Claude
Michel Cluny (París, 1930). Poeta, novelista y ensayista, es una de
las voces más celebradas de la literatura francesa contemporánea. Premio
Guillaume Apollinaire y Gran Premio de la Academia Francesa por el conjunto de
su obra.
Ha
publicado los siguientes poemarios: Désordres (Gallimard, 1965); Inconnu
passager (Gallimard, 1978); Asymétries (La Différence, 1985 - Prix
Apollinaire 1986); Odes profanes (La Différence, 1989); Poèmes du
fond de l’œil (Gallimard, 1989); Œuvre poétique (Œuvres complètes I,
La Différence,1991); Un jour à Durban (La Différence, 1992); Poèmes
d’Italie (La Différence, 1998); À l’ombre du feu, (La Différence,
2001).
Sus
obras traducidas al español son: Los Osoletas (trad. de Aurelia Álvarez
y Aurelio Asiain-México DF, Ediciones Heliópolis, 1995); Pastoral Hotel
(trad. de Jorge Nájar-México DF, Verdehalago & Universitad Autónoma de
Puebla, 1998); Memoria de la sal (trad. de Jorge Nájar - Bogotá, Común
Presencia No. 17, 2005); Atacama. La guerra del Pacífico: 1879-1884
(trad. de Mario Zamudio Vega - México DF, Fondo de Cultura Económica, 2006). Dentro del género de la narrativa destacamos: La
Balle au bond; Vide ta bière dans ta tombe; L’Été jaune; Disparition
d’Orphée; Sous le signe de Mars. Ha escrito además una decena de
libros de ensayo.
Los
siguientes poemas pertenecen al libro Ulises y su perro (Común Presencia
Editores). bellamente traducido por Jorge Nájar.
RETRATO DE LA FELICIDAD
Maravilla
de un amanecer
la
muerte se te parecía
ella
extendía sus alas
tus
cabellos oscuros en la sal
de las
lagunas
maravilla
que se fue
paso a
paso
sobre las aguas muertas.
EGEO
Las
losas de mármol de la isla
tienen
el color del verano. Una flama mortecina
se agita
por donde sea.
El aire
con ojos de esmalte se inclina hacia un pescador
para
amarlo.
Las cigarras limpian
la
estatua azul del día.
Pienso
en ese amor de aire tan joven y grave
—y yo en mí solo
viajo…
Mi
sombra se ha ido al otro lado de mí
Como un
ahogado arrastrado
hacia la otra cara
del mar.
DE LOS DIOSES
¿En qué
creen? Allí no hay ni cruz ni bandera. Sólo el viento por profeta y la noche
para dormir. Se olvidan del cielo sobre sus cabezas, las tormentas y los
estragos. El tiempo, el viento y sus pasos borran en el acto las cartas de la
ley. Aman al sol como una cosa necesaria y, al salir de sus noches lentas, lo
saludan; pero al poco dejan de pensar en él. El odio y el furor deforman el
rostro oculto de los dioses: truenan desde sus buhardillas sagradas. Maldicen a
la raza y su indiferencia. Ellos prefieren el anatema… A veces, en verano, los
dioses no pueden más: invaden un alma en pena y la enloquecen. Hacen que su
boca sea su teatro, en el que se agitan la injuria, el lamento y la súplica.
Pero al enloquecido la multitud lo abraza, la multitud lo apaga como se sopla
una lámpara, como uno achica una mecha humeante. ¿Tal vez sea que creen más en
el silencio?