Por Gabriel Arturo Castro*
“Había una vez en la
cima de la colina un pequeño pastor que pasaba todo el tiempo cuidando a sus
ovejas y mientras las veía, se le ocurrió hacer una broma a los demás pastores
del pueblo para divertirse. Una mañana se dirigió a lo alto de la colina, donde
pastaban sus corderos y se puso a gritar: - Socorro, el lobo, viene el lobo, ayuda”.
Así inicia la
historia del pastorcito mentiroso, la conocida fábula que para Nabokov es el
comienzo del arte literario. Fabular es crear una mentira consistente, donde
existen dentro de este mundo otras realidades paralelas e incluyentes, mágicas,
ficcionales, míticas, alucinatorias y encantadas. Al respecto afirma Jesús
Maestro: “Se confirma
que la ficción forma parte necesariamente de la realidad, porque Realidad y
Ficción no son conceptos dialécticos, sino conceptos conjugados. La ficción es
interpretable —y posible— porque existe la realidad, en cuyas estructuras
(formas y materias) toda ficción está insertada, como construcción real y como
realidad constituyente. Por esta razón la ficción literaria no es una suerte de
réplica de la realidad, verosímilmente expresada o compuesta, según umbrales de
aproximación”.
“Para no perecer en
la verdad tenemos al arte”, escribió Nietzsche. De acuerdo, la literatura
artística no sustituye la realidad primera, sino que la enriquece y la
transgrede, desobedeciendo su lógica inmediata y su literalidad, creando otra
realidad, distinta, profunda, alusiva, más allá de la representación mimética o
de la fijación de la verdad absoluta. El arte no es na mentira metonímica sino
metafórica. Iser dice que “no es de
extrañar, pues, que a las ficciones literarias se les haya atribuido la
etiqueta de mentiras, ya que hablan de lo que no existe, aunque presentan la no
realidad como si realmente existiera”. Lo anterior, según Luis Alfonso Ramírez
Peña, es posible “porque el discurso literario es presentado como una creencia,
una manera de ver el mundo, un mundo imaginado o recreado por el autor, a
partir del cual los enunciados adquieren su valor de verdad”. Para Iser la
ficcionalidad es comparable con la mentira: “La mentira y la literatura siempre
contienen dos mundos: la mentira incorpora la verdad y el propósito por el cual
la verdad debe quedar oculta”. Sin embargo para Ramírez Peña: “La mentira no se
diferencia de la ficción porque tenga la doble realidad. Esto es igual en la
literatura, pero en la mentira al oponerla a la falsedad, se busca la realidad
con la presentación de otra; en cambio, en la falsedad, no advierte la falsedad
que está construyendo. En la literatura, el autor quiere mostrar la realidad
como la ve, pero el interlocutor advierte la ficcionalidad por la participación
en el ámbito literario”.
La literatura
auténtica, convincente, orgánica y coherente, es construida como una mentira
respecto a la realidad veraz, física y directa, muy lejos de la falsedad,
proveniente de la literatura inconexa, fragmentaria, dispersa, reproductiva,
mimética y mecánica, el arte del camuflaje. Al contrario de la afirmación de
Pessoa, la mentira no es una inexactitud, dado que la mentira es otra creación
legítima que dispone dentro de sí una sospecha sobre el régimen de verdad
instaurado. Tampoco en el arte la mentira se halla próxima a la noción
restringida o negativa de cinismo, engaño, distracción, eufemismo, verosimilitud,
entretenimiento trivial o embuste, aspectos que hacen parte del dominio de la
percepción moral: censura, castigo, prejuicio, juicio, insulto, engaño, el
fraude propio del embaucador. En contravía, la mentira es robusta desde la
fabricación de una trama narrativa que oculta el sentido liminal, huidizo e
inasible; en cambio, la falsedad es frágil, superficial, objetiva,
inconsistente, mendaz, falaz y turbia, porque expone su truco fácil, evidente,
transparente y diáfano.
El mal arte es una
apariencia, mendacidad, evasión, falsedad o un ardid desplegado por un poder
manipulador, interesado y poco sincero, es decir, sin convicción. En cambio el
buen arte proviene de la mentira, considerada ésta como otra verdad, ilusión,
contradicción, paradoja, absurdo, imposibilidad, equívoco, desvío e irrealidad
ilimitada y positiva, otro mundo habitable, incluyente. Sin la mentira todo
arte carece de sentido, según Etienne Rey:
“La gran atracción de
la mentira consiste en que es algo personal. Le pertenece a uno, es su trabajo,
su obra. Cuando uno miente interviene en el orden de las cosas, las cambia, las
dispone en el orden que le parece conveniente”.
Desde la mirada de
Severo Sarduy, la falsedad es copia y la mentira simulacro, es decir,
simulación, metamorfosis. La literatura no copia, simula, va más allá de la
apariencia y trasforma el fetiche de su máscara, crea la inexistencia, la
irrealidad metafísica sin la correspondencia directa con la realidad que nos
intimida o aterroriza.
La mentira sería
aquella aparición súbita e imaginaria, desmesurada, recreada, radical, amplia,
lúdica, forjadora de mundos que sobrepasan los límites monótonos. Jugamos a
desconfiar de la certeza e involucrarnos con la incertidumbre y la ambigüedad,
y en ese movimiento dramático la realidad evidente desaparece, dando paso a la
ficción, a la invención de ilusiones, al extrañamiento, la percepción inédita,
dislocada, que convierte al mundo en nuevo, auténtico, imprevisible, distinto
de la percepción común o anodina.
Ya no somos esclavos
de la verdad, sino que nos convertimos en los bufones libres de Nietzsche, los
del arte travieso, ligero, burlón e infantil. El pastorcito mentiroso regresa y
con él sus lobos y sus espejismos.
*Poeta y ensayista
colombiano