Publicamos
a continuación algunos artículos de destacados artistas colombianos suscitados
por la polémica columna del maestro Eduardo Esparza referente al Salón de
Anapoima, publicada en el número de la semana pasada de Con-Fabulación.
Por
Octavio Mendoza*
Está bien que existan las instalaciones, los performances, las
videoinstalaciones y la fotografía como arte. Pueden contener, y debería ser siempre
así, revelaciones de técnica, creatividad, conocimiento y desmesura. Entre
tanto, nadie ha decretado la muerte en los salones de arte de la pintura, el
grabado y el dibujo, salvo los curadores del arte contemporáneo.
Aún la desmesura exige inteligencia, creatividad y talento. El problema
aparece cuando a ciertos adolescentes-estudiantes
de determinadas facultades de arte les da por ser genios y descubrir de nuevo,
por ejemplo, los televisores como materia de su videoarte “conceptual”, como si
no bastara el repetido uso de estos aparatos en las galerías y salones
nacionales, luego de sesenta años de
haber sido lanzados a la iconografía del arte contemporáneo en Europa y Estados
Unidos. ¡Hasta el mismo Richard Hamilton, abuelo del arte pop, ya los colocaba en
sus famosos collages del año 1956! Pero el jurado del Salón de Arte de Anapoima
2014, Ricardo Arcos-Palma, también curador, con maestría en París, y profesor
en la Universidad Nacional de la juvenil artista a quien otorgó el primer
premio, de treinta millones de pesos, encontró muy originales sus
televisores.
El mismo Eduardo Serrano ha dicho: “El crítico perdió vigencia porque
lo reemplazó el curador, que es el que da contexto a las obras y las pone en
discusión”. Y también ha dicho: “En el arte de hoy ya no es posible decir qué
es bueno o malo. Ya no se juzga así. Eso
era del arte moderno. Hoy no hay
paradigmas, por eso la crítica murió”. Consciente de la realidad de los
tiempos, advierte con un arranque obvio : “En el arte nada es eterno”
Los curadores pretenden ser mediadores entre el arte y el público,
porque están convencidos, según el curador Roca, de que se necesita esa
mediación. Según ellos, “el arte contemporáneo tiene lenguajes un poco
difíciles, y nuestra labor es acercar el arte al público”. ¡Pero cómo, si el lenguaje
que utilizan, una mezcla de metafilosofía, metacrítica y metaliteratura, con
frecuencia oscurece aún más lo que defienden. Y, para completar el barullo,
ellos entienden la curaduría como un acto “creativo”. En suma, el curador es
una figura arquetípica de la posmodernidad, que pretende ser mediático, para lo
cual persigue, aparte de sus conocimientos, adquirir manejo de imagen y
sensualidad, equiparable a los actores de televisión, cantantes y modelos, para
hacerse creíbles entre artistas y público desprevenido. Son los curadores los que
interpretan “creativamente” la labor de esos seres, los artistas, que cada vez se
diluyen más, como señales de humo en sus manos, frente a sus mentores.
En suma, esa odiosa jerarquía
debe desaparecer, así como desapareció el rococó en manos del neoclasicismo, el
neoclasicismo en manos del romanticismo, el impresionismo en manos del fauvismo
y el cubismo, y el arte moderno en manos de creadores como Wharhol y Beuys. Por
lo pronto, mientras los curadores siguen soñando con “manejar” obras como las de
Doris Salcedo, seguirán olvidando que se trata de un refrito de Joseph Beuys, y
mientras persistan en premiar televisores “conceptuales”, continuarán olvidando
que ya llevamos sesenta años con el mismo artilugio en los salones de arte
“contemporáneo”.
*Pintor colombiano