El siguiente relato perteneciente a la obra Una lección de la vida (1984) de Luis Fayad, el importante escritor colombiano afincado hace décadas en Berlín, fue cedido por su autor exclusivamente para Con-Fabulación.
LA COMPRA DE UN LIBRO
La librería de viejo
de don Julio, a partir de la puerta, incluida la pesada aldaba en forma de
cabeza de león y los goznes embadurnados por manos inexpertas para cubrir la
herrumbre, hasta el estante del fondo, y los anaqueles laterales repletos de
libros y de revistas que se habían oscurecido con el mismo tono y se
apretujaban con un solo olor para todos, e incluido el propietario trajeado con
una blusa de dependiente extraída de alguno de los estantes, y el ancho
escritorio de caoba que como los mostradores de la entrada desprendía por su
antigua fortaleza una combinación de resina y de sudor, y los papeles y los
periódicos que desde hacía veinte años aguardaban ser ordenados en sus
rincones, constituía una vista más valiosa que cuanto se ponía en venta. Sin
embargo, al repasar la sección de las obras de Ciencias Políticas, el abogado
Vallejo divisó el canto de tafetán negro de una constitución inglesa del siglo
XVI transcrita en su lengua de origen. Aún ignoraba que había sido auspiciada
por Isabel I, y nada por el momento, ni el título English Constitution, le hizo fijar más la atención ni inspiró el
gesto presuroso de la mano. Luego leyó la fecha de edición en el año 1568, y
encandilado pasó por alto lo improbable de la visión. Don Julio, detrás del
escritorio en el que llevaba transcurrido el tiempo para que los libros que
alguna vez vendió como novedades resultaran ahora atractivos en la biblioteca,
había seguido desde su entrada los movimientos del posible y familiar
comprador, observándolos por rutina pero con una mirada atenta que regresaba a
las páginas que tenía enfrente. Cuando el abogado Vallejo vio la fecha,
reaccionó de manera que don Julio sintió el efecto de sus vibraciones. El
abogado Vallejo miró apenas la portada y la primera página roída y se dejó
llevar por el nerviosismo y por la general apariencia de objeto antiguo, e
inquirió el precio levantando la mano con el libro. Don Julio procedió conforme
a su experiencia, en la que hacía mucho no descubría un gesto comparable, y
desde su distancia y empezando a incorporarse mientras el abogado lo observaba,
pretendió analizar el libro cuyo valor era de dos pesos. Pero no lo dijo, calculó
que esa emoción valía cuatro veces más y sonrió con benevolencia compartiendo
el extraordinario suceso acaecido a su cliente. Caminó hacia él con paso lento
y casi arrastrando los pies.
---Ocho
---dijo.
---¿Ocho pesos, don
Julio? ---se le escapó el asombro al abogado Vallejo e iniciando un ademán para
hojear el libro agregó en un murmullo---: no puede ser.
---¿Y cuánto quiere
que valga? ---preguntó el otro hombre, cogió el libro de sus manos sin
dejárselo hojear todavía y contempló la portada y la contraportada, y para ver
si le sacaba al menos los cuatro pesos que consideraba normarles de acuerdo a
la primera sacudida, le puso un punto más alto:
---En realidad vale
nueve, pero ya se me salió decirle que ocho.
El abogado Vallejo
creyó resolver su confusión al suponer que don Julio abreviaba la charla y que
cuando decía ocho debía interpretarse como ochocientos o quizá ocho mil. Esta
última duda le quedó al abogado, sobre todo por ser posible aunque resultara el
valor de una casa, y mirando el libro, que el otro aún retenía, le pidió
revelar el precio sin ahorrar ningún cero. Don Julio conservaba la esperanza de
obtener los cuatro pesos, y haciendo creer que también él sabía deleitarse con
el bello ejemplar de la constitución isabelina, lo contempló de nuevo, se lo
devolvió al abogado Vallejo con alegría como si ya le perteneciera y le dijo:
---Esta bien, usted
es cliente de esta librería y no me va a dar sino siete pesos.
Sólo entonces el
abogado Vallejo empezó a sospechar que el guarismo que le daba don Julio no
tenía ningún cero, y ya con la certeza de su despiste se apresuró a hojear el
libro. Don Julio no pudo interpretar el cambio del semblante del abogado cuando
llegó a la primera página ni el color de sus mejillas al pasar a las dos
siguientes.
---Con razón el libro
vale eso ---exclamó el abogado. Don Julio pensó: “hubiera podido sacarle hasta
veinte pesos”. El abogado Vallejo se apartó y dio una vuelta por el local
mientras se recobraba, y empezó a sonreír y a reírse de las emociones que había
manifestado. Comprobó que el libro apenas si valía dos pesos, y sin embargo oyó
que don Julio le decía:
---¿Se da cuenta de
que vale casi veinte?
---Claro, don Julio
---se precipitó a decir el abogado Vallejo, preocupado más en su turbación que
en la voltereta de don Julio. Cuando pensó en sus movimientos se volvió hacia
él y lo vio con una interrogación en el rostro, y de pronto tan desconcertado
como seguramente se mostró el abogado Vallejo hasta hacía un momento. Se veía
además que empezaba a cansarse de negociar de pie. Los dos se miraron en
silencio, cada uno a la espera de que el otro precipitara el final. El abogado
Vallejo blandió el libro y dijo:
---Parece una edición
original.
---Si fuera así
costaría lo de tres casas ---repuso don Julio.
---Yo le había calculado
lo de una mansión ---dijo el abogado Vallejo.
---Y dentro de
cuatrocientos años costará lo de diez ---dijo don Julio y enseguida sonrió con
un gesto más real---: pero por ahora no vale sino casi veinte.
El abogado Vallejo
contempló al anciano darle la espalda, dirigirse al escritorio y descolgarse en
la silla liberando al alma del esfuerzo de acarrear el cuerpo, y pensó: “voy a
dejarle diez pesos”, y dijo:
---Pues sí, don
Julio, entonces cuál es el último precio.
Don Julio hizo un
intento por incorporarse que no llevó a su fin y lo único que logró fue
acomodar mejor los brazos en la silla.
---Usted sabe que
vale casi veinte ---dijo y simuló posar los ojos en la lectura que tenía sobre
el escritorio.
---Muy bien ---dijo
el abogado Vallejo y a estas palabras don Julio levantó con un movimiento
brusco la cara. El abogado agregó---: Le voy a dar diez pesos por este y por
este otro ---y tomó de los anaqueles un compendio de viejas leyes.
Don Julio quedó
azorado con su logro y escasamente pudo darle las gracias a su cliente y
ponerse a las órdenes para cualquier otro servicio, y el abogado Vallejo salió
de la librería pensando en lo que llevaba en las manos y olvidando los diez
pesos. En cambio don Julio contempló el billete sin que nada más le perturbara la
mente, se convenció de que era suyo y lo escondió en el bolsillo. Su primer
razonamiento fue: “tengo asegurada la comida de media semana”, y después quiso
abstraerse de nuevo en la lectura. Al poco rato lo distrajo un sentimiento que
lo hizo pensar: “pobre hombre, cómo se puso de rojo y de nervioso”. Y añadió:
“Seguramente está enfermo del estómago”.
Nació
en Bogotá en 1945. Ha publicado las novelas: Los parientes de Ester (1978),
Compañeros de viaje (1991), La caída de los puntos cardinales
(2000). Dentro del género del cuento: Los sonidos del
fuego (1968), Olor de lluvia (1974), Una lección de la vida
(1984), La carta del futuro (1993), El regreso de los
ecos (1993), y Un espejo después (1995).