Por Gustavo Álvarez
Gardeazábal
Las obras literarias son para
respetarlas así
el autor
se haya
muerto. El
que quien
las haya
escrito no
pueda defenderse desde la
tumba no
le da
derecho a
otro escritor
que nazca
años después
de él
a reducir,
disecar o
mutilar la
obra. Y mucho menos con el pretexto de complacer a la generación actual que todo lo quiere en los 140 caracteres del twitter.
Pues con el
patrocinio del
Alcalde de
Cali, esposo
de una
de las
hijas del
fundador de
la editorial Carvajal, han
contratado en
esa ciudad
al escritor
de columnas, en El
espectador y
El país,
Julio César Londoño, para que redujera las novelas ‘María’ y ‘El alférez real’ a una expresión mínima y así dizque facilitarle su lectura a la generación de la pereza, que quiere saber de todo sin leer ni aprender.
Muy grave para
el alcalde
Guerrero y
para su
tradición familiar
cultural. Pero
más grave
para el
colega mutilador que haya
escrito una
columna vanagloriándose de la
impudicia cometida
y diciéndonos a sus
lectores, y
en especial
a los
escritores, que
las obras
literarias valen
huevo porque
gentes como
él andan
dispuestos a
momificarlas sacándoles los intestinos para que
los lectores
de estas
épocas no
tengan que
hacer mucho
esfuerzo.
A una novela como ‘María’ de Jorge Isaacs,
que la hemos leído año tras año los colombianos desde 1867, no
se la
puede disminuir a la
altura de
la prepotencia mutiladora del
alcalde Guerrero
y su
verdugo Londoño.
Si aceptamos la
existencia de
esos esbirros
orgullosos de
semejante atrocidad, apague y
vámonos porque,
en breve,
a las
gordas esculturas de Botero
les rebanarán las nalgas
para que
sean flacas
y así
puedan caber
en el
pedestal de
la ignominia.