Reflexión
sobre la miserable estandarización del mundo, que bajo la directriz de los
núcleos del poder económico, ha eliminado especies e ideologías, empobreciendo el
pensamiento y las costumbres de la colectividad, hasta imponer una generalizada
mediocridad planetaria
Por Gonzalo Márquez Cristo
Comenzaba el verano
de 2006 en Portugal y una manifestación se tomaba las calles de Lisboa con la
consigna de proteger algunos frutos proscritos por la Comunidad Europea, cuyo
gobierno central determinaba cuáles productos debía proveer el país a la
pretendida autosuficiencia continental. Marchamos durante algunas cuadras con
el poeta Casimiro de Brito acompañando una horda de seres disfrazados de
semillas y de flores. Los manifestantes sospechaban que meses después
eliminarían del planeta algunas de las maravillosas ofrendas de la naturaleza a
esa bella tierra, preciadas durante siglos, porque existía la imposición
económica inobjetable de cultivar una sola variedad de naranja (Tangelo), o una
de manzana (Red Delicious), tal como en América Latina y África fuimos
condenados a sembrar extensivamente la Palma Africana cuyo vil destino es la
fabricación de combustible, y que como se sabe, fue una determinación errática
que ha multiplicado el hambre en Nigeria y Camerún, provocando adicionalmente
un gran daño a la biodiversidad planetaria.
Cuando el mundo
tiende a la estandarización y se impone un patrón global que es el del medio
(léase mediocridad) es importante prepararse para un culturicidio.
Cuando todo el
planeta viste jean y se alimenta de comidas rápidas, cuando hordas de turistas atraviesan
el Museo de Louvre siguiendo la flecha que lleva directamente a la Monalisa
–sin detenerse a contemplar ninguna de las otras obras maestras que iluminan
ese templo del arte–, cuando El proceso
de Kafka parece un dulce sueño al lado de la incomparable pesadilla que ha
erigido la burocracia obstinada en detener el mundo, cuando el pensamiento del
ciudadano común ha sido secuestrado como lo demuestra la reciente encuesta
convocada por History Chanel para elegir al colombiano más destacado de todos los
tiempos, donde 400 mil personas votaron por uno de nuestros más aciagos
políticos –mientras solo 4.000 lo hicieron por Antonio Nariño o Gabriel García
Márquez–, ya no es posible creer en el advenimiento de un tiempo mejor.
Las opiniones, las
costumbres y hasta las sensaciones han sido estandarizadas. Aquellas delicias
que definían el espíritu de nuestras provincias son apenas materia de las
evocaciones románticas pues ya han sido abolidas. Los cultivos transgénicos
arrasarán muy pronto las plantas nativas cuya selección no resultó rentable
para la voracidad neoliberal, y nos preparamos para sembrar sólo cereales
manipulados genéticamente (en detrimento de la calidad) y próximamente para beber
–entre otras degradaciones– tequila extraído de un agave modificado, como se
informó por los medios, pese a las protestas de los amantes de la planta vivaz.
En un tiempo en que
las grandes tendencias son seguidas con devoción por los cazamercados y que todo se produce en China mientras las industrias
occidentales han quedado como fantasmales construcciones dedicadas a la
abstracción, en un mundo donde las modas culturales se imitan y los
direccionamientos del consumo conducen a todos los habitantes a poseer aparatos
tecnológicos provistos de los dispositivos necesarios para abolir nuestra
intimidad: Redes Sociales, GPS, y todas las herramientas que la Inquisición
Virtual ejercida por las potencias o los monopolios de la información deciden
imponer, es fácil corroborar que el asesinato del sujeto ha sido consumado.
El “yo soy” debe ser
recompuesto. El sujeto (de saber, de poder y desde luego el psicológico)
necesita reflejarse, o nacer de la diferencia, y ha sido paradójicamente
convertido en espejo. El exterminio de la diversidad es flagrante. Todos los
individuos se replican sin encontrar una suerte distintiva, todas las ciudades
comienzan a parecerse. En todas partes encontramos similares productos. Los
periódicos y noticieros privilegian los mismos insulsos y crueles acontecimientos.
Y si excluimos a los ignorantes y perversos políticos que nos gobiernan y a los
astros del deporte y la farándula, la única forma en que un ser humano común
puede escapar de su destino clonado y acceder a la visibilidad de los medios es
por la vía de la violencia, como se corrobora en el matoneo que infesta las instituciones educativas y en los crímenes
múltiples que se ejecutan cada vez con mayor frecuencia en los llamados países
desarrollados.
Desde el núcleo del
dominio se inventó una regulación de la mediocridad que no tiene antecedentes.
No en vano nuestra cultura ha sido desahuciada. Las manifestaciones estéticas
esenciales agonizan siendo relevadas por el frívolo espectáculo y son los más
prestigiosos museos y galerías los encargados de promover sus presencias
fugaces. Las editoriales sólo publican obras que cumplen el criterio del
entretenimiento o los valores de un positivismo tan perverso como naïf, y la gran industria del cine, hace
décadas excluyó toda desequilibrante complejidad de sus filmes.
Y como si esto no
bastara, el ensayo, un género que tuvo por ascendiente a Montaigne, también ha
sido secuestrado en su medianía, pues la libertad que habita en su etimología
latina (que alude a “probar” y a “pesar”), ha sido regulada en nuestros días
por una norma foránea, impuesta por la American Psychological
Association, que estandariza la imaginación y restringe su especulación
crítica, desbroza su ritmo y ocluye las elipsis de este importante género
productor de pensamiento.
Todo lo que no ha
sido globalizado se encuentra ad portas
de desaparecer bajo la “independiente” dictadura del marketing, pero no podemos olvidar que en toda permisibilidad
acecha una trampa y que el clamor de libertad siempre antecede a la guillotina.
La política, que es uno de los mecanismos radicales de estandarización, impone
sus fantoches de turno, su ilusoria democracia, desde un infalible sitial
mediático como lo descubriera el Nacional Socialismo.
Y solo nos queda el
arte, aquel que no hace concesiones, ni al comercio ni a las modas ni a las
ideologías; el secreto, el insumiso...