Con-Fabulación rinde tributo a una de las figuras más luminosas del
arte colombiano, al barranquillero Ángel Loochkartt (1933), colorista magistral,
excelso dibujante y enamorado insomne, quien ha legado a nuestro imaginario
bandadas de ángeles perversos, hordas de figuras carnavelescas, inquietantes
travestis y provocadoras “malsentadas”, así como seres perseguidos por la
violencia, que desde su universo expresionista lo sitúan en el extraño sitial
de los inventores de realidades.
Premio Salón Nacional de Artistas
de 1986, Premio Vida y Obra 2011 de la Secretaría de Cultura de Barranquilla y figura
homenajeada en el Carnaval de las Artes de 2013, son algunas de las
distinciones recibidas por Loochkartt durante su carrera de seis décadas que
comenzara en las academias de San Giacomo y en la de Belli Arti de Roma.
Los artistas: Fernando Maldonado, Eduardo Esparza, Octavio Mendoza y Sergio
Trujillo Béjar, enviaron especialmente para este número su acción de gracias a
la delirante trayectoria de un artista ejemplar.
Ver imágenes y ensayos referentes a su obra en:
“Mujeres pájaro”
Saludo a uno de los grandes de la plástica
Por Eduardo Esparza
Loochkartt es uno de
los grandes de la pintura colombiana, sus instintos desbocados han quedado
plasmados en sus obras, con una calidad, una belleza estética y un gran vigor,
que lo sitúan como uno de los más importantes artistas dentro del expresionismo
colombiano; ahí está todo el latir del ser humano.
Me siento un pintor
privilegiado al tener cerca a un gran maestro como Ángel. Para mí disfrutar de
su amistad, verlo trabajar, escucharlo cantar sus canciones es todo un deleite.
Me emociona ser su
amigo y poder disfrutar de su presencia en mi taller cuando hacemos grabados, y
hacer parte de sus amenas tertulias, de las cuales siempre queda un
aprendizaje, tanto desde el punto de vista profesional, como desde la
perspectiva humana.
En el cumpleaños de
este “Joven Antiguo”, le declaro mi afecto, admiración y respeto.
Serie: Perdidas en el tiempo
El cinismo poético de Loochkartt
Por Octavio Mendoza
Si Ángel Loochkartt
no hubiera pintado en el horizonte artístico americano el bello cinismo poético
de sus seres ambiguos, no hubieran llegado hasta nuestras alcobas, y
seguiríamos buscándolos en los imaginarios puti-pubs y carnavales de la
desvergüenza, a nombre de la dosis de desparpajo que todos necesitamos.
A mediados del siglo XX,
en medio del aburrido diario vivir del país liberal-conservador, el joven
Ángel, ya jugando a reírse de todo, hizo un viaje de estudios a la patria de la
Transvanguardia, Italia, para buscar, entre serenatas y estudios, el cruce de
rebeldías con sus pares y la compañía para sus intuiciones, encontrando, de
paso, las fuentes venturosas de sus lesbianas etruscas.
Al regresar, impuso en su pintura la belleza
díscola de seres gozosos y travestidos cuya visión nos ahorraba salidas
costosas a las quimeras de la perrería, ese mundo expresionista, bello y feo a
la vez, bueno y cruel, violento y feliz, extravagante y amoroso; un juego
virtual cuyo secreto es mostrarnos otra cara del ser, y la verdadera forma de
la vida. Congos, travestis, vagos, tangueros, marimondas, ángeles eróticos, malsentadas expectantes y habitantes de
la noche nos recuerdan que la carcajada y la risa pueden conferir, de paso,
dignidad a la indecencia. Loochkartt, próximo al cenit creativo de la madurez,
sabe también que su vasta obra ha llenado de contenidos lo que un exagerado
minimalismo quiere convertir en olvido del ser, con la mano segura y dotada que
le permite figurar por derecho propio, hace décadas, como uno de los mejores
pintores que en el mundo han sido herederos de Goya, Ensor, Soutine y compañía.
“Pensando en Goya”
Un nuevo-viejo amigo
Por Fernando Maldonado
Hace más de treinta años yo deambulaba expectante por los talleres de la
facultad de artes de la Tadeo. Como si la teoría de los memes se verificara,
intentaba hallar alguna ruta, alguna pista para enfilar mi energía en algo que
me sacara del incómodo, amorfo y exasperante estado en el que me hallaba. Una
bohemia previsible hacía estragos en todos los miembros de mi círculo de
amistades y en mí. Pronto entendería que la bohemia “per se” abundaba porque
ocultaba astutamente la falta de vocación auténtica y de talento. Era la dama
seductora que confundía y se apoderaba de ciertas voluntades débiles. En medio
del caos personal prevalecía la única pasión honesta, la que copaba todos los
estados emocionales y todos los momentos de nuestras vidas. Pese a su ubicua
presencia no podíamos materializarla en nuestros esfuerzos académicos. Sabíamos
que muchos procedimientos y técnicas podían configurar nuestra búsqueda en algo
llamado arte y la pintura aún prevalecía sobre todas las demás seguida muy de
cerca (cuando no se mimetizaba en ella), por el dibujo. Para la época en que
todo esto acontecía el arte en Colombia iniciaba su camino hacia el vacío,
hacia la fimosis mental de la pos-modernidad. Robert Hughes lo dijo de manera
contundente al afirmar que el arte posmoderno es el vómito de los años 80 y los
ochenta fueron mis años de escuela de arte de modo que puedo dar fe de su
afirmación. Nada más vacuo y exento de peso conceptual o existencial que aquel
espacio de aprendizaje de la nadería.
La facultad de Artes era la prueba o el indicio del fin de una profesión
que se negaba a admitir su inutilidad porque se había comprometido con la
especulación filosófica. Cuando supe del maestro Loochkartt aún me faltaban
varios semestres para llegar a sus clases. De todos los artistas que enseñaban
en la facultad era el único que irradiaba el carisma que nos hacía sentir
alguna esperanza. El único pintor pura sangre que podía encarnar un arquetipo
del artista enérgico que tanta falta hacía en la enseñanza y por supuesto en el
medio artístico. De algún modo pensé que mis esfuerzos por hacerme pintor no
eran vanos, decadentes ni anacrónicos como parecían empeñarse en afirmarlo la
mayoría de los pseudo-maestros de la facultad.
Loochkartt no lo supo en aquellos días pero representaba una cierta
línea de resistencia a la tontería que se avecinaba en el mundo del arte.
Algunos amigos saben parte de ésta anécdota. Cuando pude llegar al último
semestre de carrera y esperaba asistir a sus clases, supe que se había retirado
de la docencia en esta universidad. No puedo afirmar que el arte se enseña,
pero sí que los procedimientos complejos que involucra pueden ser orientados
por un buen maestro. Quizá nunca habría podido aprender a ser artista con el
maestro Loochkartt pero cabe suponer que con su presencia, habría acortado el
camino o cuando menos el tedio y el vacío de un espacio que pretendía ser
“académico” cuando ya era imposible admitir que existiera algo parecido en
ninguna facultad de arte. ¡Ojalá algún fragmento insignificante de la academia
decimonónica me hubiera tocado a mí! En su lugar, la ortodoxia inflexible de lo
posmoderno comenzaba a instalarse gestando el escenario actual del arte
colombiano como si el ideal estético de Stalin o del Nacionalsocialismo hubiese
triunfado al fin con sus postulados de “arte social” y arte oficial, su
burocracia cultural y sus comisarios artísticos. Si hay alguna academia es ésta
y no la que aún invocan como sofisma quienes se instalaron en el nuevo orden
artístico para dictar las normas de lo correcto y lo incorrecto. Loochkartt era
para nosotros sinónimo de libertad creativa y vocación pura. La simbiosis
hombre-arte estaba en él y eso significa bastante. Otras circunstancias me
permitieron ser su amigo años después. Ahora que he superado ese respeto
absurdo por las ideas estéticas de mis días de estudiante bisoño, ahora que veo
con más claridad lo que la falsa academia o la nueva (es lo mismo) no me
permitieron definir, continúo creyendo que el fuego interior de la pintura como
arte sigue ardiendo en el alma de mi nuevo-viejo amigo. Ahora entiendo por qué
todos admiramos su tremenda energía y su lucidez creativa. En lo que a mi
concierne sigo sintiendo que su presencia ha sido indispensable y sé de muchos
que comparten mi opinión.
Ángel Loochkartt, 80 años “alla prima”
Por Sergio Trujillo Béjar
Un día me dijo:
“Quiero llegar a los cien años; me tengo que cuidar, ve y tráete una botella
ron”.
Loochkartt es valiente, generoso, entusiasta,
de humor refinado. Siempre sin reservas. Un pintor poderoso creador de formas,
de colores intrigantes. Sus manos en permanente movimiento buscando la libertad
en el lienzo; pinceladas sabias, rojos, amarillos, naranjas. “Mi vida es
pintar” me dice. Intensidad, provocación y presencia, necesidad de expresión. Testimonio
y lírica con sus carnavales, congos, pepitas, travestis, hampones, ángeles,
etruscas, amadoras, danzas, paisajes. Largas noches de cavilaciones, constante
búsqueda y desafío. “Soy como un búho, la noche es mi aliada. Mientras todos
duermen yo pinto. Exalto las profundidades de la oscuridad”. Dramático
contraste, fiesta, goce y placer. Soledad y silencio. Loochkartt el viajero. No
hay trampas. El amor es su propia arma de vida. El color asciende. Sentidos
inesperados. Parte el pan con las manos, observa el vino. Una mirada en el
tiempo. Deliciosa perversión. Delirio. Diálogo con los dioses. De nuevo, óleos,
trementina, pinceles, la paleta joven… “Vamos a pintar”, me dice, “hay mucho
por hacer”. Ahí está su necesidad de vivir, de seguir dejando su huella
dactilar. Solo él puede encontrar el sol.