Por Fabio Martínez
Escritor colombiano
Carlos Arturo Truque:
Valoración crítica
Programa Editorial Universidad del Valle.
Cali, 2014
Autores que colaboran: José Luís Díaz Granados, Eduardo Pachón Padilla, Carlos Orlando Pardo,
Enrique Cabezas Rher, Sonia Nadezhda Truque, Medardo Arias, Ómar Ortiz, Carlos
A. Manrique, Álvaro Morales Aguilar, Eduardo Delgado, José Martínez, Gustavo
Cabezas, Edgar Sandino y José Zuleta.
Algunos críticos como
Cyrus Stanley en Estados Unidos y Peter Schultze-Kraft en Alemania, que se han
encargado de traducirlo y divulgarlo en sus respectivos países, lo consideran
un cuentista a la altura de Horacio Quiroga y Filiberto Hernández.
En Colombia sabemos
de él, gracias al conocido crítico Eduardo Pachón Padilla, que en su tiempo lo
incluyó en sus necesarias antologías literarias.
En 1973, tres años
después de su muerte, Colcultura publicó su libro El día que terminó el verano y otros cuentos. En el año 2013 el
Ministerio de Cultura realizó una segunda edición de su obra, incluyéndolo en
la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana.
Truque, quien en la
actualidad es más estudiando en la academia norteamericana que en la nuestra,
fue víctima en su época de la exclusión por parte del establecimiento literario
bogotano, y en más de una ocasión, fue estigmatizado por ser pobre, negro y
comunista.
Al hablar de Carlos
Arturo Truque tenemos que empezar diciendo que estamos enfrentados a un excelente
narrador. A un maestro del cuento.
Los primeros años
Nacido en Condoto,
Chocó, un año antes de que naciera Gabriel García Márquez y en el mismo año en
que nació Álvaro Cepeda Samudio (1927), los cuentos de Carlos Arturo Truque
están impregnados de aquella atmósfera especial inventada por el maestro
William Faulkner, y que más adelante adoptarían otros escritores como Carson
McCullers y el mismo García Márquez.
Desde sus primeros
relatos, escritos entre los veinte y veinticinco años, es notoria su directa
influencia de la narrativa norteamericana. La literatura de Truque se nutre de
los fabulosos relatos del patriarca Mark Twain, pasando por O´Henry, Faulkner y
Hemingway, éste último, de quien heredó el buen uso de la frase corta y los
diálogos magistralmente elaborados.
Sus primeros veinte
años transcurrieron entre Buenaventura, Cali y Popayán, donde realizó sus
estudios, y con el seudónimo de “Charles Blaine” se inició literariamente,
dejando truncada la carrera de Ingeniería que había comenzado en la Universidad
del Cauca.
Indudablemente son
Buenaventura y la costa del Pacífico el marco central que le permite crear a
Truque aquella atmósfera “húmeda y reverberante”, que habíamos encontrado en
sus primeros cuentos.
Pero es sólo en 1953
que sus narraciones logran alcance nacional, al ganar en aquel año el Premio
Espiral, con su libro Granizada y otros
cuentos.
Es importante señalar
que para ese mismo año un desconocido escritor, como era el mexicano Juan
Rulfo, publicaba su único libro de cuentos, titulado: El llano en llamas; y por su parte, el colombiano Álvaro Cepeda
Samudio se iba a preparar al año siguiente con: Todos estábamos a la espera.
Una botella lanzada al mar
Con Granizada y otros cuentos, Carlos Arturo Truque
empieza a ganar un peldaño dentro de la joven narrativa colombiana de la época.
Sus relatos, que se sitúan en el ámbito de lo telúrico, comienzan a ser
reconocidos no sólo por su temática, que es de un fuerte contenido social, sino
por la forma como está tejido su discurso narrativo. Si se quiere, Granizada y otros cuentos produce un
efecto positivo, que posteriormente va a influir en la narrativa colombiana,
como lo produjo también La hojarasca
de García Márquez, aparecida dos años más tarde.
Pero las condiciones
de difusión en aquella época no son las mejores. De Granizada y otros cuentos apenas se publican doscientos ejemplares,
que se van a agotar rápidamente.
Truque, olfateando
los años de censura que se avecinan, le da dos ejemplares de su libro a un
amigo marinero para que los ponga en el extranjero. El primer ejemplar se queda
en Panamá y el otro va a caer en las manos de Cyrus Stanley, futuro editor de
la revista Afro-Hispanic Review, que
lo descubre un día en la Biblioteca del Congreso de Washington.
Es así como sus
cuentos empiezan a traducirse a otros idiomas y a ser reconocidos
internacionalmente.
Vale la pena recordar
que en 1951 Truque ya había conseguido un premio en el Festival de Berlín con
su drama “Hay que vivir en paz”.
Una década difícil
Los años cincuenta en
Colombia se inician con el recrudecimiento de la violencia en el campo y la
hegemonía de un gobierno que desde el punto de vista de la libre circulación de
las ideas cierra periódicos y emisoras, limitando la libertad de expresión. Son
los años difíciles de la censura y la represión a sangre y fuego.
Sensibilizado por
esta situación, Truque, al igual que muchos escritores de su generación, recoge
en algunos cuentos esta cruda temática.
De esa época son los
cuentos “Vivan los compañeros” y “Sangre en el llano”. El primero, una pequeña
obra maestra traducida al francés y al ruso, que obtuvo en 1954 el Tercer
Premio en el Concurso de la Asociación de Escritores y Artistas de Colombia. El
primer Premio había sido otorgado al joven escritor García Márquez con su cuento,
“Un día después del sábado”.
Esa temática, que
obsesiona a más de un escritor, y que más tarde va a dar pie a lo que los
críticos han llamado como “literatura de la violencia”, va a afectar la obra
del escritor, pero sólo desde el punto de vista temático.
Es claro que a partir
de “Vivan los compañeros” Truque será el escritor maduro, con un tono y una voz
depurada, como se verá cuatro años más tarde con el cuento “Sonatina para dos
tambores”, que mereció el Primer Premio en el Concurso Nacional de este género.
En este relato, así
como en “El día que terminó el verano”, el escritor volverá a retomar aquellos
ambientes cálidos y reverberantes propios del Pacífico Colombiano, donde los
personajes marcados por el sino de la fatalidad y la desgracia, seguirán caminando
por aquel triángulo peligroso donde todo es alcohol, sexo y violencia.
Hasta hace poco en
Colombia ser negro y, al mismo tiempo escritor, era un despropósito que se
pagaba con el olvido.
Carlos Arturo Truque,
quien murió en Buenaventura a la edad de cuarenta y dos años, no fue ajeno a
esta forma de exclusión.