Por Lilia Gutiérrez Riveros
(Artículo
cedido por Libros y Letras)
No sé si por fortuna
o por destino, un asunto de salud, me ha permitido un abrazo con Hernando
Socarrás, y por supuesto, hablar de su poesía, que sin lugar a dudas es poesía
de vanguardia.
Un leve parpadeo para
regresar a 1980, cuando publicó Un solo aquello. Desde ese momento, no
ha parado de escribir y de perfeccionar cada palabra y cada silencio. Ese
volumen blanco, de poemas de gran síntesis, es el inicio de una fructífera vida
literaria.
P. ¿Por qué los
espacios blancos en donde resalta la síntesis de su poesía?
R- Me apoyo en tres
conceptos que acompañan las colecciones de poesía que he escrito y que se
ajustan, con cincel, al suceso cotidiano que experimento en mi trabajo.
Ha escrito el poeta
Gonzalo Márquez Cristo: “El blanco es el color que usamos para morir, el color
de la luz. Y tu poesía me acompaña como un candil, es precisa, desoladora,
desarraigada y perversa. Poeta, agradezco tu palabra marina”.
De Saulo Socarrás:
“El blanco es el color de la creación porque todo lo recibe. El negro es el
color del principio porque a partir de ahí todo es nuevo. El papel recoge todo
el espectro de tu inspiración y tu inspiración mueve nuestros corazones y
espíritus”.
Del poeta Gustavo
Tatis Guerra: “… una poesía que insinúa universos interiores, casi como un
lienzo templado al infinito. No abarcable en su primera lectura. El aparente
vacío de las márgenes en blanco son parte del intimismo dramático del poema.
Cada palabra tiene un impacto visual, a veces como una pintura abstracta, a
veces como una pincelada expresionista resuelta como los grandes artistas
orientales”.
He asumido “lo
blanco” como prolongación. Como lugar. Lo blanco dice lo no dicho en el poema y
en esa pausa, solo pide lo reservado para la observación. Cuando esta actitud
hace su trabajo, creo que se logra la identidad que asiste al lector.
P- Su trabajo literario
es muy cuidadoso. ¿Tiene algunas pautas para perfeccionar el poema?
R- Escribir en amplios
formatos. Antes de la década del 80, recuerdo que conseguía retal de papel
periódico que ofrecía El Heraldo de Barranquilla. Eran piezas sobrantes
de las rotativas del periódico. Yo las extendía sobre la pared y escribía con
marcador, intentando grandes trazos –casi pinceladas- que me permitían “medir”,
“pesar”, “valorar” los atributos o los excesos de cada palabra. Cuando escribía
la palabra cuerpo, casi que podía sentir su “respiración”.
Ahora continúo
apoyándome en los formatos de impresión que nos permite la tecnología y es así
como regularmente imprimo y enmarco los poemas en un tamaño que inspira
“EXPOSICIONES” de poesía.
Otra costumbre: la
observación en compañía. Esto es, permanecer por horas frente al texto recién
escrito estableciendo una profunda complicidad para ir logrando los “ajustes”.
Dejarlo. Abandonarlo. Volver después de un tiempo y hacer el mismo ejercicio. O
sea, corregir. Corregir. Una y otra vez.
P- Después de Un solo
aquello, publicó Piel imagina, 1987, Sin manos de atar, 1989; Que la tierra te
sea leve; Cántico hechizo, 1992; Acaso doy voz, 1996, cuando su trabajo
literario estaba en un momento de gran comunicación con el público decide
retirarse de la ciudad. ¿Cuál fue la razón de esa decisión?
R- Pasar la página.
Participar de los asuntos del campo. El lenguaje de los árboles, el aire de los
pájaros. Recuperar la inmediatez del silencio en una forma de vivir conmigo
mismo. Un lugar donde poder hallarme con más certeza.
P- Durante el tiempo
que ha permanecido cerca de Cartagena su producción literaria es muy prolífera.
¿Puede enunciar esos libros?
R- He dejado de
llamarlos “libros” para usar el término “colecciones”. Acaso doy voz,
1996, Fuego de los nacimientos, 2002, El duelo de la lechuza,
2005, Boca de espinas, 2006, La luna de los objetos, 2007, Certeza
del ermitaño, 2007, Íntimo Pontezuela, 2007-8, Nervaduras,
2008, Abismo Corpus, 2008, Recogido por mí, 2008, El lápiz de
la memoria, 2008-9, El ocio y el cero, 2010, Plasma, 2010, Viento
de agua, 2010-11, La forma del igual, 2012, Pastor de Lobo,
2012, La jaula de lo mío, 2013, Voz de la palabra, 2013, Boah,
2014, Ola soledad, 2014, Acción de Caza, 2014, Alter ego,
2014, Ser de paso, 2015 y Umbra, 2015, colección en la que
actualmente trabajo.
P- Ha tenido la fortuna
de apartarse de la “contaminación” social que le permite ser esa voz especial
de la poesía colombiana. Sin embargo, la poesía se debe a entregar al público.
¿Qué opinión tiene al respecto?
R- Cesar Pavese
escribió: “La poesía no es un sentido sino un estado, no un comprender sino un
ser”.
Pienso en el ser
social y me intereso por hallarlo en el nacimiento de las palabras. Intento
“ser” en mis poemas y espero compartirlos. Pienso que hay el poeta que escribe
y el poeta que lee. Hay una actitud de “hallarnos”, de “encontrarnos”; de
“identificarnos” en el poema.
P- ¿La creación de su
expresión poética, podría decirse que está entre en el sonido y la figuración
de los elementos que toca: viento, tempestad, tiempo?
R- Además, las altas
fibras de la cotidianeidad, el uso de una sensibilidad que a veces parece
colapsar… la vida figurada en sus minuciosos combates.
P- ¿Se ha liberado de
nostalgias para crear la forma de nombrar el ver, el escuchar sin ataduras?
R- Acudo a este poema
de la colección La Forma del Igual:
Sólo un temor: que el
silencio deje de ser necesario.
P- Releo los Textos
de la Hoja Universal, en esa dimensión en la que se ha logrado, sin tiempo,
sólo tocar el espíritu del quien lee. Cuéntenos cómo es la dedicación diaria a
la poesía.
R- Todo empieza en una
actitud voluntaria. Escribir. Ya sea que hay un par de palabras que se mueven
en el momento, o un texto que requiere atención. Observación. Compañía. Ajuste.
Corrección. En realidad es una disciplina entre lo cotidiano. Escribir cada
día, en un horario o que se da por sí mismo.
Me complace que cites
los Textos de la hoja universal porque es un trabajo en el cual me propongo hacer
poesía con anécdota. No son poemas. No son cuentos o narraciones. Es poesía con
menos extensión en su propuesta de alcanzar un punto final y una experiencia.
P- ¿Cómo ha sido su
periplo para llegar a 22 libros?
R- Imaginable.
Sensitivo. Muy enriquecedor en el largo tiempo que me ha marcado. Ha sido una
experiencia exigente porque es el minucioso poder de las palabras el que se
encarga de impulsar la voluntad hacia el misterio elusivo de la creación.
P- ¿Qué autores lo
impresionan en este momento?
R- Siempre Mallarmé,
René Char. Bonnefoy. Últimamente he leído con gran asombro a Enzia Verduchi, a
Maricela Guerrero, ambas Mexicanas. Hay más.
P- Su poesía establece
lazos estrechos con la pintura y con otras formas del arte. ¿Por qué el manejo
de lo visual en su trabajo poético?
R- He intentado algunos
experimentos al “tejer” o al “hacer coincidir” obras pictóricas con poemas.
Encontré una fotografía de una obra del pintor colombiano Pablo Manrique y pude
“ajustar” un poema escrito años atrás a esa pintura. Logro un proceso de
“compañía” en dos expresiones de la sensibilidad. También lo he experimentado
con pinturas de Grau, con fotografías de esculturas de Jim Amaral y espero
encontrar otras obras y autores.
P- ¿Tiene algún
proyecto cercano que pueda anunciar a sus lectores?
R- Una exposición de
poesía en Bogotá. ¿Y por qué una exposición y no una lectura de poemas? Porque
los poemas impresos en caracteres legibles y colgados a una distancia
razonable, permiten crear una cómoda relación poema-lector, relación de armonía
y de repetición, que acerca y lee… se aleja unos pasos y vuelve a leer… una y
otra vez o…cuantas veces sea necesario, hasta dar con el hilo conductor donde
la identidad y el relámpago se establecen. Poeta que escribe. Poeta que lee.