Por Edgar Trejos
(Beca creación en Poesía-Medellín 2009)(Premio nacional
de poesía ciudad de Bogotá 2011) (Silaba editores 2010, 2012) (Aterrizaje
febrero 2016)
A. Los invisibles pájaros del mundo.
Árbol
Por el campo agreste del verano
un alto eucalipto solitario,
desnudo ya de hojas se dibuja,
¿con cuál pincel tembloroso?,
contra el cristal de la mañana.
El entrecruzarse de su ramas teje,
¿con qué misteriosa aguja?
un delicado nido vertical
para los invisibles pájaros del alma.
Por el campo agreste del verano
un alto eucalipto solitario,
desnudo ya de hojas se dibuja,
¿con cuál pincel tembloroso?,
contra el cristal de la mañana.
El entrecruzarse de su ramas teje,
¿con qué misteriosa aguja?
un delicado nido vertical
para los invisibles pájaros del alma.
Esta
poesía que se nos ofrece en el presente libro es una singladura verbal que se
sumerge en el silencio proveniente de, que se produce, luego de la
contemplación de un evento natural, inmenso, hermoso, más que de la reflexión
filosófica -innecesaria por demás cuando aquella sustenta con holgura el
fenómeno-; la acompasada y sedimentadora fluidez que sería esta presencia -la
meditación- para estos versos, la hace audible el encanto pleno de la
sugerencia poética, imposible no oír el vuelo de esa invitación de tan delicado
ropaje semántico. Esa mirada espiritual colmada de iluminado silencio que se
requiere para el universo dispuesto al haiku mientras se vive, mientras el ser
habita su cosmos radiante, está presente en este poemario que bellamente nos
dice, aposentado desde el don de la vida, en relación con la majestad del
exterior que imanta, irradia la vida, el vivir, la existencia, todo, “eres uno con el corazón del mundo”, “no eres arcilla desolada”. El poeta,
Orestes Donadío, un individuo, quien quiera que sea, le apuesta todo a un verso
“los invisibles pájaros del alma”,
convencido, arrullado por el infinito cántaro de susurros que ha despertado a
partir de las, sobre las, en las alas poderosas de este sortilegio. (Esta vez
los jurados de las becas de creación de poesía en Medellín aciertan cabalmente
con un nombre desconocido en la plataforma editorial colombiana de los poetas
ganadores de premios. Y es grato registrarlo para posteriores lecturas y
consideraciones en torno a la poesía que nos convoca y alienta).
Multivalente es el precioso metal del pensamiento lector despertado que se hunde y erige en las vetas prodigiosas de la sugerencia que estos poemas nos prodigan: “El tiempo, oleaje de espejismos,/sostiene y amenaza toda belleza.” “Sigilosos cruzamos/entre orillas disueltas.” “Arena que en la clepsidra desafía/el curvo cristal y la caída.” “Es el canto obstinada flor de los desiertos:/en tus labios quemados, la sal de la palabra.” “Escucha la música de lo inevitable,/su coro de animales muertos.” “Desnudo ante la caricia de las estaciones,/vibrante, entre los pliegues del silencio”. Y es el silencio musitado sin hostigamiento, sin premura, preciosa luna deseada, urgido umbral que levantan estos poemas, una honda reflexión acerca de, alrededor de las súbitas y devastadoras raíces del existir en búsqueda permanente del infinito: “casa de donde nunca hemos partido”, nos dice seguro el poeta. Ese silencio creado desde los poemas permite oír la belleza circundante y secreta del mundo, esa belleza -enorme, magnífica y misteriosa voz de la naturaleza- que para ser apreciada necesita una cierta proporción mínima de silencio que deposite su halo de oro sobre su estancia.
Multivalente es el precioso metal del pensamiento lector despertado que se hunde y erige en las vetas prodigiosas de la sugerencia que estos poemas nos prodigan: “El tiempo, oleaje de espejismos,/sostiene y amenaza toda belleza.” “Sigilosos cruzamos/entre orillas disueltas.” “Arena que en la clepsidra desafía/el curvo cristal y la caída.” “Es el canto obstinada flor de los desiertos:/en tus labios quemados, la sal de la palabra.” “Escucha la música de lo inevitable,/su coro de animales muertos.” “Desnudo ante la caricia de las estaciones,/vibrante, entre los pliegues del silencio”. Y es el silencio musitado sin hostigamiento, sin premura, preciosa luna deseada, urgido umbral que levantan estos poemas, una honda reflexión acerca de, alrededor de las súbitas y devastadoras raíces del existir en búsqueda permanente del infinito: “casa de donde nunca hemos partido”, nos dice seguro el poeta. Ese silencio creado desde los poemas permite oír la belleza circundante y secreta del mundo, esa belleza -enorme, magnífica y misteriosa voz de la naturaleza- que para ser apreciada necesita una cierta proporción mínima de silencio que deposite su halo de oro sobre su estancia.
Tenemos
en nuestras manos, con la lectura de estos poemas, una exposición sostenida de
imágenes con esa ductilidad apacible de lo lírico que se aprecia desde el
espíritu atento a las lentas músicas del alma. Una exposición de mundos y sentimientos que nos ofrece un
armónico y atractivo espectro poético,
emanado de un discurso altamente seductor por momentos, amparado en lo
pictórico, en el ojo que contempla y observa. Son versos llevados hacia una
pausada sobrevivencia en las aureolas del ser, como sosegada rapsodia que desde
su emotiva musicalidad, una que se expande y emana en estos versos desde el
alma, para el ser, advenimientos que son promesa para el futuro florecimiento
de los años.
Poesía
Susurras al oído, caracol del tiempo y la memoria,
cantos de viejos pastores ignotos,
amanuenses del viento en los acantilados.
Susurras al oído, caracol del tiempo y la memoria,
cantos de viejos pastores ignotos,
amanuenses del viento en los acantilados.
¿A qué
clase de alma se refiere el poeta? Aquí una vez más la sugerencia, el
pensamiento que se desata: alma igual a estancia del vivir -cada uno de los
poemas enunciados en el libro-, estancia vívida, sentida, vivenciada por el ser
que transita despierto, sensible a las iluminaciones del sendero, esos recodos
vitales que se abren en fulgores epifánicos que constituyen una verdadera y
frondosa conversación con la humana
reconditez del universo.
Los
invisibles pájaros -las instancias en sí de la realidad vividas por el ser- los
hace realidad, se hacen realidad, durante el pasar y pasar de cada uno de los
días que llamamos vida, la vida de cada transeúnte, y evidencian, es lo que
concebimos, esos vuelos que entre observación y contemplación del mundo, entre
pensamiento y vivencialidad del ser en movimiento, se dan mientras la
existencialidad de cada instante se concreta:
“¿Quién abrirá las
ventanas al aire del verano,
si están atadas con collares de hielo nuestras manos?”
si están atadas con collares de hielo nuestras manos?”
B. En
las arenas del mundo. Lo primero que podemos decir es que nuevamente aciertan
los jurados de poesía con la selección de un buen libro de poemas –premio
nacional de poesía-, lo cual constituye un regalo para la lectura de
los amantes del verso bien escrito y dimensionado por una significación que lo apuntala en los linderos de la palabra cuya existencia
y aurora se agradecen. Ninguna dificultad asiste al lector para corroborar esta
prosodia colmada de musicalidad y hondura poética cimentada en seguras y
serenas imágenes.
“Cada mañana es Pascua florecida en las
arenas del mundo.
Ha llegado el tiempo en que no pesan los olivos
milenarios,
y la tierra ocre que los sustentaba
se ha hecho también ingrávida como el viento y la luz;
ha llegado la estación anhelada,
el ciclo, que principio y fin de todos los pasos,
transforma en invisible tu sustancia”.
y la tierra ocre que los sustentaba
se ha hecho también ingrávida como el viento y la luz;
ha llegado la estación anhelada,
el ciclo, que principio y fin de todos los pasos,
transforma en invisible tu sustancia”.
Desde
el titulo este poemario dividido en tres partes nos sitúa de nuevo a medida que
leemos, como el gran ojo que contempla el universo para ofrendarnos con sus
encuentros de resonancia espiritual y cósmica (I.En el inmaculado centro de la
nostalgia, II.Legión de ausentes, III.Con un buril azul); encuentros que
agradece y a los que no se niega el ser consciente de sus radiaciones
maravillosas mientras transita; esto lo asegura el poeta al lector con
delicadeza y justicia: “Eres el centro,
siempre el centro/del espacio que dilatado en ti se pierde,/y te despierta”.
Con humildad estos versos nos instalan en un aura de delicada belleza y
reflexiva reciedumbre sobre el ser y el
mundo, una humildad que nos permite aseverar la magia de la vida, del vivir,
auscultados por un pensamiento que no se extralimita.
Cruce de caminos
Inmóvil
espero solo al viento
que en las noches
es una mano tierna
entre las llamas
de la hoguera.
Inmóvil
espero solo al viento
que en las noches
es una mano tierna
entre las llamas
de la hoguera.
Se nos entregan en estos poemas, versos que resguardan su esencia significativa sin estridencia ni arabescos, en una ánfora semántica accesible, acunada por un ritmo leve, pausado, que entona su música desde el hondo caracol de la vívida memoria que al final salvará nuestro arduo devenir a pesar de que las sílabas del transitar sean hoscas y de solo sufrimiento: “Escribo para salvar del polvo/ nuestros labios sin sangre en la distancia”. “Ya soy aquel que eleva,/como sobre frágiles andamios las palabras;/y un color huérfano, agrietado”.
Y No
se escabullen estos poemas en el alejamiento del sufrimiento a pesar de que la
contemplación en sí es una poderosa gracia para mantenerse incólume en la
preservación del ser y el espíritu que lo asiste. Por ello, en la sapiencia de
que es lento avanzar hacia la luz, para habitar el ser con los años en una
verdadera sabiduría de vida, el poeta nos acicala con mesura de un hallazgo
cuyo fulgor mismo es una inmensa oración de compasión y conocimiento: “Nunca de un solo tajo, sino muy
lentamente,/se quiebra en nosotros, la inocencia”. Y habitado plenamente
por el don de la palabra y la poesía, nos enaltece el poeta con un legado de aceptación de nuestras huellas, las que
hemos dejado verdaderas sobre el polvo
haciendo de este un alimento que reafirma cada vez, en cada paso, su renovarse,
su comenzar de nuevo como el viento; legado este que hace perdurable su poema y
nuestra vida:
Otoño
Y de pronto las hojas que templaron el calor todo el verano
comienzan a quemarse de frío, por los bordes.
Y al caer dejando tras de sí los ramajes desnudos,
cobrizas y ambarinas, ascuas de una más alta hoguera;
ya han escrito en nosotros su leyenda:
que nada permanece porque todo es del viento y de la luz primera.
cobrizas y ambarinas, ascuas de una más alta hoguera;
ya han escrito en nosotros su leyenda:
que nada permanece porque todo es del viento y de la luz primera.
Esta
cálida rapsodia de un poeta, extiende finalmente de manera profética -vena pura
afín al vasto carcaj de lo lírico en el que sondea la poesía- hacia las praderas
radiantes de la humanidad, esta consigna: que no será vencida por el olvido, ni
se perderán inútiles sus recorridos por las sendas del verbo poético. El poema
lo anuncia indagando filosófico y afirmando con una esperanza sagrada que también es nuestra: “Quién talla con un buril azul las palabras necesarias”
“Para que en labios de tu hijo se eleve, luminoso, el canto”.