Reinventar la
novela - Entrevista
Por Gonzalo Márquez Cristo y
Amparo Osorio
Nació en México D.F. en 1935. Es una
de las figuras más destacadas de la generación posterior al «Boom
Latinoamericano». Su actividad laboral y artística ha sido múltiple
alcanzando reconocimiento como publicista, diplomático, locutor de la BBC,
pintor, poeta y especialmente como novelista, disciplina en la que ha obtenido
los premios: Rómulo Gallegos por Palinuro de México en 1982, el galardón
a la Mejor Novela Extranjera Publicada en Francia por Noticias del imperio
en 1985, y las becas Guggenheim 1971 y 1981. Es miembro del Colegio Nacional de
México. Es autor además de las novelas: José Trigo (1966) y Linda 67
(1995); y de los poemarios Sonetos de lo diario (1958), De la A a la
Z (1988), Paleta de diez colores (1990) y Castillos en el aire (2002).
En este diálogo
con los directores de Con-Fabulación, el escritor mexicano recién galardonado
con el Premio Cervantes 2015, analizó las oscuras implicaciones de Mayo del 68
en su país, la labor heroicida de los novelistas contemporáneos, y por
último avizora el rumbo de la novela en el mundo.
Al culminar la conferencia y la
improvisada sesión con los cazadores de autógrafos, Fernando del Paso, una de
las figuras estelares de Feria Internacional del Libro de Bogotá (1994), quedó
solo en el enorme salón que momentos antes había albergado a 200 personas y se
dispuso a caminar lentamente hacia la salida, produciéndonos una sensación de
desconcierto, o más exactamente de abandono.
Al abordarlo vimos como se acomodaba los
puños de la camisa y con impecables ademanes de diplomático, aceptó con
sobriedad nuestra propuesta periodística. Se arregló la corbata con una minucia
exasperante y posteriormente sugirió que buscáramos el rincón más alejado con
el propósito de no ser interrumpidos. Desplazamos sillas y una mesa para
acomodarnos y encendiendo la grabadora, estábamos a punto de comenzar el
interrogatorio cuando apareció intempestivamente el escritor Gustavo Quezada
decidido a tomarse una fotografía con el admirado novelista; por lo cual
asumimos prestos las exigencias escenográficas del amigo, y caminamos detrás de
Fernando Del Paso y de Quezada, por todo el salón captándolos en las más
pintorescas posiciones hasta que próximos a la fatiga optaron por finalizar el
inesperado estudio fotográfico.
Recobrando la calma regresamos a nuestro
lugar dispuesto para el rito y ya próximos a iniciarlo, sin preámbulo alguno,
Gustavo decidió lanzar la primera pregunta:
—¿La novela que carece de poesía tendrá
porvenir en este tiempo donde lo audiovisual se ha convertido en dictadura?
Advertimos que la conversación tomaría
otro rumbo y que aún con uno de los novelistas más destacados, famoso por sus
obras voluminosas y por una fuerza narrativa que incluso atrapa su obra
poética, estábamos abocados a ingresar en ese dominio secreto y revelador que
siempre nos persigue. Entonces lo escuchamos responder:
—La poesía debe asaltar todas las
manifestaciones artísticas que pretendan ser memorables. A mí me extraña que
tantos novelistas jóvenes que conozco no son lectores de este género mayor y
que pretenden exteriorizar sus obras hasta convertirlas en guiones
cinematográficos. Si la novela puede ser llevada al cine no creo que deba
seguir existiendo. El territorio de la novela es mucho más complejo, cargado de
ecos memoriosos, de reflexiones, de monólogos interiores, de sensaciones
estremecedoras, de un clima verbal que no puede traducirse a otro medio
expresivo.
Después de la aguda respuesta, Quezada
se disculpó abandonando la sala pero ya nos había dejado inmersos en otro
apasionante destino reflexivo. Sin embargo —de nuevo— en los instantes previos
al inicio de nuestro ejercicio inquisitorial, un grupo de universitarios
reconoció a Del Paso y aproximándose con algarabía nos interrumpió para
conseguir los autógrafos a sus recién comprados ejemplares de Noticias del
imperio. Esperamos a que cumplieran su cometido y posteriormente, al borde
del fracaso, inauguramos con la siguiente pregunta la tan comprometida
conversación:
—El Naturalismo separó a la novela de
la poesía, sin embargo tentativas como la de Broch, Guimaraes Rosa, Rulfo,
Yourcenar, Breton, han logrado fusionarlas...
—Más que tentativas han sido éxitos, y
fueron pretensiones absolutamente cumplidas. La Muerte de Virgilio de
Hermann Broch es una novela llena de poesía. Lo mismo ocurre en la obra de
Yourcenar. No obstante la pregunta involucra al Naturalismo. Y Zola era
un experimentador que se salvó por casualidad, porque tenía talento, y si no él
mismo habría asesinado su propia novela. Porque su postulado era tan rígido
como la Nueva Novela Francesa; pero son teorías simplemente... En la literatura
no existe ningún tabú, cada autor vuelve a reinventar la técnica. Toda novela
reinventa a la novela, y todo escritor se fija sus límites. En otras palabras
afirmo que cada libro establece sus reglas de juego y no puede uno escapar de
ellas. Pero afortunadamente no hay reglas universales.
—Si como se ha dicho: «cada juicio
ético niega los otros», ¿cuál es su posición retrospectiva sobre los hechos de
Mayo del 68 ahora que se han cumplido 25 años de la noche de las barricadas de
París?
—Todo lo que pasó en la Revolución de
Mayo del 68 en París para los mexicanos quedó sepultado bajo la sombra de lo
que pasó en Tlatelolco. Porque en París creo que murieron dos estudiantes y
casi por accidente, mientras que en México hubo una represión brutal, constante,
hasta culminar con la masacre de octubre en la Plaza de las Tres Culturas,
donde mataron probablemente a mil o mil quinientos muchachos, y además después
invadieron los edificios, especialmente el Chihuahua; tumbaron las puertas
donde no les abrían; asesinaban a la gente, a los estudiantes que se refugiaban
ahí, o los sacaban a rastras y nunca se los
volvía a ver. Estos gravísimos acontecimientos ensombrecieron el mítico
mayo. Pero a final de cuentas como dijo H.P. Taylor refiriéndose a las revoluciones
del 48 en Europa, en Budapest, en Viena, en varias ciudades europeas: «Fueron
el punto culminante de la historia, en los cuales la historia no pudo
culminar». Todo parecería que el 68 en París y en México fueron puntos
culminantes donde la historia no pudo culminar. Desde luego la perspectiva
histórica nos va a decir realmente qué ocurrió, sí eso realmente cambió la
historia de Francia y transformó el devenir de México.
—¿Cree, como dice Paz, que la novela
moderna examina y niega a los héroes hasta cuando se apiada de ellos?
—Probablemente sí, ya pasó la novela de
los héroes... Yo me esmero en Palinuro por hacerlos semi-hérores nada
más. Cuando Palinuro dice con un pie en la silla: «Esto es un pedestal», yo me
quedo con la mitad arriba y con la mitad abajo. Y en la novela histórica por lo
que uno sabe que son personajes reales mitificados es necesaria una labor
humanizadora. Si Juárez fue un héroe, lo que trataba yo desesperadamente y creo
que lo logré, fue hacerlo al menos un ser humano, bajarlo de su pedestal.
—¿La novela histórica es una
imposición editorial o la necesaria invención de un pasado que nunca pudo
pertenecernos?
—Ambas cosas. Las grandes editoriales
españolas de pronto se interesan por publicar nuestro pasado, nuestra memoria,
porque ya es inofensiva. Y por otro lado los cultores de esta temática
histórica nos adentramos con ardor en el fascinante mundo de lo ocurrido y
jugamos con la opción de explicar a partir de allí las heridas y cicatrices de
nuestro presente.
—Usted es una de las principales
voces que prosiguieron al «Boom Latinoamericano», ¿cómo analiza este fenómeno
ahora que han pasado tres décadas de su nacimiento?
—El Boom fue una maniobra de
mercadotecnia, de publicidad, con la ventaja de que la mercancía era buena, era
noble. Pero realmente fue un gran aparato publicitario de distribución, que
según dicen, inventó Carmen Balcells con Carlos Barral, provocando una oleada
de interés en Europa y otros continentes. Pero la gran novela latinoamericana,
arranca desde mucho antes, desde Ulsar Pietri con Las lanzas coloradas o
Martínez Guzmán con La sombra del caudillo, y con Carpentier... Por mi
parte publiqué en 1966 José Trigo, coincidiendo cronológicamente con Cien
años de soledad, o sea que pertenece a la misma época.
—A sus novelas las han circunscrito
dentro del término de «novela total»; las complejas estructuras, los juegos
temporales, las referencias míticas, los vastos monólogos, el andamiaje técnico
desmesurado, hacen pensar que la novela está avanzando hacia un lugar donde es
insustituible, intraducible a otro género, o a otra forma de expresión, tanto
escrita como audiovisual. ¿Existe acaso una crisis en la narrativa convencional
suplantada por el cine y la televisión…?
—Cuando la novela era más descriptiva
era más fácil trasladarla a otro género. Con el nacimiento de la fotografía
cambió la pintura y luego con el nacimiento del cine la novela. Por eso ya no
necesitamos describir un salón, nos basta un detallito para que el lector lo
imagine. El lector ha visto tantas películas, ha visto selvas, desfiles, tantas
cosas, que eso acude en auxilio de la novela. El lector ya tiene una vasta
memoria cinematográfica. Y por otra parte el gran lenguaje de la novela
indudablemente es intraducible, y por eso las versiones de Pedro Páramo
han fracasado siempre, y es impensable llevar al cine La Muerte de Virgilio.
Aunque quizá se podría hacer una buena película: no sería La Muerte de
Virgilio. Así, la única excepción de una película que haya mejorado al
libro fue Lo que el viento se llevó. Porque por ejemplo, la Muerte en
Venecia de Visconti es una aproximación fantástica a la obra de Mann, pero
no es aquella novela. Entonces son dos lenguajes distintos. La literatura,
arriba a un momento en que tiene un lenguaje absolutamente intraducible a otro
medio.
—¿Comparte la profecía borgeana de
que en el siglo XXI se escribirá posiblemente como Homero?
—Es difícil establecer la relación entre
novela y tiempo y profecía. Cuando se dan esos novelones como Terra Nostra
de Fuentes, y si me permiten citar algo mío, como Palinuro... donde un
autor invierte años de vida sin ningún temor, sin preocuparse por la
perdurabilidad de su obra... Sin embargo podemos plantearnos un fenómeno muy
raro de nuestra época. La novela, hasta la mala novela ha aumentado de volumen.
Y para volver a la premonición de Borges creo que sin duda se harán grandes
epopeyas, tal vez... Pero además, Homero no escribía porque era ciego.
—Se ha hablado del fin de las
ideologías e incluso del fin del tiempo. ¿Cuál es su opinión sobre la amenaza
teórica en que se encuentra la historia lineal fundamentada por la visión
temporal del cristianismo?
—Me parece que se habló del Fin de la
Historia mucho antes del derrumbe de la Unión Soviética. Y se volvió a
reinventar la historia. Fue una gran sorpresa, inimaginable, el derrumbe de ese
imperio. Descubrimos que era una agrupación de repúblicas distintas, con una
enorme diversidad de razas, de costumbres y de lenguas. Y ahora que ya la
sabemos, nos damos cuenta de que en la propia Rusia también hay una gran
diversidad... Imaginemos ese desmoronamiento de lo erosionado. La historia
siempre se vuelve a inventar, la historia no termina. El tiempo puede terminar
porque sabemos que el planeta puede desparecer por alguna razón. No obstante el
tiempo, en su concepción lineal, es algo que nos sirve cotidianamente. Pero el
tiempo no es lineal porque podríamos recordar una de las polémicas de San
Buenaventura y de Santo Tomás de Aquino, sobre por qué el tiempo no puede ser
infinito; pues si fuera infinito antes de este día habría habido un número
infinito de días, por lo tanto este día no habría llegado nunca, ni ningún día
hubiera llegado jamás. Y ese es su misterio. Pero claro lo que pasa es que el
tiempo no existe: lo hemos inventado nosotros. Sin embargo y
contradictoriamente sí existe. O sea, no es verdad ni es mentira. Y como la
novela, todavía debemos gozarlo y padecerlo.
En ese momento escuchamos unos taconeos
acercándose y luego el festivo ingreso de dos inquietantes mujeres que buscaban
al afamado escritor mexicano con una cámara y un extenso cuestionario, y ante
la posibilidad de estar obligados a iniciar otro repentino estudio fotográfico
o a cambiar abruptamente de tema, decidimos escabullirnos aprovechando que
nuestro personaje se levantaba cortésmente para saludarlas mientras una de
ellas leía con admiración un deleitoso fragmento de su novela más reconocida:
«Cuando me quedé sola abrí las ventanas.
Me desnudé y me acosté boca arriba. Me unté entonces un poco de miel en los
labios y en los pezones. Me unté otro poco en el vello que me había nacido
entre los muslos, y cerré los ojos, y convoqué a las moscas».
Fernando del Paso se ruborizó ante el
despiadado asalto femenino y no tuvimos otra alternativa que abandonarlo a su
peligrosa suerte mientras apresurados escapábamos de la torrencial lluvia de
abril.
(Este reportaje pertenece
al libro Grandes entrevistas de Común
Presencia)