Por G. Jaramillo Rojas
En la ciudad
portuaria, vetusta y maloliente, una dichosa caja abierta que reventaba sobre
el suelo con alegres combustiones alcohólicas, llamó mi atención. A simple
vista parecía estar vacía. Fui hasta ella. Adentro, una botella de ordinario
chardonnay cuyo preciado líquido podía confundirse fácilmente con cualquier
tipo de óxido. Se traslucían unos buenos tragos. Empecé a beberlos con calma
mientras la multitud inventaba su alegría. Un peso muerto entró en mi cabeza.
Seguí la dirección contraria de los borrachos aceptando sus miradas animales y
arrogantes. Devasté sus ojos rojos y eché a perder los míos. Observé como
descendían algunos por las calles húmedas y también cómo otros se encaramaban
tenazmente por la irritada espiral de sus letargos indefinibles e irreparables.
Me pareció que a esas alturas de la primera mañana del año el espectro de la
noche anterior –que era también el del año anterior u otro tiempo remoto- nadie
tenía chance de militar en su propia vida, y que si había una opción de algo
más digno que errar por el puerto, era trepar ese tímido sol de enero que se
asomaba por el muelle civil y batallar con ese viento susurrante que me impedía
dar buena categoría a mi juiciosa y agigantada soledad. La necesaria batalla
conservaría la vieja tradición humana de superar el remordimiento original, que
consiste en guerrear contra el célebre y huraño silencio de los dioses ante la
maravillosa y pecaminosa beodez. Se trataba, entonces, de hundir los fantasmas
de la vida circunspecta y subsistir entre el nauseabundo y glorioso tufo de los
más zarrapastrosos alcoholes. Avanzar o detenerse, era lo mismo. Daba lo mismo.
Si avanzaba debía amplificar, en lo posible, los últimos andenes antes del mar
para evitar terminar con todo –vida incluida-. Si me detenía, tenía que sortear
la inmundicia, manchada y polvorienta y rasguñada, de una bahía puntiaguda
atiborrada de enajenados. Seguí. Los barcos descansaban. Flotaban sobre la sal
con las velas extendidas. Y la gente rara no dormía, sólo hacía levitar sus
adentros sobre el novedoso tiempo con los ojos bien abiertos. Todos los oleajes
arrastran sin rumbo y todas las botellas también –pensé-. He ahí la turbulencia
de una magia y la fuerza de la convicción que tiene el aire después de la
tormenta. Pero mi tormenta seguía. Intenté imaginar un aire para después. Un
aire para mi artificiosa pesadumbre. Fracasé. Arrastraba conmigo la venturosa
botella de chardonnay. Asumí la última gota de esa proscrita perdición que debió
haber bebido otro. Mi garganta seca exigió respeto. Y mi cabeza también. Rompí
violentamente la botella justo en el improvisado antejardín de lo que me servía
como hogar desde que llegué a esta ciudad. La casera, desde la ventana, me
puteó en un español chileno que no entendí. Le sonreí cáusticamente. Entré con
dificultad a la oscuridad insoportable
de una casa que ha sobrevivido con todas sus averías a una tierra que tiembla
una vez por semana. En lo hondo de la sala y en el fondo del espejo advertí mi
trocada figura y mis ojos desorbitados. No pude gritar. Y no era locura. No.
Corrí al patio persiguiendo un extraño instinto de conservación y me sentí otro
fútil trapo colgado en la ciudad de los trapos. Me creí garabateado como
cualquier muro de Cerro Alegre y engatusado por las enredaderas de los postes
con sus zapatillas colgantes y vigilantes como satélites, que me seducían con
su recortada y movediza sombra. Acerté a dormir. Cerré mis ojos pensando en Don
Nica -en lo cerca o lo lejos que podría estar de mí- y lo imaginé, con su siglo
encima, como una paloma fugitiva “que se burla de todo / más ridícula que una
escopeta / o que una rosa llena de piojos”. Un día así tuviste que haber
expectorado el antipoema Yo soy el individuo porque en Valparaíso nadie sabe
qué tiene adentro y menos un primero de enero ¿cierto Don Nica?
G. Jaramillo Rojas nació en 1987.
Estudió Sociología en el Externado de Colombia y, posteriormente, una maestría
en Sociología de la Cultura en alguna universidad argentina. Actualmente
trabaja como editor y redactor para revistas digitales y programas de radio
independientes de arte, cultura y sociedad en Buenos Aires y Montevideo.