Por Rubén Darío Flórez
Esta
mañana de mayo miraba al río Moscú desde la baranda de granito, y ahora que
evocaré un verbo poco usado - te advierto amigo lector - serás mi cómplice de
la memoria: se cernieron tres pájaros fantásticos sobre el agua.
Eran
deslumbrantes, venían de lejos, planeaban frágiles y obstinados. Fue como
recuperar un evento de la memoria. Me vino a la mente la palabra gaviota, que
nombra al pájaro que estaba viendo. El recuerdo me transformó. ¿Para qué la
memoria? ¿Cuál es la memoria de los pájaros y de los seres humanos?
Esta
gaviota de los pantanos de Eurasia tenía recuerdos, la imagen nítida del lugar
en el río donde encontrará a sus congéneres para aparearse, el sitio del río en
que están las viviendas de bípedos ruidosos que - como yo - las ven cernirse, y
la ruta precisa de miles de kilómetros desde las estepas del Asia Central para
migrar a la primavera.
La
gaviota, como los halcones y las palomas, tiene un cerebro diminuto con una
zona de experiencias inolvidables. Allí sedimentan sonidos, imágenes y rutas.
La gaviota recuerda dónde estará un filólogo colombiano que la alimenta a la
orilla del río. Tiene el recuerdo de las mañanas que llego a una cita con ella.
Y el recuerdo del momento necesario cuando abre la cola como un abanico
instantáneo, antes de posarse sobre el muro de granito.
La
naturaleza de un pájaro está en sus recuerdos del sonido del agua del río y de
las voces humanas. Para volar, recorrer y sobrevivir está obligada a recordar.
Recordar es proteger la memoria familiar de su nido oculto. Para ella volar es
su política de la memoria. Su aterrizaje depende del recuerdo justo de cálculo
para batir con belleza las alas antes de posarse sobre el borde del granito. La
serie de actos previos a poner las patas sobre el granito dura unos segundos y
su memoria es exacta repitiendo esta acción. Sin recuerdos no existe un
pájaro.
Y
los recuerdos humanos pueden parecer frágiles como el vuelo de una paloma.
Aunque a diferencia de los pájaros que tienen solo memoria visual, los humanos
tenemos memoria verbal. Con una acción, los pájaros cultivan su capacidad de
recordar. Volar para ellas es un medio de recordar y ser.
A
cuatro mil metros sobre el nivel del mar en los páramos del Quindío, un pájaro
llega desde Canadá, pasa el verano y regresa a sus lagos desde Los Andes,
llevando en la memoria la ruta del vuelo. La memoria humana es más vasta y
enciclopédica que la de los pájaros. Hay un arte político y artístico de la
memoria. Cultivamos la memoria para saber quién es uno, quiénes somos, en qué país
vivimos.
La
acción de recordar es un evento de identidad. Cuando nos despertamos ponemos en
acción los mecanismos de la memoria del yo y de la acción. Hoy las memorias
están en manos de transnacionales de comunicaciones. ¿Son más dueños de sí
mismos los pájaros? ¿Dónde están nuestras políticas de la memoria?
*Ensayista y traductor colombiano residenciado en Moscú