3 Cuentos de Oficios de Noé
Justicia divina
Después
del diluvio, una vez repoblada la tierra, Dios comprendió que entre los hombres
seguían existiendo el bien y el mal. Molesto por la ineficacia de una acción
tan onerosa y pretendidamente ejemplar, mandó a su ángel justiciero –espada
flamígera en mano– a separar, de una vez por todas, el bien del mal.
Esta
medida, que no anunciaba –como la anterior– el exterminio del hombre, sí lo
logró, pues cada ser humano quedó partido en dos.
Historia
Hace
millones de años, un homínido ya usaba precarias armas para retardar su
predación, y cada vez necesitaba menos de los instintos para alimentarse y
procrear. Como poco tenía dónde almacenar el recuerdo, sólo unas cuantas marcas
quedarían como testimonio de los períodos interglaciares.
Con el
tiempo, cesaron las glaciaciones, sobrevivieron algunos homínidos, dominaron el
fuego y cada vez tenían más espacio en sus símbolos para que la historia
hablara. Cada época extraía esa historia de las escasas marcas dejadas por
otros, y, a su vez, dejaba unas cuantas huellas más con las que nuevos hombres
inventaban su pasado.
De este
modo, de los períodos interglaciares fue quedando la idea de aguacero; de sus
catastróficos efectos, se fue conjeturando algo universal; y de los modos nunca
satisfactorios de entender el desamparo frente a lo real, surgió la leyenda de
un castigo total, enviado por un dios encolerizado sobre sus inermes criaturas.
Cría cuervos
Noé
había escogido una pareja de cuervos porque se lo había pedido el Señor. Pero
temía por sus ojos. Por eso, cuando vio la oportunidad, se deshizo de esa
especie desagradecida con quien los cría. Con el pretexto de establecer si ya
la tierra estaba seca, dejó salir uno, sabiendo que no encontraría dónde
posarse y que, aun así, jamás regresaría al arca, pues su instinto otra cosa le
dictaba. Aparentemente, se vio obligado a lanzar otra ave al vuelo; pero esta
vez sí escogió aquella entrenada para volver al mismo punto, hubiera o no tierra
seca, hubiera o no frescas ramas de olivo para testimoniar de un hecho que no
podía fundamentar la decisión de abandonar el arca, pues estaba dicho que era
Dios quien debía autorizarlo.
Guillermo
Bustamante Zamudio.
Nació en Cali, Colombia en 1958. Es licenciado en Literatura e Idiomas
(Universidad Santiago de Cali, 1980) y Magíster en Lingüística y Español
(Universidad del Valle, 1984). Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional.
Cofundador y codirector de las revistas de minicuentos Ekuóreo y A la
topa tolondra. Co-antologista (con Harold Kremer) de la Antología del
cuento corto colombiano (1a. ed. Cali: Univalle, 1994; 2a. ed. Bogotá: UPN,
2004) y de Los minicuentos de Ekuóreo (Cali: Deriva, 2003).
Ganador
del premio Jorge Isaacs 2002 (Valle del Cauca-Colombia), en la modalidad de
cuento, con el libro Convicciones y otras debilidades mentales. Es también autor de Oficios de Noé (2005)
publicado por Común Presencia Editores.