Entrevista
a Pedro Claver Téllez
Por Marcos Fabián Herrera Muñoz
Ha
perseguido sin descanso las huellas de los forajidos, los bandoleros y rufianes
que abundan en el memorial de la infamia colombiana. Su inmersión en el
universo del hampa y en los archivos de las leyendas negras que inauguraron la
horrible noche nacional, lo ha hecho conocedor de los códigos morales y los
preceptos que rigen las conductas amparadas por el demiurgo oscuro del mal.
Pero es
en la exploración a la genealogía de la violencia, en la que con devoción
monacal, se ha sumergido por años para perfilar a los endriagos que emergen de
la inequidad y la barbarie. El haber caminado por veredas y pueblos en los que
la estela del odio sembraba surcos de sangre, le permitió aguzar el oído para
recabar el tesoro testimonial que las gentes humildes guardan en sus memorias.
Sus libros dan cuenta de la historia desdeñada por la oficialidad y de los
relatos de miedo que deambulan de boca en boca por la geografía oculta del
país.
Curtido
reportero y obsesivo investigador, Pedro Claver Téllez, nacido en Jesús María, Santander,
en el año de 1941, es autor de libros como Crónica de una vida bandolera (Planeta,
1987), Biografía de un disparate (Planeta, 1988), La guerra verde (Intermedio
Editores, 1993) y Verde (Intermedio Editores, 2011). Luego de esquivar el
asedio de los saltimbanquis y buhoneros de la carrera séptima, que en la mañana
soleada celebran su improvisado festín dominical, he visto en un rincón del
café en el que fue acordado nuestro encuentro, al hombre de anteojos y
encanecida barba, que con las vivencias y trasiegos de seres signados por el equívoco
y negados en el panteón de los vencedores, ha enaltecido la crónica en
Colombia.
Sabemos
que fue en su ejercicio de reportero para la revista Cromos, y más exactamente
en una visita a Gaitania en el Tolima, cuando se vio seducido a indagar por las
vidas de Charronegro, Mariachi y Tirofijo. ¿Cómo fue ese encuentro con el
boticario de aquel pueblo que desató en usted la pasión de cronista?
A mi regreso de Marquetalia, a donde había
ido para escribir un reportaje veinte años después de la toma por el ejército,
la mula que montaba me tumbó y sufrí raspaduras en las rodillas y en los codos.
Al regresar a Gaitania fui a la única droguería que había para hacerme curar
las raspaduras y el boticario, Joaquín Sánchez, me preguntó de dónde venía. Le
dije que de Marquetalia. Y eso fue suficiente motivo para decirme que ahí en el
andén de su farmacia habían matado a Charronegro que era su amigo y jefe del
movimiento agrario de Marquetalia. Ese fue el comienzo de una larga entrevista
que sostuve con el boticario y, por supuesto, también el inicio de una ya larga
pasión por la historia secreta del país.
¿En su
obsesivo escudriño a las vidas de quienes la guerra los obligó a la crueldad,
ha encontrado visos de piedad y compasión?
Los seres humanos somos una mezcla de
ángeles y demonios. Y éstas se manifiestan en nosotros en contacto con las
épocas y los hechos. Una persona, por sana que sea, puede matar de un momento a
otro. Y, a partir de un episodio de esos, convertir su vida en un infierno.
Efraín González, que fue uno de los grandes bandidos de todos los tiempos, era
rezandero, iba a misa y, en su niñez y juventud, quiso ser cura. Los seres
humanos somos un enigma que sólo se resuelve en un momento. Borges decía que
solo hay un momento en la vida de los hombres en que uno sabe para siempre
quién es.
¿En un ejercicio de especulación histórica, podría imaginar la
situación actual del país si no se hubieran bombardeado las repúblicas
independientes?
Estoy
absolutamente seguro de que los culpables del surgimiento de la guerrilla de
las FARC fueron el entonces senador Álvaro Gómez Hurtado y el gobierno de
Guillermo León Valencia. No es una especulación mía. Eso está claro para los
más recientes y lúcidos analistas de la historia del país. La toma de
Marquetalia por parte del ejército al mando de los coroneles Currea Cubides,
Valencia Tovar y Matallana Bermúdez fue el episodio que dio origen a las FARC.
Si esa toma no hubiera ocurrido el naciente movimiento agrario se hubiera
extinguido. Era un grupo de campesinos que sólo necesitaban un pedazo de
tierra. Buena parte de los gobiernos de este país han sido la causa de sus
desgracias. Uno de los más recientes, me refiero al de Uribe Vélez, es el
creador del nuevo paramilitarismo y el guerrerismo.
¿Cuál
fue el influjo del plan Lasso en los conflictos latinoamericanos de los años
sesenta?
El Plan
Lasso, con s, fue una creación del Pentágono en los años sesenta para combatir
a los nacientes movimientos revolucionarios. No solamente en Colombia sino en
varios países latinoamericanos. En esa época surgió en Guatemala un grupo
guerrillero que se también se denominaba FAR, sin la C. Los remito a un texto
de Kapuscinski sobre el secuestro del embajador alemán Von Spretti, que forma
parte de uno de sus libros iniciales: Cristo con un fusil al hombro. El Plan
Lazo, con Z, se lo inventaron los militares colombianos.
También se ha interesado por el mundo de los
esmeralderos y los contrabandistas. Luego de leer El Bandido Jubilado, es fácil
advertir la cercanía que logra con sus personajes. ¿Cómo inmiscuirse en el
mundo del hampa para lograr captar desde modismos en el habla hasta la
atmósfera de sus lugares?
El
bandido jubilado se me apareció durante la producción de la película Sumas y
restas, de Víctor Gaviria. Yo trabajaba entonces como asistente de Víctor y un
día se apareció con la idea de ser actor de la película. No sirvió como actor,
pero empezó a contarnos su vida y a mí me fascinó. Entonces me aparté seis
meses de la película y me fui con él con la idea de hacerle una entrevista.
Viajé con él a Jericó, su pueblo natal, conocí a su familia y viví en su finca
de esa población. Hablamos, bebimos, jugamos billar, montamos a caballo durante
seis meses. Le grabé treinta y tres horas. Ya trascritas me salieron más de 700
páginas. Sobre esa transcripción escribí el libro titulado El bandido jubilado.
Pero tengo mucho material para varios relatos. Incluso para un guión sobre el
cual estoy trabajando. Los esmeralderos y los bandoleros, inclusive, los
guerrilleros, están cerca de mi vida. Nací cerca de la zona esmeraldera, soy
pariente de un bandolero y asistí al nacimiento de las FARC. Este último es un
episodio que me reservo porque estoy escribiendo sobre él. Más adelante lo van
a conocer.
Luego de rastrear por décadas cada meandro
de la vida de los bandoleros y maleantes de nuestro país, ¿cree que es posible
que en Colombia se cicatricen las heridas de la guerra y atisbemos pronto un
horizonte sin más leyendas de horror?
Soy un
fanático de la paz que se adelanta. Ya no más guerra. Estamos hasta la
coronilla. No más sangre. Lo triste es que aún hay personajes y grupos
políticos, como Uribe y el Centro Democrático, que pretenden seguir con la
guerra. Debe ser que produce grandes dividendos. Son un peligro y una amenaza
seria para la paz.
En las páginas de los periódicos se
desterró la crónica y la reportería es cada vez más una alejada práctica vista
con desdén por los editores, acostumbrados a la multiplicación y maquillaje del
boletín oficial. ¿Cómo recuperar el arte contar historias y lograr que el
periodismo narrativo no pierda la trascendencia que merece?
Los
medios escritos que aún sobreviven son cada vez negados para hacer buen
periodismo. Sólo nos queda el libro y los medios audiovisuales. A través de
estos medios podremos hacer periodismo narrativo y meternos a fondo en los
grandes temas. Los remito a un periodista y escritor francés llamado Emmanuel
Carrere, quien está produciendo libros periodísticos de gran calidad. Como ya
lo habían hecho Capote y otros maestros de la no ficción. Creo que la no
ficción de gran calidad es un buen campo para los periodistas ambiciosos.
Escribió el guion de la película Sumas y
Restas, ya editado en libro y puesto en circulación en librerías. ¿Cómo fue ese
trabajo de concepción literaria y cinematográfica junto a Víctor Gaviria?
La amistad y el trabajo con
Víctor es una de las más grandes experiencias de mi vida. Rompe con todo. La
preproducción, rodaje y edición de Sumas y restas es el equivalente a cinco
años en una universidad gringa. Aprendí tantas cosas que a esa amistad y a esa
película debo mucho. Fue el gran laboratorio de mi vida.
Se ha sabido que entre sus contradictores y
polemistas se encontraba el general Álvaro Valencia Tovar, ¿Cómo sorteó las
cortapisas que enfrenta todo aquel que se asome a las letrinas de la realidad?
El
general Valencia Tovar me merece un gran respeto como ser humano, pero no como
historiador y periodista. He leído sus libros, especialmente Mis adversarios
Guerrilleros, y, además de superficial, es mentiroso. Yo le he dedicado más de
veinte años de mi vida a la investigación y análisis de los hechos que dieron
origen a los movimientos guerrilleros y bandoleros, a la guerra esmeraldera,
etc. Y lo que escribió sobre el particular el general Valencia Tovar me parece
una farsa. Le creo más al general Matallana. Éste tuvo el coraje de ver, de
analizar y de criticar la gestión del presidente Valencia. Y dejó constancia de
la que la toma de Marquetalia fue un error craso del gobierno de Valencia y el
episodio que dio origen a las FARC.
¿Sigue siendo el asiduo visitante de la noche que se complace con
las criaturas espectrales de la calle?
Ya no
tanto, pero esa experiencia me abrió muchas compuertas para conocer el
mecanismo de la gente fuera de la ley. Soy un fanático de la novela y la
crónica negra norteamericana y como sus autores creo que para llegar hondo en
esa temática hay que untarse de esa realidad. Ese es el error de muchos
novelistas nuestros que sólo ven la realidad desde las ventanas de su
apartamento.
¿Es el cronista el historiador no oficial de las miserias
humanas?
Los grandes escritores y
cronistas de todos los tiempos han sido personas dispuestas a conocer las
grandes miserias humanas. Ser cronista, en el mejor sentido, es un gran riesgo
que hay que correr. La vida y la escritura livianas son para monjas y curitas
que andan con anteojeras y los oídos tapados. Hemingway decía que para escribir
algo de valor había que revolcarse en la mierda. La literatura colombiana es
una mierda porque ha sido ajena a la mierda del país. No toda, desde luego,
tenemos autores que también se han revolcado en la mierda.