Por Mauricio Palomo Riaño*
Los rasgos
poderosamente poéticos atraviesan la prosa vehemente de Amparo Osorio.
Destellos constantes de poesía resquebrajan el cielo cotidiano de la prosa. Itinerarios de la sangre (2014), es un
viaje de los sentidos a través de conceptos maravillosos del lenguaje. En el
aspecto formal es constante el uso de figuras retóricas que se posan
pulcramente en el papel, página tras página, salpicando una narración cuya aura
atiborrada de palabras bien cuidadas emerge una y otra vez en un ejercicio
escritural en el que se aprecian largas jornadas de depuración. Asimismo, y
continuando con la forma, el desborde de imágenes y esa capacidad que posee la
autora para incrustarlas en el lector, dejan apreciar que no son meras
descripciones las que la novela trabaja, ¡no!, es una puesta en escena en la
que se ven envueltos todos los sentidos para que bebamos del cántaro que ofrece
Amparo para calmar esa sed, esa sed de poesía que, como decía García Márquez: “ha sido la única que ha podido dar
testimonio del paso del hombre por el mundo”.
Aventurándonos en
este entramado narrativo vamos hallando pasajes en los que se nos tienden
puentes intertextuales que nos trasladan a universos literarios de autores
emblemáticos en las letras universales, una suerte de rescate de los otros,
aquellos que por ignorancia o por cruel olvido estamos dejando de leer, y que
hacen de la novela de Amparo también, una muestra de humildad y de generosidad
valiente en la que no se asoma ni por un instante el egoísmo ni la ambición de
protagonismo que, de repente se encarna en muchos autores de la escena
literaria colombiana actual, escena en la que parece predominar con sayo
implacable el yo y un mal habido egocentrismo que busca el reconocimiento y la
fama, antes que la catarsis y la vocación.
La novela trabaja la
nostalgia, una nostalgia deliciosa que no se pierde línea tras línea. Es un
logro de características complejas crear este ambiente y mantenerlo en toda la
narración. La melancolía se pasea por los renglones y se incrusta en la psique
del lector que termina influenciado fuertemente por estos estados. Existe
adicionalmente un valor agregado, un aporte quizá desde mi subjetividad a este
arte errante denominado literatura, para muchos, indefinible. En boca de
Violeta, uno de los personajes entrañables de esta trama, lo sabemos: “La imaginación, esas voces que quizá portan
los matices de la realidad En ella habitan historias ciertas pero también
retazos incoherentes de ficciones. A lo mejor eso es la literatura”. Se
significa, pues, de manera transparente, la definición por tantos teóricos
estudiada y no dicha puramente, porque pasa con ellos lo que Cees Nooteboom
manifiesta que pasa con el filósofo: “Son
poetas frustrados, que se entienden más con los sistemas que con las palabras”.
Itinerarios de la sangre, pues, es una
invitación al regreso. A través de su acontecimiento histórico, en apariencia
central en la trama, se entretejen todos los tiempos, el ayer, el ahora y el
mañana de un puñado de personajes que crecieron juntos y que se alumbraron con
similares códigos, sueños parecidos, encantamientos del alma, y el cómo esas
vidas se bifurcaron, esos caminos se dividieron, por determinadas
circunstancias de las que irá siendo testigo el lector, llegando finalmente al
encuentro como algo genuino, limpio, ese regreso del que como habla la misma
autora, siempre está, siempre llega. Es una novela en la que se expresa ese
amor irremediable hacia la literatura. La Toma del Palacio de Justicia, en 1985, aunque desnuda la cicatriz
(una de esas tantas que a Colombia ya se le perdieron en la piel), aquí no es
más que la excusa para demostrar que somos tránsito, sueños, que somos amor,
pero también dolor (si es que son distintos), que somos un inventario de
desaparecidos, luz y sombra, lenguaje, y que, aunque siempre queramos partir,
huir de aquello que nos maltrata, que nos agobia, siempre, siempre vivimos
regresando.
Itinerarios de la
sangre
(2014). Amparo Osorio
Colección Los
Conjurados, Común Presencia Editores, Bogotá.