(Fragmento)
Por Juan Carlos
Arboleda
“Días hay
que me domina un sentimiento más negro que
la más negra melancolía: el desprecio
hacia los hombres”. Nietzsche.
“Los libros son el refugio de todos los
insatisfechos y el asilo de todos los desastrados”. Stefan Zweig.
“Extraviado el camino desea haberlo perdido para siempre”. Michel Foucault.
El presente ensayo
nace de reflexiones en torno al sabio ateniense post-socrático Diógenes de Sínope, representante de
la escuela cínica, el cual
propone como modelo de vida a la acedia,
la abulia, la apatía y el pasotismo descarado. Quien alcanza la sabiduría, se subsume en el ocio-poético-contemplativo-de-cara-a-la-nada, para nada ni para nadie.
Quien ha profundizado dicha escuela cínica en el presente, es el filósofo
rumano E. M. Cioran, perfeccionando
claro está, al nihilismo pasivo no
transvalorativo de Nietzsche, de quien tomaremos sus más agudas reflexiones.
Aclaro que la lectura de dicho filósofo nihilista de la post-modernidad, me
fue de mucha ayuda para superar una depresión
melancólica que casi me lleva al suicidio;
una desesperanza absoluta
por la ausencia total del sentido de la
vida y la existencia.
Resulta paradójico que, precisamente, mediante la reflexión filosófica nihilista, pueda
uno superar la tristeza anonadante.
Con todo, éstos son los enunciados fundamentales de
Cioran entreverados con
comentarios míos.
Día por día, se vuelve más insensato el hecho de
promover acciones, esperanzas,
caridades, proyectos y toda esa basura
asquerosa, esto es, las tan renombradas “virtudes-teologales-cristianas” de corte nauseabundo, que alimentan el optimismo, la consistencia del ser, la ilusión del progreso y el apego
insensato a la vida:
Estoy de acuerdo con lo que expresa E. M. Cioran en su libro “En-Las-Cimas-de-la-Desesperación”:
Debemos propender por "el-supremo-desánimo" y adquirir una aversión irrenunciable al espantoso amanecer; aborrecer el injusto
nacimiento.
¡Hay tanta desesperanza
detrás de cada aurora!
Todavía no
se entiende “por qué hay que hacer amigos, trabajar, estudiar, guardar
buena reputación, reproducirse y todo ese tipo de insensateces que constituyen la
vida-normal-humana", nos
dice Cioran.
¿Los más repugnantes de todos? Aquellos que creen en la riqueza, el éxito y la gloria de su nombre para la posteridad: ¡hay que quemarlos vivos!
“¿Hay
algo entonces que no ofrezca la ocasión
de morir?”
“Aferrarse al absurdo y a la inutilidad
absoluta”, expresa lúcidamente Cioran.
¿Será que no se han enterado de que "Dios-ha-muerto", el humanismo ha
muerto, la cultura ha muerto, el espíritu ha muerto y que también, “el-super-hombre” y Nietzsche han muerto
y que lo único real es el vacío,
cada vez más árido y más vacío? ¡Digo yo en medio de la desesperación y el asco!
“¿Acaso somos más felices porque otros se sacrificaron por nosotros en
el pasado?”, vuelve y pregunta,
lúcidamente, Cioran.
¿Para qué apocalipsis
y profetas de la tribulación futura, si día por día, vivimos el desastre de nuestra biografía personal?
¡Pregunto
yo con la cuchilla en la mano!
¡El futuro
está demasiado desprestigiado para
seguir creyendo en él!
Hacia el futuro sólo nos
espera lo peor!
Les grité desesperado
al “libre-mercado”, a la “pútrida-globalización” y al mamertismo trasnochado del “socialismo”
totalitario del siglo XXI.
Pero bien, sigamos con el inmenso Cioran en donde lucidez
y desesperanza son sus hermanas gemelas.
“Quienes sienten realmente el peso de su propio espíritu lo toleran con orgullo, o lo presentan como una calamidad”.
“La presencia
del espíritu indica
siempre una carencia de vida,
mucha soledad y un sufrimiento prolongado”.
(Lo anterior es para
aquellos que nos hemos arriesgado a salir del género humano y adentrarnos en
soledades puras y pesadas; pútamente pesadas).
Lucifer no nos ha
condenado a la soledad; sólo nos ha condenado a estar con nosotros mismos.
Al fin y al cabo, lo que
llamamos “espíritu”, no es más que toda esa degeneración biológica que hemos
tenido que pagar por cada interioridad alcanzada.
Hay cosas demasiado
in-humanas por esa “virtud” llamada “espíritu”.
Pero bien, sigamos con el inmenso Cioran.
“Por eso he comprendido que los hombres más atormentados, aquellos cuya dinámica
interior alcanza el paroxismo y
que no pueden adaptarse a la apatía habitual, están condenados al hundimiento”.
(Es obvio que está
hablando de creadores dionisíacos forjadores de una voluntad para el abismo y
moradores de una tenebrosa obscuridad, como nosotros, los únicos, los
irrepetibles).
La “apatía habitual” es
propia de la inercia de aquellos sumisos a la moral del rebaño; de aquellos que
no tienen la creatividad de vivir su propia vida y adentrarse en su propio
espíritu.
“Quienes viven
sin preocuparse por lo esencial
se hayan salvados desde el principio; pero, ¿tienen algo que salvar ellos que no conocen el mínimo peligro”?
(Es obvio que se refiere
al burócrata de mierda con su corbatita de mierda).
“Yo no puedo aportar nada al mundo, pues mi manera
de vivir es única: la de la agonía”.
(¿Ahora si entienden por
qué nunca pude conseguir “trabajo”?).
Mi desprecio por la
utilidad es total. Sólo es libre quien no sirve para nada.
* * *