C R Ó N I C A
Por Marcos Fabián Herrera
Tan pronto asomó mi
cabeza por la puerta, en manos de la azafata se desplegó un paraguas que una
vez abierto, me fue entregado para que
fuera compartido con una mujer de
raza negra que me saludaba con un alentador guiño. El artefacto, que
amortiguaba en su techumbre sintética el embate de una gotas arrojadas con
beligerancia desde el cielo del pacífico, me permitió una fugaz y cálida
comunión con la afrodescendiente, a quien
mis ojos alcanzaban en sus hombros.
Ya en tierra, caminamos despacio, queriendo prolongar un diálogo, que en
su laconismo, abrevó una espontánea empatía.
Quibdó, la capital del departamento del Chocó, y epicentro de una de las
regiones más lluviosas del planeta, recibía en su aeropuerto El Caraño,
a reporteros y periodistas que recalaban con la misión de cubrir la
liberación del primer general del ejército colombiano que había caído, fruto de
azarosos e inexplicables trasiegos, en manos de las FARC.
Era el medio día del martes 25 de noviembre, y
la inusitada congestión y copiosa presencia militar, revelaba un súbito cambio
en la cotidianidad chocoana. En unas inciertas coordenadas, eran entregados los
dos primeros soldados Paulo César Rivera y Jhonatan Andrés Díaz, quienes 17
días atrás, se habían topado con un
reducto de subversivos en el corregimiento Las Mercedes. Ellos acompañaban al brigadier
general Ruben Darío Alzate, la abogada Gloria Urrego y el cabo primero Jorge
Rodríguez.
El ajedrez de la
guerra, configuraba con este reciente hecho un inédito tablero en la mesa de
diálogos. El mismo Carl Von Clausewitz, hubiera encontrado aristas
indescifrables en este nuevo episodio del prolongado conflicto colombiano. La mujer que me había acompañado hasta la
entrega del equipaje, se despidió con acritud, ahogando por entero mis
expectativas de gozar de una baquiana joven y guapa en los siguientes días.
Desde el malecón del
rio Atrato, ubicado en pleno centro de Quibdó, se contempla una de las selvas
más ricas y aun inexploradas del continente.
En este territorio cohabitan el 54,6 %
de las aves del país, equivalente al 10,6 % de todo el planeta. También se da
albergue al 48 y 45 % de los mamíferos y reptiles existentes en el mundo, y a más de 850 especies de mariposas; configurando así la segunda reserva natural
más prodigiosa de la tierra. Como si la
mano creadora de Dios se hubiera detenido en esta zona, la riqueza mineral y la diversidad forestal
reunidas en este departamento, lo convierten en un vigoroso cinturón verde al
que la irreflexión del hombre con su pertinaz motosierra, lo afecta por todos sus flancos.
En este mismo malecón,
desde el que zarpan en la madrugada y durante todo el día, canoas,
pangas, lanchas y deslizadores; y en el
que vendedores de pescado, sancocheras, cantineros, tahúres, artesanos y buhoneros , libran una lucha por la
supervivencia, comienza la aventura del
joven Irra, el protagonista de la novela Las Estrellas son Negras de Arnoldo
Palacios.
La historia, que transcurre en 24 horas, lo que hizo
merecedor al autor de la denominación de Joyce del Trópico, es el más logrado retrato de la marginación
inveterada que cargan los hombres a quienes
les fue arrebatado desde su cuna la acepción gloriosa de la palabra porvenir.
Releída 65 años después de su publicación, la obra de
Palacios conserva una rabiosa vigencia determinada por las indignantes
condiciones que el novelista nacido en Cértegui, relató en su obra, y que luego del paso de siete décadas no han
cambiado. Es una historia que se repite
todos los días.
Luego de caminar por el sendero paralelo al río, recuerdo
la letra de una de las canciones de Chocquibtown, el grupo musical originario
de Quibdó que ha fusionado géneros musicales del folclor del Pacífico con las
bases rítmicas y los sonidos
citadinos del Hip Hop. Una lograda
mixtura que ha puesto en boca de europeos
estribillos como este : “No plata pa’ comer hey… pero si pa’ chupar,
Característica general,
alegría total,
Invisibilidad nacional e internacional,
Auto-discriminación sin razón,
Racismo inminente, mucha
corrupción,
Monte culebra,
Máquina de guerra,
Desplazamientos por intereses en la tierra..” Frases que condensan con lúcida crudeza la situación del Chocó.
La observé por primera vez mientras se empinaba para
alcanzar el lomo de un libro. Yuliana es una niña de 7 años que se refugia en
la biblioteca infantil del banco de la república de Quibdó, mientras su mamá
vende chicharrón y patacón en la orilla
del río, y su papá pasa semanas enteras trabajando en una mina de oro. Ella
representa esa población infantil que crece en condiciones de miseria y en un
entorno sin derroteros éticos.
Habitantes de Cabí, la invasión más extensa de Quibdó, Yuliana y su
familia viven en una improvisada construcción de pisos de tierra, techo de zinc
reciclado y paredes de bahareque. Con una clase política corroída hasta los
tuétanos por la corrupción y el clientelismo, en el chocó las enfermedades
sociales parecen ser tan endémicas y enquistadas como la riqueza natural que
ostenta. Una paradoja injustificable que
echa raíces en el desdén del gobierno central y crea una larvada desazón en el
ánimo de quienes se resignaron a la miseria.
Pero al igual que Yuliana, que
gracias a la creatividad de la ficción escapa a lo que se creyera una
inexorable realidad, miles de hombres y
adolescentes encuentran en el divertimiento, los juegos de mesa y el alcohol,
la conjura a la severidad de unas condiciones en las que cada amanecer supone
el anuncio de una nueva batalla por la ración de comida.
Es en estas condiciones de asfixia existencial y
precariedad material, en las que resulta
difícil reclamar un desarrollo cognitivo notable. Mientras el chocó era mentado por la prensa
del mundo entero, los semanarios regionales Chocó 7 días y Siglo XXI,
destacaban en sus primera planas el consabido último lugar del departamento en
las pruebas Saber Pro 11. Estos exámenes, que evalúan el desempeño de
estudiantes de último grado de bachillerato, se realizaron el 3 de agosto, y la
divulgación de sus resultados obligaba de nuevo a los diagnósticos y lugares comunes con los que los colombianos
solemos ajusticiar los malestares compartidos.
En las páginas de uno de los semanarios mencionados, Yesid Perea Mosquera, precandidato liberal a
la gobernación, le proponía en su
columna de opinión a los dirigentes
conservadores, “negociar alcaldías y curules a la cámara de representantes”, a
cambio de un respaldo electoral. Después
de leer esto, además de comprobar la
desvergüenza de quienes con acento mesiánico se creen predestinados a
gobernar, evidenciaba la distancia
abismal entre los pobladores de a pie que fatigan los días en busca de lo
elemental, y la de quienes con pensamiento feudal se reparten el botín en una
tierra confinada a la insularidad.
Creyendo ver al joven Irra conversar con un canoero
mientras vadean el Atrato, y, contrario a su destino en la novela de
Palacios, le es permitido huir a Cartagena
y escapar a la fatalidad; también imagino para Yuliana, la niña lectora y
cantora de tardes enteras, unos días de gracia en los que el vaho de la tarde
se lleve consigo la amargura, y su
talento y capacidad le permitan afincarse en el mañana.