La
Geografía Creativa de una Diáspora
Por Marcos Fabián Herrera
Fiel compañera de
toda empresa humana, en la música han
viajado los versos canónigos, las
letanías religiosas, los cantos tribales
y los lenguajes del cosmos. Desde el rugido
gutural que celebraba la presa en manos del primate y se iluminó con la
tea en el paleolítico; hasta el canto melismático y las danzas medievales; pasando por el jadeo incesante de los hombres montaraces de
estas tierras equinocciales; ya sea con
el laúd o el tambor, en la música se han
reinventado los alfabetos para feliz ventura del ingenio humano.
En El
Odio a la Música, Pascal Quinard, en uno de sus luminosos
fragmentos, afirma que su
propósito es interrogar los lazos que tiene el arte de Euterpe con el sufrir
sonoro. Si la música es un testimonio de época, y al igual que las otras artes
se nutre de lo adverso y aciago que ha padecido la especie humana; hemos de ver
ella algo más que un divertimento. El
aforismo del escritor francés, parece haber obrado como divisa en las búsquedas esenciales del ensayo de Fabio
Martínez.
Viajar implica
mudanza, cambio de piel y transmutación de códigos. Fueron 11.000
esclavos, nos recuerda el autor, los que llegaron al nuevo mundo. Un arribo impelido por el látigo y bañado por
la sangre que en las ancestrales
ceremonias de la tradición Yoruba sólo
era vertida como tributo y
regocijo; nunca como sojuzgamiento y
genuflexión. La llaga más lacerante, la del alma, se cicatrizaría con el canto
lastimero y un acezante golpe en el tambor Bata que provocaría en las nuevas
tierras la invención de las músicas del Caribe.
Las resonancias
secretas de los rituales africanos, la readaptación instrumental y una
inescrutable mixtura de saberes y universos sensoriales, catalizarían un
sincretismo bañado de asombro en los parajes tropicales de la nueva tierra. Los
Viajes de la Música de Fabio Martínez
explora las coordenadas en las
que se engendraron las fusiones
musicales. De estos fértiles encuentros eclosiona, entre muchos otros
ritmos, el son cubano, que en palabras
del autor, es una síntesis maravillosa
del romance español, los areítos indígenas y el tambor africano.
Las pieles musicales
que irán cubrir los cuerpos vejados de
los esclavos que arribaron a esta parte del mundo, no sólo contaron con la frenética expresión instrumental. El
romancero español, profundo legado de la
lírica ibérica, condimentó con las formas sonoras de los versos de Jorge
Manrique, Lope de Vega y Luis de Góngora y Argote, los sones, guarachas y
montunos. De esta manera surge una singular poética en quienes se
aventuraban a componer y cantar.
Fabio Martínez
celebra con este libro el periplo de la
música que ya sea como canto de vida, de trabajo, de muerte, de carnaval y
rumba, ha hecho parte del torrente sanguíneo de los hombres de América. En las fiestas del San Pacho del pacífico
Colombiano, en el santoral de la Regla de Ocha de Cuba o en los ritos de
festejo en cualquier latitud, la poesía
de Afroamérica restaña el dolor y esfuma las penas.
El Viaje ensayístico
de Fabio Martínez, es también una indagación a los nuevas vertientes del
hispanismo. El español, esa lengua que se rehace en cada hablante y que hoy
configura una fraterna comunidad de hombres itinerantes, bebe de la savia de
las músicas populares que se crean en los barrios de latinos en Nueva York y en las estribaciones andinas de
Suramérica. Es la lengua de inmigrantes
que guardan en sus entrañas los rescoldos del África negra, las endechas de la
guitarra española y los frenéticos ritmos de litoral. Los géneros urbanos como el calipso, el
reggae, el zouk, y lo que de manera genérica se denomina salsa, se escuchan en las calles de cualquier
capital Latinoamericana, y dan cuenta,
lo explica el autor, de la apertura del firmamento musical de un continente que
no sólo ha revestido de policromía un idioma, sino que lo ha hecho música y
celebración.