Por Hernando Isaías Urrutia*
Ahora que pienso
salir a la calle, se atraviesa la fastidiosa enfermera con cara de limón y
cuerpo de jeringa y de repeso la tengo que soportar en un espacio tan estrecho
como es el del ascensor. Lo de enfermera los sé no porque sea chismoso y le
viva averiguando la vida a los demás sino porque un día cuando se me presentó
una emergencia y no sabía qué hacer le pregunté al portero si conocía
a alguien que supiera de primeros auxilios y él me indicó a esa señora
que antes no tenía ni idea en que se ganaba la vida.
Como si fuera poco
también les da por salir al m ismo tiempo a otros vecinos y no se les ocurre
sino ahora, a lo que se agregan varios rostros que solo se ven en estos
espacios con sonrisa fingida y que de igual manera no sabe uno a qué se
dedican. Vidas totalmente anónimas, evidentes en estas aglomeraciones.
Por eso para no
tropezarme con nadie, espero a que no haya alguien para poder salir. Tiene
sus
Problemas. A veces se
me hace tarde porque ya voy a salir y preciso tiene que abrir la puerta
la pintorreteada de minifalda que parece una guacamaya y se viste casi
que con la bandera de Colombia y otros países juntos y me toca soportar su
compañía no sólo en el ascensor sino en el pasillo peatonal para llegar a él.
Confieso que no sé
qué decir, cómo entablar una conversación mientras transcurren esos
eternos segundos, ensayo mentalmente: Cómo se llama? No. Mejor Cómo te llamas?,
entre otras cosas a mí que me importa cuál sea el nombre, lo que me interesa es
que se abra la puerta de la libertad.
Y si pregunto por el
nombre y a esa persona le suena a compinchería? No, mejor fijo la mirada en los
números del tablero que me dicen a cuanto estoy de salir del
sofoco.
Sé que estoy obrando
bien porque si pregunto y a este personaje le da por no contestarme.
!cómo será el ridículo¡¡Qué piedra¡¡¡ Quien me manda a ser tan
metido¡¡?Qué se llame como se le dé la gana¡ por cierto que a lo mejor
nunca la volveré a ver¡¡.
En mis noches de
insomnio me pongo a hacer inventario de los nombres que me sé de los
vecinos y me doy cuenta que si los supiera, en lugar de ovejas contaría
sus nombres, pero no. Y entre otras cosas pregunto: Para qué si
escasamente el saludo y no se mete uno en la vida de los demás, agradeciendo a
los constructores que afortunadamente las edificaciones modernas se
diseñaron para evitar el chismorreo, para que nadie se quedara conversando
horas y horas rajando de todo el mundo o sea, cada uno en lo suyo porque
en lo que a mí respecta no me importa la vida de los demás para que
no se metan con la mía.
Por eso me apresuro a
llegar a mi apartamento lo más pronto posible y refugiarme en
la soledad, en mi soledad.
Claro que no
hay dicha completa porque a veces interrumpe mi tranquilidad el ruido de
alguna mascota que dejaron encerrada y no está acostumbrada por lo que chilla y
chilla Y CHILLA¡¡¡¡.
Penetrando sus
sonidos hasta los tuétanos.
Trato de aguantar
pensando en que ya va a dejar de ladrar pero nada y no me queda más
remedio que llamar a la recepción porque el portero es la única persona
que conoce a todos los habitantes del edificio. Me quejo de la
indolencia del dueño del perro y me contesta que a este irresponsable le dió
por enfermarse y dejó encerrada a una pobre perrita pequinés (no sé si
ladra en chino y con las correcciones idiomáticas tendríamos que decir
beijinés),!!! y no hay quien la cuide¡¡¡ y uno si tiene que mamarse día y
noche la serenata¡¡.
Por fortuna más
vecinos y vecinas se quejan y el administrador se vio obligado a comunicarse
con algún familiar para que
resuelva el problema.
Qué se aliente o se
muera pero que solucione esa situación¡¡¡
Es de anotar que la
perrita no es el mismo piso mío, pero se oye por todos los rincones como
si estuviera en la oreja de uno. Y para rematar esta paredes parecen de cartón,
se oye absolutamente todo, hasta el punto que se sabe a qué horas
empiezan y a qué horas terminan de hacer el amor el matrimonio de al pie y
cuando discuten todo mundo se entera ,lo que ha generado una diversión:
existen aficionados a los números que llevan la cuenta de cada
madrazo emitido en el conjunto y lo que más risa me da es aquel
contador público del 504 que se porta tan decente en las asambleas de
propietarios, demostrando una cultura intachable ,con una voz sedosa que
deja en el ambiente una grata impresión: Pide la palabra e incluso la cede a
alguien que es más atacado, mide muy bien lo que va a decir y sus
reclamos están llenos de prudencia acompañados por una sonrisa incluso
cuando se genera alguna discusión . Pues ese mismo señor es el que más madrazos
tienen registrados los estadígrafos en las discusiones con su
esposa.
Además….¡Qué belleza
de vecinos llegan a veces .Con el cuento de que están en su casa, en su
espacio, arman semejantes rumbas que no vale a veces ni echarles la policía,
porque le bajan al volumen mientras ellos están ahí pero apenas se van vuelven
a subirle al equipo o grabadora o lo que tengan. Lo que más me molesta es que a
veces coincide el ritual del matrimonio con la invasión sonora y no lo
deja a uno escuchar lo que sucede en el apartamento vecino.
En lugar de callarse
los de la música lo que argumentan es que el resto de habitantes somos
unos amargados. En fin vivir así no es fácil más cuando se le agrega otro
ingrediente: esos chinos del carajo!!
Qué la bicicleta, qué
el balón, qué la tabla. Esta última es la que he tenido que cantarles
para que no me jodan en la puerta!!,
Qué no tiene en donde
jugar. ¿Y yo tengo la culpa que esos constructores avarientos no diseñen
Un sitio para ellos?
pues que pongan a un niño o una niña a diseñar los conjuntos porque los adultos
no piensan en ellos. Pero yo tengo la culpa?
Entonces qué hago, me
pregunto. Estoy condenado a tolerarme todas estas incomodidades?
Tengo la culpa de los
perros desesperantes, de la falta de espacios, de las excentricidades de
mi vecina, de lo
público en un acto íntimo,?.
Debo comprar todo el
piso, para ganar tranquilidad? He buscado afuera pero lo que encuentro es
una inseguridad rampante. Al menos aquí adentro se siente uno
protegido.
Todo esto pienso
mientras espero el ascensor y miro para todos lados “haciendo fuerza”
porque no aparezcan los personajes que no quiero encontrar.
*Cuentista y
periodista colombiano