Por Hernando Urrutia Vásquez*
El espejo no tiene
memoria, inútil preguntarle de su viaje a través del tiempo, no la tiene. Su
tónica permanente es el presente, lo inmediato, no acumula en su cuerpo.
De su razón histórica
no da razón, imposible tratar de consultarle algo; no lo descifra, no se
compromete a nada que tenga que ver con relacionar. Pudieron haber matado a un
ser querido nuestro en frente de él, pero con el dolor se declara inconmovible,
su mente está totalmente en blanco.
Su ética es
mantenerse impasible ante la desaparición de un rostro o la transformación en
algo cadavérico delante de él.
Sin impresionarse
cumple el papel de repetirlo sin dejarle notar a su dueño algo de conmoción.
Esa hermosura de
otros tiempos, resultaría un engaño traerla a cuento porque él vive el presente
y no tiene apego al pasado, ni a nada de lo que ha sido testigo, a pesar de que
se mantenga atravesando el tiempo, como en el caso de un amigo al que se le
escaparon las carnes en unos pocos meses y ninguno de los espejos que lo
rodeaban mostraron la más mínima consideración por su estado. Parecía más bien
que se alegraran de reproducir nítidamente sus deformidades y eran todos; no se
podía decir que alguno de ellos se conmiserara y le diera algún engaño piadoso.
Se puede decir
entonces, que algo de complicidad con la vida y la muerte tienen los espejos,
según la que vaya ganando en nuestras existencias. Parece que no sintiera ni
siquiera ante la rotura de otro espejo, sólo lo registra sin sentir la más
mínima compasión, es más, parece que se complaciera en reflejar a su colega
destrozado.
Pero su arma es el
silencio, se cuida de callar muy bien lo que le hemos dado de imagen, no avisa
el peligro aun teniéndolo reflejado en su cuerpo. Nadie conoce su lenguaje, es
más imagen que verbo. No se preocupa por prevenirnos, simplemente podemos caer
al pie suyo y no se inmuta, en espera de que alguien aparezca para aliarse con
él.
No se le puede
confiar una imagen o dejarle a guardar un secreto, lo bota. Después no lo
devuelve, no almacena, no sabe dónde deja las cosas, por estar pendiente de
alguien que venga y que le es imposible no reflejar y en una alta infidelidad,
es anfitrión de muchas vidas... pero de momento.
Se alimenta de
figuras. A veces conversa con las otras cosas que tenemos o se distrae contando
baldosas en el baño.
Nadie sabe qué
pensará de tantas personas que pasan por su vida. O en caso contrario, qué
tanto afán de libertad tendrá o de avidez, siempre reflejando las mismas cosas:
desde las aburridoras sacadas de lengua, las lágrimas dolorosas de la gente que
desfila en negros cortejos, hasta el perrito cansón que es tan estúpido que ni
se reconoce y él tampoco se preocupa por entablar una amistad, pues de pronto
se orina y se resbala la imagen hasta desaparecer.
En todo caso tampoco
se le saca palabra alguna de sus propios conceptos. Pero a pesar de esa
crudeza, hay que elogiar su franqueza y fidelidad: él no refleja lo que no
queremos ver, incluso respeta nuestro cinismo, nuestra vanidad o nuestro
egoísmo. Nos alerta a condición de que nosotros queramos alertarnos...
Pero cuando empecé a
hablar iba a advertirte algo. No le cuentes a nadie que hemos hecho el amor.
Hernando Urrutia Vásquez, nació en Bogotá el 18 de octubre de 1946. Dirige el programa
Vientos Estéreo que se emite gracias al proyecto de radio comunitaria “Emisoras
para la Capital”. Ha sido editor de
periódicos locales en las alcaldías de San Cristóbal, Usme y Ciudad Bolívar.
Actualmente participa en un proyecto de capacitación y emisión radial con
líderes de la localidad Rafael Uribe Uribe. Participó en el taller de poesía de
la Casa Silva en 1989 y en el seminario de literatura rusa en la
Universidad Externado de Colombia. Es autor de los libros Cosmotelurias y
Textos cáusticos (Colección
Los Conjurados), al cual pertenece el anterior relato.