ser en blanco y
negro, mi paleta fue restringida al color que todo lo niega, o al color
ausente, y a los grises, a los blancos… Sé que nunca hice nada tan honesto.
—En esta exploración “El Guernica”
es referencia ineludible, pero además existe la intención de mostrar apenas la
silueta de las víctimas, su radiografía. Recuerdo que años antes cuando pintó
la naturaleza lo acompañaba un barroquismo indomable, pero al representar ahora
al hombre desgarrado todo se simplifica, y queda tan solo el grafismo de su destrucción…
—Sí… Me esforcé por destruir las formas para poder contar que estos seres
desmembrados existieron y permanecen aún en nuestra memoria. Que se fueron de
nuestra compañía con sus lunas y soles que amaron, con sus animales queridos,
pero todavía iluminan nuestros recuerdos. Estudié el regreso de los enfermos
terminales por el simbólico túnel, y eso es lo que deseo expresar, la estela de
la vida. Antes mi obra venía de la contemplación, ahora surge de mi más
profunda caligrafía interior. Pienso que en mis Visibles no existe la gravedad. No sé cómo explicarlo, o tal vez
sí, como cuando realizo algunas figuras con mi trompo.
Al escuchar un canto agudo en la distancia, espero que esta vez no sea
Sócrates, quien antes de tomar la cicuta confesó deberle un gallo a Esculapio.
Han pasado casi tres horas y próximos a asaltar el vientre del horno con
nuestro alimento terrestre, nos disponemos a asistir a la improvisada escena
prometida por el Campeón Mundial de Trompo. De una bolsa de cuero sale su
pequeño duende danzarín. Esparza lo lanza sin dejarlo llegar al piso y comienza
a efectuar dibujos etéreos. Lo hace subir mágicamente por la cuerda negando la
gravedad, lo arrulla, lo acuesta como a una mujer que se enrolla en sus propios
brazos, lo hechiza, lo obliga a sus contorsiones elípticas… y por último lo
duerme sobre la uña. En ese momento intentando testimoniar ese artilugio
inolvidable disparamos fotos sin parar, mientras los perros baten las colas y
el gato camina acechante a punto de saltar sobre ese juguete de madera que
Esparza ha logrado convertir durante algunos minutos en un resplandeciente
colibrí.
Permanecemos en silencio. Luego, al terminar su prestidigitación, mientras
guarda con extremo cuidado su trompo, lo escucho decir:
—Vivo en este oscuro país y hace mucho sentí el deseo capital de
testimoniarlo. Sin duda todos nos definimos en la infancia: allí conocemos el
juego y la muerte. Desde entonces llevo la oscuridad de este tiempo tan nefasto
—reflexiona bajando la voz—. Un día le regalé una serigrafía al poeta Leopoldo
Berdella titulada “Radiografía al lado de su tumba”, y cuando se suicidó
involuntariamente, en un episodio dramático ocurrido en 1988, la bala atravesó
su cráneo y quedó incrustada en mi obra. ¿Qué más puedo agregar? Él es uno de
mis Visibles, de mis más visibles
invisibles...
Tabio, 9 de junio de 2012
Eduardo
Esparza nació en Palmira, Valle del Cauca - Colombia,
1956). Estudió en la Escuela Departamental de Arte y Cultura de Cali, en la
Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Tolima y en el Taller
Experimental de Gráfica de La Habana. Su obra ha sido expuesta en diversas
galerías de México, Estados Unidos, Venezuela, España, Suiza y Colombia. Creó
el Taller Carángano con el cual ha realizado gran parte de su obra. Editó las
carpetas: Lapislázuli (1981), Cuadrante (1982), Días y noches de guerra (1983), Pandora (1983), Alquimia e imagen (1985), y el libro gráfico Neruda y la Alegría del Mundo (1984).