Rubén Flórez con el biznieto
de Tolstoy durante la celebración en Iasnaya Poliana
Por Rubén Darío Flórez*
Moscú
En la oscuridad de la
madrugada de octubre un hombre de ochenta y dos años, palpa en la penumbra las
pocas cosas que llevará en su huida. La inminencia de la fuga asediaba a los
miembros de su familia pero nadie estaba enterado ni del momento ni del día. El
anciano deja la cama sin que su esposa lo advierta. Duermen en cuartos
separados. Y para que no lo delaten sus movimientos el viejo ha cerrado su
puerta y la del cuarto de la mujer que duerme. Sofía lo acompaña hace 48 años.
Le dio 13 hijos, reescribió para él de su puño
y letra 1300 páginas de una novela sin igual Guerra y Paz. Sofía sabrá por
interpuesta persona que su esposo León Tolstoy abandonó Iasnaya Poliana. El
señor de barbas blancas que cosía sus propias botas para sentirse un campesino,
deja su propiedad, sus libros, sus hijas. Va con su médico que comparte el
secreto de la huida. En el tren de tercera clase pasado por humo de cigarrillo,
repleto de bultos, hacinado de pasajeros sudorosos, va el hombre de Rusia que
escribió la historia de Anna Karenina. ¿Por qué huye del paraíso?
Donde disfrutó los días de verano sin fin de
Rusia, la estepa florecida, los cuartos donde fue feliz criando a sus hijos,
escribiendo novelas ejemplares, predicando la no resistencia al mal y
cuestionando la civilización que consideraba extraviada en palabras y en
rituales postizos, y seducida por la fantasmagoría de la propiedad. ¿De qué o
de quién huía Tolstoi? Muchos de sus personajes un día deciden huir sin
aparente razón. Cuando Tolstoi inicia la última etapa había recorrido un largo
camino.
Con un exacto sentido de la palabra ajustada a
lo real, pues Tolstoi no partía de la ficción y el lenguaje como otros ahora
repiten como loros. Al contrario, desde los hechos ajustados a las palabras
para hacerlas imprescindibles. Tolstoi creó novelas que como Guerra y Paz nos
dan la sensación de ser iniciado con frases y terminar implicado en un mundo tangible.
Uno puede tocar, oler, pensar, trasladarse, dudar, ver, con la impresión de
pasar la mano por lugares y personajes que Tolstoi recrea.
La sensorialidad de
Tolstoi narrador recupera el detalle, el gesto psicológico y al mismo tiempo la
memoria del tiempo transcurrido. Su arte es tal que uno llega a sentirlo
fantástico. En el principio de una
auténtica obra de arte debe haber un nuevo pensamiento, una emoción sin
precedentes, pero deben ser expresados con una subordinación total a los más
mínimos detalles de la vida. Tolstoi entrega a su lector las claves
emocionales de una memoria realista que te hace pensar: soy otro después de
leerlo.
¿Para qué la civilización técnica si no somos
mejores? ¿Cuánta tierra necesita un hombre para morir? ¿Las palabras inventan
un engaño? ¿Los ceremoniales son una manera de distraer de lo esencial? No hay
que resistirse a la violencia. En su última etapa el novelista reniega de su
arte. El autor del inolvidable comienzo de Anna Karenina Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia
infeliz es desgraciada a su manera, se volcará a una filosofía crítica. Se
vuelve un personaje incómodo e idolatrado. La iglesia ortodoxa expide un
anatema contra Tolstoi. Para otros es una suerte de profeta.
Él se dedica en
Iasnaya Poliana a difundir su pedagogía, escribe volúmenes de cuentos para
niños, convencido de que las lecturas adecuadas y la educación son esenciales
para formar seres humanos auténticos, y creadores. Y lo acompaña la reflexión
sobre el sentido existencial de la muerte. Todos
los pensamientos sobre la muerte son necesarios para la vida.
León Tolstoi murió en
la estación del tren cuando recién comenzaba la huida de su casa.
*Escritor y traductor colombiano