Álvaro
Marín
Escritor y periodista colombiano. Sus ensayos
críticos sobre cultura y literatura se publicaron en El Magazín del diario El
Espectador durante los años 90. En poesía publicó Noche Líquida,
mención en el Premio Latinoamericano de Poesía convocado por
la revista Prometeo; su libro Jinete de sombras (1992) obtuvo
un premio en la Casa de Poesía Fernando Mejía de Manizales. El libro de ensayo La
brújula no quiere marcar más el norte fue publicado en el año 1997 por
la editorial Magisterio de Bogotá. En Caracas publicó Estrategia
continental, en el año 2008, libro de ensayo sobre cultura
latinoamericana y literatura. Otro de sus libros de ensayo crítico
es La biodiversidad es la cabalgadura de la muerte, libro que
trata sobre el desplazamiento en Colombia. Con la crónica Humboldt y
las manzanas podridas, el Instituto de las artes de Bogotá le concedió el
premio en este género en el año 2011, en el mismo año el
Centro de Poesía José Hierro de España le concedió mención en el Premio
Internacional de Poesía Margarita Hierro.
En el campo de la comunicación, las investigaciones
desarrolladas sobre los procesos alternativos han sido herramientas de trabajo
de organizaciones sociales y comunitarias. Coordinador del Movimiento de Artistas e
Intelectuales por la Paz promovido desde el Festival de Poesía de Medellín
desde el año 2007. En su reflexión ensayística los principales
aportes se han desarrollado en temas relacionados con la cultura
latinoamericana y las recientes políticas culturales.
Los textos publicados a
continuación hacen parte del libro Conjeturas sobre la falsa creación
del hombre, recientemente ganador del VII Concurso Nacional de libro
de Poesía Universidad Industrial de Santander, que al decir del jurado resalta
“la unidad temática a través de una estructura basada en la reflexión e
indagación constante sobre el ser y la razón de su presencia en el tiempo y el
espacio señalado…”
CUATRO POEMAS
DE ÁLVARO MARÍN
Conjeturas sobre la falsa
creación del hombre
Después de la caída al hombre
todavía le quedan alas. Algunas veces las mueve y todos lo rodeamos; es un
rito, siempre que sus alas se mueven lo observamos atentos, esperamos el
momento de su levitación, pero vuelve a caer... pesado sobre la dura tierra.
Recae
luego insiste, rueda o se desliza hasta volver a empezar el ascenso. Bordea la
cima y vuelve a caer. Intenta algunas veces desde la armazón de un pájaro
mecánico, y vuelve y cae. No puede negar su vocación terrestre.
Es falso que el hombre esté consumado, con la
carcasa de sus huesos no logra levantar un refugio para un ser diferenciado. En
todo caso el hombre aún no tiene siquiera la habilidad del escarabajo, sus alas
rotas le estorban para caminar, su peso muerto es su pesada y persistente
sombra.
Poema
no escrito
La hilandera ovilla
nuestros pasos en la rueca del tiempo
y el poema no está
escrito.
Con jugos vegetales
la hilandera tiñe el hilo,
la hilandera canta.
La hilandera teje los
rostros de los que se fueron,
de los que dejaron de
ser, y el poema no está escrito.
De alguna manera el
hilo conoce nuestra entrada y nuestra salida, el hilo sabe lo que buscamos,
aunque la hilandera
no lo sepa.
El hilo no tiene
principio ni fin, se ensortija
en los velos del
agua.
Teje para que fluya
el agua,
teje para ensartar
los peces,
teje para que no
terminen los días fraternos,
teje para proteger
los nacimientos y el lugar
de origen.
Teje siempre, teje
para demorar a la hilandera,
teje para enredar a
la muerte
aunque el poema no
esté escrito.
Poema
de las almas muertas
Cómo entender
Los prolongados
silencios del árbol
Cómo discutir el
monólogo del río
Cómo iluminar el
resplandor de un incendio
Cómo leer la sangre
abierta.
Cómo curar las
heridas del día
Cómo leer las manchas
del sol
Cómo cantar estas
muertes.
Cómo entender al
trastornado
Cómo curar los
rostros del miedo
Cómo contarle al que
pasa
Cómo hablarle al que
pasa
Y cómo,
Si lo que pasa, lo
que atraviesa esta noche
Son trescientas mil
almas caídas en la guerra.
Ocaso
de los dioses y de los hombres
Los hombres se
cansan, los dioses se cansan,
y los elementos se
cansan del cansancio de los dioses
y los hombres. Va la
manada humana, el mármol
de su palidez nos
eriza y hace más fúnebre su ocaso.
A dios que murió en
mayo lo enterramos bajo el cascajo, permanecimos en vela en la oscuridad alrededor del viejo,
en un silencio de
abismo, como si a todos nos sepultara la noche.
Pero ahora es la luz
y vamos de nuevo al laberinto de altos muros, llueve sin parar un polvo de
alabastro y de fósforo. No hay estrellas, no puede ser esta la tierra.