Por Gabriel Arturo Castro
La alarmante soledad de las muchedumbres
solitarias conduce a la violencia, a la angustia y a la evasión por medio de
otras drogas que las de diseño: las adicciones a sucedáneos de una vida humana
en la que necesitamos sabernos queridos y compartir nuestra búsqueda. Quizá,
como intuyó Albert Camus, todo consista en cambiar solitario por solidario. No
es más que una letra, pero a algunos parece que les cuesta. José
Carlos García Fajardo
Las grandes y
trascendentes revistas literarias en nuestro país están perdiendo peso y
tienden a la extinción, indefensas ante la proliferación de los blogs
hedonistas e individualistas, de desordenada promiscuidad, y frente al
desamparo oficial de los gobiernos de turno o cediendo su espacio vital a las
tramas del espectáculo, la feria de las vanidades y la pornografía. Sólo unas pocas sobreviven, intentando
capotear la íntima y dramática desconfianza en las posibilidades de
publicación. Las que poseen un respaldo económico considerable, han creado su
patrimonio mediante el disfrute snob del consumo de autores inventados
artificialmente por una maquinaria publicitaria, de marketing efectivo a través
de editoriales, embajadas y Ministerios. Revistas inofensivas e inocuas que
ayudan a la confusión y desazón cultural, llenas de burócratas y de gentes de
“buena sociedad” que nos privan de contenidos humanísticos, carentes de
reflexiones críticas, estelar cementerio de textos muertos donde únicamente importa
el lucimiento personal de las vedettes o luminarias de dudosa reputación
literaria. Revistas que al leerlas se siente el hastío de una inútil mercancía.
Su origen comercial les impide ser vanguardia, un actor del rompimiento de la
tradición caduca, un trabajo de búsqueda y experimentación hacia nuevas formas
artísticas y reflexivas.
Por fortuna y en
contracorriente a lo anterior, existen algunas revistas independientes,
solitarios y lúcidos esfuerzos de editores por crear espacios de expresión
propios, una alternativa ideal para la difusión de autores jóvenes que se
mantienen al margen de las políticas editoriales institucionales y comerciales.
Un rasgo común en sus contenidos es la difusión de la literatura y lo no
lucrativo como el motor que los une pesar de las diferencias ideológicas,
estéticas y filosóficas que les confiere particularidad a cada propuesta
editorial.
Es esa
pluralidad en la proveniencia de los participantes lo que permite que las
revistas muestren los diferentes registros de una lengua tan viva como el
español, lenguajes artísticos de distintos raigambres y un diálogo intelectual
al margen de élites, cofradías, feudos o grupos cerrados.
Frente a un difícil panorama cultural colombiano y
las políticas que van cerrando el cerco a esfuerzos editoriales como las
revistas independientes, algunas, muy pocas, se mantienen en pie, comunicando
los aconteceres creativos de distintas generaciones, siendo solidarios con
quienes buscan un espacio donde expresar su lenguaje, experiencia y obra, y que
hallan en unas revistas sólidas, constantes, activas, las páginas dispuestas a
apostar por el porvenir de los creadores dotados de talento y oficio. Implica, la anterior
afirmación, reconocer que dichas
revistas culturales independientes resultan una opción como portadoras de una
parte de la cultura realizada al margen de publicaciones comerciales y
oficiales y que ellas surgen como opción ante la poca difusión de las
expresiones culturales por los periódicos nacionales y los medios del
Establecimiento. Son espacios para la
expresión libre y original de las nuevas tendencias del arte y el pensamiento
colombiano.
Se trata de revistas
culturales independientes porque su trama está en una dirección: la
autogestión. “No hay pauta oficial ni publicidad que financie la libertad de
expresión, ni la existencia de una
publicación destinada a la pasión y no a la moda. De eso se trata una revista
cultural”.