Por Carlos Fajardo Fajardo
“Corren buenos tiempos para la bandada de los
que se amoldan a todo, con tal que no les falte nada”, dice Joan Manuel Serrat
en una de sus canciones, y continúa: “Tiempos como nunca para la chapuza, el
crimen impune y la caza de brujas (…) y silenciosa la mayoría aguantando el
chapuzón”. Con audaz ironía y lanzándonos un fuego de poesía al oído, estos
versos del cantautor catalán nos ubican en un mundo donde varias circunstancias
de índole global y político, son el alimento diario de estos “buenos tiempos”
en el actual tablado mundial. Y hablo aquí especialmente de la reactualización
del neofascismo mediático en la generación digito-pulgar, hija de esta era de
la información ciber. Generación “pulgarcita” la llama Michel Serres, por su
manera de manejar tan hábilmente los dedos pulgares ante aparatos electrónicos.
Su sensibilidad se ha despolitizado tanto debido a la idiocia y trivialidad
gerenciada por los dos grandes macro-proyectos del capitalismo global: el
mercado y los medios de comunicación que penetran en todas las esferas de la
vida.
Dicha generación
nació y creció bajo el imperio global neoliberal que ha impuesto estos dos
macro-proyectos como supremas utopías económicas y culturales. Educados
totalmente en los treinta años del neoliberalismo, se les ha ido cambiando el
sentido de lo humano, de lo político, de la historia, de la memoria, de la
ética, del arte, la educación y del mundo. Multiculturales, deslocalizados,
heterogéneos, impactados por los medios de comunicación y la publicidad;
adaptados para reducir su capacidad de atención a pocos segundos; obligados a
ver los espectáculos de lo atroz y de la violencia mediática; reducidos a ser
consumidores compulsivos de redes sociales, esta generación del pulgar digital
vive en otro tiempo-espacio donde la conciencia sobre las realidades sociales
se reduce a lo que le transmiten y les sugieren los grandes oligopolios
mediáticos que, como se sabe, siempre alteran, cambian, organizan, crean los
hechos de la realidad acorde a sus deseos.
Es un nuevo tipo de
sensibilidad trans-política que ha mutado su forma de hablar, de comunicarse y
entablar relaciones. Son los llamados “nativos digitales”; una generación que
en un escaso porcentaje lee otro tipo de información que no sea el que le
transmiten las transnacionales mediáticas. De allí la masificación de la
mentira, de la manipulación respecto a los acontecimientos políticos locales y
mundiales. Paradójica situación: teniendo posibilidades de informarse por
múltiples canales, de pluralizar su formación, sin embargo, la estandarización
y homogenización se hacen cada vez más dramáticas e imperativas. A la
generación “pulgarcita” la alimentan con pobres imaginarios estandarizados, de
aparente versatilidad.
Rápidos, más rápidos,
la generación pulgar proyecta un estado de aceleración del “para ya”, de lo
urgente, de lo de “ahora”. Bajo tales condiciones ¿Cómo trasmitirle la
importancia de la memoria, del pasado? ¿Cómo edificar espacios de conciencia
sobre nuestro tiempo histórico, político, cultural, social? Cambio de roles y
de emociones. De la memoria grávida a la memoria Ram.
¿Coexistencia
pacífica con los patrones del gusto?
Al mismo tiempo, la
globalización día a día nos bombardea con una estetización de la cultura que ha
impuesto el sensacionalismo, el placer por el placer, lo efímero, el
divertimento banal como máximas expresiones de la cultura. El llamado capitalismo artístico permea en todas
las sensibilidades, proyectando imaginarios dominados y organizados por la
rentabilidad mercantil. De este modo, la estetización parece estar en todas
partes, con sus estrategias de seducción que estilizan la vida cotidiana, manifestándose en la pulsión masiva del
diseño tanto en la industria como en el comercio, en el hiperturismo, la música,
los cosméticos, la decoración del hogar, en los reality show, las pasarelas, los museos, en el fetichismo de
suvenires, baratijas y objetos kitsch; en la imagen de famosos y de los
llamados “genios creativos”…
Sin embargo, una
buena parte de estos usuarios viven en una grata coexistencia pacífica con los
dueños del globo. Afortunadamente existe otro porcentaje que vibra no al
unísono con los patrones del gusto y edifican ágoras virtuales críticas, vídeos
y ciber políticas como activistas digitales que, desde las redes, desentonan en
el coro global masivo, actuando como caballos de Troya digitales. Son
indignados en un mundo creado solo para la dignidad de los mercaderes globales.
Proponen novedosas maneras de protesta, de lucha y organización política, son
los nuevos líderes de las ciber-polis del futuro.
La generación ciber
pulgar tiene este y otros rostros, disímiles, etéreos, ambiguos. Son rostros
híbridos, producto de varias fusiones y mezclas político-culturales, un
arabesco plural mundial, disperso, indefinido, indeciso, de múltiples voces, en
diversas realidades. Hay una permanente interconexión ciber a cada segundo, a
toda hora; hay pluralidad de voces, de energías, de opiniones múltiples,
gracias a las redes por el mundo del Gran Hermano. Esto les agrada, pero a la
vez los confunde, los difumina de lo real-real, los deja en la ingravidez de
los acontecimientos.
Mientras veloces
pulgares tocan, o solo rozan sus dispositivos electrónicos; mientras, bajo
cualquier circunstancia, momento o situación, rápidos pulgares envían mensajes,
encuentran buscadores, se conectan y registran una condición efímera de lo
comunitario, infinidad de datos de las ideologías mercantiles son asimilados
como demiurgos absolutos. Y es desde aquí de donde levantamos una tesis que se
nos ha vuelto herida, cuestión dramática por su preocupación histórica: ¿No
será esta la generación que en su gran mayoría ha sido seducida y manipulada
por las derechas mundiales, y en nuestro caso, latinoamericanas? Apariencia de
democracia digital, desvelamiento de la enajenación mediática. Planteadas sólo
como tesis para reflexionar y generar el debate, es preocupante dicha situación
para las democracias participativas que soñamos lograr.
Insistimos: estamos
ante otra idea de espacio, de tiempo, otro saber, otra historia, otra
sensibilidad, otra memoria, suministradas por un despotismo dichoso; sobre
todo, bajo otra forma de asumir y de pensar el mundo. Nos interrogamos si esta
situación está impactando en una des-educación política, cultural, social,
minimizando al pensamiento contra sistema. Aparente libertad de navegación,
pero nuevas formas de neo-esclavitud digital.
El Síndrome del
Fotoadicto
Como tal, la
generación “pulgarcita” vive de instantes plenos de fugacidad inmediatista, de masivos espectáculos, del
culto a la intimidad expuesta en público, con lo que los problemas personales
asumen puesto de honor en la escena social. Más aún, ahora se une la
foto-adicción o el llamado por nosotros, síndrome
fotoadicto cotidiano, adquirido y propagado como una patología
tecno-cultural de última generación.
A toda hora, a cada
instante, este síndrome se vuelve un dispositivo no solo del divertimento, sino
vigilante y de control. Nos convertimos en vigilantes-vigilados, pero también
en posibles creadores-creados. Una gama de posibilidades se abre entonces.
Gestación de fotos hasta el infinito, tantas que ya no hay nada para ver. La
fotografía, asumida así, muere por hiper-iconoadicción. Prolifera la
hiper-imagen, se anula la micro-mirada. La condición del arte en la era de la
reproductividad digital anuncia un ritmo distinto aurático secular. La
fotografía digital registra no solo la acumulación sino el desecho y el
reemplazo. Minutos después de fotografiar cualquier acontecimiento se le
deshecha por uno tan o más trivial como el anterior. La cámara se convierte en
un acumulador de artefactos simbólicos fugaces, que se guardan en un
transitorio archivo, rumbo al olvido, al vertedero digital.
He aquí lo
interesante: la era del botadero adquiere estatus soberano. En la
multiplicación de las fotos, transformadas ahora en íconos efímeros, lo único
que cuenta es el acontecimiento, la experiencia de lo inmediato, no sus
productos como memoria grávida, no el resultado vital ni artístico, sino el
sensacionalismo expuesto en el instante del click. Es como si el síndrome del
acumulador nos poseyera; la pulsión del que acumula por acumular es el síntoma
fotográfico de nuestro tiempo: enfoque, haga click, guarde, enfoque de nuevo
por tres veces, guarde por tres veces, por infinitud de veces, la misma pose y
reemplace de inmediato.
Síndrome del
fotoadicto: súbalas a Facebook, a Instagram, a las redes sociales, donde llegan
a poseer una rentabilidad simbólica, pura y llana publicidad de lo íntimo y
colectivo, con las etiquetas de las vidrieras globales.
¿Prosumidores
autómatas?
¿No habrá sido
bastante fuerte la influencia de todos estos procesos globales en las nuevas
mentalidades y en los imaginarios de una generación hecha a la medida de las
necesidades del cliente? ¿Son ciudadanos usuarios y consumidores, o prosumidores autómatas, que producen
guiados por el reino del mercado? Es innegable que aquí también existen
resistencias y re-existencias de ciudadanos prosumidores
autónomos, autoconscientes de los procesos artísticos, sociales y
políticos. Al decir de García Canclini, en esta sociedad de la
hiper-información “tener más noticias, que se reemplazan con vértigo cada hora,
contribuye poco a la democracia y a la participación, o a la desmitificación de
lo encubierto: ´puede llevar incluso a
un ambiente de antipolítica -escribe Natalie Fenton-, puede detener la
participación política en la esfera pública y disminuir la democracia. Las
noticias también pueden ser desdemocratizantes´ (…)” (García Canclini, 214, p.
123).
Bajo estas
circunstancias, la generación “Pulgarcita” pone al descubierto la crisis del
sentido de lo público y de lo político, como también la virtualización que
vuelve ineficaz a los movimientos sociales, pues junto a la fuerza de
convocatoria de las redes para las protestas, se hace evidente su inutilidad
para transformar las realidades concretas, debido a la sordera cínica de
gobiernos y poderosos, que invisibilizan
y desaparecen a la sociedad civil.
De nuevo, insistimos:
a pesar de la existencia de redes digitales de resistencia (caso Wikileaks de
Julián Assange o Edward Joseph Snowden, por ejemplo), la guerra por ganarse el
espíritu y las conciencias juveniles, emprendida por los oligopolios
mediáticos, es impresionante y exagerada. “¿Es posible ser ciudadanos
responsables, eficaces, en este tiempo en que nuestros escritos y actos más
íntimos son vigilados por alianzas de empresas transnacionales y gobiernos?”,
se pregunta García Canclini, en torno al tema de la despolitización de los
jóvenes. ¿Indiferencia e ignorancia, o rebeldía ante las propuestas políticas
fracasadas de sus padres?
Hoy es también el
tiempo para preguntarnos con Walter Benjamin “¿Qué valor tiene toda la cultura
cuando la experiencia no nos conecta con ella? (…) Admitámoslo; esta pobreza de
experiencia es pobreza, pero lo es no sólo de experiencias privadas, sino de
experiencias de la humanidad. Es, por tanto, una especie de nueva barbarie”
(Benjamin, 2012, p.83).
Quizás sea esta la
nueva barbarie mediática en la que nos han introducido los dueños de los
macroproyectos mediáticos y mercantiles, los cuales nos desconectan de una
cultura viva, propositiva, activa, creadora, dialogante, analítica e inventora
de otros mundos posibles, conduciéndonos no a la imaginación poético-creativa,
sino a la barbarie frenética destructiva. Por ello, con verdadera preocupación
ante los actuales acontecimientos neofascistas mediáticos; con prudencia, pero
a la vez con tensión crítica por las condiciones de la generación
digito-pulgar, podemos decir con Benjamin estas líneas escritas en 1933, en
pleno auge y poderío del Nacismo alemán: “Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido
perdiendo uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad; a menudo hemos tenido que empeñarlos en la
casa de préstamos por la céntima parte de su valor, a cambio de la calderilla
de lo ‘actual’”. (2012, p.88).
* Poeta, ensayista y docente
universitario.