Por Mauricio Palomo Riaño*
Ritual de títeres es un elocuente riesgo, un salto al abismo,
y en ese caer en cada línea en la que
transitan imágenes maravillosas asistimos al resquebrajamiento del género de la
novela en su tratamiento tradicional, género revelador que se resignifica aquí
con la escritura de Márquez Cristo. En esta obra cada renglón insta al lector a
las distintas variables que se pueden hallar dentro de la prosa, aquellas que van
más allá de la tradición narrativa y del agotamiento de sus elementos clásicos.
Existe una insistencia en la prosa dislocada, que se fractura dejando ver en
cada recodo cómo vuelve y se construye en destellos la imagen poética, para de nuevo
volverse a dislocar. Todo está desprendido, pero todo está unido, es el orden
desde la entropía, bienvenida la trasgresión de los géneros, la poesía narrada.
La novela deambula
entre espacios externos e internos, es decir, un trasiego entre realidades
intangibles y tangibles, entre filosofía y literatura. Gonzalo Márquez Cristo
no deja recuperar al lector de la profundidad de una imagen cuando le atraviesa
otra, sale uno dulcemente herido en esta arena de tinta, por necesidad. Lo indescifrable
se percibe, la narración pasa de un personaje a otro como en un juego coral y
todo parece estar roto, hasta el mismo lector que se introduce en su universo.
Los personajes son
caminantes en este museo de la nostalgia, en este laberinto sin Teseo. Ariadna,
la prostituta que maneja y entreteje el hilo de los títeres que son los otros personajes
(todos masculinos) en la trama, es la piedra angular en el desarrollo de la
historia de los dos planos, el ser y el no ser. Su tejido narrativo se quiebra
y se construye, se construye y se quiebra, como una tela de araña. Es una
genial propuesta; transgresora, arriesgada y bien cuidada en cada forma, en cada
palabra. Estos son pues, los matices que hacen precisamente de Ritual de títeres una novela cautivante,
que te reta como lector y que te insta a múltiples reflexiones sobre el miedo,
el olvido, la ausencia, el tiempo, el dolor, los adioses, la desesperanza, la
soledad y esta Bogotá que se desdibuja y se afianza a un mismo tiempo entre
grises y amarillos, y algo más, el odio, un odio erótico como fuerza de afirmación
con la vida, trasgrediendo al amor como eterno y tradicional protagonista de la
afirmación con el mundo.
Cada vez hay más sorpresa
en el lector, cada vez más magia en el recurso, en la construcción. Se trata de
un asalto tramo a tramo producido por una veta de imágenes en emergencia, en
una narración de conversaciones abstractas a la par de reales, sin piso
preciso, pero con asidero propio, todo esto siempre originado desde el interior
de nosotros mismos. Una voz femenina y un puñado de voces masculinas dialogan
en entramados poéticos impecables, para destinatarios(as) que no debieron haber
venido nunca. Los personajes como títeres en medio de un aura nostálgica
fácilmente percibida van desarrollando el ritual que no viene a ser otro que el
de la vida en la novela misma tejida por los hilos temporales de Ariadna.
Una respuesta a los
críticos y académicos acartonados desde formas, estilos y contenidos que
desencasillan a los creadores de moldes establecidos por la ciencia de la
literatura (si es que ha de existir esta suerte de Escila). Márquez Cristo lo
reafirma en sus propias líneas: “Si es necesario hablar contra el crítico es simplemente
para cumplir con este lugar común de los escritores”.
Es poesía la novela,
el lector la lee cual versos y empieza a pretender encontrarse el asombro de
una verdad en la siguiente línea, en esa deliciosa carrera se va hilando la
historia, pero, para el lector que lee por leer será su destino perderse. Los
dos espacios que confluyen, realidad y esencia interna (si es que son
distintas) provocan en el lector el maremágnum de ficciones y realidades, de
silencios y confesiones, y sin embargo, es seguro que saldrá de la novela
entendiendo que quizá, olvido muchas cosas más en esos renglones.
Hermandad de géneros
que se hibridan, personajes conviviendo dos planos a la par, un mundo de afuera
y un mundo de adentro; ritual de la vida, Eros y Tanatos, amores, desdichas, fracasos,
todo en una radiografía de fuego que nos permite la pregunta del final ¿Asistiré al regreso del hombre? Que el
ritual prosiga.
“Literatura es algo
que nos recuerda: no lo que está escrito, es el viaje del ciego con un candil
por abismos interiores. El poeta: verdadero durmiente, está condenado al
insomnio. La genialidad sería repetirse: un incesto de la mirada: una carencia.
Exceptuando la
poesía, lo demás es pérdida”
*Narrador y ensayista
colombiano