PRIMER
CUENTO DE OSCAR COLLAZOS
Este fue el primer cuento publicado de Óscar Collazos (Bahía
Solano, 29 de agosto de 1942 - Bogotá, 17 de mayo de 2015), entonces un joven
escritor desconocido de la costa del Pacífico. El cuento fue enviado
espontáneamente al Magazín Dominical de El Espectador, que lo publicó el 7 de octubre de 1962. Collazos habría de ser
posteriormente uno de los más interesantes escritores colombianos posteriores
al escandaloso y reputado Boom Latinoamericano y a la figura casi bíblica de
García Márquez. Su pluma asedió la mayoría de los géneros de la escritura
–novela, cuento, ensayo y periodismo– y en cada uno de ellos llegó a formular
propuestas notables. Entre sus títulos podemos recordar: El verano también moja las espaldas, Son de máquina, Textos al margen,
Memoria compartida, Disociaciones y despojos, El asesinato de la modelo y Batallas en el monte de Venus.
SOLAMENTE
SU TESTIMONIO
–Tengo miedo.
–¿De qué?
–No sé.
–¿Te meterán preso?
–No sé. ¡Maldita sea!
–¿Lo mataste?
–No, no lo maté.
–Entonces, ¿por qué huyes?
–¿Por qué? Pues porque me declararán culpable.
–¡No lo eres!
–Para ellos, sí. Son así.
La mujer se vestía mirando por la ventana. El hombre, boca arriba, tenía el torso
descubierto, y con un pie rascaba la pantorrilla de la otra pierna. Fumaba. La
mujer, de espaldas, enseñaba su figura relajada. El hombre se incorporó dando
un salto cuando la mujer habló en voz baja.
–Si te persiguen, no descansarán hasta
matarte.
El hombre se puso la camisa, que
le quedó estrecha, como si fuera a rajarse por la espalda y el tórax. Se asomó
a la ventana.
Comenzaba a lloviznar y el cielo
empezaba a ponerse de un gris plomizo.
Salió. Recostado a las paredes,
recorrió la acera.
Llevaba el cuello de la camisa levantado. Se perdió en la
calle siguiente. Al poco rato, un jeep pasó despacio frente a la casa que el
hombre acababa de abandonar. Los cuatro sujetos miraron hacia las casas de
puertas cerradas. Tres hombres uniformados, un hombre de paisano.
………………
–¡Perra! Dilo, tú sabes dónde
está.
–No sé nada.
El agente uniformado le dio
bofetadas a la mujer hasta dejarla sangrando, boca arriba en la cama. Los otros tres lo
miraban.
–Déjemela a mí, jefe, yo la hago cantar.
–¡Apártate!
Sonó un disparo. La mujer
extendió un brazo, que quedó colgando en el borde de la cama. La blusa se le
manchó de un rojo espeso. Le salía sangre por la prominencia de los senos.
Los agentes salieron. El de
civil gruñó desde el vehículo:
–¡Hijueputas!
Cruzó a toda velocidad la calle
que daba al Palacio Municipal.
………………..
El hombre fugitivo se detuvo a la orilla del río, debajo de un guayabo.
Las aguas bajaban en un hilo escaso de color ladrillo. Miró alrededor. Sólo un
pájaro se sentó cerca de él a picotear en el suelo una guayaba madura.
Había escampado hacía rato. El
hombre sacó de uno de los bolsillos del pantalón un paquete envuelto en una servilleta.
Comió. Al terminar, la servilleta descendió por el río y se quedó adherida en
una piedra. El hombre se quitó los zapatos y los mojó. Luego los colocó
recostados a una piedra. Volvió la vista atrás. Había oído el ruido que venía
de la carretera. El
ruido de un vehículo.
El hombre corrió y se agazapó
entre los arbustos. El ruido cesó y se oyeron pasos cercanos. El hombre seguía
mirando por entre los árboles hacia un recodo de la orilla donde había una
vegetación más espesa. Alcanzó a ver a los sujetos armados que bajaban de un
jeep. “Son ellos”, se dijo.
Los sujetos traían a empujones a
tres hombres más. Uno de ellos era un anciano con el pelo blanco y ralo que le
caía en la frente. Los
alinearon a empujones. El hombre más joven se llevó la mano al bolsillo. Un
momento después se escucharon los estruendos de repetidos balazos. Los tres
hombres cayeron en la planada.
Anochecía. Entre los guaduales
se escuchaba la algarabía de las cotorras y el canto grave de un pajarraco.
El hombre salió del matorral y
se fue bordeando el río hasta confundirse con los troncos de árboles
entrometidos entre las siete y media de la noche.
……………
–¿Por qué volviste?
–Acaban de asesinar al viejo Plutarco y a sus dos hijos. Cerraron las
salidas del pueblo.
–No puedes volver al pueblo.
–¡Supieron algo de Leandra?
Se hizo silencio. Los jóvenes
callaban. Volvieron la vista hacia la mesita de la sala, como si huyeran de la
pregunta del hombre.
–¿No me oyeron?
–Sí, Claudio, te oímos. La
mataron en su casa. No sabemos si te ha delatado. Todo el mundo sabe que al
alcalde lo mató el ejército porque no dejó que nos llevaran presos ni se creyó
en cuento de que éramos subversivos. Ellos mismos lo mataron. Esperaron que
saliera de su despacho y luego lo asesinaron.
–¿Y el cadáver de Leandra?
–Se lo llevaron.
Se escuchó de nuevo el ruido de
vehículos. La puerta de la casa daba a la calle. Los jóvenes se miraron unos a otros y
miraron después a Claudio, que abrió rápidamente la ventana de la parte trasera
de la casa.
Comunicaba con la pequeña plaza de mercado. Saltaron uno tras
otro. No alcanzaron a escuchar el ruido de la puerta que los agentes armados
acababan de derribar a culatazos. Numerosos hombres armados, en vehículos
oficiales, rodeaban la casa.
Los esperaban al otro lado del mercado.
Claudio fue el último en caer
sangrando sobre el pavimento. Los jóvenes parecían bultos regados desordenadamente
en el piso.
Uno de los vehículos dirigió la
retirada.
…………
Eran las once y media de la noche en el reloj de la inspección de
policía.
Un hombre de traje oscuro se acercó al agente de guardia.
–Vengo a denunciar un crimen.
–¿Un crimen?
–Varios.
–¿Cómo que varios?
– En la galería, creo que son
los asesinos del alcalde.
–¿Vio a los asesinos?
–No. Huyeron hacia el río.
–Llamaré para que se los lleven
a medicina legal. Acaban de llevar a una muchacha asesinada en su rancho de un
balazo.
–Van a necesitar más testigos–dijo
el hombre del traje oscuro, uno de los tripulantes del jeep que había estado recorriendo
la ciudad–. Por los lados del río aparecieron otros tres muertos.
–Nos basta con su testimonio–dijo
el inspector–. El ejército siempre reporta los muertos en combate.
El hombre salió de la inspección
y subió al jeep que lo esperaba fuera con el motor encendido.
1962