Por Carlos Fajardo Fajardo*
Había nacido en la Alejandría de Constantino
Kavafis; se había leído casi toda la librería de su padre, La cité deu libre; era admirado en Egipto, en Grecia y en América
Latina, sobre todo en México y Brasil. Recordaba su calle y barrio de infancia
en Alejandría, con tiendas, bancos, hoteles. En el libro Un gato en Alejandría, conversaciones con Marc Legras, comentó:
“Cosmopolita, la ciudad de Alejandría daba la espalda a África y miraba más
bien hacia el Mediterráneo”. Alejandría, ciudad de culturas, multirracial,
multireligiosa, mosaico de civilizaciones. Allí el poeta-cantor encontrará sus
rituales y raíces últimas, los orígenes de una ciudad milenaria.
En la librería de su
padre conoció a Lawrence Durrell, a Jean Cocteau, André Maurois, asiduos
visitantes de la cité deu libre. De
niño Moustaky fue seducido por Kipling, Tarzán, Robin Hood, Simbad el marino,
para luego pasar sus ojos por Sartre, Gide, Kafka, primeros modelos
intelectuales y ocho idiomas con los
cuales deambuló por el mundo, ocho llaves para abrir varias puertas terrestres:
inglés, griego, árabe, francés, español, portugués, italiano, hebreo. “Cuando
me preguntan cuál es mi madre patria, no puedo citar una pertenencia real.
Siendo griego, vivía en Egipto sin sentirme griego del todo. Italófono y
francófono, sin ser ni italiano ni francés, decidí tener más bien, un ‘Mar patria’: el Mediterráneo”.
Con Grecia como país
de sus antepasados, este Odiseo perpetuo y soñador nos ha dejado algunas de las
canciones-poemas más hermosas en lengua francesa. Entre ellas “En Mediterranée”
(En el Mediterráneo), donde de niño se empeñaba “en pescar erizos de mar y
jugar en las olas y los peñascos”. A ese mar le dedicó estos versos hechos
canción: “En ese estanque donde juegan
los niños de ojos negros hay tres continentes y siglos de historia. Profetas, Dioses, el Mesías en persona, hay
un hermoso verano que no teme al otoño en el Mediterráneo. Hay olor de sangre
flotando sobre sus ríos y países dañados
tantos como heridas vivas, islas arpadas, muros que aprisionan. Hay olivos que
mueren bajo las bombas ahí donde apareció la primera paloma, pueblos olvidados
que la guerra siega…”.
Amigo de la actriz y
cantante Melina Mercouri, mujer libertaria y combativa de la Dictadura de los
Coroneles de 1967 y que interpretó en griego “El extranjero”, “Mi soledad”, “mi
libertad”, bellas composiciones de Moustaky. Gran camarada de Mikis
Theodorakis, músico caído en prisión y a quien, como homenaje, Moustaky nombra
en la canción que dedica a las víctimas de la dictadura: “Réquiem para
cualquiera”: “murió como madera seca,
pudo ser cualquiera, el hermano de Theodorakis, un hijo de Sorba el Griego, él
murió, yo estoy en el exilio, y muero un poco con él…”
Cuando Moustaky entró
en contacto con Georges Brassens de inmediato lo consideró su “maestro
espiritual”. La guitarra de Brassens y las letras de sus poemas vueltos
canciones, le mostró al Moustaky de 19 años un mundo posible y le dio seguridad
para componer en medio de la fragua. El gran Brassens había escrito en sus
aforismos: “todo mi amor por la poesía, lo he puesto en mis canciones”; o bien,
“canto como un poeta debería cantar sus obras. No soy capaz de hacer otra cosa.
La canción es la poesía al alcance de todos los bolsillos”. Este poeta y músico
excepcional que fue Brassens, le impactó tanto que desde ese momento asumió el
nombre de Georges en homenaje al maestro. “Aun siento que le debo rendir
cuentas cada vez que escribo una canción” dice Moustaky en sus memorias.
Edith Piaf fue su
confidente, amiga, amante, paño de lágrimas. Le compuso “Milord”, la cual
obtuvo un éxito casi al instante: “Vamos,
venga Milord, siéntese a mi mesa fuera hace mucho frio, aquí se está
confortable, déjese hacer Milord y tómelo con calma (…) Yo le conozco Milord.
Usted nunca me ha visto, solo soy una chica del puerto, una sombra de la
calle…”
La Piaf se entusiasmó
de este joven aventurero y lo llevó de gira, lo enamoró, lo abandonó, de nuevo
lo rescató como amigo y confidente, en una amistad que duró hasta el final del
“pequeño gorrión”.
Mientras componía,
Moustaky ejercía varios oficios: vendedor de libros de poesía a domicilio en
París, mesero, barman, pianista en bares, cantante en las terrazas de
restaurantes y cabarets en la Rivera Izquierda del Sena. Tenía una vida de
artista total: “lo importante para mí era vivir en aquel medio. Me gustaba el
ambiente de los cabarets, la convivencia después del show, los restaurantes
nocturnos…una existencia poética, emocionante, vívida”.
Y allí está Le métèque (El extranjero). Escrita en
1968, fue un éxito total con el que Moustaky cifró y descifró su sino como un
Ulises errante, como poeta en esta tierra de exilios y de viajes. En Un gato de Alejandría rememora: “Llevé
una demo de Le métèque a casi todas
las discografías. Por todo lado la rechazaron. No sufrí por ello. Yo vivía al
margen de la vida profesional y social (…). Sólo una pareja de principiantes,
Catherine y Maxime Le Forestier, me estimularon con su entusiasmo”.
Cuando la grabó fue
un disparo total; se imprimieron cinco mil copias diarias en las prensas de
Polydor. Luego grabó en 1969 un disco completo donde se incluían “El Extranjero”, “mi soledad”, “El cartero”,
“Viaje”. En “El Extranjero” se reivindicaban los inmigrantes clandestinos, las
luchas estudiantiles del Mayo 68 parisino, todos los Metecos o extranjeros
marginales y expulsados por el establecimiento francés:
Es con mi facha de extranjero, judío errante y pastor
griego, con mis cabellos al azar, y con mis ojos medio abiertos que hablan de
mares y desiertos y que te invitan a soñar. Es con mis manos de farsante de
embaucador y de feriante que a los jardines va a robar, y con mi boca que ha
bebido y que ha besado y que ha mordido sin apagar su sed jamás. Es con mi
facha de extranjero, judío errante, pastor griego, de vagabundo y de ladrón, y con mi piel que
se ha quemado bajo este sol y se ha entregado a los mil juegos del amor…
En mayo del 68
Moustaky apoya a los estudiantes y a los obreros con su guitarra cantando en
fábricas, escuelas, universidades. Anarquista, seguidor de Paul Lafargué -autor
de El derecho a la pereza, yerno de
Carlos Marx. Lector de Bakunin y de Jacques Prévert, Moustaky apoyó la causa
estudiantil como una causa de sublevación política-poética.
Perpetuo enamorado y
viajero por los cinco continentes, decía que viajar era como sentirse en casa.
En cada país una amistad, quizás un gran amor. Así, en Brasil se vuelve
cómplice de Jorge Amado; en Argentina de Mercedes Sosa; conoce a Piazzola en
Río de Janeiro y no en Buenos Aires- vaya paradoja- y desde entonces se
comprometen a trabajar juntos. De esa amistad surgió, nada más y nada menos que
“Le tango de demain” (El tango de
mañana), letra de Moustaky, música de Piazzola.
Brasil y la Bossa
Nova enloquecieron al poeta. Antonio Carlos Jobim, Toquinho, Vinicius de
Moraes, Elis Regina, Chico Buarque, Jorge Ben, Gilberto Gil, Joao Gilberto, le
“hicieron conocer en una sola noche toda la nueva ola de fondo de la música
popular brasileña”. Toda esa música penetró en sus entrañas, tanto que grabó “aguas de marzo”, “bahía”, “Tom” (un
homenaje a Jobim).
En España se encontró
con Paco Ibáñez y cantó contra la dictadura de Franco interpretando su canción
“En el Mediterráneo”. Cuando llegó al verso: “libertad ya no se dice en
español”, la censura Franquista le prohibió dar más conciertos.
Conocía México por
las películas que de niño vio de El Zorro. En 1975 llegó al D.F. y se enamoró.
Se entusiasmó tanto que quiso comprar un terreno en Tepoztlán, pero lo dominó
su espíritu nómada. Con Henry Miller jugó pin-pon; hablaron de la vida, del
sexo, las mujeres, la muerte, se emborracharon. Lector del poeta griego Yannis
Ritsos, de Nietzsche, de Nikos Kazantzakis, afirmaba: “Me gusta Verlaine, la
poesía Sufí, las coplas españolas, los cuartetos de Omar Khayyam, Baudelaire,
Apollinaire y muchos otros. Siempre tengo en mi bolsillo los poemas de Kavafis,
que me hacen compañía y alimentan mis ensoñaciones (…) Ninguna razón económica
o profesional me empuja hacia el escenario. Sólo lo necesito para sentirme vivo
(…) La canción es un arte indispensable. Los mercaderes jamás tendrán la última
palabra (…) Dicen que la política es el arte de lo posible. Me gustaría que
fuese el de las utopías concertadas (…) La relación con la palabra se asemeja a
una relación amorosa (…) Tardé una hora en escribir Milord; con Le métèque tardé tres cuartos de hora.
Conscientemente o no, quizás llevaba esas canciones dentro de mí desde hacía
tiempo (…) Las canciones son mi memoria”.
Admirador de Joan
Manuel Serrat y Paco Ibáñez, de Atahualpa Yupanqui, de José Feliciano, de
Leonard Cohen, de Cat Stevens; amigo de todos entre viajes, vivencias y canciones,
ese es, fue y será Georges Moustaky, el eterno enamorado y eterno joven
libertario. Allí están sus canciones, los poemas de este griego epicúreo,
siempre de viaje como Heráclito.
*Poeta y ensayista
colombiano