Desierto patagón
Por Jorge Castañeda
Todos
los pueblos -escribió César Currulef- cuasi como la vida misma nacieron alguna
vez. “Aquel numeroso de Abraham, los caldeos y el reinado asirio de Senaquerib,
los fenicios y el imperio romano, el gran Temuji Kan de la Mongolia, los moros
invasores de la tierra castellana y los hunos genuflexos a las puertas de la
Roma cristiana”.
“Y
en la América fragante de Cristóbal Colón, antes, pero mucho antes,
civilizaciones mayas y aztecas, en el cenit de su sabiduría la dejan esculpida
para la posteridad”.
“Al
norte del hemisferio los pueblos piel roja y bajando por las aguas del
Pacífico, los incas, el reino de la Araucanía y los pascuenses, fundadores en
la inmensidad de los confines, numerosos como las arenas del mar”.
“Pero
el tiempo pasa como la dicha y allá en el Sur, a la vera del Callvulavquen
hollaron sus faldeos conquistadores y frailes, poblando la tierra, “la ciudad
de los Césares”, en las barbas y ante el asombro del pueblo mapuche”. Lo demás
es historia conocida. Es traerlo a la memoria Y entonces debo decir que también
yo he venido al mundo y me asombré de ver tanta maravilla: lagos, basalto,
cóndores y nieve, como también pequeños pájaros multicolores, que en invierno
se guarecen en las cuevas a orillas del gran lago”.
“Pero
al desierto Patagón, lo traigo a la memoria porque allí viven los hombres y las
mujeres de este Koñümpan, rescoldo de vida, tibio sol en las nacientes del
Chenqueniyeu arriba”.
Y
así es. Así debe ser. Es necesario ante un nuevo 12 de octubre, recordar, traer
a la memoria, como quiere la pluma sabia de Currulef.
América
fragante y mestiza, exótica y deslumbrante, de ríos arteriales buscando la sal
de los mares, con selvas impenetrables donde hasta el día de hoy todavía el
hombre no ha hollado con sus plantas, de cordilleras con sus picos coronados de
nieves eternas, de volcanes que cuando se enojan braman y vomitan su lava, de
lagos azogados en las alturas, de ciudades milenarias perdidas en la espesura,
de piedras tutelares, de cañadones donde el curso de los ríos han erosionado
sus laderas, de estatuas descomunales cuyo significado se pierde en la noche de
los tiempos, de formas piramidales al igual que aquellas allá en el valle del
Nilo, de cataratas tan magníficas que todas las palabras de Alvar Núñez Cabeza
de Vaca no pudieron describir a los monarcas ensimismados en su trono en
España, de animales jamás vistos: tucanes, papagayos. América del chocolate y
del tabaco, de la papa, del maíz, señor y Dios de los pueblos emplumados.
América,
donde el hombre primigenio trajinó sus entrañas donde “tierra fue, vasija,
párpado del barro trémulo, forma de la arcilla, fue cántaro caribe, piedra
chibcha, copa imperial o sílice araucana. Tierno y sangriento fue, pero en la
empuñadura de su arma de cristal humedecido, las iniciales de la tierra estaban
escritas. Nadie pudo recordar después: el viento las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron o se inundaron de silencio o sangre”.
América arboleda, zarza salvaje entre los mares, de polo a polo balanceabas,
tesoro verde, tu espesura. Tierra mía sin nombre, estambre equinoccial, lanza
de púrpura, tu aroma me trepó por las raíces hasta la copa que bebía, hasta la
más delgada palabra aún no nacida de mi boca”. Pablo Neruda, poeta nacional de
Chile.
¿Acaso
no glosó el Inca Garcilaso de la Vega las crónicas de la conquista y las
pasadas glorias de los pueblos americanos? ¿Acaso no fueron mestizos los
grandes escritores del continente como Manuel Scorza, César Vallejo y el mismo
Rubén Darío “un hijo de América y un nieto de España”? ¿No supo decir acaso el
gran nicaragüense en sus versos “Ojala hubieran sido los hombres blancos/ como
los Atahualpas y Moctezumas?
América
tierra de aventureros, de chamanes, ¿dónde ha quedado la voz de la werken, lo
saberes ancestrales de los ancianos, las lucha de los héroes, la identidad de
los hombres hijos del maíz?
“América,
nadie la para ya, no pueden detenerla ni la calumnia, ni el boicot, ni nada.
Este es continente de aventura que a los aventureros se los traga, les sube por
la sombra despacito y el ojo codicioso les socava. Vendrán los desahuciados de
la tierra buscando sus riquezas legendarias hasta que un día en una sola greda
se confundan las lenguas y las razas. América, animal de leche verde, por la
gran cordillera vertebrada, hunde el hocico austral bajo el polo y descansa en
su fuerza proletaria. Camina hacia la luz, lenta y segura, con el polen del sol
en las entrañas. Y su destino torrencial fijado está en el tiempo por la Vía
Láctea. Que el hambre, la violencia, la injusticia, la voluntad del pueblo
traicionada, no harán sino aumentar su rebeldía, no harán sino apurar en sus
entrañas, el hijo de la luz que viene a unirnos en una sola espiga esperanzada.
Porque América tierra del futuro igual que la mujer, vence de echada. Jaime
Dávalos, poeta de Salta.
Hoy
es el día de rescatar nuestra identidad, de recuperar el latido primordial de
nuestra tierra de valor inmanente, consuetudinario. Este continente que nos
dice con la voz del poeta “Sube a nacer conmigo, hermano americano”.
Poeta, escritor y
periodista argentino nacido de padres rionegrinos en la ciudad de Bahía Blanca
y radicado en Valcheta, provincia de Río Negro.
Ha publicado los
siguientes libros: “La ciudad y otros poemas” (1973), “Poemas breves” (1983),
“30 poemas” (1986), “Poemas sureños” (1989), “Sentir patagónico” (1990), “Los
atabales del tiempo” (1997), “Valcheta, un pueblo con historia” (2007), “Suma
Patagónica” (2007), “Pilquiniyeu es un chancho que vuela” Ediciones Legislatura
de Río Negro (2011) y edición digital “Que de libros” Ediciones, “Por la vida y
por la Patria ”
(2010) Poemas edición digital “Que de libros” ediciones, “Raíces de Piquillín”
(2012) (Ediciones San Luis).