LADRONES DE CARTELES
¿Vendría a robar a un desconocido? Vigilaba por la
ventanilla enrejada: el pasillo solo, vacías las vitrinas de avances, cerrada
la taquilla y, en la calle, policías nerviosos.
Un viernes al amanecer habían forzado las cerraduras de
las vitrinas de avances del Pigoanza para robarse los carteles. La noche del
lunes siguiente habían roto las vitrinas en el Bolívar y se habían llevado los
carteles y apuñalado al celador. Esa semana habían asaltado los teatros del sur
de la ciudad, para robarse los carteles. Y luego habían asaltado los del norte,
cada vez en forma más violenta e incontrolable.
El gerente ordenó bajar los carteles de las vitrinas y
guardarlos bajo llave en la oficina de administración. Y ahí permanecía él a la
espera del fin del sobresalto: cuando regresaran las largas filas de
desocupados ante la taquilla, las toses, las palabras truncas de los felices en
la sala a oscuras. Cuando pudiera verse sin contratiempos con Rosana.
La policía detuvo a un joven en el fallido asalto al
Teatro Méjico. Apareció en los noticieros de televisión: flaco, patizambo, de
mirada esquiva.
—¿Por qué come usted todos los días? —le respondió a un
periodista que le había preguntado por qué robaba carteles.
Dos días después el Teatro Méjico fue asaltado con
fiereza: vitrinas, puertas, la silletería, la pantalla, sucumbieron a la saña
de cuchillos y barretas; al administrador lo colgaron del horizontal de la
pantalla.
Para entonces su trato con Rosana lo desalentaba.
Prometía ir al teatro a acompañarlo y no iba. Casi nunca estaba en el
apartamento; y contestaba como desconcertada, o como si algo la hubiera hecho
enfadar momentos antes de que timbrara el teléfono. Pero la volubilidad de su
carácter ya no lo sorprendía.
La noche que la había conocido, en la premiére de La
Risa, lo había acompañado a caminar por la ciudad durante horas, hablándole
en un tono apasionado e íntimo, de amiga de años; y de repente se había ido en
un taxi, sin dejarle dirección o número de teléfono dónde encontrarla. Semanas
después había vuelto al teatro y, como si sólo hubiera estado ausente un
momento, por lo cual ni se había despedido ni había lugar a un saludo de
reencuentro, le siguió hablando con el mismo apego íntimo.
Sus apariciones y huidas repentinas se habían vuelto
habituales. Y al entrar él por primera vez a su apartamento se había quedado
mirándolo fija y seriamente.
—Has avanzado mucho en mí —le había dicho—. No pienso
detenerte. Pero jamás vayas a creer que estamos acoplados.
Y ahora aparecía el informe en el telenoticiero: la
policía había allanado el apartamento. Debió enterarse, porque no la
encontraron, ni a ningún ladrón; pero sí, en cambio, a los carteles. Cientos de
carteles, de los más diversos filmes, amontonados por ahí; uno del bello Luís
Perea ocupaba el lugar de una fotografía de ella en la sala.
Habían transcurrido tantas horas desde entonces. Pegaba
la cara a la ventanilla; a la vez temía y deseaba verla aparecer. ¿Vendría a
robar a un desconocido?
Nunca había hablado de carteles. En su conversación no se
translucían intenciones; era una conversación que siempre quería abarcar todo
lo exterior. Si se lo hubiera dicho, él habría retenido los carteles, pagando
la sanción a las distribuidoras, y uno a uno se los hubiera entregado.
Afuera la inmovilidad sólo se alteraba con la noche, al
reforzarse la custodia policial.
Cuando oyó los gritos de ¡incendiaron la Cinemateca,
incendiaron la Cinemateca! quiso huir con los carteles y entregárselos;
pagar un precio y robar carteles a su lado, sin saber por qué, ni para qué.
Siguió el tiroteo.
(Cuento tomado
del libro Primeras tentaciones, Común
Presencia Editores)
Heider Rojas nació en Algeciras,
Huila, en 1963. Es abogado, con estudios inconclusos de filosofía y Magíster en
Escrituras Creativas. Codirigió la revista Índice de Literatura, de la
cual circularon 14 números entre 1994 y 2001. Dirigió los cine clubes Lalita
Dos Ríos y Cine Club de Neiva. Ha publicado los libros de cuentos
El testimonio de Norma Cleves (1994), La distribuidora de sueños y otras
empresas (2001) y Escopolamina (2009); la novela corta Los
Rizo (2005); y el libro de ensayos literarios y crítica de cine Simpatía
con el asesino / Llegaba el contenedor de enlatados (2006).También escribe
guiones para cine y, a destajo, ensayos satíricos.